Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en honor al Sagrado Corazón Eucarístico de
Jesús[1].
Oración
inicial: "Dios mío, yo creo, espero,
te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te
adoran, ni te aman" (tres veces).
“Santísima Trinidad,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el
Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén".
Canto
inicial: "Cristianos, venid,
cristianos, llegad, a adorar a Cristo, que está en el altar”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
Jesús,
en el Evangelio, nos dice: “He aquí que estoy a la puerta y llamo; si alguno me
abre, entraré en él y cenaré con él y él conmigo” (Ap ). Este fragmento se cumple cabalmente por la Santa Misa, porque
desde la Eucaristía, Jesús golpea a las puertas de nuestros corazones y quiere
entrar en ellos, para darnos su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad y todo
el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, para que nosotros a su vez le demos
las migajas de nuestro amor. Se trata de un misterio insondable: ¡el Dios del
Amor, que se dona a sí mismo como Pan de Vida eterna pide, como si fuera un
mendigo, las míseras migajas de nuestro amor humano! Tal como lo hiciera la
Sagrada Familia antes del Nacimiento, que mendigando el amor de los hombres
golpeaba a las puertas de las ricas posadas de Belén, sin obtener respuesta,
así Nuestro Señor Jesucristo, desde el sagrario, llama a las puertas de
nuestros corazones, para mendigar nuestro amor, para que nos dignemos a abrirle
nuestros corazones y lo hagamos entrar, ¡y cuán escasa respuesta encuentra!
¡Cuánta ceguera la nuestra, porque corremos y nos afanamos por los amores
mundanos, pero dejamos al Amor de los amores, Cristo Eucaristía, en las puertas
de nuestros corazones, sin abrirlas para dejarlo entrar, privándonos así del
Don del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, el Amor de Dios, el Espíritu
Santo!
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Jesús Eucaristía es la “luz del mundo”, es el Dios que es la
Luz Increada, que ilumina a quien se le acerca con fe y con amor y, al mismo
tiempo que lo ilumina, le comunica su vida, la Vida divina que como Dios Hijo
posee desde la eternidad. Quien se acerca a Jesús Eucaristía, recibe de Él una
vida nueva, la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios, la vida de los
hijos de la luz, porque Él es la Luz Eterna que proviene de la Luz Eterna, que
es el Padre. Jesús Eucaristía quiere que nos acerquemos a Él por la adoración,
por la fe y el amor, para que así pueda Él iluminarnos con su luz, disipar las
tinieblas de nuestros corazones, encenderlos en el fuego de su Amor y hacerlos
vibrar con los dulces latidos de su Corazón, el Corazón de un Dios que “se ha
enamorado de nosotros”, como dice Moisés en el desierto: “Dios se ha prendado
de vosotros”, y ese Dios “prendado”, enamorado de nosotros, es Jesús
Eucaristía, que sólo desea darnos su Amor y nada más que su Amor, la totalidad de este Amor, infinito y eterno,
que por infinito y eterno, es incomprensible para nosotros. Adorar la
Eucaristía es amar al Amor, que nos ha amado primero. ¿Correspondemos a este
llamado de amor, que es la Adoración Eucarística? ¿Adoramos, es decir, amamos,
a Jesús Eucaristía, cuando hacemos adoración? ¿O sólo nos quedamos envueltos en
nuestros propios pensamientos y en nuestras propias preocupaciones? Cuando
hacemos Adoración Eucarística, ¿amamos y adoramos a Jesús Eucaristía, o sólo
dialogamos con nosotros mismos? Cuando hacemos Adoración Eucarística, ¿abrimos
nuestros corazones al Amor de Jesús Eucaristía?
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El
Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús es como una inmensa hoguera –viva- que
desea abrasarnos y consumirnos en el Fuego del Divino Amor. El Corazón de Jesús
en la Eucaristía arde con el Fuego Santo, el Espíritu Santo, y desea incendiar
nuestras almas con este Fuego sagrado. Y sin embargo, nuestros corazones, en
vez de ser como leña seca o como pasto seco, que arden al instante al contacto
con el fuego, se comportan, la mayoría de las veces, como leña verde o como
roca fría, en los que las llamas del fuego no pueden prender, sino que sólo
puede hacer desprender un humo denso y espeso. ¿Por qué rechazamos las delicias
del Amor del Sagrado Corazón, que nos quiere comunicar en la Eucaristía? ¿Por
qué rechazar los convites del Amor de un Dios que ha entregado en la Cruz su
Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, por todos y cada uno de nosotros, y
continúa entregándose a sí mismo en la Eucaristía, en cada Santa Misa? Si lo
que nos frena son nuestras miserias, sepamos que, antes de entregarse en la
Cruz, Jesús, en cuanto Dios Eterno y Omnisciente, conocía a fondo nuestras
miserias y porque sabía de ellas, es que se entregó en la Cruz y se entrega aún
en la Eucaristía. Entonces, no tenemos justificativo alguno para rechazar el
Amor de Dios, el Fuego del Espíritu Santo, que arde en el Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El
Amor de Dios, contenido en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, es tan
incomprensible, que hasta puede decirse, parafraseando un dicho que se aplica
entre los hombres a quien “ha perdido la cabeza” por quien ama, que “Dios está
loco de Amor”. Su Amor es tan grande, tan inmenso, tan majestuoso, tan
sobreabundante, tan celestial y divino, que lamentablemente, para la inmensa
mayoría de los hombres, pasa desapercibido y, si desapercibido, desaprovechado.
Los paganos rinden culto a sus falsos dioses basados en el temor y en el terror
de que sus dioses –que son demonios- no los castiguen, ni tomen venganza de
ellos. Nosotros, los católicos, tenemos a un Dios –el Único Dios Verdadero, Uno
y Trino-, que nos ofrece su Amor, todo entero, sin disminución, en su eternidad
e infinitud, para cada uno de nosotros, y lo único que pide a cambio, es ¡amor!
Dios viene a este mundo como un cigoto, como un embrión unicelular, para que le
demos nuestro mísero amor; Dios viene a nosotros como un Niño recién nacido,
para que le demos nuestro mísero amor; Dios viene a nosotros como un Joven
Dios, para que le demos nuestro mísero amor; Dios viene a nosotros como un
Hombre-Dios que se humilla lavándonos los pies, en las personas de los
Apóstoles, para que le demos nuestro mísero amor; Dios viene a nosotros como un
Hombre-Dios crucificado, para que le demos nuestro mísero amor; Dios viene a
nosotros como un Hombre-Dios resucitado, para que le demos nuestro mísero amor;
Dios viene a nosotros como Pan Vivo bajado del cielo, la Sagrada Eucaristía,
para que le demos nuestro mísero amor… Por todo esto, es que decimos que el Amor de
Dios llega “a la locura”, porque ya no puede hacer más para mendigar nuestro
mísero amor. Y a cambio este Amor infinito, eterno, incomprensible, inagotable,
que brotando de su Ser divino trinitario se derrama sobre el mundo y las almas
a través de la Sangre de su Corazón traspasado, nosotros, los católicos,
teniendo a nuestra disposición el Divino Amor, Presente en Persona en la
Eucaristía, en vez de postrarnos ante su Presencia y abrir nuestros corazones y
darle nuestro mísero amor, lo desaprovechamos, lo ultrajamos y lo abandonamos
en el sagrario, lo dejamos solo en la Eucaristía, cada vez que no asistimos a
la Santa Misa dominical para recibirlo en la Comunión Eucarística y, peor aún,
cada vez que lo cambiamos por el pecado y la traición. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, acércanos a tu Hijo Jesús, llévanos
al interior de su Sagrado Corazón Eucarístico, ayúdanos a descubrir las
dulzuras de su Amante Corazón!
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
¡Oh
Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, una de las mayores desgracias del hombre
–si no es la mayor- es el no conocerte y no amarte en tu Presencia Eucarística!
Cuando esto sucede, el alma, deseosa de felicidad, busca vanamente la felicidad
en las cosas falsas y vanas del mundo, dejándose atraer por los bienes terrenos
que, aunque numerosos y ricos, nunca podrán saciar la sed de felicidad del alma
humana, felicidad que sólo Tú, oh Dios de la Eucaristía, puedes dar. Vivimos
engañados cuando pensamos y creemos que esta vida pasajera durará para siempre
y que sus vanos encantos también lo harán; cuando esto hacemos, perdemos de
vista la única fuente de felicidad, tu Sagrado Corazón Eucarístico, pleno de
luz divina y de vida eterna, vida que es Amor, Amor que se nos comunica en cada
comunión eucarística. Oh Jesús, Tú nos amas, a todos y cada uno de nosotros, y
nada está oculto a tus ojos. Si el alma
espera a ser buena y santa para acercarse a Ti, pierde el tiempo, porque
nuestras almas, que son abismos de miseria, de indignidad y de ignorancia, sólo
pueden ser colmadas por tu gracia y por Ti mismo, oh Dios de toda bondad y
majestad. Tu Sagrado Corazón Eucarístico es panal de miel, que endulza las
tristezas, que consuela, que fortalece y que concede la Vida divina al que con
fe y amor a él se acerca. Oh Jesús, tu Sagrado Corazón es llama ardiente de
Amor Divino, que quieres donar sin reserva a quien te recibe en la Comunión
Eucarística, y sin embargo, en la inmensa mayoría de las veces, al entrar en
los corazones por la comunión, sólo encuentras tibieza, frialdad, indiferencia,
porque muchos te reciben sólo por compromiso o por costumbre; muchos te reciben
con el corazón frío como una piedra, y así no puedes encenderlos con la llama
de tu Amor. ¡Nuestra Señora de la
Eucaristía, haz que nuestros corazones, duros y fríos como una piedra, sean
como el leño seco para que, al contacto con las llamas de Amor del Corazón
Eucarístico de Jesús, ardan en el Fuego del Divino Amor!
Un
Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo
Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y
Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
[1] Adaptado del sitio: “Siervos del
Divino Amor”; cfr. http://www.siervosdeldivinoamor.com/index.php?mod=quienes&modulo=1&art=1
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