Inicio: ofrecemos
esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la
profanación de un sagrario ocurrida en Brasil en Enero de 2018. La información
relativa al triste hecho se puede encontrar en el siguiente enlace:
Como siempre lo hacemos, pediremos por
quienes perpetraron este sacrilegio, por su conversión, como así también
nuestra propia conversión, la de nuestros seres queridos y por todo el mundo.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
"Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.
Meditación.
El mandamiento más importante de todos, y en el que está
contenida y resumida toda la Ley Nueva de la caridad de Jesucristo, es el
primero, en el que se manda “amar a Dios y al prójimo como a uno mismo”. Ahora
bien, puesto que se trata de un mandamiento nuevo, en el sentido de que el amor
con el que se debe amar a Dios, al prójimo y a uno mismo, no es el mero amor
humano, como en el Antiguo Testamento, sino con el Amor de Cristo, que es el
Amor de Dios, el Espíritu Santo –en esto radica la novedad del mandamiento de
la caridad de Jesús-, es imposible cumplirlo, sino se recibe un Amor
proporcionado al mandamiento. Y ese Amor proporcionado al mandamiento, es el
Amor que arde en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús; es el Divino Amor, el
Espíritu Santo, el Amor con el cual el Padre ama al Hijo y el Hijo ama al Padre
desde la eternidad. Es por este motivo que solo por la Eucaristía es que el alma
es capaz de cumplir este mandamiento de la caridad, porque es a través de la
Eucaristía que, por la comunión eucarística, el alma recibe el Amor celestial,
el Espíritu Santo, que lo hace capaz de cumplir con creces el mandamiento de la
caridad, con lo cual se vuelve “perfecto, como el Padre del cielo, que es
perfecto”. Si la vida cristiana consiste en vivir el Primer Mandamiento, es en
la Eucaristía, “Sacramento del Amor” [1],
en donde el cristiano encuentra el Ser Divino del cual brota el Divino Amor que
hace que el cumplimiento de esa vida no sea una mera utopía sino verdaderamente
real y eficaz.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Al recibir la Eucaristía por la comunión sacramental, la
Eucaristía realiza la caridad, el amor sobrenatural, en el alma del cristiano
que comulga en gracia, con fe, con piedad y con amor. Esta “realización” de la
caridad significa que el alma del cristiano recibe, o más bien se hace
partícipe, de un nuevo modo de amar, el modo de amar de Dios mismo, puesto que
recibe a la Persona-Amor de la Trinidad, el Espíritu Santo, donado por el
Cristo Eucarístico.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El
hombre, con sus solas fuerzas naturales, nunca podrá construir una civilización
en la que el amor de caridad sea la amalgama social y la razón es que, además
de estar manchado por el pecado original, sus fuerzas humanas simplemente son
insuficientes para esa tarea. Sin embargo, Dios viene en nuestra ayuda,
concediéndonos aquello que hará posible que toda la humanidad, unida en una
sola Fe, en una sola Iglesia y en un solo Credo –la Fe, la Iglesia y el Credo
católicos-, viva en un estado de paz y de armonía jamás conocidos: la
Eucaristía. La Eucaristía es “signo de unidad” y “vínculo de caridad”[2]:
unidad, porque une a los hombres, por medio del Cuerpo de Cristo, a Dios Padre,
ya que Cristo es el Único Camino al Padre (cfr. Jn 14, 6); es vínculo de caridad, porque así como el cuerpo humano
está animado y vivificado por el alma espiritual, así los miembros que forman
el Cuerpo de Cristo, los bautizados en la Iglesia Católica, están animados por el
Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo, el Divino Amor. Y así como “el Cuerpo de
Cristo crucificado abate el muro de odio que separa a judíos y gentiles” (cfr. Ef 2, 14), así el Cuerpo de Cristo
sacramentado, la Eucaristía, une a judíos y gentiles en el Amor de Dios. Por la
Eucaristía, los hombres reciben al Espíritu Santo que los une al Padre y es
esto lo que los convierte en verdaderos hermanos. Solo de esta manera, es
decir, por medio de la Eucaristía, podrá la humanidad encontrar la paz y el
Amor que solo Dios puede conceder. Sin Eucaristía, no hay fraternidad humana
posible; con la Eucaristía, es posible amar, en el Amor de Dios, a todo hombre[3],
incluidos aquellos que son nuestros enemigos.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El Hombre-Dios Jesucristo se dona a sí mismo con todo el
Amor de su Sagrado Corazón en la Cruz, pero también, anticipadamente, lo hace
en la Última Cena, en el ámbito de un banquete. Jesús, que junto al Padre dona
el Espíritu Santo, se entrega el Jueves Santo bajo la apariencia de pan y vino
y lo hace por el mismo motivo por el que viene a nosotros como Niño recién
nacido y como Hombre crucificado: así como nadie tiene temor en acercarse a un
niño recién nacido y a un hombre que agoniza en la cruz, así tampoco nadie
tiene temor en acercarse a algo que parece pan, pero no lo es. De esta manera,
el hombre no tiene ninguna excusa para no acercarse a Dios, o para afirmar que
tiene “miedo” de Dios, porque Dios viene al hombre como un niño indefenso, como
un hombre indefenso y agonizante en la cruz y como apariencia de pan y de vino.
Además, en la Eucaristía se agrega el aspecto del convivium fraterno que le proporciona al hombre el compartir la
mesa y los alimentos con sus amigos[4]. Pero la Eucaristía es mucho más que un
banquete fraterno: es la renovación, incruenta y sacramental, del Santo
Sacrificio de la Cruz, sacrificio que actualiza, bajo apariencia de pan y vino,
el don del Amor del Sagrado Corazón de Jesús. Y de un modo análogo, a como el pan y el vino satisfacen el apetito del
hombre, así la Eucaristía, el Pan Vivo bajado del cielo y el Vino de la Alianza
Nueva y eterna, extra-colma el apetito de Amor, de Vida, de Paz, de Justicia,
de Alegría, que tiene el hombre, porque lo que se dona en la Eucaristía es el
mismo Ser divino trinitario, del cual brotan todos estos dones que colman al
hombre.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En la liturgia eucarística es “esencial e inmutable el
carácter de “sacrum” de la Eucaristía”[5],
en cuanto es un misterio sobrenatural absoluto que proviene del seno mismo de
Dios Uno y Trino. Fue Jesús mismo, el Redentor de los hombres, el que instituyó
la Eucaristía como “Mysterium” el Jueves Santo, en el cenáculo, durante la
Última Cena[6].
La Misa es una “acción santa y sagrada”[7]
porque el Sacerdote Sumo y Eterno (cfr. Heb
3, 1; 4, 15), que ofrece el sacrificio del altar, el sacrificio de la Nueva Alianza,
a través del sacerdote ministerial[8],
es Jesucristo, el Hombre-Dios, la Segunda Persona de la Trinidad y por lo
tanto, la Santidad Increada en sí misma. Es “santa y sagrada” porque en ella
actúa Jesucristo, el Cordero de Dios, cuya Humanidad santísima fue ungida por
el Espíritu Santo (cfr. Hch 10, 38; Lc 4, 18) en el instante mismo de la
concepción, Humanidad que, gloriosa, se encuentra unida a la Segunda Persona de
la Trinidad en la Eucaristía y que comunica de su gracia santificante a quien
lo recibe, por la comunión sacramental, en estado de gracia, con fe y con amor.
La Eucaristía es “santa y sagrada” porque “el oferente y el ofrecido, el
consagrante y el consagrado”[9] es
Cristo Dios, el Verbo Eterno del Padre encarnado y operante a través del
sacerdote ministerial. En la Santa Misa se confecciona el Santísimo Sacramento del
altar, la Eucaristía, que contiene el Ser trinitario divino, que es la Santidad
Increada en sí misma y esa es la razón por la cual es, por antonomasia, la “acción
santa y sagrada”[10],
por la cual se comunica la santidad y lo sagrado por antonomasia, el Cuerpo y
la Sangre del Cordero de Dios, a los fieles que participan de la Cena del Señor.
No hay acción más agradable a Dios Trino que la Eucaristía, porque en ella, el
que se ofrece como Víctima expiatoria, el que ofrece la Acción de gracias y el
que adora y ama a la Trinidad es el Hijo de Dios, Cristo Dios. Y es por esta
acción “santa y sagrada”, don trinitario por excelencia al hombre viador y
pecador, que debemos postrarnos en acción de gracias y adoración, en el tiempo
y en la eternidad.
Oración final: “Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
"Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Postrado a vuestros pies,
humildemente”.
[1] Cfr. Juan Pablo II, Carta Dominicae
Cenae a todos los Obispos de la Iglesia sobre el Misterio y el Culto de la
Eucaristía, I, 5.
[2] 1 Cor 10, 17.
[3] Cfr. Dominicae Cenae, I, 6.
[4] Cfr. Juan Pablo II, Domincae
Cenae, I, 7.
[5] Cfr. ibidem, II, 8.
[6] Cfr. ibídem.
[7] Cfr. ibídem.
[8] Cfr. ibídem.
[9] Cfr. ibídem.
[10] Cfr. ibídem.
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