Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en acción de gracias por el don celestial que
significa el sacerdocio ministerial para la Iglesia.
Canto inicial: “Cantemos al Amor de
los amores”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (Misterios a elección).
Meditación.
¿Puede un hombre, aun siendo pobre, ser señor de todas las
cosas creadas? La respuesta es afirmativa, según lo sostienen algunos autores. En
efecto, estos dicen que “así como una doncella, cuando se casa con el rey, es
señora también y reina de todas sus provincias y cosas, así también el alma en
gracia, desposada místicamente con su Divino Esposo, Dios, es sublimada y
elevada al señorío de todas las cosas creadas”[1]. Así
continúa un autor: “(la gracia) sublima al que la tiene a la monarquía del
mundo y señorío de todas las cosas”[2]. Es
decir, la gracia hace al alma esposa de Dios y por eso mismo pasa a tener el
señorío por encima de todas las cosas que Dios tiene.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Al alma en gracia se le concede el principado sobre el
mundo, siendo el señorío de mayor gloria y excelencia que el que tienen los reyes
y emperadores en sus provincias, cuyos dominios políticos no impiden el señorío
excelentísimo y universal de los justos, como tampoco impiden al señorío de
Cristo y de su Madre sobre todas las cosas[3]. Y
así como Cristo nuestro Redentor es Rey de todo el universo verdaderísimamente,
así también los que están en gracia tienen un principado muy excelente de todas
las cosas, que es por la excelencia y dignidad de la gracia.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
Un autor, Gerson, afirma lo siguiente, acerca del señorío
que tiene el alma en gracia sobre todas las cosas: “El señorío que nace del
título de estar en gracia es más hermoso, más fecundo, más divino que aquel que
nace de derecho civil o de justicia política (…) El principado monárquico que
nace del título de estar en gracia fue restituido por la Pasión de Cristo más
extendida y copiosamente que fue antes del pecado (original)”[4]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca,
por el pecado, nos quedemos sin el señorío que nos concede la gracia por sobre
todas las cosas!
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
El pecador, en su inconciencia –dice un autor-, arroja lejos
de sí el título de la gracia, excelentísimo y provechosísimo, el cual, en
teniéndole, se nos ponen en las manos todas las cosas”. Esto significa que
cuando el alma está en gracia es señora de todas las cosas, mientras que cuando
está en pecado, se encuentra con las manos vacías, tal es la consecuencia de la
falsa promesa con el que atrae el pecado.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
El mismo autor, Gerson, continúa: “¿Qué cosa más admirable,
qué cosa más gustosa se puede oír, que saber que cualquier fiel que está en
gracia es, como Cristo, monarca de todas las cosas? Abrid los oídos, hermanos
muy amados; alégrese vuestro rostro, serénense vuestros ojos, todo afecto del
corazón se alboroce, resuenen acciones de gracias; la boca, la lengua, el
entendimiento, el sentido, porque al cristiano (en gracia) se le entregan todas
las cosas en sus manos”[5].
Oración final: “Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos
méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os
pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Cantad a María, la Reina del Cielo”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 246.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 246.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 247.
[4] Col. 585, post. med.
[5] Cfr. Gerson, o. c.; cit. en Nieremberg, Aprecio, 248.
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