Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación
por una propaganda blasfema contra Nuestro Señor Jesucristo por parte de la
marca Benneton. Hemos censurado la fotografía por pudor, pero no podemos dejar
pasar por alto la blasfemia cometida contra Nuestro Señor Jesucristo. Para
mayor información sobre el lamentable hecho, consultar el siguiente enlace:
Canto inicial: “Cantemos al Amor de
los amores”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (Misterios a elección).
Meditación.
En
el Evangelio, Nuestro Señor Jesucristo dijo que “vino a traer fuego” y que “ya quería verlo ardiendo”: “He
venido a traer fuego, ¿y qué quiero sino que arda?”[1]. Y
este fuego que ha venido a traer Jesús no es otra cosa que la caridad, fuego
ardiente del Divino Amor. La caridad se compara con el fuego, porque así como
el fuego convierte al hierro en una brasa incandescente y la hace fuego, así la
caridad enciende al alma a la que posee y la convierte en el fuego del Divino
Amor[2]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que por la
Comunión Eucarística nuestras almas se abrasen en el fuego del Divino Amor!
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
El alma a la que la caridad impresiona una vez, no vuelve a
ser la misma, afirma un autor: ya no es “señora de sí; por no ofender a Dios,
teme aun lo que no sabe; se duele aun de lo que no importa; se solicita aún más
de lo que quiere, aun no queriéndose compadecer y, sin querer, tiene
misericordia. Y así como el fuego nunca está ocioso, así tampoco la caridad,
porque el amor de Dios nunca lo está. Si hay amor, obra grandes cosas; si no
las quiere obrar, es porque no hay amor”[3].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
El fuego echa resplandores y así también la caridad en el
alma en la que inhabita, porque no resplandece el alma con los rayos de la
hermosura eterna, si no es abrasada por la caridad. El fuego también convierte
a las cosas en polvo y cenizas y lo mismo hace la caridad, según dijo Abraham: “Hablaré
a mi Señor, aunque sea polvo y ceniza”[4]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, somos
polvo y ceniza, más pecado; haz que la divina caridad nos eleve al consorcio
con el Divino Esposo, nuestro Dios y Señor!
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
Así como el fuego sube a lo alto con sus llamas
resplandecientes, así lo hace la caridad y por eso dijo San Pablo: “Deseo ser
desatado y estar con Cristo”, es decir, el Apóstol manifiesta que desea salir
de esta tierra y de este mundo para ser elevado al Reino de Dios, donde estará
con Cristo para siempre y esto porque el Apóstol estaba lleno de caridad[5].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
La caridad es santa e impaciente, porque cree siempre que ve
y halla a quien desea, que es Dios; no sabe pensar en otra cosa sino en su
Amado, Dios y así se sube al cielo, donde sabe que está su Amor. Y así como el
fuego es consumidor, así lo es la caridad, porque con tan grande fuego se
consume el pecado y se abrasa el corazón del pecador. La caridad, por su
excelencia, se cuenta la primera entre los frutos del Espíritu Santo, porque es
la virtud por la cual las otras virtudes se llaman virtudes y sin ella, nada
son. Si no está la caridad en el alma, ningún fruto es agradable, pero donde
está la caridad, allí hay mucho fruto[6].
Oración final: “Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
”Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Te vengo a pedir, te vengo a
pedir, oh Madre de Dios”.
[1] Lc 12, 49-59.
[2] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 271.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 272.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 272.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 272.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 273.
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