La Virgen adorando la Eucaristía
(Dominique Ingres)
Inicio: iniciamos esta
Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, en honor al Inmaculado Corazón
de María.
Canto inicial: “Sagrado
Corazón, Eterna Alianza”.
Oración inicial: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario (Misterios a elegir). Primer Misterio.
Meditación.
La
Virgen es llamada “Inmaculada Concepción”, porque fue concebida sin la mancha
del pecado original; esto quiere decir que la malicia del corazón, que anida en
lo más profundo del ser del hombre, a partir del pecado de Adán y Eva, y que lo
aparta de Dios y lo arrastra, por la concupiscencia, a las tentaciones del
mundo, del demonio y de la carne, nunca existió en María, por lo que su Corazón
fue Inmaculado, sin mácula, sin mancha, purísimo, como un mar de cristal, y por
eso otro nombre de María es el de “Purísima”. Al ser preservada de la mancha
del pecado original, la Virgen no solo no tuvo nunca ni siquiera la más
ligerísima malicia, sino que su Corazón Inmaculado fue la sede de la bondad y
del amor más puro hacia Dios, superando a los ángeles más ardientes en el amor
a Dios, así como la tierra está separada del sol. De esta manera, la Virgen es nuestro modelo perfecto e insuperable para la vida de la gracia, porque por la gracia -recibida sobre todo en el Sacramento de la Penitencia y en la Eucaristía-, nuestra alma se vuelve pura y límpida, más brillante que el sol y nuestro corazón crece en el Amor santo y puro a Jesús, el Verbo de Dios, el Hijo de María. Por tantos dones recibidos por la Trinidad beatísima, que embellecieron tu Corazón Inmaculado y lo hermosearon al punto de enamorar al mismo Dios Uno y Trino, te alabamos, te bendecimos, te honramos y te damos gracias por ser la Virgen Santa y Pura y por ser la Madre de Dios, oh María Santísima.
Silencio para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.
Enunciación del Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Todos estos privilegios de María le fueron dados a la
Virgen, porque Ella estaba destinada a ser la Madre de Dios, y como tal, no
podía albergar, ni en su corazón, ni en su mente, ni en su cuerpo, resquicio
alguno de maldad, de malicia, de pecado, de fealdad, y por eso era sumamente Hermosa
en su Pureza Inmaculada. Pero no sólo fue concebida sin pecado, como decíamos,
sino que además fue concebida “Llena de gracia”, y esto porque estaba
inhabitada por el Espíritu Santo desde el primerísimo instante de su
Concepción, y es por eso que la zarza ardiente que vio Moisés es figura de
María, porque toda Ella, en cuerpo y alma, estaba envuelta en el Fuego Ardiente
del Divino Amor, pero no se consumía, así como la zarza ardía pero no se
consumía. Y esto era porque María estaba destinada a alojar en su seno al Verbo
de Dios; ésa era la razón por la cual el Espíritu Santo, el Amor Divino,
inhabitaba en Ella, de manera análoga a como el Espíritu de Dios inhabitaba en
Dios mismo, porque el Verbo de Dios, al venir a esta tierra y dejar el seno
eterno del Padre, en donde habitaba en el Amor Divino, no encontrara diferencia
alguna, al encarnarse en el tiempo, en el seno virgen de María, que de esta
manera se convertía en Madre de Dios. Por tantos dones recibidos por la Trinidad beatísima, que embellecieron tu Corazón Inmaculado y lo hermosearon al punto de enamorar al mismo Dios Uno y Trino, te alabamos, te bendecimos, te honramos y te damos gracias por ser la Virgen Santa y Pura y por ser la Madre de Dios, oh María Santísima.
Silencio para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.
Enunciación del Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Porque
la Virgen fue concebida sin mancha alguna de pecado original y porque desde el
primerísimo instante de su Concepción Inmaculada estuvo inhabitada por el Espíritu
Santo, la Virgen, tuvo el privilegio de ser la Madre de Dios. Permaneció Virgen
antes, durante y después del Nacimiento, y permanece virgen por siglos sin fin,
y al mismo tiempo, fue Madre de Dios Hijo encarnado, del Dios que se había
encarnado en sus entrañas purísimas. El Nacimiento del Hijo de Dios, en el
tiempo y en la tierra, fue milagroso y no podía ser de otra manera, porque Dios
Hijo no podía nacer tal como nacen los hombres mortales. Según los Padres de la
Iglesia, el Nacimiento del Verbo de Dios fue como un rayo de sol que atraviesa
el cristal: así como el rayo de sol deja intacto al cristal antes, durante y
después de atravesarlo, así el Hijo de Dios salió del vientre purísimo de
María, dejando intacta la virginidad de su Madre, antes, durante y después del
Nacimiento. Pero podemos decir también que María es como un diamante, es decir,
como la roca cristalina que, a diferencia de las otras rocas, opacas, que
rechazan la luz y solo la reflejan, la Virgen, al igual que hace un diamante, que
atrapa la luz en su interior para recién después emitirla, así la Virgen
encerró en su seno virginal a la Luz Eterna, Jesucristo, durante nueve meses,
para darlo a luz una vez cumplido el tiempo de la gestación. Y al igual que
sucede con el cristal, que el rayo de luz lo deja intacto antes, durante y después
de atravesarlo, lo mismo sucedió con María, porque su Hijo Jesús, la Luz Eterna
proveniente de la Luz Eterna, Dios Padre, dejó intacta su virginidad, antes,
durante y después del parto. Por eso es que a María podemos llamarla “Diamante
de los cielos”. Por tantos dones recibidos por la Trinidad beatísima, que embellecieron tu Corazón Inmaculado y lo hermosearon al punto de enamorar al mismo Dios Uno y Trino, te alabamos, te bendecimos, te honramos y te damos gracias por ser la Virgen Santa y Pura y por ser la Madre de Dios, oh María Santísima.
Silencio para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.
Enunciación del Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Ante
el anuncio del Ángel, de que había sido elegida para ser la Madre de Dios, la
Virgen no dudó ni por un solo instante en dar el “Sí” a la Voluntad de Dios en
su vida y por eso mismo es ejemplo para nosotros, para aceptar y vivir la
Voluntad de Dios en nuestras vidas: así como a la Virgen le bastó saber que era
Voluntad de Dios, para aceptarla sin dilaciones, así también nosotros, a
ejemplo de María Santísima, nos debería bastar saber que es la Voluntad de Dios,
para que, en María, por María y para María, demos nuestro “Sí” a la adorable y
amabilísima Voluntad de Dios en nuestras vidas, que solo quiere para nosotros
nuestro bien eterno. Pero la Virgen es también nuestro modelo en la comunión
eucarística, porque cuando el Arcángel Gabriel le anunció que habría de ser
Madre de Dios, la Virgen recibió al Verbo en su Inteligencia, iluminada por la
Sabiduría Divina, y es así que nunca dudó de la Verdad de la Encarnación del
Verbo; lo recibió en su Corazón Inmaculado, inhabitado por el Espíritu Santo y
por lo mismo, lleno del Amor Divino; y por último, lo recibió en su seno
virginal, en sus entrañas purísimas, en su Cuerpo Inmaculado, santificado por
la gracia santificante, de la cual Ella era Plena. De la misma manera, así
debemos recibir nosotros, a imitación de María, al Verbo de Dios Encarnado, que
prolonga su Encarnación en la Eucaristía, y al comulgar, debemos imitar a María
Santísima para recibirlo con una mente pura, libre de errores, de dudas y de
herejías y con una fe firmísima en la Verdad de la Presencia real de Nuestro Señor
en la Eucaristía; debemos imitar a María, recibiendo la Eucaristía con un
corazón lleno de amor santo y puro, pero no un amor sensiblero, pasajero y
sentimentalista, sino el amor que es participación al Divino Amor y que es
concedido por la gracia y por eso mismo, debemos estar en gracia al momento de
comulgar; por último, al igual que María, que recibió a su Hijo Dios, que se
encarnaba, en su seno virginal, en su cuerpo inmaculado, su útero materno, así
también nosotros, debemos recibir al Verbo de Dios en estado de gracia, conservando
nuestro cuerpo como “templo del Espíritu Santo” (cfr. 1 Cor 6, 19), para que nuestro corazón sea altar de Jesús
Eucaristía. Por todo esto, la Virgen es nuestro modelo para la comunión
eucarística. Por tantos dones recibidos por la Trinidad beatísima, que embellecieron tu Corazón Inmaculado y lo hermosearon al punto de enamorar al mismo Dios Uno y Trino, te alabamos, te bendecimos, te honramos y te damos gracias por ser la Virgen Santa y Pura y por ser la Madre de Dios, oh María Santísima.
Silencio
para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.
Enunciación del Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
Virgen acompañó a su Hijo durante toda su vida, pero sobre todo, lo acompañó en
las amargas Horas de la Pasión, participando espiritualmente de sus dolores
físicos, morales y espirituales, y también caminando al lado suyo por el Via Crucis y aunque no llevó
materialmente la cruz, la Virgen ayudó a su Hijo a llevar la cruz, al
fortalecerlo con su presencia y al confortarlo con su amor maternal. También estuvo
la Virgen, al pie de la cruz, durante las tres horas que duró la dolorosísima
agonía de Jesús, haciendo más dulce y llevadero el terrible suplicio de la
crucifixión, crucifixión causada por nuestros pecados. Finalmente, estuvo
también en el sepulcro, cuando la puerta fue cerrada con la enorme piedra,
haciendo duelo y llorando amargamente la muerte de su Hijo amado, pero por esto
mismo, Ella recibió la recompensa de sus fatigas, al ser la primera a la que se
le apareció Jesús Resucitado, según los Padres de la Iglesia. Debido a que
somos hijos de la Virgen, porque Ella nos adoptó al pie de la cruz, la Virgen también
nos ayuda a nosotros, que transitamos por esta vida terrena, por el Via Crucis, el Camino del Calvario,
siguiendo las huellas ensangrentadas de su Hijo Jesús, y así como Ella ayudó a
su Hijo a llevar la cruz, confortándolo y animándolo con su presencia maternal,
así también la Virgen nos ayuda a nosotros a llevar la cruz de cada día, para
que seamos capaces de alcanzar la cima del Monte Calvario, para morir
crucificados al hombre viejo, y junto a Jesús, renacer a la vida del hombre
nuevo, el hombre vivificado por la gracia. Por tantos dones recibidos por la Trinidad beatísima, que embellecieron tu Corazón Inmaculado y lo hermosearon al punto de enamorar al mismo Dios Uno y Trino, te alabamos, te bendecimos, te honramos y te damos gracias por ser la Virgen Santa y Pura y por ser la Madre de Dios, oh María Santísima.
Meditación
final.
Porque el Inmaculado Corazón de María es el refugio seguro
contra la tempestad de las tentaciones, los vientos de las tribulaciones y el
mar embravecido de las acechanzas del Enemigo de las almas, y porque además es
el camino más rápido, fácil y seguro para llegar al Sagrado Corazón de Jesús,
pues el Corazón de María está unido indisolublemente al Corazón de su Hijo por
el Amor de Dios, el Espíritu Santo, nos consagramos a María Santísima, y le
hacemos entrega de todo lo que somos y tenemos, nuestro ser, nuestra alma y sus
potencias intelectiva, volitiva y de memoria, nuestro cuerpo y todos nuestros
bienes, materiales y espirituales, para que Ella disponga como mejor le
parezca; sólo le pedimos a cambio permanecer siempre en su Inmaculado Corazón y
que, de su Corazón Purísimo, inhabitado por el Espíritu Santo, nos dé el Amor
para que amemos a su Hijo Jesús con el mismo Amor con el que Ella lo amó, y
pedimos esto, en la tierra y en el tiempo, para que se prolongue por toda la
eternidad.
Oración
final: “Dios mío, yo
creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni
esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria
a Nuestra Señora de los Ángeles”.
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