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ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo
Rosario meditado en reparación por la comunión sacrílega de un transexual en
Argentina. La información relativa a tan lamentable hecho se puede verificar en
los siguientes enlaces:
Según se desprende de las noticias,
el pasado 19 de abril de 2018 un conocido transexual de Argentina cometió un
sacrilegio eucarístico en la televisión en vivo. La ocasión fue la fiesta de
San Expedito, un mártir armenio que es especialmente venerado en las afueras de
Buenos Aires con misas al aire libre. El transexual se acercó a una mujer
ministro de la Eucaristía y le pidió la comunión y aunque la conductora y otros
hombres en el estudio de televisión trataron de detenerlo, advirtiéndole que no
lo haga porque uno debe confesarse y estar en un estado de gracia para recibir
la Comunión, el individuo, sin tener en cuenta las advertencias, hizo un gesto
al ministro, diciendo sarcásticamente “Bueno, voy a recibirla [Comunión]. No sé
cuán libre estoy de pecado, tal vez le dije una pequeña mentira”. Luego de
recibir la comunión, el transexual dice burlonamente: “¡Bueno, vamos a ver si
me desintegro!”.
Pediremos
por la conversión de quien cometió este acto sacrílego, como así también
nuestra propia conversión, la de nuestros seres queridos y por todo el mundo.
Canto
inicial: “Alabado sea el Santísimo
Sacramento del altar”.
Oración
inicial: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Enunciación
del Primer Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
Para
recibir la gracia santificante se necesita, como primera condición, es la fe
sobrenatural; es el primer paso que lleva a la gracia y sin ella nada podemos
hacer[1].
Es la raíz de la que brota todo lo necesario para adquirir la gracia[2].
La fe es necesaria para buscar y hallar la gracia; es necesaria para conocer su
valor inestimable y para desearla; para saber dónde buscarla y encontrarla.
Ahora bien, la fe que se necesita para conocer la grandeza y la belleza de la
gracia divina no es una fe cualquiera; no es una fe puramente humana: es una fe
sobrenatural y divina. El motivo es que nuestra razón natural, por los límites
propios de la naturaleza humana, no nos proporciona, sino por lejanas
analogías, tanto la majestuosidad como la hermosura de la gracia divina. Lo que
la razón puede hacer es comparaciones con bienes terrenos perecederos, porque
eso es lo que naturalmente conoce, pero o puede ir más allá. Por sí misma, la
razón no es capaz de conducirnos a los bienes celestiales de la gracia divina.
Por la razón, construiríamos una religión puramente natural, en donde no
existiría el cielo ni mucho menos aparecería en nuestro horizonte espiritual el
introducirnos en el seno del Eterno Padre: construiríamos una religión
meramente natural, religión que trasladaría al más allá los placeres carnales y
terrenos y que por lo tanto permanecería en la miserable estrechez de nuestra
baja condición humana[3].
Sin la fe sobrenatural, nuestra religión sería una religión puramente natural,
invento de hombres y no creación del Hombre-Dios.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Segundo Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
La razón es del todo insuficiente para elevarnos a la
contemplación de la majestad y hermosura de la gracia. Si nos dejáramos guiar
por la razón natural, en nuestros corazones no surgiría nunca ni siquiera la
posibilidad de remontarnos, como el águila hacia el sol, para ingresar en el
seno del Eterno Padre. La razón natural sólo puede concebir una religión
natural, esto es, concebida según los estrechos límites y capacidades de la
naturaleza humana. Pero al igual que sucede en el cosmos, que al finalizar la
noche aparece la estrella luciente de la mañana que indica la llegada del sol y
con él el nuevo día, de la misma manera la fe, al igual que la estrella de la
mañana, luce en esta noche de la razón terrena de manera que sea el mismo Dios
quien nos revele los misterios de la gracia, haciendo surgir en nuestro
interior una imagen de su hermosura, al tiempo que coloca en nuestra alma un
deseo inefable de poseer esa belleza que es la gracia santificante. De esta
manera, la fe nos despierta del sueño de la razón y nos introduce en el
esplendor del Sol de justicia que ilumina el Nuevo Día que así brota en el
alma, la vida de la fe, que nos estimula a desear, conquistar y conservar la
gracia.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Tercer Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
Muchos,
cuando piensan terrenal y carnalmente, suspiran por los tesoros de la tierra y
anhelan encontrar un mapa del tesoro, una vía que los haga descubrir cuáles son
los objetos y bienes más preciados de la tierra, como el oro y la plata. Sin embargo,
esos bienes son menos que el polvo y el barro cuando se los compara con la
gracia sobrenatural, el verdadero y único bien celestial y sobrenatural que el
hombre debe procurar para sí y para sus hermanos, si es que de veras los ama. Y
la clave de bóveda, o el mapa para llegar al tesoro escondido, o la llave que
abre el tesoro del mayor bien que puede obtener el hombre en esta vida, es la
fe sobrenatural, por eso hay que pedirla como lo que es, un don inefable del Amor
de Dios. Por lo tanto, los cristianos, que poseemos la fe como en germen por el
bautismo, debemos esforzarnos por conservarla y acrecentarla, ya que es el
camino libre y despejado hacia el tesoro de la gracia santificante[4].
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Cuarto Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
Con mucha frecuencia y aun sin motivos razonables
suficientes, damos crédito a cualquier cosa que –según suponemos- puede
concedernos la dicha o el honor. En no pocas ocasiones, cada cual tiene por
verdadero no lo que es verdadero en sí, sino lo que cada uno elige que sea
verdadero, aun sin serlo. Cada cual elige lo que lo halaga en su vanidad, lo
que lo enaltece en su vanagloria y en su amor propio y admite promesas de
hombres viles que no tienen ni el deseo ni la capacidad de cumplirlas. Si creemos
con prontitud cosas que no son veraces, ni útiles, porque solo satisfacen
nuestro orgullo y amor propio, y ni siquiera pueden ser realizadas, porque quien
nos las promete ni quiere ni puede cumplirlas, ¿por qué entonces no creemos con
prontitud y alegría lo que se nos dice con respecto a la gracia, en cuanto que
es un gran honor y nos proporciona un gozo sobrehumano? ¿No es acaso un gran
orgullo el ser hijos adoptivos de Dios? ¿Por qué somos reacios a creer en las
bondades, majestuosidades y felicidades sin fin que nos trae la gracia, por el
solo hecho de hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad, Dios
Bendito por los siglos? ¿No nos corresponde a nosotros el reproche dirigido por
Jesús a los discípulos de Emaús, antes de que éstos lo reconocieran como
resucitado: “Hombres tardos de entendimiento, ¡cuánto os cuesta creer lo que os
enseña la Santa Madre Iglesia!”? (cfr. Lc
24, 25).
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Quinto Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
Nuestra
fe en los esplendores de la gracia no es vana ni carente de fundamento; por el
contrario, es nada menos que la autoridad de Dios la que nos revela sus
maravillas y promete que nos las habrá de comunicar. Por esa razón, mediante
una fe sincera y leal, debemos y podemos aceptar las grandes y preciosas
promesas de la gracia hechas por Dios. La fe en la Palabra de Dios no es un
simple sentimiento sino “la substancia”, es decir, es ya “una posesión real de las
cosas que esperamos, una prueba de aquellas que no son manifiestas”[5],
porque en Dios las aprehendemos con mayor seguridad y firmeza que si las
viéramos con nuestros propios ojos y las tocáramos con las manos. Esto es lo
que dicen los santos, como Santa Teresa, quien afirmó que ella no envidiaba a
los que habían visto al Salvador con sus ojos, pues lo veía de una manera viva
con los ojos de la fe en el Santísimo Sacramento del altar. Si la fe es, como
nos dice la Iglesia, la posesión real de aquello en lo que se cree, entonces
los cristianos somos los hombres más dichosos del mundo, aun en medio de las
tribulaciones de la vida y las persecuciones, porque por la fe poseemos al Hombre-Dios
Jesucristo que, por la Eucaristía, viene a nuestros pobres corazones.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y
te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los
Ángeles”.
[1] Cfr. Concilio de Trento, Ses. VI. c. 6.
[2] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Las maravillas de la Gracia divina, Ediciones Desclée de Brower,
Buenos Aires 1945, 231.
[3] Cfr. Scheeben, o. c., 231.
[4] Cfr. Scheeben, Las maravillas, 231.
[5] Cfr. Heb 11, 1.
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