Inicio: ofrecemos esta
Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, en reparación por la
profanación eucarística ocurrida en Yucatán, México, en el mes de Octubre de
2016. La noticia del lamentable hecho se encuentra en los siguientes sitios
electrónicos: https://www.aciprensa.com/noticias/roban-y-profanan-eucaristia-en-parroquia-de-mexico-73281/; https://www.youtube.com/watch?v=eGa9XomdrYc;
Como siempre lo hacemos, pediremos por
la conversión de los autores de este sacrilegio, como así también nuestra
propia conversión, la de nuestros seres queridos, y la de todo el mundo.
Oración
inicial: "Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman" (tres veces).
"Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén".
Canto inicial: "Postrado a vuestros pies humildemente".
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio
(misterios a elección).
Meditación.
El
corazón es el símbolo del amor[1],
tanto en el lenguaje humano -popular, artístico, filosófico-, como en el
lenguaje divino de la Escritura y la razón es que es el órgano en el que más
repercuten los afectos del hombre: con el dolor el corazón se oprime y, si es
muy intenso, hasta puede suspender su funcionamiento; el amor, en cambio, hace
que palpite más aceleradamente, y esto se debe a la estrecha relación entre los
movimientos del corazón y nuestros afectos. Según los Papas y el Magisterio de
la Iglesia, el Sagrado Corazón de Jesús –que late en la Eucaristía- es el
símbolo y la imagen sensible del Amor infinito del Hombre-Dios Jesucristo: “En
el Sagrado Corazón se encuentra el símbolo y la imagen sensible de la caridad
infinita de Jesucristo”[2].
En otras palabras, puesto que no podemos “ver” corporalmente al Amor de Dios,
este Amor de Dios se nos representa, simbólicamente, visible y sensiblemente,
en el Sagrado Corazón de Jesús. Y puesto que éste late en la Eucaristía –vivo,
glorioso, radiante de gloria divina, resucitado-, podemos decir, por extensión,
que también la Eucaristía es el símbolo y representación visible del Amor del
Corazón de Jesús.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Cuando Jesús se le apareció a Santa Margarita María de
Alacquoque, le dijo: “Aquí tienes este Corazón que tanto amó a los hombres”. Y
le mostró su Corazón, con una Cruz en su base, rodeado por una corona de
espinas, envuelto en llamas y con su costado traspasado, del que manaba sangre
y agua. La Cruz en la base del Sagrado Corazón significa que quien quiera
alcanzar el Fruto exquisito, el Sagrado Corazón de Jesús, que está en el Árbol
de la Vida, que es la Santa Cruz, sólo debe subir a este Sagrado Árbol y
tomarlo, así como cuando alguien ve un fruto maduro y delicioso en un árbol se
sube a este para tomarlo y disfrutar de él. La Cruz plantada en la base del
Corazón Sacratísimo de Jesús nos dice que quien quiera probar el Fruto exquisito
del Paraíso celestial -el Espíritu Santo contenido en el Sagrado Corazón-, no
debe hacer otra cosa que subirse a la Santa Cruz de Jesús, y nos enseña también
que quien quiera deleitarse con el Amor de Dios, que cual pulpa deliciosa se
nos ofrece en la Sangre y las Llamas de Corazón de Jesús, no habrá de
encontrarlo en otro lugar que no sea en la Santa Cruz.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
corona de espinas, que ciñe al Sagrado Corazón y le provoca acerbos dolores –en
la fase de expansión del Corazón o diástole, las espinas se clavan, mientras
que en la fase de contracción o sístole, las espinas se retiran, desgarrando el
músculo cardíaco-, son nuestros pecados, los pecados de deseos perversos
consentidos, cualquiera que estos sean: lujuria, venganza, ira, odio, avaricia,
envidia, blasfemia, rechazo de la Cruz, etc. La corona de espinas alrededor del
Sagrado Corazón nos hace ver, con toda claridad, que si el pecado en nosotros
no provoca dolor pero sí placer de concupiscencia, ese mismo pecado, consentido
y deleitado, se materializa en las gruesas, duras, y filosas espinas de la
corona que, ciñendo al Sagrado Corazón en las dos fases de los latidos
cardíacos, traducen nuestros placeres de concupiscencias en dolores
lancinantes, que no dejan al Sagrado Corazón ni un segundo de alivio. Esta
corona debe hacernos reflexionar para que, ante la tentación de cometer un
pecado pensemos que, a mayor grado de placer pecaminoso que produce en nosotros
el pecado, mayor es el dolor provocado al Sagrado Corazón, y eso nos debe
conducir al propósito de no solo no comulgar jamás en pecado mortal, sino de
desear y pedir, como una gracia preferencial, proveniente del Inmaculado
Corazón de María, Medianera de todas las gracias, el morir antes de cometer un
pecado mortal o venial deliberado.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Las
llamas que envuelven al Sagrado Corazón representan al Espíritu Santo, Fuego de
Amor divino que es espirado por el Padre y el Hijo desde la eternidad y que
abrasa, como Fuego Santo, la Humanidad Santísima y el Corazón de Jesús,
convirtiendo su Humanidad en un Brasa o Carbón –Ántrax, como lo llaman los
Padres de la Iglesia, por el ardor en el amor que este Fuego Sagrado provoca- y
a su Corazón en un Horno ardentísimo de caridad divina, tal como Jesús se
reveló a Santa Margarita de Alacquoque. Y es en este Horno ardentísimo de
caridad, y es en estas llamas de Amor divino, en el que nuestros pobres
corazones deben arder y consumirse, día y noche, en el tiempo y en la
eternidad. El Fuego que arde en el Corazón Sacratísimo de Jesús es el Fuego que
Jesús, el “Divino Incendiario”, “ha venido a traer en la tierra y quiere ya
verlo ardiendo” (cfr. Lc 12, 49),
pero para eso, se necesita que nuestros corazones dejen de ser como piedras
frías y oscuras, por la falta de caridad, gracia y amor en ellos, y se
conviertan en carbones –o leños, o pastos secos-, que al contacto con esa Brasa
ardiente que es el Corazón Eucarístico de Jesús, ardan y combustionen
espontáneamente, convirtiéndose a su vez en brasas incandescentes o en
antorchas vivientes que, envueltas por el Fuego del Divino Amor, iluminen la
oscuridad en la que está inmerso el mundo y le den el calor del Amor de Dios. Las
llamas que envuelven al Adorabilísimo Corazón de Jesús representan entonces el Fuego
de Amor vivo que consume a Jesús, y con el cual desea ardientemente abrasar a
todos los corazones. En un mundo sin Dios, se ha enfriado la caridad de los
hombres al punto de haberse convertido en gélido hielo, incapaz de amar a Dios
y a su prójimo, y el único fuego que puede derretir los corazones de hielo, es
el Fuego del Divino Amor, contenido en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
Llaga del Corazón de Jesús, producida por el frío hierro de la lanza del
soldado romano, representa, de parte del hombre, el enceguecimiento que el
pecado provoca en él, haciéndolo llegar al punto de matar a su Dios; el lanzazo
del soldado romano representa también, de parte del hombre, la condición de
esclavitud a la que le reducen el pecado y el demonio, el cual, por medio del
hombre, descarga su ira deicida, buscando lo imposible, esto es, matar al Dios
de la Vida. De parte de Dios, la herida abierta en el Corazón de Jesús representa,
vivamente, la respuesta de amor de un Dios, que ante la agresión mortal de su
creatura preferida, el hombre, no responde descargando rayos de ira y de divina
justicia, como sí debería hacerlo, sino abriendo las compuertas de su infinita
misericordia y derramando sobre el mundo entero el océano inagotable de su
Amor. Si de parte del hombre la herida la herida abierta del Corazón de Jesús
simboliza su ceguera y su odio deicida, de parte de Dios, en cambio, la herida
abierta simboliza su Amor misericordioso, que se derrama sobre los hombres por
medio de la Sangre y Agua que brotan de su Corazón traspasado. También
significa, en las palabras de San Agustín, que el divino Corazón ha querido
permanecer abierto para servirnos de refugio en vida y en la hora de la muerte.
Por último, el lanzazo, que ya no provoca dolor al Corazón de Jesús, sin
embargo atraviesa, espiritual y místicamente, al Inmaculado Corazón de María,
cumpliéndose así la profecía de Simeón: “Una espada de dolor atravesará tu
corazón”. La Sangre y el Agua representan los Sacramentos de la Confesión y la
Eucaristía, sacramentos por los cuales la Divina Misericordia, primero nos
justifica, perdonándonos nuestros pecados, y luego nos concede al mismo Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús, para colmar nuestras pobres almas con el Amor de
Dios. Todas estas consideraciones deberían llevarnos al propósito de preferir
morir, antes que pecar.
Un
Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo
Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y
Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
[1] “Lo que simboliza
el Corazón de Jesús”, tomado del “Catecismo del Sagrado Corazón de Jesús”,
Capítulo II. Símbolo es la expresión sensible de una realidad invisible. Así,
la bandera es el símbolo de la patria; la azucena, de la pureza; el cordero, de
la mansedumbre. El empleo de los símbolos es muy frecuente y sumamente fecundo.
Así la bandera, símbolo de la patria, evoca todo un mundo de sentimientos
elevados; las esculturas de nuestras catedrales prestan forma sensible a los
más profundos conceptos teológicos; y los ritos de la Iglesia: sacramentos,
consagraciones, bendiciones de las cosas sagradas, repletos de simbolismo,
hablan elocuentemente a nuestros corazones.
[2] Cfr. Papa León XIII, Encíclica Annum sacrum.
No hay comentarios:
Publicar un comentario