Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el Santo
Rosario meditado en reparación por la decapitación de una imagen de la Virgen
en Francia. La información relativa al lamentable episodio se encuentra en el
siguiente enlace:
Canto
inicial: “Cristianos, venid, Cristianos
llegad, a adorar a Cristo que está en el altar”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amor. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario meditado (misterios a elección).
Primer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Afirman reconocidos autores[1]
que quien está en gracia no solo tiene al Espíritu Santo, sino a toda la
Santísima Trinidad, es decir, las Tres Divinas Personas moran en su corazón. Esta
inhabitación trinitaria del alma, dada por la gracia, fue representada por el
Señor en la parábola del grano de mostaza[2]:
en esa parábola, la semilla pequeña que se convierte en árbol frondoso adonde
van los pájaros a hacer sus nidos, es el alma que, primero pequeña sin la
gracia, cuando adquiere la gracia, crece “en sabiduría y gracia”[3]
hasta alcanzar la “estatura del Señor Jesús”[4],
porque participa de su vida divina; a su vez, los pájaros de la parábola, que
en nuestro caso son solo tres, que van a hacer nido en sus ramas, son las Tres
Divinas Personas, que acuden presurosas al alma del que está en gracia para
inhabitar en ellas, así como los pájaros acuden a sus nidos en los árboles.
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
A la excelencia de la gracia de traer consigo a la Persona
del Espíritu Santo, se le agrega también en quien la posee, el tener a las Tres
Divinas Personas, que en él habitan y lo acompañan[5].
San Juan dice[6]:
“En esto conoceremos que estamos en Dios y que Dios está en nosotros, porque
nos dio de su Espíritu”. Debido a que el Espíritu es una sola esencia y un solo
Acto de Ser Purísimo con el Padre y el Hijo, donde está una de las personas,
allí están las otras. Al hablar de la gracia y de la caridad que el Espíritu
Santo derrama en las almas, dice Alcuino[7]: “Por
ella toda la Santísima Trinidad habita en nosotros”. A su vez, San Agustín
dice: “Hace el Espíritu Santo, con el Padre y el Hijo, en los santos, morada
interiormente, como Dios en su templo; Dios que es la Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, vienen a nosotros cuando nosotros venimos a ellos”.
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En el Evangelio, Nuestro Señor Jesucristo, el Redentor de
los hombres, se refirió a esta inhabitación de la Trinidad por la gracia cuando
dijo[8]: “Si
alguno me ama y guardare mi palabra, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos
en él morada”. Ahora bien, como el Padre y el Hijo no pueden amar sino es con
el Amor del Espíritu Santo, el Amor con el que el Padre y el Hijo vienen a
quienes aman a Cristo, es el Divino Amor, el Espíritu Santo, con lo cual es
verdad que las Tres Divinas Personas se hacen presentes en el alma en gracia.
Al hablar de la venida del Espíritu Santo, Jesús dice[9]: “En
aquel día conoceréis cómo Yo estoy en el Padre y vosotros en Mí y Yo en
vosotros”. De igual manera, la única forma en que el Hijo esté en el Padre, es
en el Espíritu Santo, y si alguien está con el Hijo, entonces está también con
el Padre y el Hijo. Una vez más, vemos la excelencia de la gracia, que trae al
alma a las Tres Divinas Personas.
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Otro autor, Orígenes, al comentar las palabras de San Juan[10]: “Nuestra
compañía sea con el Padre y con su Hijo Jesucristo”, advierte que ésta es la
compañía del Espíritu, compañía de la cual habló San Pablo[11]: “¿Qué
compañía puede haber de las luz con las tinieblas?”. San Pedro, hablando de la
gracia, nos enseñó que por ella éramos partícipes de la naturaleza divina, esto
es, compañeros, mientras que Orígenes dice[12]: “Pues
si nos han dado que estemos en compañía
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, obligación nos corre de mirar que no
neguemos esta santa y divina compañía con algún pecado; porque si hiciéramos
obras de tinieblas, cosa cierta es que hemos negado la compañía de la luz”.
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
San Agustín, declarando cómo Dios, que está en todas partes,
se dice en la oración que nos enseñó Jesucristo, que está en los cielos, dice
que estos cielos son los justos en la tierra y los ángeles que están en el
cielo, en los cuales está por gracia con particularísima presencia; porque no
hay cielos más puros ni corte donde resida toda la Santísima Trinidad con más
gusto, que en una creatura que está en gracia[13]. De
esto se deduce la grandeza de la gracia y cómo no hay nada con la que se la
pueda comparar: Dios Uno y Trino, las Tres Divinas Personas, dentro de un alma.
Es decir, la gracia proporciona no sólo la participación en la naturaleza
divina –lo cual ya es en sí algo grandioso-, sino que están en Acto de Ser las
Tres Divinas Personas, con la substancia divina que les pertenece. Es admirable
la fuerza de la gracia, que trae consigo a toda la Santísima Trinidad al alma
del justo.
Un Padre Nuestro, Tres Ave Marías y Gloria para ganar
las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo también por la salud e intenciones
de los Santos Padres Benedicto y Francisco y por las benditas almas del
Purgatorio.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amor. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María,
os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “El trece de mayo en Cova de
Iría”.
[1] Juan
Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima
de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 127.
[2] Mt 13, 31-58.
[3] Lc 2, 52.
[4] Ef 4, 13.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 127.
[6] 1 Jn 4.
[7] De Fide Trin., lib. 2, cap. 19.
[8] Jn 14, 23.
[9] Jn 14, 20.
[10] 1 Jn 1.
[11] 2 Cor 6.
[12] Homil. 4, in Levit.
[13] Cfr. Nieremberg, o. c., 128.
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