Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por las
múltiples ofensas contra el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo,
provenientes de todas partes del mundo. Las informaciones relativas a estos
ultrajes al Niño Dios, a la Virgen y a San José, se pueden encontrar en los
siguientes enlaces:
https://www.actuall.com/democracia/nueva-ofensa-los-cristianos-der-spiegel-se-mofa-jose-maria-jesus/;
https://www.aciprensa.com/noticias/obispo-critica-nacimiento-blasfemo-de-dos-san-jose-vestidos-de-rosado-12078;
https://www.actuall.com/laicismo/destruyen-las-imagenes-de-san-jose-jesus-y-la-virgen-en-una-iglesia-de-colombia/
https://www.actuall.com/laicismo/destruyen-las-imagenes-de-san-jose-jesus-y-la-virgen-en-una-iglesia-de-colombia/
Las meditaciones reparadoras del Santo Rosario
estarán constituidas por la transcripción literal de las visiones de santos y
místicos acerca del Nacimiento del Redentor.
Oración inicial: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.
Meditación.
Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo según María Valtorta[1]: “(…)
María levanta su cabeza como si de lo alto alguien la llamase, nuevamente se
pone de rodillas. ¡Oh, qué bello es aquí! Levanta su cabeza que parece brillar
con la luz blanca de la luna, y una sonrisa sobrehumana transforma su rostro.
¿Qué cosa está viendo? ¿Qué oyendo? ¿Qué cosa experimenta? Sólo Ella puede
decir lo que vio, sintió y experimentó en la hora dichosa de su Maternidad. Yo
sólo veo que a su alrededor la luz aumenta, aumenta, aumenta. Parece como si
bajara del cielo, parece como si manara de las pobres cosas que están a su
alrededor, sobre todo parece como si de Ella procediese. Su vestido azul
oscuro, ahora parece estar teñido de un suave color dorado, sus manos y su
rostro parecen tomar el azulino de un zafiro intensamente pálido puesto al
fuego. Este color, que me recuerda, aunque muy tenue, el que veo en las
visiones del santo paraíso, y el que vi en la visión de cuando vinieron los
Magos, se difunde cada vez más sobre todas las cosas, las viste, purifica, las
hace brillantes. La luz emana cada vez con más fuerza del cuerpo de María;
absorbe la de la luna, parece como que Ella atrajese hacia sí la que le pudiese
venir de lo alto. Ya es la Depositaria de la Luz. La que será la Luz del mundo.
Y esta beatífica, incalculable, inconmensurable, eterna, divina Luz que está
para darse, se anuncia con un alba, una alborada, un coro de átomos de luz que
aumentan, aumentan cual marea, que suben, que suben cual incienso, que bajan
como una avenida, que se esparcen cual un velo… La bóveda, llena de agujeros,
telarañas, escombros que por milagro se balancean en el aire y no se caen; la
bóveda negra, llena de humo, apestosa, parece la bóveda de una sala real.
Cualquier piedra es un macizo de plata, cualquier agujero un brillar de ópalos,
cualquier telaraña un preciosismo baldaquín tejido de plata y diamantes. Una
lagartija que está entre dos piedras, parece un collar de esmeraldas que alguna
reina dejara allí; y unos murciélagos que descansan parecen una hoguera
preciosa de ónix. El heno que sale de la parte superior del pesebre, no es más
hierba, es hilo de plata y plata pura que se balancea en el aire cual se mece
una cabellera suelta. El pesebre es, en su madera negra, un bloque de plata
bruñida. Las paredes están cubiertas con un brocado en que el candor de la seda
desaparece ante el recamo de perlas en relieve; y el suelo… ¿ qué es ahora? Un
cristal encendido con luz blanca; los salientes parecen rosas de luz tiradas
como homenaje a él; y los hoyos, copas preciosas de las que broten aromas y
perfumes. La luz crece cada vez más. Es irresistible a los ojos. En medio de
ella desaparece, como absorbida por un velo de incandescencia, la Virgen… y de
ella emerge la Madre. Sí. Cuando soy capaz de ver nuevamente la luz, veo a
María con su Hijo recién nacido entre los brazos. Un Pequeñín, de color rosado
y gordito, que gesticula y mueve Sus manitas gorditas como capullo de rosa, y
Sus piecitos que podrían estar en la corola de una rosa; que llora con una
vocecita trémula, como la de un corderito que acaba de nacer, abriendo Su boquita
que parece una fresa selvática y que enseña una lengüita que se mueve contra el
paladar rosado; que mueve Su cabecita tan rubia que parece como si no tuviese
ni un cabello, una cabecita redonda que la Mamá sostiene en la palma de su
mano, mientras mira a su Hijito, y lo adora ya sonriendo, ya llorando; se
inclina a besarlo no sobre Su cabecita, sino sobre Su pecho, donde palpita Su
corazoncito, que palpita por nosotros… allí donde un día recibirá la lanzada.
Se la cura de antemano Su Mamita con un beso inmaculado”.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Visión de la Natividad del Señor según Ana Catalina Emmerich[2]: “He
visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más deslumbrante,
de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no eran ya visibles.
María, con su amplio vestido desceñido, estaba arrodillada con la cara vuelta
hacia Oriente. Llegada la medianoche la vi arrebatada en éxtasis, suspendida en
el pecho. El resplandor en torno a ella crecía por momentos. Toda la naturaleza
parecía sentir una emoción de júbilo, hasta los seres inanimados. La roca de
que estaban formados el suelo y el atrio parecía palpitar bajo la luz intensa
que los envolvía. Luego ya no vi más la bóveda. Una estela luminosa, que
aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María hasta lo más alto de los
cielos. Allá arriba había un movimiento maravilloso de glorias celestiales, que
se acercaban a la Tierra, y aparecieron con claridad seis coros de ángeles
celestiales. La Virgen Santísima, levantada de la tierra en medio del éxtasis,
oraba y bajaba las miradas sobre su Dios, de quien se había convertido en Madre.
El Verbo eterno, débil Niño, estaba acostado en el suelo delante de María”. “Vi
a Nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo luminoso, cuyo brillo
eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una alfombrita ante las
rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que iba creciendo ante mis ojos;
pero todo esto era la irradiación de una luz tan potente y deslumbradora que no
puedo explicar cómo pude mirarla. La Virgen permaneció algún tiempo en éxtasis;
luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo y sin tomarlo aún en sus brazos.
Poco tiempo después vi al Niño que se movía y le oí llorar. En ese momento fue
cuando María pareció volver en sí misma y, tomando al Niño, lo envolvió en el
paño con que lo había cubierto y lo tuvo en sus brazos, estrechándole contra su
pecho. Se sentó, ocultándose toda ella con el Niño bajo su amplio velo, y creo
que le dio el pecho. Vi entonces que los ángeles, en forma humana, se hincaban
delante del Niño recién nacido para adorarlo. Cuando había transcurrido una
hora desde el nacimiento del Niño Jesús, María llamó a José, que estaba aún
orando con el rostro pegado a la tierra. Se acercó, lleno de júbilo, de
humildad y de fervor. Sólo cuando María le pidió que apretase contra su corazón
el Don Sagrado del Altísimo, se levantó José, recibió al Niño entre sus brazos,
y derramando lágrimas de pura alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido
del Cielo”.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Relato
del Nacimiento de Jesús narrado por la Virgen al Padre Gobbi[3]: “Hijos
predilectos, vivid Conmigo en el silencio y en la oración la anhelante hora de
la vigilia. Caminad con mi castísimo esposo José y con vuestra Madre Celeste
por el largo camino, que de Nazareth nos conduce a Belén. Sentid también
vosotros la fatiga del viaje, el cansancio que se apodera de nosotros, la
confianza que nos guía, la oración que acompaña cada paso, mientras una
felicidad sobrehumana llena nuestros corazones, unidos ahora en comunión
perfecta con el corazón del Padre Celeste, que está a punto de abrirse al don
de su Hijo Unigénito. No nos turba el rumor de la numerosa caravana, ni el
desconsuelo se apodera de nosotros al ver que todas las puertas se cierran a
nuestra petición de ser acogidos. La mano piadosa de un pastor nos indica una
pobre Gruta, que se abre al mayor y divino prodigio. Está a punto de nacer a su
vida humana el Hijo Unigénito del Padre. Está a punto de descender sobre el
mundo su Amor Misericordioso, hecho hombre en el Hijo que nace de Mí, su Madre
Virgen. Después de largos siglos de espera y de orante imploración, finalmente
llega a vosotros vuestro Salvador y Redentor. Es la noche santa. Es el alba que
surge sobre el nuevo día de vuestra salvación. La Virgen y el Niño 2Es la Luz
que resplandece en la tiniebla profunda de toda la historia. Mi esposo José
trata de hacer mas hospitalaria la gélida Gruta y se afana para transformar en
cuna un pobre pesebre. Yo estoy absorta en una intensa oración y entro en
éxtasis con el Padre Celeste, que me envuelve con su luz y con su amor me llena
de su plenitud de vida y bienaventuranza, mientras el Paraíso, con todas sus
milicias Angélicas, se postra en acto de adoración profunda. Cuando salgo de
este éxtasis, me encuentro entre los brazos a mi Divino Niño, milagrosamente
nacido de Mí, su Madre Virgen. Lo estrecho a mi Corazón, lo recubro de tiernos
besos, lo caliento con mi amor de madre, lo envuelvo en blancos pañales, lo
deposito en el pesebre ya preparado. Mi Dios está todo presente en este Mi
Niño. La Misericordia del Padre se transparenta en el recién nacido, que emite
sus primeros gemidos de llanto. La Divina Misericordia os ha dado su fruto: postrémonos
juntos y adoremos al Amor Misericordioso que ha nacido por nosotros. Miremos
juntos sus ojos, que se abren para traer sobre el mundo la luz de la Verdad y
de Divina Sabiduría. Enjuguemos juntos sus lágrimas, que descienden para
compadecerse de todo sufrimiento, para lavar toda mancha de pecado y de mal,
para cerrar toda herida, para dar alivio a todos los oprimidos, para hacer
descender la esperada rociada sobre el gélido desierto del mundo. Estrechemos
juntos sus manos, que se abren para llevar la caricia del Padre sobre las
humanas miserias, para dar ayuda a los pobres y a los pequeños, apoyo a los
débiles, confianza a los desalentados, perdón a los pecadores, salud a los
enfermos, a todos el don de la Redención y de la Salvación. Calentemos juntos
sus pies, que seguirán caminos áridos e inseguros, para buscar a los
extraviados, encontrar a los perdidos, dar esperanza a los desesperados, para
llevar la libertar a los presos y la buena nueva a los pobres. Besemos juntos
su pequeño corazón, que apenas ha comenzado a latir de amor por nosotros. Es el
corazón mismo de Dios. Es el corazón del Hijo Unigénito del Padre que se hace
Hombre para devolver a Dios la humanidad por Él redimida y salvada. Es el
corazón que late para renovar el corazón de toda criatura. Es el corazón nuevo
del mundo. Es el Amor Misericordioso que desciendo del seno del Padre, para
llevar a toda la humanidad la Redención, la Salvación y la Paz. Acogedlo con
amor, con alegría y con felicidad inmensa. Y elévese de vuestro corazón el
himno de la perenne gratitud por este Niño, que os ha sido dado virginalmente
por Mi que, en esta Noche Santa, me convierto para todos en la Madre de la
Divina Misericordia”.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Visiones y revelaciones relacionadas con el Nacimiento de
Nuestro Señor Jesucristo según María de Jesús de Ágreda[4]: “Nace
Cristo nuestro bien de María Virgen en Belén de Judea. Declaróle el Altísimo a
su Madre Virgen cómo era tiempo de salir al mundo de su virginal tálamo, y el
modo cómo esto había de ser cumplido y ejecutado. Y conoció la prudentísima
Señora en esta visión las razones y fines altísimos de tan admirables obras y
sacramentos, así de parte del mismo Señor, como de lo que tocaba a las
criaturas, para quien se ordenaban inmediatamente. Postróse ante el trono real
de la divinidad y, dándole gloria y magnificencia, gracias y alabanzas por sí y
las que todas las criaturas le debían por tan inefable misericordia y dignación
de su inmenso amor, pidió a Su Majestad nueva luz y gracia para obrar
dignamente en el servicio, obsequio, educación del Verbo humanado, que había de
recibir en sus brazos y alimentar con su virginal leche. Ésta petición hizo la
divina Madre con humildad profundísima, como quien entendía la alteza de tan
nuevo sacramento, cuál era el criar y tratar como madre a Dios hecho hombre, y
porque se juzgaba indigna de tal oficio, para cuyo cumplimiento los supremos
serafines eran insuficientes. Prudente y humildemente lo pensaba y pesaba la
Madre de la sabiduría (Eclo 24, 24),
y porque se humilló hasta el polvo y se deshizo toda en presencia del Altísimo,
la levantó Su Majestad y de nuevo la dio título de Madre suya, y la mandó que
como Madre legítima y verdadera ejercitase este oficio y ministerio: que le
tratase como a Hijo del eterno Padre y juntamente Hijo de sus entrañas. Y todo
se le pudo fiar a tal Madre, en que encierro todo lo que no puedo explicar con
más palabras. Estuvo María santísima en este rapto y visión beatífica más de
una hora inmediata a su divino parto; y al mismo tiempo que salía de ella y
volvía en sus sentidos, reconoció y vio que el cuerpo del niño Dios se movía en
su virginal vientre, soltándose y despidiéndose de aquel natural lugar donde
había estado nueve meses, y se encaminaba a salir de aquel sagrado tálamo. Este
movimiento del niño no sólo no causó en la Virgen Madre dolor y pena, como
sucede a las demás hijas de Adán y Eva en sus partos, pero antes la renovó toda
en júbilo y alegría incomparable, causando en su alma y cuerpo virgíneo efectos
tan divinos y levantados, que sobrepujan y exceden a todo pensamiento criado.
Quedó en el cuerpo tan espiritualizada, tan hermosa y refulgente, que no
parecía criatura humana y terrena: el rostro despedía rayos de luz como un sol
entre color encarnado bellísimo, el semblante gravísimo con admirable majestad
y el afecto inflamado y fervoroso. Estaba puesta de rodillas en el pesebre, los
ojos levantados al cielo, las manos juntas y llegadas al pecho, el espíritu
elevado en la divinidad y toda ella deificada. Y con esta disposición, en el
término de aquel divino rapto, dio al mundo la eminentísima Señora al Unigénito
del Padre y suyo (Lc 2, 7) y nuestro
Salvador Jesús, Dios y hombre verdadero, a la hora de media noche, día de
domingo, y el año de la creación del mundo, que la Iglesia romana enseña, de
cinco mil ciento noventa y nueve; que esta cuenta se me ha declarado es la cierta
y verdadera.
Silencio para
meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Relato del Nacimiento de Jesús narrado por la Virgen a
Gladys Motta[5]:
“Hija, hoy te revelaré el nacimiento de mi amado y dulcísimo Hijo. Salió de mi
vientre de la misma manera que fue introducido, quiero decir, sin ser tocado.
Nació impulsado por el Espíritu del Señor Todopoderoso. No sentí ningún dolor,
sólo sentí que mi vientre se abría y se cerraba, mas fue sólo una sensación,
porque no me quedó rastro alguno, quedando Yo intacta como antes. Ese fue su
maravilloso nacimiento, por la Gracia de Dios Padre”.
Oración final: “Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Tu scendi dalle stelle”.
[1] Escrito el 6 de junio de 1944; cfr.
http://www.reinadelcielo.org/visiones-de-navidad-de-maria-valtorta-italia-1944/
[3] Del libro A los sacerdotes, hijos predilectos de la
Santísima Virgen, Dongo, Lago di Como, mensaje del 24 de diciembre de 1995;
cfr. http://www.reinadelcielo.org/relato-del-nacimiento-de-jesus-narrado-por-la-virgen-padre-gobbi/
[4] Ciudad Mística de Dios, Cap. 10, 474; cfr. http://www.reinadelcielo.org/vision-del-nacimiento-de-jesus-por-maria-de-jesus-de-agreda/
[5] Bajo la
advocación de María del Rosario de San Nicolás, mensaje n° 759 del 23/12/85, p.
303 edición 1997 del Movimiento Mariano de San Nicolás; cfr. http://www.reinadelcielo.org/relato-del-nacimiento-por-gladys-quiroga-de-motta/
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