Inicio: ofrecemos esta Hora Santa en
reparación por los actos sacrílegos que implican la apostasía de los
bautizados. La información pertinente a tan lamentable hecho se puede consultar
en la siguiente dirección electrónica:
Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del
altar”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a
elección).
Primer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Cuando Jesús les dice a los judíos: “Yo Soy el Pan que
da la vida eterna” (cfr. Jn 6, 44-51),
les trae el recuerdo del portento realizado por Yahvéh en el desierto, el milagro
del maná, el pan bajado del cielo, que los alimentó en su peregrinar por el
desierto. Para los judíos el verdadero maná bajado del cielo, el pan bajado del
cielo, que los había salvado de morir de inanición y les había permitido llegar
a la Jerusalén terrena, era el maná que habían recibido en el desierto. Lo que hace
Jesús es sacarlos de esta creencia errónea, porque el verdadero maná no es el
del desierto, sino Él en Persona: “Yo Soy el Pan que da Vida eterna”. No solo
es el verdadero Maná, sino que da algo que el maná no puede dar y es la Vida
eterna: con respecto al maná del desierto, este solo puede calmar y saciar el
hambre corporal y puede dar la vida de un modo metafórico, porque lo único que
puede hacer es prolongar la vida terrena. En cambio, el Pan Vivo que baja del
cielo no es un pan material, no es un pan que se cuece en los hornos de la
tierra y con el fuego material, sino que se cuece en el Fuego del Espíritu
Santo, el Amor de Dios y da una vida que no es la vida humana, terrena, sino la
vida eterna. Jesús en la Eucaristía es el Pan que da la Vida eterna, que baja
del cielo al altar eucarístico, para alimentar nuestras almas con la substancia
misma de Dios Uno y Trino.
Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Cuando los hebreos recibieron el maná del cielo, éste
no solo les permitió no morir de inanición, sino que les permitió continuar por
su travesía por el desierto, para llegar hasta la Ciudad Santa, la Jerusalén
terrena. Al consumir ese pan, los hebreos experimentaron nuevas fuerzas,
obtuvieron de ese alimento la energía necesaria para continuar su travesía y se
gozaron en el comer el pan. El Pan de Vida eterna que da Jesús, la Eucaristía,
no solo impide que el alma muera de inanición, sino que la colma con la vida
misma de Dios y le da la fuerza divina que le permite peregrinar por el
desierto de la vida y la historia humana hasta la Jerusalén celestial. Pero además,
al comulgar, el alma se une a Jesús en Persona, el Verbo de Dios encarnado y en
esta unión se apropia de Él, lo posee como algo suyo, de su propiedad y en esta
posesión se goza y se alegra con una alegría sobrenatural. La Eucaristía
permite al alma no solo saciar su hambre de Dios y su sed de Divino Amor, sino
que le permite poseer a Dios Hijo en Persona y alegrarse y gozarse en esta
posesión, con una alegría y un gozo que no son de este mundo.
Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Así como
el corazón es el órgano vital por excelencia, puesto que de su bombeo de sangre
depende la vida del organismo, así la Eucaristía es el corazón de la Iglesia,
puesto que es la Fuente Increada de gracia por la cual el organismo místico que
es la Iglesia recibe la vida divina. La Eucaristía es a la Iglesia lo que el
corazón al cuerpo, es el corazón de la Iglesia y así como un cuerpo no puede
subsistir sin corazón, así la Iglesia no puede subsistir sin la Eucaristía. Si alguien
quitara el corazón a un hombre, éste sucumbiría inmediatamente; de la misma
manera, si alguien quitara a la Iglesia la Eucaristía, por ejemplo, cambiando
las palabras de la consagración, de manera que ya no hubiera el milagro de la
transubstanciación, la Iglesia sucumbiría inmediatamente, porque se quedaría
sin su Fuente de Vida divina. Así como el corazón, con su latir continuo, envía
sangre y con la sangre los nutrientes y el oxígeno que mantienen con vida los órganos del cuerpo, así también la
Eucaristía, Corazón de la Iglesia, late continuamente y en cada latido envía la
vida para los miembros de la Iglesia, que es la gracia santificante. Por último,
así como el corazón es la sede del amor en el hombre, de manera que sus latidos
reflejan su estado afectivo, así también la Eucaristía, con los latidos de amor
del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, reflejan el Divino Amor que Dios
experimenta por los hombres.
Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Siendo
la Eucaristía la Persona misma del Verbo divino del Padre, encarnado y Presente
con su humanidad glorificada y su divinidad glorificante, oculto en apariencia
de pan, es por esto mismo el centro del universo, tanto material como
espiritual, porque Cristo Dios es el Sol de justicia divina alrededor del cual
giran las almas de los bienaventurados, así como los planetas giran alrededor
del sol. Y del mismo modo a como un planeta, cuando está más cerca del sol,
tanto más calor y luz recibe, y con el calor y la luz la vida, tal como sucede
con la tierra, de la misma manera, un alma, cuanto más cerca está de Jesús
Eucaristía, tanto más recibe de Jesús Eucaristía lo que Él es y tiene para dar:
la luz divina, el calor del Divino Amor y la Vida divina que emanan de su Acto
de ser divino como de su Fuente inagotable. La Eucaristía es así el centro del
universo, tanto visible como invisible, de manera tal que con sus rayos divinos
alcanza a todos los rincones de este universo, dando a las almas
bienaventuradas la felicidad y la dicha eternas y a los hombres que peregrinan
en la vida terrena, la gracia santificante que los conducirá al cielo, recibiendo
también de estos rayos benéficos que parten de la Eucaristía las benditas almas
del Purgatorio, que ven así aliviadas sus penas. La Eucaristía es el centro de
la Iglesia Triunfante, de la Iglesia Militante y de la Iglesia Purgante y de ella
reciben sus benéficos rayos de gracia santificante.
Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En el sermón de la Montaña, Jesús
proclamas las Bienaventuranzas (cfr. Mt 5, 1-12), asegurando poseerá
el Reino de los cielos quien las viva. Las Bienaventuranzas, necesarias para
entrar en el Reino de los cielos, no son virtudes, aunque para vivirlas sean
necesarias las virtudes y la felicidad definitiva y la posesión del Reino no
consiste en la sola práctica heroica de las virtudes. En realidad, las
Bienaventuranzas son modos de participar a la Pasión de Jesús, son maneras que
el alma tiene para unirse a Jesús en su Pasión e imitarlo, puesto que Jesús es
el Primer Bienaventurado. Él es el puro de corazón, el perseguido por el reino,
etc., y son bienaventurados quienes participan, según su estado de vida, de las
Bienaventuranzas de Jesús. Si Jesús es el Bienaventurado, la Eucaristía es la
mayor de las Bienaventuranzas, porque Jesús es el Bienaventurado por
antonomasia. Quien se une a Jesús, ya desde esta vida terrena, por medio de la
Eucaristía, a Jesús, y participa de su Pasión, puede decirse que es ya un bienaventurado
en esta tierra, ya antes de serlo en el cielo. La mayor Bienaventuranza, para
un alma en esta vida, es la Eucaristía, por lo que la unión con Jesús
Eucaristía es un anticipo, en la tierra y en el tiempo, de la eterna
Bienaventuranza en el cielo.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.
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