Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación
por lo que está sucediendo en China comunista, en donde el Partido Comunista
Chino está quitando por la fuerza todas las cruces de las Iglesias católicas. Para
mayor información, consultar el siguiente enlace:
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer
Misterio (a elección).
Meditación.
La Eucaristía, podemos decir con San Agustín, es el “Pan de
la Madre”, es decir, es el Pan de Nuestra Señora divina. Es el Pan hecho de
María -porque María le dio de su substancia materna a Jesucristo, Pan de Vida,
cuando estaba en su seno materno, como hace toda madre con su hijo- con la
harina de su Carne inmaculada, amasada con su leche virginal, cocido con el Fuego
del Espíritu Santo. Dice San Agustín: “Jesús ha tomado la Carne de la Carne de
María”[1].
Silencio
para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Y quien, por el misterio de la liturgia, confecciona y administra
el Pan de María a los fieles bautizados, es el sacerdote ministerial. Escribe San
Gregorio Nacianceno: “El que ayer estaba mezclado entre el pueblo, se convierte
en su maestro, en doctor de las cosas santas y cabeza de los sagrados misterios”[2]. Y en confeccionador y
administrador del Pan de la Virgen, la Eucaristía, agregamos nosotros.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El sacerdote ministerial puede confeccionar el Sacramento
de la Eucaristía, el Pan de la Madre de Dios, porque “no es un hombre, no es un
ángel, no es un arcángel, no es una potencia creada, sino que es el Espíritu Santo
el que inviste del Sacerdocio” a un hombre común, dice San Juan Crisóstomo[3]. San Cipriano, a su vez,
dice que “El sacerdote en el altar obra en la Persona misma de Jesús” y esto porque
el Espíritu Santo configura el alma del sacerdote con Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote.
San Juan Crisóstomo llega a decir que “Es el amo de Dios entero”.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Son los santos los que más alta consideración han tenido y
tienen acerca del misterio del sacerdocio ministerial. Así, San Casiano dice
que no habrá que maravillarse si la dignidad del sacerdote se considera “celestial”,
“divina” (San Dionisio), “infinita” (San Efrén), “ápice de toda grandeza” (San
Ignacio mártir), “venerada con amor por los mismos Ángeles” (San Gregorio
Nacianceno), tanto que “cuando el sacerdote celebra el Divino Sacrificio, los
Ángeles están cerca de él cantando a coro un cántico de alabanza en honor del
que se inmola” (San Juan Crisóstomo). ¡Y esto ocurre en cada Santa Misa![4].
Silencio
para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Sabemos que San Francisco de Asís no quería ser sacerdote
porque se consideraba demasiado indigno de una vocación tan excelsa. Veneraba con
tal devoción a los sacerdotes que los consideraba sus “señores” porque en ellos
veía solamente al Hijo de Dios y su amor a la Eucaristía se fundía con el amor
al sacerdote que consagra y administra el Cuerpo y la Sangre de Jesús. En particular,
veneraba las manos de los sacerdotes, que besaba siempre de rodillas con gran
unción y devoción; y además besaba también los pies y hasta las huellas mismas
por donde había pasado un sacerdote[5].
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Cantad a María, la Reina del Cielo”.
[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico,
Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 149.
[2] Cfr. Manelli, ibidem, 134.
[3] Cfr. Manelli, ibidem, 134.
[4] Cfr. Manelli, ibidem, 134.
[5] Cfr. Manelli, ibidem, 135.
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