Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por el vandálico y
sacrílego acto sufrido por Nuestro Señor Jesucristo crucificado, en Italia.
Para mayores datos, consultar el siguiente enlace:
https://www.facebook.com/photo?fbid=10222254745350392&set=gm.3488168121287488
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
Los Padres de la Iglesia tenían tanto aprecio por la gracia,
que la llamaban con sublimes nombres, como por ejemplo: “simiente de Dios,
arras del Espíritu Santo, vestido de bodas, simiente de gloria, tesoro en vasos
de barro” y muchos otros títulos más, todo para expresar la gran estima que de
la gracia santificante poseían[1].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Ahora bien, San Efrén habla de aquellos que, en la teoría,
aprecian la gracia, pero luego no acompañan este conocimiento, con las obras. Dice
así el santo: “Yo he conocido a muchos que deseaban ser hijos de la gracia;
pero ¿qué les aprovechó el querer, si no le acompañaron con las obras? Muchos
también por la fe son llamados hijos de la gracia; pero por su negligencia no
la gozan”[2]. En
otras palabras, el santo nos advierte contra una frecuente tentación: apreciar
la gracia sólo con el intelecto, pero no evitar las ocasiones de pecado ni el
pecado mismo.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
Si alguien quiere poseer la gracia, debe predisponerse para
alcanzar la gracia y la primera disposición que debe tener, es la fe –la fe
sobrenatural, católica, en el Hombre-Dios Jesucristo- y otras disposiciones más.
Esto es así porque la gracia no se origina en la naturaleza, sino en el mismo
Dios Uno y Trino; por esto, debe haber disposiciones de parte del hombre, con
las que se debe preparar para recibir tan grande favor divino y estas
disposiciones, señaladas por el Concilio Tridentino[3],
son la fe, el temor de Dios, la esperanza divina y la contrición, que conlleva
el aborrecimiento del pecado y el propósito de enmienda, a los cuales acompaña
el amor de Dios[4].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
La fe es la primera disposición: dice el Concilio que es
necesaria esta virtud para creer que son verdaderas las cosas que Dios ha
revelado y que sus promesas son fieles y que principalmente se ha de creer esta
misma grandeza de la gracia y que Dios justifica por ella a los pecadores, por
la redención de Cristo Jesús. Por esto mismo, la gracia es un grandísimo bien,
que no puede ser ni comprendido ni apreciado si no es con este mismo don
divino, el cual ilumina nuestro entendimiento con luz sobrenatural[5].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
Es necesaria la fe, porque por sobre todo conocimiento y
sentido es la excelencia de la gracia y sus misterios, afirma un autor. Este mismo
autor sostiene que, “así como un ciego no tiene facultad para juzgar de los
colores y los ojos de la lechuza no pueden mirar el resplandor del sol, de la
misma manera no puede el intelecto humano, por más agudo que sea, formarse
concepto de la gracia y de los misterios que de ella se derivan –como la
participación en la vida de la Santísima Trinidad-, sino son por la gracia
misma revelados[6].
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
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