Inicio: ofrecemos
esta Hora Santa en acción de gracias por la Santa Misa. La Santa Misa es la
renovación incruenta del Santo Sacrificio de la cruz y por lo tanto su valor es
infinito e inapreciable. Una sola Misa tiene más valor que todo el Universo
visible e invisible. Una sola gota del cáliz tiene más valor que todo el
Universo visible e invisible, porque se trata de la Sangre Preciosísima del
Cordero de Dios. No nos alcanzará no solo esta vida, sino toda la eternidad,
para comprender el valor y penetrar siquiera una infinitésima parte del misterio de
la Santa Misa con la cual fuimos redimidos. Nos postramos exteriormente, pero
sobre todo nos humillamos y nos postramos interiormente, ante la Presencia
sacramental de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía. Pedimos la asistencia
de María Santísima, Maestra y Guía de los Adoradores Eucarísticos, para que nos
enseñe y nos ayude a aquietar nuestro pensamiento, nuestra memoria, nuestra
voluntad, nuestros sentidos externos, a fin de que todo nuestro ser se disponga
en estado de oración para entrar en diálogo de amor con Jesús, el Dios de la
Eucaristía.
Canto de entrada: “Panis
Angelicus”.
Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres
veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado
Corazón de María Santísima, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Meditación
Jesús, te damos gracias por la Santa
Misa, porque por ella, nosotros, seres limitados y mortales que vivimos en el
tiempo, accedemos al Sacrosanto Sacrificio del Calvario, porque la Santa Misa
es la representación, prolongación y actualización, por el misterio insondable
del Espíritu, de tu sacrificio redentor en la cruz. En la Santa Misa no vemos tus
heridas, ni percibimos el olor a sangre, ni escuchamos el golpear del martillo
sobre los clavos que fijan cruelmente tus manos y tus pies al leño de la cruz;
en la Santa Misa no percibimos, por los sentidos, la cruel y dolorosa realidad
del Calvario, pero por un misterio insondable e incomprensible, esa misma
realidad está presente, viva y actual, con sus frutos de redención, en el
altar, en nuestro "hoy y ahora", para quienes asistimos a la Santa
Misa, por la acción del Espíritu Santo. Por la acción prodigiosa del Espíritu
Santo que sobrevuela sobre el altar eucarístico, el mismo y único sacrificio de
la cruz, llevado a cabo hace veintiún siglos, se hace presente en nuestros
días, mientras que los que hemos nacido en el siglo veintiuno, nos hacemos
misteriosamente co-presentes al santo sacrificio del Calvario, por medio del
santo sacramento del altar, para recibir con toda plenitud la totalidad de sus
frutos redentores. El Espíritu Santo actualiza para nosotros el Santo
Sacrificio del Calvario bajo las especies sacramentales, para que nosotros, que
vivimos y existimos a veintiún siglos de distancia, seamos co-presentes y
co-espectadores, por la fe y por el misterio de la liturgia eucarística, al Sacrificio Redentor del Monte Calvario. Por este don de tu infinita
Misericordia, te bendecimos y te adoramos y te damos gracias, oh Jesús, en el
tiempo y en la eternidad. Amén.
Te damos gracias,
Jesús, por la Santa Misa, porque por ella, podemos alimentarnos con un
manjar exquisito, un manjar celestial, un manjar super-substancial, un manjar
de ángeles, un manjar preparado especialmente para nosotros por el Padre
celestial. La Santa Misa es el Banquete del Reino, es la Mesa Santa, a la que
están invitados los hijos pródigos del Padre del cielo, los hijos que se habían
extraviado y que han sido encontrados; los hijos que son la alegría del Padre;
la Santa Misa es el Banquete y la Fiesta escatológica, la Fiesta de los Últimos
Tiempos, la Fiesta celestial organizada por el Padre para celebrar que sus
hijos, que se habían extraviado en los oscuros valles de la muerte y estaban a
merced del siniestro Dragón del infierno, han sido rescatados sanos y salvos
por el Buen Pastor, que con su cayado, el Leño ensangrentado de la Cruz, ha
dado muerte al Lobo infernal y ha vencido para siempre a la Muerte y al Pecado
y ha cargado sobre sus hombros a toda la humanidad llevándola, como Rey
victorioso, a los cielos. Es para festejar este triunfo magnífico de su Hijo en
la cruz, que asombra a cielos y tierra, que
el Padre organiza el Banquete escatológico, la Santa Misa, para expresar su
alegría que no tiene fin, porque sus hijos, los hombres, han sido rescatados. Y
es así que es el mismo Padre quien sirve la Mesa Santa y sirve para sus hijos
un manjar exquisito: la Carne de Cordero de Dios, asada en el Fuego del
Espíritu Santo; Pan de Vida eterna, y Vino de la Alianza Nueva y Eterna,
servido en el cáliz del altar eucarístico. Por habernos invitado a nosotros,
hijos pródigos e indignos, a tan inmerecido Banquete celestial, te damos
gracias, te bendecimos y te adoramos, oh Jesús Eucaristía, en el tiempo y en la
eternidad. Amén.
Silencio
para meditar.
Jesús, te damos gracias por la Santa
Misa, porque por ella tenemos acceso al Verdadero Maná, el Maná caído del
cielo, la Eucaristía. Nosotros, que viajamos por el desierto de la vida,
peregrinando hacia la Jerusalén celestial, desfallecemos de hambre y de sed,
porque hemos salido de Egipto, el mundo, y ya no nos alimentamos de “carne y
cebolla”, como lo hacía el Pueblo Elegido en la esclavitud, es decir, las
vanidades del mundo, porque hemos sido liberados por tu gracia santificante,
pero en este peregrinar hacia Ti, Morada Santa, necesitamos alimentarnos para
no desfallecer y ese alimento nos lo proporciona nuestro Padre del cielo y es
la Eucaristía, el Verdadero Pan del cielo, tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu
Divinidad. “El que coma de este Pan vivirá para siempre” (Jn 6, 50), dijiste en el Evangelio, Jesús, y nosotros, por tu gran
Amor, nos alimentamos de este Pan y recibimos en cada Eucaristía tu Vida
eterna, incoada, la misma Vida eterna que luego será desplegada en nuestras
almas y cuerpos inundándonos de gloria divina, de alegría, de amor, de dicha,
de paz, de felicidad, incontenibles, inenarrables, inagotables, imposibles
siquiera de ser imaginados y todo esto por eternidades de eternidades, y todo
gracias a tu Sacrificio en cruz. Y todas estas alegrías inconmensurables, todas
estas dichas inabarcables, todas estas felicidades que nos esperan por
eternidades sin fin, las recibimos, todas juntas, en cada Eucaristía, en cada
simple comunión eucarística, porque todas estas alegrías están contenidas en tu
Sagrado Corazón Eucarístico, y todas las quieres derramar en nuestras almas, de
ser posibles, todas juntas y de una sola vez, con el solo propósito de hacernos
felices. Pero, oh Buen Jesús, somos nosotros, pobres ciegos a tu Amor, los que
ponemos barreras infranqueables y muros de contención a tu Amor, el Amor que
quieres derramar en cada comunión eucarística, y es así que te ves obligado, la
inmensa mayoría de las veces, a retirarte apesadumbrado, con las llamas de tu
Amor que abrasan tu Sagrado Corazón, porque nuestros fríos e indiferentes
corazones nada quieren saber de coloquios de amor contigo. Virgen María, Madre
amantísima, Tú que sí sabes de coloquios de amor con Jesús, enséñanos a amar a
tu Hijo Jesús en la Eucaristía y haz que nuestro corazón sea como la hierba
seca, de modo que al comulgar, combustione y arda al instante, al contacto con
las llamas de Amor del Sagrado Corazón. Amén.
Hora Santa y rezo del Rosario meditado en acción de gracias por la Santa Misa
Silencio
para meditar.
Jesús,
te damos gracias por la Santa Misa, porque por ella podemos beber, en
nuestro peregrinar hacia la Jerusalén celestial por el desierto del mundo, un
agua cristalina y fresca que brota milagrosamente de una Roca hendida por el
golpe de la lanza, tu Sagrado Corazón traspasado: así como el Pueblo Elegido
bebió agua cristalina y fresca en su peregrinar hacia la Tierra Prometida
cuando Moisés golpeó con su bastón sobre la roca y comenzó a brotar agua
milagrosamente (cfr. Núm 20, 1-13; 21
4-9), así nosotros, en la Santa Misa, renovación incruenta del Santo Sacrificio
de la Cruz, bebemos de tu Costado traspasado, de donde brota Sangre y Agua, la
gracia santificante que sacia nuestra sed de Dios por medio de los sacramentos.
En la Santa Misa se renueva, de modo incruento, bajo las especies
sacramentales, el Santo Sacrificio del Calvario, en el cual tu Sagrado Corazón
fue traspasado dejando escapar, como un torrente inagotable de misericordia, la
Sangre y el Agua que nos comunican la gracia santificante en los sacramentos.
Por esta Sangre y Agua que sacia nuestra sed de Dios, que brota de tu Sagrado
Corazón traspasado, y al cual podemos acceder por el don de la Santa Misa, te
damos gracias, oh Jesús, en el tiempo y en la eternidad. Amén.
Silencio
para meditar.
Jesús,
te damos gracias por la Santa Misa, porque por ella se renueva el Santo
Sacrificio de la cruz, que nos protege de nuestro enemigo mortal, la Serpiente
Antigua, Satán, que nos acecha en nuestro peregrinar por el desierto de la vida
hacia la Jerusalén celestial, para inyectarnos el veneno mortal de la soberbia y
hacernos caer en pecado mortal, porque quiere que compartamos su destino de
eterna condenación. Así como el Pueblo Elegido, en su caminar hacia la Tierra
Prometida, fue acechado y atacado por innumerables serpientes venenosas,
símbolo y figura de los demonios, así también nosotros somos acechado y atacados
por los demonios, los ángeles caídos, que buscan nuestra eterna perdición, pero
de igual manera, así como ellos tuvieron el auxilio divino, que consistió en
que Moisés fabricó una serpiente de bronce y la elevó en lo alto para que todo
aquel que la viera quedara curado milagrosamente de la mordedura de las
serpientes venenosas, así también nosotros tenemos una ayuda celestial,
sobrenatural, que consiste en la contemplación del Hijo del hombre, Jesús
crucificado, elevado en lo alto del Monte Calvario, porque todo el que lo
contempla, recibe la gracia de la conversión del corazón, y esto sucede también
en la Santa Misa, en la ostentación eucarística, cuando se contempla la
Eucaristía, porque en el misterio de la liturgia se renueva el Santo Sacrificio
de la cruz, de modo que asistiendo a Misa se asiste al Calvario y contemplando
la Eucaristía se contempla, en el misterio de la liturgia, el misterio de la
cruz. Esta es la razón por la cual, cuando el Nuevo Pueblo de Dios,
que peregrina por el desierto de la historia y de la vida hacia la Jerusalén
celestial y sufre las acechanzas de la Serpiente Antigua, al contemplar y adorar la
Eucaristía elevada sobre el Nuevo Monte Calvario, el Altar Eucarístico, recibe
la gracia de la curación del alma, la gracia de la conversión y así llegar a la Morada Santa, el seno del Padre Eterno. Por
esto, oh Buen Jesús, que es un don de tu Sagrado Corazón, te damos gracias, te
bendecimos, te alabamos y te adoramos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.
Meditación
final
Jesús, debemos ya retirarnos. Hemos
ofrecido esta Hora Santa en acción de gracias por la Santa Misa. Hacemos el
propósito de aprovechar cada Santa Misa como si fuera la última, sabiendo que Tú
cuentas los pasos que damos para ir a Misa, como si fueran los pasos dados para
ir al cielo, porque ir a Misa es ir al Calvario y el Calvario es la Puerta al
cielo. Te pedimos, Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que hagas que tu Madre
Santísima, Nuestra Señora de la Eucaristía, dirija siempre nuestros pasos en
dirección a la Santa Misa, el Calvario, la Puerta al cielo, amén.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado
Corazón de María Santísima, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
final: “Tiembla la tierra y llora”.
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