sábado, 26 de noviembre de 2016

Hora Santa y rezo del Santo Rosario meditado en reparación por doble ultraje a la Eucaristía en España


Inicio: Ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado para reparar una doble profanación cometida contra la Eucaristía en Navarra, España: primero se la profanó al robarla del sagrario de una iglesia, para escribir la palabra “Pederastia” y presentarla como “obra de arte”; luego, se la volvió a profanar cuando el juez absolvió al sacrílego y además calificó a la Sagrada Eucaristía como “objetos blancos y redondos de pequeño tamaño”: “El juez entiende que en ningún caso el imputado incitó a los visitantes a la exposición al odio o la violencia contra la Iglesia católica o sus miembros, más allá de tomar conciencia o posicionarse respecto de “la lacra de la pederastia”. En la sentencia se relata que lo expuesto en la sala de la plaza de la Libertad fueron cuatro fotografías en las que se veía al investigado conformando en el suelo la palabra pederastia con “unos objetos blancos y redondos de pequeñas dimensiones”, tal como figura en el siguiente sitio:  http://www.noticiasdenavarra.com/2016/11/12/ocio-y-cultura/cultura/el-juez-absuelve-a-abel-azcona-quien-celebra-el-triunfo-de-la-libertad-de-expresion Es decir, la segunda profanación es continuación y agravación de la primera, porque para el juez no hay delito alguno, puesto que lo que el “artista” utilizó como “material” para su “obra de arte” –formar la palabra “pederastia” en el suelo-, eran sólo “unos objetos blancos y redondos de pequeñas dimensiones”. Es necesario tener en cuenta esta pequeña introducción que hacemos, ya que así se entiende porqué en cada meditación del misterio del Santo Rosario, comenzamos negando la doble insolencia, del “artista” y del juez, que Jesús Eucaristía es “un objeto blanco y redondo de pequeñas dimensiones”. Pedimos también por la conversión de quienes perpetraron este doble sacrilegio, así como la conversión de nuestros seres queridos, la nuestra propia y la de todo el mundo.
         Oración inicial: "Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman" (tres veces).
          "Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén".
         Canto inicial: "Cristianos, venid, cristianos, llegad, a adorar a Cristo, que está en el altar”.
         Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (misterios a elección).
         Meditación.
No, Jesús Eucaristía, Tú no eres “un objeto blanco y redondo de pequeñas dimensiones”; Tú eres el Dios de la Eucaristía, oculto en apariencia de pan; Tú eres, en la Eucaristía, el Hijo Eterno del Padre, la Sabiduría del Padre, la impronta de su gloria que, encarnado en el tiempo, por obra y poder del Espíritu Santo en el seno de María, prolongas tu Encarnación en la Eucaristía, porque allí te encuentras como en el cielo: con tu Ser divino trinitario, con tu Persona divina, la Segunda de la Trinidad, con tu humanidad gloriosa y resucitada. No, Jesús Eucaristía, Tú en la Eucaristía no eres “un objeto blanco y redondo de pequeñas dimensiones”, Tú eres en la Eucaristía el Dios Tres veces Santo, que por nuestro amor, te encarnaste en María Virgen, para adquirir un Cuerpo con el cual poder subir a la Cruz y ofrecerte como Víctima Santa, Pura, Inmaculada, que dé acción de gracias a Dios de parte nuestra y que nos obtenga el perdón divino y su Divina Misericordia.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
No, Jesús Eucaristía, Tú no eres “un objeto blanco y redondo de pequeñas dimensiones”, así apareces a los sentidos corporales, pero la realidad del misterio eucarístico nos dice que la Eucaristía no es lo que parece ser, un pequeño pan circular, bendecido en una ceremonia religiosa: la Eucaristía es el Cordero de Dios, Jesús de Nazareth, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que, unida hipostáticamente, personalmente, a la naturaleza humana de Jesús, se encuentra con su realidad divina y humana glorificada, en la Hostia consagrada, en aquello que parece ser pan, pero ya no es más pan, porque es el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. No, Jesús Eucaristía, Tú no eres en la Eucaristía “un objeto blanco y redondo de pequeñas dimensiones”, porque así apareces a la mente y razón humana sin fe, así apareces a los que, sin la luz del Espíritu Santo, sólo ven en la Eucaristía un trocito de pan circular, pero la fe de la Iglesia nos dice que Tú en la Eucaristía eres el Dios Tres veces Santo, el Dios Creador del universo visible e invisible, el Dios Redentor, que murió en la Cruz para salvarnos y que perpetúa su sacrificio redentor, de modo incruento y sacramental, en la Santa Misa; el Dios Santificador, que junto con el Padre, nos envías el Espíritu Santo, para que con el Fuego del Divino Amor queme en nosotros toda impureza, toda malicia, todo pecado, y nos conceda la santidad divina que procede de tu Ser divino trinitario como de una fuente inagotable.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
No, Jesús Eucaristía, Tú no eres “un objeto blanco y redondo de pequeñas dimensiones”; Tú eres en la Eucaristía el Verdadero Maná bajado del cielo, el Maná que nos concede el Padre y que nos comunica tu vida divina; Tú eres en la Eucaristía el alimento de los ángeles que nosotros, pobres y miserables pecadores, recibimos para deleite y gozo de nuestras almas, en nuestro peregrinar hacia la Jerusalén celestial. No, Jesús Eucaristía, Tú no “un objeto blanco y redondo de pequeñas dimensiones”, Tú eres el Pan Vivo bajado del cielo, y eres Pan Vivo, porque comunicas de tu vida divina a quien te comulga con fe, con piedad y con amor; Tú eres el Pan que da la Vida eterna a quien te recibe con un corazón puro, en gracia, con fe y con amor; Tú eres en la Eucaristía el manjar de los ángeles, que te nos brindas en el Banquete celestial, la Santa Misa, como alimento que nos concede la fuerza divina para atravesar el desierto de esta vida terrena y así poder llegar a la Nueva Jerusalén, la Jerusalén del cielo, la Ciudad celestial “cuya Lámpara es el Cordero”, es decir, Tú mismo, oh Jesús, Hijo de Dios encarnado, que prolongas tu Encarnación en la Eucaristía. No, Jesús Eucaristía, Tú no eres “un objeto blanco y redondo de pequeñas dimensiones”, Tú eres la Lámpara de la Jerusalén celestial, que alumbra a los bienaventurados del cielo, los ángeles y los santos, con la luz resplandeciente de tu divinidad, que brota inagotable e indeficiente de tu Ser divino trinitario, y que a nosotros, los miembros de la Iglesia Militante, nos alumbras desde la Eucaristía con la luz de la fe, de la gracia y de la verdad, luz que al mismo tiempo que ilumina, concede la vida divina y el divino amor a todo aquel que recibe tus divinos rayos luminosos.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
No, Jesús Eucaristía, Tú no eres “un objeto blanco y redondo de pequeñas dimensiones”; Tú no eres, en la Eucaristía, un mero recuerdo de la Cena Pascual, porque por el milagro de la Transubstanciación, operado por el Espíritu Santo en la Misa, a través del sacerdote ministerial en las palabras de la consagración, en la Eucaristía estás no de modo simbólico, o compartiendo las substancias del pan y del vino, sino que estás con tu Acto de Ser divino trinitario y es por eso que la Eucaristía es el Dios Tres veces Santo, el mismo Dios al que adoran postrándose los ángeles y santos en la eternidad, entonando cánticos de alabanza, de gloria y honor; Tú en la Eucaristía, no estás compartiendo las substancias del pan y del vino, porque por el milagro de la Transubstanciación, estas substancias creadas ya no está más, porque se han convertido en las substancias de tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; Tú en la Eucaristía no estás de modo meramente moral o imaginario, dependiendo de la fe de la asamblea, sino que estás Presente real, verdadera y substancialmente, con tu divinidad y tu humanidad glorificada, para donarte todo sin reservas al alma que te recibe en gracia, con fe y con amor.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
No, Jesús Eucaristía, Tú no eres “un objeto blanco y redondo de pequeñas dimensiones”; Tú eres nuestro Dios, nuestro Creador, nuestro Redentor y nuestro Salvador; Tú eres la Sabiduría de Dios Encarnada; Tú eres la Divina Misericordia encarnada; en la Eucaristía está tu Sagrado Corazón Eucarístico, vivo, resucitado, glorioso, que late con la fuerza del Divino Amor; Tú en la Eucaristía eres el Dios que nos ama y nos ama con locura, con la locura de quien verdaderamente está loco de amor, porque sólo quien está loco de amor, puede donarse todo entero, sin reservarse nada, a los hombres, pobres creaturas ciegas, ignorantes de tu amor, que ni siquiera somos capaces de imaginarnos la magnitud del Amor Divino con el que nos amas; no, Jesús Eucaristía, Tú no eres “un objeto blanco y redondo de pequeñas dimensiones”, eso lo dicen los paganos, los que no tienen fe, los que están ciegos al misterio de un Dios que por amor y sólo por amor, decide convertir, por el milagro de la Transubstanciación en la Santa Misa, al pan material en su Cuerpo glorioso y resucitado, y al vino en su Sangre, la Sangre del Cordero de Dios, que contiene al Espíritu Santo y da la vida eterna a quien bebe del cáliz Eucarístico. No, Jesús Eucaristía, Tú no eres “un objeto blanco y redondo de pequeñas dimensiones”, Tú eres el Dios de la Eucaristía, el Dios del sagrario, el Dios Amor que has venido a traer a la tierra el Fuego del Divino Amor que inhabita en tu Corazón, para incendiar nuestros corazones en el Amor de Dios. A Ti, oh Cordero de Dios Tres veces Santo; a Ti, oh Hijo Eterno del Padre encarnado en el seno virgen de María, que prolongas tu encarnación en la Eucaristía; a Ti, oh Dios bendito y Tres veces santo, que para mendigar la miseria de amor que hay en nuestros pobres corazones, te quedas en la Eucaristía, para donarte como Pan Vivo bajado del cielo, a Ti te decimos, desde nuestra nada y pequeñez, junto con el Ángel de Portugal: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”.
         Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.


miércoles, 23 de noviembre de 2016

Hora Santa y Santo Rosario meditado en reparación por la profanación eucarística en San Sebastián, España


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la profanación eucarística ocurrida en San Sebastián, España, el 9 de Noviembre de 2016. La información correspondiente se encuentra en el siguiente sitio electrónico: http://radiobetania.com/espana-obispo-denuncia-gravisima-profanacion-de-la-eucaristia/
Tal como lo hacemos en estas tristes ocasiones, pediremos por la conversión de los autores de este sacrilegio, como así también nuestra propia conversión, la de nuestros seres queridos, y la de todo el mundo.

Oración inicial: "Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman" (tres veces).

          "Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén".

         Canto inicial: "Cristianos, venid, cristianos, llegad, a adorar a Cristo, que está en el altar”.

         Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (misterios a elección).

         Meditación.

Por el misterio de la Eucaristía, no se “repite” el misterio de la pascua, cumplido “una vez y para siempre”, sino que se representa y comunica, en modo sacramental, el único y mismo misterio salvífico, llevado a cabo en la Cruz del Calvario. Y de la misma manera a como el sacrificio en Cruz de Jesús es universal, porque se dona a todos los hombres, constituyendo la Cruz el centro del mundo alrededor del cual éste gira, de la misma manera, la Eucaristía, que representa y actualiza el don de Cristo de su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, es también el centro del mundo, alrededor del cual giran las almas, así como los planetas giran alrededor del sol. Y del mismo modo a como un planeta, cuanto más cerca del sol se encuentra, tanto más recibe aquello que el sol tiene y es, es decir, luz, calor y vida, de la misma manera, así también, cuanto más se acerca un alma a la Eucaristía, Cristo Dios, tanto más recibe aquello que Cristo Eucaristía es y tiene, esto es, la luz, el amor y la vida del Ser divino trinitario. Y cuanto más se alejan las almas del influjo benéfico de la Eucaristía, tanto más se quedan sin aquello que la Eucaristía les proporciona, por lo que se vuelven dichas almas oscuras, porque no tienen la luz de Dios; frías, porque no reciben el calor del Divino Amor; muertas, porque no poseen la vida de Dios que la Eucaristía les comunica, imitando así  a los planetas que, en la galaxia y lejos del sol, se vuelven fríos, oscuros y sin vida en ellos.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Por la Eucaristía se rinde al Padre la más completa adoración y acción de gracias, en Cristo, por Cristo y con Cristo, por el Espíritu Santo, por las admirables obras cumplidas por el Señor a lo largo de la historia de la salvación, consumadas en el admirable Triunfo de la Cruz, por medio de la cual derrotó Nuestro Señor Jesucristo al Demonio, a la Muerte y al Pecado, de una vez y para siempre, triunfo del sacrificio del Cordero que es actualizado en la Iglesia y por la Iglesia por medio del misterio litúrgico de la Santa Misa. El memorial eucarístico, que no es mero recuerdo psicológico, sino actuación y presencia del misterio en el aquí y ahora de la Iglesia, es realizado por el Espíritu Santo, que sobrevolando en el altar eucarístico, fecunda el pan y el vino, convirtiéndolos, por su poder divino, en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Cordero de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, y haciéndolo así presente y accesible a los hombres de todos los tiempos y lugares. La “memoria” que la Iglesia hace, obedeciendo el mandato del Señor –“Haced esto en memoria mía”-, no es un mero recuerdo, sino una actualización, por el poder del Espíritu Santo, del único santo sacrificio de la cruz, que se hace presente de modo incruento y sacramental sobre el altar eucarístico, el Nuevo Monte Calvario, para que los hombres de todos los tiempos y lugares accedan a los frutos de la salvación.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En la Eucaristía se concentra el Amor infinito, eterno, incomprensible, inagotable, de Dios Uno y Trino, que para comunicarse a los hombres en ágape de amor inefable, se dona todo sí mismo, sin reservas, en la apariencia de pan. La Eucaristía no es un símbolo, ni una metáfora, ni un mero recuerdo vacío; es la Presencia viva, gloriosa, resucitada, del Hombre-Dios Jesucristo, con su Corazón Divino inflamado en las llamas del Amor de Dios que, habiendo cumplido su sacrificio redentor en la cruz, una vez y para siempre, ofrece a los hombres, como banquete pascual de comunión, el Amor Divino que brota del Ser trinitario como de una fuente inagotable. Puesto que Dios quería comunicar a los hombres la totalidad de su Amor y no solo una parte de Él, decidió que ese Amor celestial, el Amor del Padre y el Hijo, que envuelve con sus divinas llamas al Sagrado Corazón de Jesús, esté todo concentrado en el Pan de Vida eterna, de modo que aquel que consuma de este Pan celestial, consuma también la totalidad del Amor de Dios, porque todo el Amor de Dios, sin excepción alguna, está contenido en el Verdadero Maná bajado del cielo, la Eucaristía. Moisés dijo al Pueblo Elegido que “Dios se había enamorado de ellos”; parafraseándolo, podemos decir que “el Dios de la Eucaristía, Cristo Jesús, se ha enamorado de nosotros” y que, como muestra de este amor, nos dona todo su Amor, el Amor de Dios, el Espíritu Santo, contenido en el Pan Eucarístico. Comulgar no es, entonces, recibir simplemente un poco de pan, en memoria del amor de Dios, sino recibir al Amor de Dios, más grande que miles de cielos juntos.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Jesucristo, el Hombre-Dios, el Hijo Unigénito del Padre, a quien San Juan Evangelista contempló en los cielos eternos “junto al Padre” y lo calificó como “Verbo de Dios, que estaba en Dios y era Dios” desde la eternidad, y a quien lo contempló en la tierra, en el tiempo de la Encarnación, hecho Hombre perfecto sin dejar de ser Dios, como Verbo Encarnado, ese mismo Jesucristo, Segunda Persona de la Trinidad unida hipostáticamente, personalmente, a la naturaleza humana de Jesús de Nazareth, así como está en los cielos, glorioso, resucitado, impasible, con su Cuerpo, su Sangre y su Alma glorificados y unidos a la Divinidad, así está en la tierra, en la Eucaristía, en los tabernáculos y sagrarios, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, oculto en algo que aparece como pan a los ojos del cuerpo, pero que a los ojos de la fe se revela como el Señor Jesús, el Kyrios, el Rey de la gloria, el Hijo de Dios encarnado que prolonga su Encarnación en la Eucaritía. Así como San Juan Evangelista contempló al Verbo de Dios, que era Dios y estaba junto a Dios, en los cielos, y lo contempló luego ya encarnado, así también el cristiano, iluminado por el Espíritu Santo, contempla al Verbo de Dios Encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, que se encuentra en medio de los suyos, en los sagrarios y tabernáculos, con su Persona divina y eterna y con su Humanidad santísima glorificada, oculto en apariencia de pan. Contemplar la Eucaristía con los ojos de la fe es, por lo tanto, para el cristiano, el equivalente a contemplar al Cordero de Dios en los cielos, cara a cara, como lo hacen los bienaventurados y los ángeles. Así, parafraseando a San Juan Evangelista, el adorador eucarístico, iluminada su alma con la luz de la fe, puede decir de Jesús Eucaristía: “Hemos visto su gloria, como de Hijo Unigénito”.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Antes de cumplir su misterio pascual de muerte y resurrección, el Divino Salvador prometió dar su Carne en comida y su Sangre en bebida, para que todo aquel que se alimentara de esta Carne y esta Sangre, aunque hubiera de morir a la muerte terrena, no solo no sufriría la muerte eterna, sino que habría de vivir, en el Reino de los cielos, con la vida misma de la Santísima Trinidad. Muchos, al oír estas palabras, se escandalizaron y abandonaron al Señor, diciendo: “Duro es este lenguaje” (Jn 6, 60); dando así las espaldas a la verdad y menospreciándola, aunque sin negarla, porque no dijeron: “Es falso este lenguaje”, sino “duro es este lenguaje”. Por el contrario, hubieron quienes, a lo largo de la historia, deshonraron la Santísima Eucaristía, dándola como medicina a los animales, mientras que muchos otros consideraban a la Santísima Eucaristía sólo como una metáfora, o un símbolo, o una figura, pero de ninguna manera una conversión de la substancia del pan y del vino en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. En la Eucaristía ya no están más la substancia del pan y del vino, sino la substancia divina de la Segunda Persona de la Trinidad unida a la substancia de su Humanidad Santísima.

Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.


Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Jesús se queda en la Eucaristía para darnos el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, como anticipo del Amor que derramará en nuestros corazones, por toda la eternidad, en el Reino de los cielos



En la Última Cena, en el inicio de su misterio pascual de muerte y resurrección, y movido por el Amor de Dios que abrasa en el Fuego divino su Sagrado Corazón –“habiendo amado  a los suyos, los amó hasta el fin” (Jn 13, 1)-, sabiendo Jesús que debía sufrir la Pasión y que “había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre”, Jesús se despide de sus discípulos, anticipándoles su muerte en Cruz. Jesús sabía que había llegado la Hora sagrada de su Pasión, Pasión por la cual habría de entregar su Cuerpo y derramar su Sangre en el altar de la cruz; sabía que iba a morir a esta vida terrena, para resucitar a la vida eterna; sabía que habría de abandonar en este mundo, luego de ser traicionado, encarcelado, condenado a muerte y flagelado; sabía que habría de morir en medio de terribles dolores, y que habría de entregar su Cuerpo y derramar su Sangre, para que fuéramos salvados. Al escuchar sus palabras sus discípulos se angustian, porque al revelarles Jesús que va a morir, se dan cuenta de que no van a verlo más; saben que quedarán solos, en este mundo que es “un valle de lágrimas”; en este mundo inmerso “en tinieblas y en sombras de muerte”, pero no en las tinieblas cósmicas, sino en las tinieblas vivientes, los ángeles caídos, y en las tinieblas del pecado, del error, de la ignorancia y de la muerte.
Al comprobar la angustia producida en sus discípulos, Jesús les dice: “No se angustie vuestro corazón (Jn 13, 2) (…) no os dejaré huérfanos (Jn 14, 18) (…)”. Y luego, anticipando su resurrección y ascensión al cielo, deja una promesa para toda la Iglesia, para todos los tiempos: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20)”. Es decir, Jesús anuncia en la Última Cena que habrá de morir, pero al mismo tiempo, deja la promesa de que habrá de quedarse con nosotros “todos los días, hasta el fin del tiempo”, y esta promesa la cumple en el mismo momento en el que está por subir al Padre, quedándose con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, en la Eucaristía.
Su Presencia Eucarística es entonces el cumplimiento de esta promesa, porque allí se encuentra Jesús, el mismo Jesús que, procediendo eternamente del Padre se encarnó en el seno de la Virgen Madre y que, luego de sufrir la muerte en Cruz y resucitar subió a los cielos, es el mismo Jesús, que está Presente en la Eucaristía, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, vivo, glorioso, resucitado, impasible, esperando por nosotros, para aliviar nuestras penas y dolores, cargándolas a todas sobre sus hombros: “Venid a Mí, los que estáis afligidos y agobiados, y Yo os aliviaré” (Mt 11, 28). El mismo Jesús, que es adorado por la Iglesia Triunfante, los ángeles y santos en el cielo, es el mismo Cordero de Dios que, oculto en apariencia de pan en la Eucaristía, recibe la adoración, la alabanza, el honor y la gloria por parte de la Iglesia Militante en la tierra. También nosotros, como los Apóstoles, nos sentimos solos en este mundo de oscuridad y tinieblas, en este mundo sin Dios, en este mundo en el que la Ley de Dios y sus Mandamientos de amor no cuentan nada, en este mundo en el que las tinieblas vivientes parecen haber tomado el control de prácticamente toda la vida humana, en todos sus aspectos; también nosotros, como los discípulos, podemos tener la tentación de sentimos desamparados por un momento, pero este sentimiento desaparece cuando recordamos que no solo tenemos la promesa de Jesús dada a los discípulos, de quedarse “todos los días hasta el fin del mundo”, sino que tenemos la gracia de ver esta promesa ya cumplida, porque la Presencia Eucarística de Jesús, en el sagrario, en la custodia, en el templo de Adoración Perpetua, es esa promesa ya cumplida de Nuestro Señor. Sólo tenemos que acudir a sus pies y postrarnos ante su Presencia Eucarística, para que Jesús, desde el silencio de la Hostia consagrada, tome sobre sí nuestras penas y dolores, nuestras alegrías y logros, nuestra vida toda, para colmarnos de su paz, de su alegría, de su fortaleza, de su sabiduría y del Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, pero también para decirnos, en el silencio de la oración, que no nos preocupemos, que esta vida “pasa como un soplo”, que es “una mala noche en una mala posada”, como dice Santa Teresa de Ávila, y que Él ha venido para prepararnos un lugar en el cielo, para que después de esta vida, estemos con Él, que está en el cielo: “Voy a prepararos un lugar en la Casa de mi Padre, para que donde Yo esté, también estéis vosotros” (Jn 14, 2-3).
Por último, Jesús sufre su Pasión y se queda entre nosotros, solo por amor y nada más que por amor –“habiendo amado  a los suyos, los amó hasta el fin”- y es ese Amor, no el amor limitado del corazón del hombre, sino el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, el que Jesús nos pide que demos a nuestros hermanos: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13, 34-35).
Jesús se queda por amor en la Eucaristía, para darnos su Amor y para que demos de ese Amor, recibido en la Eucaristía, a nuestros hermanos y es por eso que el adorador que ama a sus hermanos, es el que ama a Jesús Eucaristía: “Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos con él morada” (Jn 13, 23). 24 Por el contrario, el adorador eucarístico que no ama a Jesús, no ama a sus hermanos: “El que no me ama, no guarda mis palabras” (Jn 13, 24).
Jesús se ha quedado entre nosotros, en la Eucaristía, no solo para consolarnos en las tribulaciones de esta vida, sino para darnos el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, como anticipo del Amor que derramará en nuestros corazones, por toda la eternidad, en el Reino de los cielos.


jueves, 10 de noviembre de 2016

Hora Santa en reparación por profanación contra la Eucaristía en Yucatán, México


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, en reparación por la profanación eucarística ocurrida en Yucatán, México, en el mes de Octubre de 2016. La noticia del lamentable hecho se encuentra en los siguientes sitios electrónicos: https://www.aciprensa.com/noticias/roban-y-profanan-eucaristia-en-parroquia-de-mexico-73281/; https://www.youtube.com/watch?v=eGa9XomdrYc;
         Como siempre lo hacemos, pediremos por la conversión de los autores de este sacrilegio, como así también nuestra propia conversión, la de nuestros seres queridos, y la de todo el mundo. 
              

         Oración inicial: "Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman" (tres veces).

          "Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén".

         Canto inicial: "Postrado a vuestros pies humildemente".

         Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (misterios a elección).

         Meditación.

El corazón es el símbolo del amor[1], tanto en el lenguaje humano -popular, artístico, filosófico-, como en el lenguaje divino de la Escritura y la razón es que es el órgano en el que más repercuten los afectos del hombre: con el dolor el corazón se oprime y, si es muy intenso, hasta puede suspender su funcionamiento; el amor, en cambio, hace que palpite más aceleradamente, y esto se debe a la estrecha relación entre los movimientos del corazón y nuestros afectos. Según los Papas y el Magisterio de la Iglesia, el Sagrado Corazón de Jesús –que late en la Eucaristía- es el símbolo y la imagen sensible del Amor infinito del Hombre-Dios Jesucristo: “En el Sagrado Corazón se encuentra el símbolo y la imagen sensible de la caridad infinita de Jesucristo”[2]. En otras palabras, puesto que no podemos “ver” corporalmente al Amor de Dios, este Amor de Dios se nos representa, simbólicamente, visible y sensiblemente, en el Sagrado Corazón de Jesús. Y puesto que éste late en la Eucaristía –vivo, glorioso, radiante de gloria divina, resucitado-, podemos decir, por extensión, que también la Eucaristía es el símbolo y representación visible del Amor del Corazón de Jesús.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Cuando Jesús se le apareció a Santa Margarita María de Alacquoque, le dijo: “Aquí tienes este Corazón que tanto amó a los hombres”. Y le mostró su Corazón, con una Cruz en su base, rodeado por una corona de espinas, envuelto en llamas y con su costado traspasado, del que manaba sangre y agua. La Cruz en la base del Sagrado Corazón significa que quien quiera alcanzar el Fruto exquisito, el Sagrado Corazón de Jesús, que está en el Árbol de la Vida, que es la Santa Cruz, sólo debe subir a este Sagrado Árbol y tomarlo, así como cuando alguien ve un fruto maduro y delicioso en un árbol se sube a este para tomarlo y disfrutar de él. La Cruz plantada en la base del Corazón Sacratísimo de Jesús nos dice que quien quiera probar el Fruto exquisito del Paraíso celestial -el Espíritu Santo contenido en el Sagrado Corazón-, no debe hacer otra cosa que subirse a la Santa Cruz de Jesús, y nos enseña también que quien quiera deleitarse con el Amor de Dios, que cual pulpa deliciosa se nos ofrece en la Sangre y las Llamas de Corazón de Jesús, no habrá de encontrarlo en otro lugar que no sea en la Santa Cruz.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La corona de espinas, que ciñe al Sagrado Corazón y le provoca acerbos dolores –en la fase de expansión del Corazón o diástole, las espinas se clavan, mientras que en la fase de contracción o sístole, las espinas se retiran, desgarrando el músculo cardíaco-, son nuestros pecados, los pecados de deseos perversos consentidos, cualquiera que estos sean: lujuria, venganza, ira, odio, avaricia, envidia, blasfemia, rechazo de la Cruz, etc. La corona de espinas alrededor del Sagrado Corazón nos hace ver, con toda claridad, que si el pecado en nosotros no provoca dolor pero sí placer de concupiscencia, ese mismo pecado, consentido y deleitado, se materializa en las gruesas, duras, y filosas espinas de la corona que, ciñendo al Sagrado Corazón en las dos fases de los latidos cardíacos, traducen nuestros placeres de concupiscencias en dolores lancinantes, que no dejan al Sagrado Corazón ni un segundo de alivio. Esta corona debe hacernos reflexionar para que, ante la tentación de cometer un pecado pensemos que, a mayor grado de placer pecaminoso que produce en nosotros el pecado, mayor es el dolor provocado al Sagrado Corazón, y eso nos debe conducir al propósito de no solo no comulgar jamás en pecado mortal, sino de desear y pedir, como una gracia preferencial, proveniente del Inmaculado Corazón de María, Medianera de todas las gracias, el morir antes de cometer un pecado mortal o venial deliberado.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Las llamas que envuelven al Sagrado Corazón representan al Espíritu Santo, Fuego de Amor divino que es espirado por el Padre y el Hijo desde la eternidad y que abrasa, como Fuego Santo, la Humanidad Santísima y el Corazón de Jesús, convirtiendo su Humanidad en un Brasa o Carbón –Ántrax, como lo llaman los Padres de la Iglesia, por el ardor en el amor que este Fuego Sagrado provoca- y a su Corazón en un Horno ardentísimo de caridad divina, tal como Jesús se reveló a Santa Margarita de Alacquoque. Y es en este Horno ardentísimo de caridad, y es en estas llamas de Amor divino, en el que nuestros pobres corazones deben arder y consumirse, día y noche, en el tiempo y en la eternidad. El Fuego que arde en el Corazón Sacratísimo de Jesús es el Fuego que Jesús, el “Divino Incendiario”, “ha venido a traer en la tierra y quiere ya verlo ardiendo” (cfr. Lc 12, 49), pero para eso, se necesita que nuestros corazones dejen de ser como piedras frías y oscuras, por la falta de caridad, gracia y amor en ellos, y se conviertan en carbones –o leños, o pastos secos-, que al contacto con esa Brasa ardiente que es el Corazón Eucarístico de Jesús, ardan y combustionen espontáneamente, convirtiéndose a su vez en brasas incandescentes o en antorchas vivientes que, envueltas por el Fuego del Divino Amor, iluminen la oscuridad en la que está inmerso el mundo y le den el calor del Amor de Dios. Las llamas que envuelven al Adorabilísimo Corazón de Jesús representan entonces el Fuego de Amor vivo que consume a Jesús, y con el cual desea ardientemente abrasar a todos los corazones. En un mundo sin Dios, se ha enfriado la caridad de los hombres al punto de haberse convertido en gélido hielo, incapaz de amar a Dios y a su prójimo, y el único fuego que puede derretir los corazones de hielo, es el Fuego del Divino Amor, contenido en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Llaga del Corazón de Jesús, producida por el frío hierro de la lanza del soldado romano, representa, de parte del hombre, el enceguecimiento que el pecado provoca en él, haciéndolo llegar al punto de matar a su Dios; el lanzazo del soldado romano representa también, de parte del hombre, la condición de esclavitud a la que le reducen el pecado y el demonio, el cual, por medio del hombre, descarga su ira deicida, buscando lo imposible, esto es, matar al Dios de la Vida. De parte de Dios, la herida abierta en el Corazón de Jesús representa, vivamente, la respuesta de amor de un Dios, que ante la agresión mortal de su creatura preferida, el hombre, no responde descargando rayos de ira y de divina justicia, como sí debería hacerlo, sino abriendo las compuertas de su infinita misericordia y derramando sobre el mundo entero el océano inagotable de su Amor. Si de parte del hombre la herida la herida abierta del Corazón de Jesús simboliza su ceguera y su odio deicida, de parte de Dios, en cambio, la herida abierta simboliza su Amor misericordioso, que se derrama sobre los hombres por medio de la Sangre y Agua que brotan de su Corazón traspasado. También significa, en las palabras de San Agustín, que el divino Corazón ha querido permanecer abierto para servirnos de refugio en vida y en la hora de la muerte. Por último, el lanzazo, que ya no provoca dolor al Corazón de Jesús, sin embargo atraviesa, espiritual y místicamente, al Inmaculado Corazón de María, cumpliéndose así la profecía de Simeón: “Una espada de dolor atravesará tu corazón”. La Sangre y el Agua representan los Sacramentos de la Confesión y la Eucaristía, sacramentos por los cuales la Divina Misericordia, primero nos justifica, perdonándonos nuestros pecados, y luego nos concede al mismo Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, para colmar nuestras pobres almas con el Amor de Dios. Todas estas consideraciones deberían llevarnos al propósito de preferir morir, antes que pecar.

Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.






[1]Lo que simboliza el Corazón de Jesús”, tomado del “Catecismo del Sagrado Corazón de Jesús”, Capítulo II. Símbolo es la expresión sensible de una realidad invisible. Así, la bandera es el símbolo de la patria; la azucena, de la pureza; el cordero, de la mansedumbre. El empleo de los símbolos es muy frecuente y sumamente fecundo. Así la bandera, símbolo de la patria, evoca todo un mundo de sentimientos elevados; las esculturas de nuestras catedrales prestan forma sensible a los más profundos conceptos teológicos; y los ritos de la Iglesia: sacramentos, consagraciones, bendiciones de las cosas sagradas, repletos de simbolismo, hablan elocuentemente a nuestros corazones.
[2] Cfr. Papa León XIII, Encíclica Annum sacrum.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Hora Santa en reparación por sacrilegio contra la Eucaristía en la Iglesia de la Transfiguración en Israel



         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario meditado en reparación por el sacrilegio cometido contra la Eucaristía en la Basílica de la Transfiguración en Israel. La información correspondiente se encuentra en los siguientes enlaces:  https://www.aciprensa.com/noticias/tierra-santa-profanan-la-eucaristia-y-vandalizan-basilica-de-la-transfiguracion-19753/; http://www.estadodeisrael.com/2016/10/basilica-de-la-transfiguracion-de.html  Meditaremos acerca de la Transfiguración del Señor y acerca de la Eucaristía. Tal como lo hacemos siempre, pediremos por la conversión de quienes cometieron esta profanación, además de pedir por nuestra propia conversión, la de nuestros seres queridos y la de todos los hombres.

         Canto inicial: “Cristianos venid, cristianos llegad”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.  

En el  Monte Tabor, Jesús se transfigura ante sus discípulos: su rostro y sus vestiduras resplandecen con un brillo más intenso que mil soles juntos; es el resplandor de la gloria de su Ser divino trinitario, que Jesús en cuanto Dios Hijo emite, junto al Padre y al Espíritu Santo, desde la eternidad. En la Sagrada Escritura, la luz es sinónimo de gloria; en el Monte Tabor, la luz que emite Jesús es su propia gloria, la gloria que Él posee junto al Padre, desde la eternidad, por proceder del Padre, desde la eternidad. A diferencia de la luz natural o de la luz artificial, que son las luces conocidas por el hombre, la luz que emite Jesús de su Ser divino trinitario en el Monte Tabor, es una luz viva, que concede la vida eterna a aquel al que ilumina. Lejos de ser una luz inerte, que solo por analogía da vida, como la luz del sol, la luz que emerge de la Persona Divina del Hijo de Dios, Jesús de Nazareth, llena de la vida, de la alegría, de la paz y del gozo de Dios a quienes ilumina, y esta es la razón por la cual Pedro, sintiéndose embargado por el gozo divino que inunda su alma al recibir la luz del Tabor, pide a Jesús quedarse ahí y “hacer tres carpas”, con lo cual quiere decir quedarse para siempre. El que adora a Jesús resucitado y glorioso en el Nuevo Monte Tabor, el Altar Eucarístico, también es iluminado en su ser, en su alma, en su mente y en su corazón, por la luz celestial que irradia Jesús Eucaristía y, al igual que en el Monte Tabor, quien es iluminado por Jesús Eucaristía, recibe de Él la vida, el amor, la paz y la alegría de Dios. Y, al igual que Pedro y los discípulos, el que adora a Jesús Eucaristía, no quiere salir de su Presencia.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Jesús se transfigura en el Monte Tabor, pero también lo hace en la Epifanía y, por supuesto, en la Resurrección. En la Transfiguración, en la Epifanía, en la Resurrección, en todos estos momentos de su vida, Jesús emite, por breves momentos, la luz divina de su Ser divino trinitario, que se trasluce a través de su Humanidad santísima; en estos tres momentos, Jesús se muestra como lo que Es: Dios Tres veces Santo, que transparenta su gloria divina a través de su Cuerpo humano. Es en estos tres momentos de su vida terrena, breves, en los que se manifiesta Jesús en su estado natural, porque resplandecer de luz y de gloria divina es lo que le corresponde, siendo Él el Dios de la gloria eterna. Sin embargo, no se manifiesta así durante la mayor parte de su vida terrena, manteniendo oculta esta divina identidad, reflejada en la emisión de luz celestial, durante el resto de su vida terrena, y fundamentalmente, durante la Pasión. El hecho de que Jesús reflejara su gloria celestial de Hijo Unigénito del Padre sólo en estos tres momentos de su vida –Epifanía, Transfiguración y luego en la Resurrección- es, al tiempo que un milagro de su omnipotencia –es por un milagro que no trasluce su divinidad en la mayor parte de su vida terrena- y también una prueba de su amor infinito y eterno por nosotros, porque si hubiera permanecido según su estado natural, es decir, glorificado, no podría haber padecido la Pasión y no podría haber demostrado hasta dónde llega su Amor, que es hasta la locura de la Cruz. Y también es un milagro de su omnipotencia y una prueba de su Amor, el hecho de que la Eucaristía no resplandezca, permanentemente, con la misma luz del Tabor.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

El Monte Tabor se debe contemplar a la luz de otro monte, el Monte Calvario: en el Tabor, Jesús se reviste de la luz con la que el Padre lo revistió desde la eternidad, y por eso el Tabor es obra del Amor del Padre y signo de la gloria y majestad infinita del Hijo de Dios; en el Calvario, Jesús se reviste, no de un manto de luz, sino de un manto de sangre, de su propia Sangre, la Sangre que, fluyendo a borbotones por su Cabeza coronada de espinas, y fluyendo también por todo su Cuerpo, convertido en una llaga abierta y sangrante, lo recubre cual manto púrpura y regio, y como es el manto que los hombres le dan en el tiempo –es por nuestros pecados que sufre su Pasión-, podemos decir que el Monte Calvario es obra de nuestras manos, obra de nuestro odio deicida manifestado en el pecado, la malicia que surge del corazón del hombre y se eleva insolente contra Dios, y es el signo de su ignominia y su humillación sufridas por nuestras manos. En la Eucaristía, Jesús está glorioso y resucitado, pero también, en el signo de los tiempos, continúa su dolorosa Pasión, expiando hasta el último día por nuestros pecados. Esta es la razón por la cual el resplandor de la gloria divina que se manifiesta en el Tabor, debe ser contemplado y meditado a la luz del Santo Sacrificio de la Cruz y a su vez, ambos deben contemplarse a la luz del misterio de la liturgia eucarística de la Santa Misa, el Nuevo Monte Tabor, en donde la gloria divina del Ser trinitario de Jesús se manifiesta a los ojos de la fe en la Eucaristía, y en donde el Sacrificio del Calvario se renueva, incruenta y sacramentalmente, sobre el altar eucarístico. Así, los misterios sobrenaturales absolutos del Hombre-Dios, la Transfiguración, la Cruz y la Resurrección, se actualizan y renuevan, misteriosamente, en ese Nuevo Monte Calvario y Nuevo Monte Tabor que es el altar de la Santa Misa: Jesús resplandece con su Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía, al tiempo que renueva incruenta y sacramentalmente el Santo Sacrificio del Calvario. Transfiguración y Tabor; Crucifixión y Calvario; Eucaristía y Altar Eucarístico, he aquí los misterios insondables de Nuestro Dios, el Señor Jesús, actualizados y hechos presentes, en nuestro aquí y ahora, ante nuestros ojos, por el misterio de la liturgia eucarística.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

El Altar Eucarístico es el Nuevo Monte Tabor, en donde Jesús se revela, glorioso y resucitado, no a los ojos del cuerpo, ante los cuales la luz de su gloria celestial permanece oculta, sino ante los ojos de la fe, que sí pueden verlo glorioso, luminoso, tal como está en el cielo, oculto en la Eucaristía. Si a Pedro lo deslumbra sensiblemente la luz de la gloria, la majestad y la belleza de Dios Hijo encarnado, que revela su majestad visiblemente, a quien contempla a Jesús, glorioso y resucitado, oculto en la apariencia de pan, también lo deslumbra, a los ojos del alma iluminada por la fe, la majestuosa Presencia Eucarística de Jesús, el mismo Jesús del Tabor, el mismo Jesús del Calvario, el mismo Jesús a quien adoran los ángeles y santos en el cielo.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Jesús se reviste de luz en el Monte Tabor, una luz sobrenatural, que no proviene del exterior, sino que se origina en las profundidades insondables de su Ser divino trinitario. En el Tabor, la luz que se trasluce a través de la Humanidad santísima de Jesús no le es dada por nadie, sino que proviene de su propia naturaleza divina, que por esencia es luminosa, con una brillantez y luminosidad más resplandeciente que miles de soles juntos; se trata de una luz viva, puesto que viene del Dios Viviente; se trata de una luz que vivifica con la vida misma de la Trinidad a quien ilumina; se trata de una luz que comunica del Amor trinitario a quien es vivificado e iluminado por ella. Pero si en el Tabor es esta luz celestial la que reviste la Humanidad santísima de Jesús, en el Calvario, por el contrario, su Humanidad santísima se reviste, no ya de luz celestial y divina, sino de Sangre, de la Sangre que brota, a borbotones, de su Cuerpo sacratísimo cubierto de golpes, hematomas y heridas abiertas, que dejan escapar borbotones de Sangre Purísima y Preciosísima, que concede la vida divina y el Amor divino a aquel sobre el que esta Sangre cae, además de limpiar y lavar sus pecados. Esta Sangre, que es la Sangre del Cordero, quita la mancha del pecado que oscurece y oprime el corazón del hombre, comunicándole la vida y el Amor de Dios.

Meditación final.

En el Tabor, Jesús obra un milagro y es el permitir que su luz divina se irradie a través de su Humanidad santísima, colmando así de vida y amor divinos a sus discípulos; en el Calvario, Jesús impide que su divinidad se transparente a través de su Humanidad, para que sea su Sangre, la Sangre que brota de sus heridas abiertas, la que cayendo sobre las almas de los que se arrodillan ante Él crucificado, sean colmadas de vida y de amor divinos. ¡Oh Jesús, que la Sangre que brota de tu Corazón traspasado ilumine las tinieblas de mi corazón con la luz de tu divinidad!

Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.