Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el sacrilegio sufrido por una
imagen de Nuestra Señora de Lourdes, la cual fue destrozada a golpes de
martillo. Para mayores datos acerca del lamentable hecho, consultar el
siguiente enlace:
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
La fe católica, la fe sobrenatural en Cristo Dios, en su
Redención y en el Cielo eterno que nos tiene prometido y que nos ganó a costa
de su Santo Sacrificio en la Cruz, es algo tan admirable, que no podemos dejar
de estar agradecidos, en primer lugar, a la Santísima Trinidad, porque es Dios
Uno y Trino quien nos dio al Cordero de Dios como expiación por nuestros
pecados y en segundo lugar, a nuestra amada Madre Patria España, porque si no
hubiera sido por sus Conquistadores y Evangelizadores, estaríamos adorando
ídolos demoníacos como la Pachamama.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
En la Sagrada Escritura se dice que la fe es “substancia de
las cosas que se han de esperar” y “argumento de las que no se ven” (Heb 11, 1), ya que por la fe podemos “mirar”
–con los ojos del alma- lo que esperamos –la vida eterna, el Reino de los
cielos- y además podemos creerlo “tan vivamente como si las viéramos”[1],
además de que la fe nos convence de servir a Dios Trino para así ganar el
Cielo. Dice así San Cirilo Hierosolimitano: “El que merece ser alumbrado por la
fe, aun antes de que acabe el mundo, ya ve el Día del Juicio y el galardón de
las promesas divinas”. Es decir, así como la fe nos hace creer en el Juicio
Final, así nos hace ver el premio de la gloria y nos incita a obrar para ser
dignos del Cielo.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
La viveza de la fe hacía que los grandes santos, como San
Jerónimo, se estremecieran al pensar en el Día del Juicio, como si le entrara
por los oídos el terrible sonido de la trompeta del Ángel, que convocará a
vivos y muertos resonando por todo el mundo: “¡Levantaos, muertos y venid a
juicio!”. Otros muchos siervos de Dios, debido a la firme persuasión que
tenían, de que la Escritura era Palabra de Dios, al escucharla obraron tan
eficazmente, como si estuvieran viendo a la misma Persona del Hijo de Dios
pronunciarlas[2].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
A su vez, San Atanasio escribe de San Antonio Abad que, al
entrar en una iglesia, escuchó la Palabra de Dios que decía: “Si quieres ser
perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres” (Mt 19, 21) y al escucharla, la puso por
obra en el acto, como si la hubiera escuchado del mismo Cristo y como si a él
solo se lo hubiera dicho.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
Otro santo, San Enremundo, ermitaño, sirviendo con gran autoridad
en la corte y palacio del rey Chilperico, luego que oyó decir en el Evangelio
aquel dicho de Cristo: “El que ama a su padre y a su madre más que a Mí, no es
digno de Mí” (Mt 10, 37) y también “El
que quiera venir en pos de Mí, niéguese a Sí mismo y tome su cruz y me siga” (Mt 16, 24), dejó palacio, corte,
hacienda, casa y mujer y, abrazándose con la cruz de Cristo, vivió y murió
santamente, retirado del mundo y de sus falsos atractivos[3]. Fue
la fe en Cristo Dios lo que le hizo ganar el Reino de los cielos y por esto
debemos estimar y amar en altísimo grado el don de la fe recibido en el Bautismo.
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
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