Los manifestantes de la marcha LGTB transportanto una imagen de la Virgen / Facebook
Inicio:
penosamente
asistimos a la enésima muestra de un laicismo ofensivo que, injustamente, ataca
a lo más preciado que poseemos los católicos. En este caso, se trata de una –horrible-
parodia, muy similar a la blasfema representación de la Virgen abortando, que
se hiciera ante la Catedral de San Miguel de Tucumán: ahora se trata de una
provocativa “procesión” en la que se transportó a una imagen de la Virgen
también abortando. Las informaciones relativas al penosísimo ultraje pueden ser
corroboradas en los siguientes enlaces:
Ofrecemos la Hora Santa y el rezo del
Santo Rosario meditado, en reparación por esta nueva ofensa contra la Madre de
Dios. Utilizaremos, para las meditaciones, algunos extractos del libro de San
Luis María Grignon de Montfort “El secreto de María”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.
Meditación.
Estamos en esta vida terrena solo para una cosa: para
santificarnos por medio de la gracia, obtenida para nosotros por Jesucristo, a
través de su Sacrificio cruento en la Cruz, y así ganar el Cielo, evitando la
eterna condenación. Al haber sido creados a imagen y semejanza de Dios y
redimidos por la Sangre de Jesucristo, lo que Dios quiere de nosotros no es que
simplemente seamos “buenos”, sino que seamos “santos”, lo cual es ser buenos
pero con la bondad divina y no meramente con la bondad humana. Lo que Dios
quiere es que lo imitemos en su bondad divina, en su santidad, de manera que,
participando por la gracia de su santidad en esta vida, luego seamos partícipes
de su gloria en la eternidad[1]. Cuando
el alma se decide a vivir la vida de la gracia, esto es, a vivir en la
santidad, se produce un cambio notable, según los santos: “el polvo se trueca
en oro, la tiniebla en luz, el pecado en santidad, la creatura en su Creador y
el hombre en Dios”[2].
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Ahora
bien, esta obra admirable de la santificación de la creatura, es del todo
imposible de lograr para el hombre –o incluso para el ángel- con sus propias
fuerzas: nadie sino Dios, con su gracia extraordinaria, puede realizarla,
siendo la obra de la santificación de las almas más grandiosa aun que la grandiosa
creación del universo visible e invisible. La santificación se logra por la
humildad de corazón, oración continua, vida conforme al Evangelio, confianza en
la Providencia, conformidad con la voluntad divina, pero para poder alcanzar y
vivir de esta manera, como hijos de la luz, se necesita de modo indispensable de
la gracia santificante[3].
Dios no niega a nadie su gracia, aunque no a todos se le concede en la misma
medida, sino que a cada uno le da lo que cada uno necesita para su eterna
salvación. Es decir, sin gracia, es imposible la santificación y sin
santificación, es imposible alcanzar el cielo. Solo con la gracia, que no es
negada a nadie por Dios, puede el alma santificarse en esta vida y recibir la
glorificación en el Reino de los cielos.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Afirman
los santos que, entonces, siendo la gracia la causa de la santificación, todo
se reduce a hallar un medio para conseguir la gracia que Dios quiere,
positivamente, darnos, para salvarnos, porque es como dice la Escritura: “Dios
quiere que todos se salven” (cfr. 1 Tim
2, 4). Los santos, como San Luis María, nos revelan un medio para conseguir la
gracia del modo más seguro posible y es el de acudir a María: “Para encontrar
la gracia, hay que encontrar a María”[4],
Mediadora de todas las gracias. Las razones por las cuales acudir a María son
varias: “solo María encontró gracia delante de Dios (Lc 1, 30) y no solo para
sí sino también para todos los hombres, pues era la Llena de gracia y esto a
diferencia de los patriarcas, profetas y santos del Antiguo Testamento que no
pudieron encontrarla”. Al dar María la vida humana a Aquel que es la Gracia
Increada y el Autor de toda gracia, es llamada “Madre de la gracia”[5]; María
fue concebida no solo como Inmaculada Concepción, sino también como Llena de
gracia, pues estaba destinada a ser la Virgen y Madre de Dios, por lo que Dios
le ha entregado a ella su propia voluntad salvadora, de manera que si es verdad
que “Dios quiere que todos se salven”, la Virgen también quiere que todos sus
hijos adoptivos se salven, y para eso no escatima en distribuir las gracias que
estos necesitan, para cumplir la voluntad salvífica de Dios.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Dios Uno y Trino creó a María como la Inmaculada Concepción
y la Llena de gracia, para que ella fuera Virgen y al mismo tiempo la Madre de
Dios Hijo encarnado. Este doble privilegio lo obtuvo María por ser estar ella
inhabitada por el Espíritu Santo, Quien la colmó de gracias desde el mismo
instante de su Concepción Purísima. Por esta razón, la Virgen fue elegida para
ser la “tesorera, administradora y dispensadora de todas sus gracias”[6],
de manera tal que cualquier gracia que Dios quiere conceder a los hombres, lo
hace por medio de María. No hay ninguna gracia, por pequeña o grande que sea,
que no pase por el Corazón de María y por sus manos purísimas. Según los santos[7], “la
Virgen ha recibido de Dios el poder de repartir a quien quiere, como quiere y
cuando quiere y cuanto quiere, las gracias del Padre, las virtudes del Hijo y
los dones del Espíritu Santo”[8].
Otra razón para acudir a María como Mediadora de todas las gracias, es el hecho
de que ella es Nuestra Madre celestial, habiéndonosla donado Jesús antes de
morir, en la persona de Juan, cuando el Redentor dijo a Juan: “Hijo, he ahí a
tu Madre”. Puesto que en Juan estábamos representados todos los hombres, desde
ese momento ella nos adoptó como hijos adoptivos muy amados suyos y desde
entonces vela por todos y cada uno de nosotros. Así como sucede en el orden
natural, en el que todo niño debe tener un padre y una madre, así en el orden
sobrenatural, los católicos, por el Bautismo sacramental, obtenemos un Padre
que nos adopta como hijos suyos, Dios Padre, y en el mismo momento, adquirimos
una Madre celestial, la Virgen, que se convierte en Nuestra Madre del Cielo. Y es
tan importante demostrar a la Virgen nuestro amor de hijos, que según San Luis
María, “quien no demuestre a la Virgen la ternura de un verdadero hijo, en vez
de tener a Dios Padre, tiene por dios a un demonio”[9].
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La Santísima Virgen María, siendo ella la Purísima
Concepción y la Llena de gracia, permaneciendo Virgen pues concibió al Verbo
Eterno del Padre no por obra humana sino por obra del Espíritu Santo, Dios, la
Tercera Persona de la Trinidad, dio a luz –milagrosamente- en Belén a la
Persona Segunda de la Trinidad, la cual se había encarnado en su seno purísimo
para adquirir un Cuerpo al cual ofrecer en sacrificio en la Cruz. Así, al dar a
luz a la Cabeza, Cristo Jesús –Dios Hijo proveniente del eterno Padre y nacido
en el tiempo de María Virgen-, la Virgen se convirtió en la beatísima y por
todos los siglos Santísima Madre de Dios. Pero también la Virgen da a luz al
Cuerpo Místico de la Cabeza, que es Cristo; esto es, la Virgen da a luz a los
miembros del Cuerpo Místico de Jesús, los bautizados en la Iglesia Católica, y
así se convierte en Madre de los miembros de Cristo. No solo dio a luz a la
Cabeza de los predestinados, Jesucristo, sino que da a luz también a los
miembros del Cuerpo de esa Cabeza, los católicos, de la misma manera a como una
madre no da a luz la cabeza sin los miembros, ni los miembros sin la cabeza. Por
esta razón, “quien quiera ser miembro auténtico de Jesucristo, lleno de gracia
y de verdad (Jn 1, 14), debe dejarse formar en María por la gracia, porque ella
es la Plena de gracia, gracia dada por Dios a la Virgen para que ella la
comunique en plenitud a los hijos suyos, los hijos de Dios”[10],
los hijos de la Virgen, los hijos de la luz.
Oración final: “Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
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