Inicio:
ofrecemos esta
Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el asesinato
de un consagrado a Dios, un sacerdote ministerial, ocurrido en Nigeria. Para
mayores datos acerca de este luctuoso suceso, consultar el siguiente enlace:
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios
e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación
¿Qué es lo que hace que unas naturalezas tan sublimes e
inmortales como las angélicas, se preocupen por prodigarse en cuidados a una
creatura tan vil como el hombre? ¿Qué es lo que lleva a estos espíritus
angélicos y gloriosos a custodiar a un ser que se encuentra en este valle de
lágrimas, como es esta vida terrena? La respuesta es: la grandeza y
majestuosidad que la grandeza confiere al alma que la posee[1]. Es
decir, es la grandeza de la gracia la que hace al hombre merecedor del cuidado
que le tienen los ángeles que están en la gloria. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca nos veamos privados de la
gracia, para tener siempre por protectores a los espíritus angélicos!
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
Las almas justas y las almas de los que quieren servir y
adorar a Dios Trino “en espíritu y en verdad”, deben obrar de manera tal que sus
obras merezcan tener por testigos y ser dignas de los serafines que las
representan ante el trono de Dios[2]. Los
justos deben vivir de forma que merezcan la compañía de estos seres angélicos,
pues los ciudadanos del cielo buscan su compañía; sin embargo, huyen de quien
no está en gracia. ¡Nuestra Señora de la
Eucaristía, que siempre obremos de manera de merecer la compañía de los ángeles
de Dios!
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación
Hay que tener en cuenta lo que el abad Macario decía: “Tienes
los ángeles, los arcángeles, todas las potestades soberanas y al mismo Dios,
Creador de todos ellos; conversa con ellos, no bajes de los cielos, no te
abatas a los pensamientos del mundo”[3]. El
alma del justo, rodeada de seráficos espíritus, debería vivir con su corazón y
su pensamiento, no en este mundo, sino en el Reino de los cielos, adonde Dios
los espera con los brazos abiertos. ¡Nuestra
Señora de la Eucaristía, ayúdanos a elevarnos en nuestros sentimientos,
pensamientos y obras, para estar cada vez más cerca del cielo!
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación
Afirma un autor que es verdad que los ángeles del cielo
acompañan y están con los justos que viven en gracia, pero esto no puede
considerarse mucho, puesto que el mismo Dios está con ellos, porque el Espíritu
Santo inhabita en el alma del que está en gracia[4].
Si esto es así, aunque sea algo grande en sí, es casi como nada que los
espíritus celestiales rodeen al alma, cuando se considera que el mismo Amor de
Dios inhabita en el alma del que está en gracia.
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación
Toda
la Santísima Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo inhabita en el
alma que está en gracia, para hacer morada en el corazón del justo. Por esto
mismo, ¿es de extrañar que los ángeles de Dios acudan adonde se encuentra su
cabeza y Señor? Los espíritus celestiales admiran la particular presencia de
Dios con que asiste en el pecho de un justo y gustan estar donde está su
Creador[5].
Reverencian a su Señor dentro de nosotros, cuando estamos en gracia, y nos
enseñan cómo le hemos de adorar en nuestros corazones, mientras somos templos
del Espíritu Santo, que es el tiempo en el que estamos en gracia. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca
perdamos nuestra condición de templos del Espíritu, para que Dios Trino con sus
ángeles estén siempre con nosotros!
Un
Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de
los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
de despedida: “Los cielos, la tierra, y el mismo
Señor Dios”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 330.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 330.
[3] Palad., Hist. Lausíaca, cap. 20.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 331.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 331.
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