Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la profanación del Altar
Eucarístico llevado a cabo en la Catedral de Viena, Austria. Para mayores
datos, consultar el siguiente enlace:
Canto inicial: “Cristianos, venid, cristianos, llegad”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
Una
vez que el pecador ha lavado sus culpas con la Sangre del Cordero, derramada a
través del Sacramento de la Confesión, debe hacer el firme propósito de no
volver a cometer ese mismo pecado y de alejarse de las ocasiones de caer. Sin embargo,
esto aún no es suficiente, porque, como afirma un autor, las malas costumbres y
vicios que llevaron al pecado, deben ser erradicadas por la práctica de las
virtudes contrarias a dichos vicios[1].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
Es
por esta razón que el Espíritu Santo nos advierte que “no nos aseguremos del
pecado ya perdonado” (Ecl 5, 5),
porque aunque la culpa se haya quitado totalmente, no se arranca con ella el
mal hábito que causó. Los Santos nos enseñan con sus vidas que aun después de
haber tenido una revelación del cielo de que se les habían perdonado los
pecados, hicieron grandes penitencias y pedían a Dios los limpiasen más.
Arnolfo, príncipe de Lorena, luego que supo que Dios le había concedido perdón
de sus pecados, comenzó a hacer más penitencias, retirándose de toda vida
mundana[2].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
El
profeta Natán le dijo al rey David de parte de Dios cómo le había perdonado su
pecado: con todo eso el santo penitente comenzó a afligirse, a hacer rigurosa
penitencia, a clamar al cielo, a pedir que Dios “le lavase más y más y que le
limpiase de su pecado” (Sal 50), sabiendo que estaba ya limpio de la culpa,
pero no de la pena, ni de los malos hábitos; y el mismo David no se cansaba de
lavar sus pecados con lágrimas continuas, como confiesa de sí (Sal 6, 7). Tanta pena le daba a este
santo rey el pecado ya perdonado, que lo lloraba cada día y así cada año de su
vida, hasta el fin[3].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
Esto
mismo aconseja el profeta Jeremías: “Vierte lágrimas como un arroyo impetuoso,
de día y de noche y no te des descanso y no calle la niña de tus ojos” por lo
mucho que se debe de llorar y ha de durar la penitencia lavando los pecados. El
mismo sentimiento le duró a San Pablo, como advierte San Agustín, para que lo
tomemos como ejemplo: “Si el Apóstol llora aún los pecados perdonados después
del bautismo, ¿qué nos queda que hacer a nosotros, que estamos puestos sobre el
fundamento de los Apóstoles, sino es llorar? ¿Qué, sino es estar toda la vida
con dolor?”. Luego agrega: “Siempre se duela uno y huélguese de dolerse y si
aconteciera arrepentirse del dolor, siempre se duela; y no es bastante cosa que
se duela, sino que con fe se duela y duélase de no haber tenido siempre dolor”.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
La
culpa se perdona en un instante pero queda mucho tiempo que pagar la pena y que
sanar la mala costumbre y así la medicina de la penitencia y las aguas
saludables de las lágrimas han de durar hasta sanar por lo menos del hábito
vicioso. Mucho hay que hacer después de la confesión pues queda la
satisfacción; mucho hay que hacer después de perdonada la culpa pues queda por
reparar la pena y quitar el vicio. Mucho queda después de adquirida la gracia,
pues queda el asegurarla y el adelantarla[4].
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Cantad a María, la Reina del cielo”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
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