Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
Santo Rosario meditado en reparación por los continuos ataques –estatuas
destrozadas, sagrarios violentados o destruidos, altares y cruces quemados,
cruces invertidas, etc.- que ha sufrido la Iglesia en Francia por manos de
vándalos anónimos. La información relativa a estos penosos hechos se puede
encontrar en los siguientes enlaces:
http://chiesaepostconcilio.blogspot.com/2019/02/le-chiese-in-francia-obiettivi-di-una.html
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Canto
inicial: “Oh Buen
Jesús, yo creo firmemente”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio
(misterios a elección).
Meditación.
Dios,
que es Acto de Ser purísimo y perfectísimo, nos comunica la gracia a través de
la Sangre del Cordero, Cristo Jesús y con esta gracia nos comunica no sólo el
ser superior a todo y verdadero, sino que nos comunica un ser gloriosísimo y
lleno de perfecciones[1].
Así como Dios es por esencia y por esto contiene en sí y en acto todas las perfecciones
posibles, así la gracia, por ser participación de la naturaleza divina, no
solamente da ser grande por antonomasia, sino que es todo ser y contiene
también, participadamente, la plenitud y perfección y eminencia de todo ser y
grandeza. Por eso en las Escrituras se llama “gloria”, conforme a lo cual dijo
San Pablo: “Todos pecaron y tienen necesidad de la gloria de Dios”[2],
esto es, de la gracia; donde claramente la llama el Apóstol “gloria”. Y en otro
lugar también la llama “gloria” a la gracia, cuando dice[3]
que Dios nos adoptó por hijos para alabanza de la gloria de su gracia. El Apóstol
Pablo, entonces, equipara el término “gloria” con el de gracia, con lo cual
podemos pensar que, estando en estado de gracia en esta vida, es el análogo al
estar en estado de gloria en la vida futura.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La vida de la gracia es el anticipo de la gloria futura, ya
que para las Escrituras, “gloria” es sinónimo de gracia. Y con el nombre de
gloria, se quieren significar, en las Escrituras, todo tipo de grandes e
inimaginables excelencias y perfecciones que provienen, por participación, de
la excelencia y perfección infinita y altísima del Ser divino trinitario. En el
idioma hebreo significa todo el ser, todo lo que se es, y por esta razón el
santo Job[4]
dice que Dios le despojó de toda su gloria, es decir, de todo su ser y de todo
cuanto tenía. Al describir a Jesucristo, San Pablo se refiere a Él, Hijo de
Dios, como el “esplendor de la gloria del Padre”[5],
es decir, de todo el ser del Padre y la plenitud de sus divinas perfecciones. En
un salmo se llama a Jesús Rey de la gloria, para significar que era Señor de
todo y superior a todo otro ser y esto
es así porque el Hijo de Dios es la Gracia Increada en sí misma.
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
No hay mayor excelencia que la gracia santificante –granjeada
para nosotros, por misericordia de Dios, mediante el Santo Sacrificio de la
Cruz-, puesto que en la gracia, al igual que en la gloria divina, se encuentra
la plenitud de las perfecciones y el ser de todo ser[6].
Al participar del Ser infinito trinitario divino, la gracia es, por esto mismo,
todo ser. Quien tiene la gracia lo tiene todo y lo es todo, aunque humanamente
no tenga ni sea nada. Y al revés, también: quien no tiene la gracia, aunque lo
tenga todo, no tiene nada y nada es. Y porque la gracia es participación en el
Ser divino, por esto mismo, es que vale más que todo ser de la naturaleza, esto
es, que todo ser creado, sea angélico o humano. Porque por esencia excede en
majestuosidad y grandiosidad a todo ser creado, la gracia tiene plenitud en
todo su ser y con la sola gracia se puede contentar quien por Cristo haya
dejado todas las cosas del mundo, porque ella vale por todo y más que todo. En otras
palabras, quien abandona el mundo por la gracia, abandona lo que no es, por lo
que es; abandona lo que no tiene nada, por aquello que lo tiene todo, la gracia
santificante, porque ser partícipes del Ser divino trinitario es tenerlo y serlo
todo. De modo concreto, quien lo deja todo por la Adoración y la Comunión
Eucarística –es decir, se mantiene en gracia para poder adorar y comulgar-
renuncia al mundo para tener en sí a Aquel que Es el que Es y por quien todo lo
que es tiene ser.
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Por la gracia, el alma se hace partícipe de la infinidad y
de la plenitud de perfecciones de la naturaleza divina. Si alguien considera
qué es Dios, conocerá qué es la gracia: por esto, el alma debe contemplar –en la
adoración eucarística- a Dios, de cuya perfección participa por la gracia. Por la
gracia, el alma participa del Ser que es sobre todo ser creado; de la Sabiduría
divina del cual se desprende todo saber; de la omnipotencia divina, cuyo poder
excede infinitamente cualquier poder, sea humano o angélico; de la majestad y
hermosura divinas, de las cuales las majestades y hermosuras creadas no son
sino sólo pálidas y desdibujadas sombras. Por la gracia, el alma participa de
Aquel que hizo el universo visible e invisible y que puede hacer infinidades de
universos visibles e invisibles y, si quisiera, los reduciría a la nada;
participa de Aquel cuya fuerza mantiene en el ser al universo entero, al tiempo
que dispone las causas, ordena los elementos, produce los vientos, da ser y
movimiento a todo; da raciocinio al hombre e inteligencia a los ángeles. Por la
gracia, el alma participa de Aquel que Es sobre todo y mejor que todo.
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Por
la gracia, el alma participa de Aquel Dios Uno y Trino que es infinito, eterno,
inmutable, omnipotente, espíritu purísimo, santísimo, sobreesencial,
sobresubstancial, sobrenatural, sobrebueno, sobresabio,sobrehermoso[7].
Por la gracia, el alma participa de Aquel Dios Trinidad que lo llena todo, que
todo lo vivifica, que todo lo sustenta, que da perfección a todo, que todo
recrea, que señorea todo, que a todo da de su hermosura y magnificencia. Por la
gracia, el alma participa del Ser divino de Aquel por quien los serafines se
abrasan de amor; a quien los querubines admiran; ante quien los tronos se
humillan; las potestades se arrodillan; las dominaciones se empequeñecen; los
principados se rinden; los arcángeles obedecen; los ángeles sirven y las
jerarquías se estremecen. Por la gracia el alma participa de Aquel Ser que es
plenitud de todo ser y perfección y vida y bondad y hermosura y grandeza. Contemple
el alma, por la adoración eucarística, la majestuosidad infinita y la grandeza
del Dios de la Eucaristía, Jesucristo, y así podrá barruntar a qué alturas
inefables ha sido elevada y, una vez contemplado este sublime misterio, haga el
alma el propósito de desear perder la vida terrena, antes que perder la gracia.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla sine die, Cap. 9,
59.
[2] Rm 3.
[3] Ef 1.
[4] 19, 9.
[5] Heb 1.
[6] Cfr. Nieremberg, o. c., 59.
[7] Cfr. Niemeyer, o. c., 60-61.
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