jueves, 26 de mayo de 2016

Hora Santa en acción de gracias por el Sacerdocio ministerial y los Sacramentos


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en acción de gracias por el don del Sacerdocio ministerial y los Sacramentos.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).

Primer Misterio.

Meditación.

Por el sacerdocio ministerial, Cristo Dios se hace Presente, con su misterio salvífico, en la historia humana, donando su gracia santificante a través de los sacramentos. Al ser el elegido por Dios para confeccionar y administrar los sacramentos, eventos salvíficos por los que el misterio pascual del Redentor alcanza a todos los hombres en todo tiempo y lugar, el sacerdote ministerial se convierte en instrumento privilegiado para la obra más deseada por Dios Uno y Trino, la eterna salvación de las almas. Pero más allá de hacer presente el misterio pascual de Jesucristo, por el sacerdocio ministerial se hace Presente Jesucristo, el Hombre-Dios, en Persona, principalmente a través del Santo Sacrificio del Altar, renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz. Por la Misa, más que hacerse presente el Cielo y su Reino, se hace Presente el Rey de los cielos, el “Rey de reyes y Señor de señores”, Cristo Jesús en la Eucaristía, y esto gracias al sacerdocio ministerial. Por la consagración, que produce el milagro de la Transubstanciación, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, el sacerdote ministerial ostenta en sus manos la Eucaristía, Dios Hijo en Persona, el Rey reyes y Señor de señores. Jesús, Dios Hijo encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, gracias al milagro de la Transubstanciación, a quien los ángeles adoran en el cielo, comienza a ser adorado por ángeles y hombres en su Presencia Eucarística, luego de las palabras de la consagración pronunciadas por el sacerdote ministerial, y es por esto que el altar eucarístico queda rodeado por una multitud de ángeles que, a una voz, entonan el cántico de adoración a Dios Hijo, Presente en la Hostia consagrada, el mismo cántico que entonan en el cielo: “Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los ejércitos”.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Por el sacerdocio ministerial los hombres reciben el Bautismo Sacramental, por medio del cual el alma  es unida y hecha partícipe del misterio pascual de muerte y resurrección de Jesucristo, el Cordero de Dios: al derramar el agua y pronunciar la fórmula bautismal, el bautizando se une a Cristo sumergido con su Humanidad en el Jordán y participa de su muerte redentora en la cruz; al emerger Jesucristo del Jordán, emerge el bautizando con Él a la vida nueva, la vida de la gracia, comenzando a poseer en su alma de forma incoada el germen de la vida eterna, la futura resurrección. Por el Bautismo sacramental, el Espíritu Santo sobrevuela sobre el bautizando, al igual que lo hizo sobre Jesús en el Jordán y Dios Padre pronuncia, sobre el alma que se bautiza, las mismas palabras que pronunciara sobre su Hijo al ser bautizado por Juan: “Éste es mi hijo muy amado” (Mt 3, 17). Por el Bautismo administrado por el sacerdote, el alma comienza a ser hija adoptiva de Dios y heredera del Reino de los cielos, al recibir con la gracia la misma filiación divina con la que Jesús es Hijo de Dios desde la eternidad, todo lo cual constituye la más grande fortuna que un ser humano pueda recibir en esta vida.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

A través del sacerdocio ministerial el Hombre-Dios, actuando en Persona a través de un instrumento humano –por Él elegido y consagrado-, realiza el milagro más grande y maravilloso de todos los milagros grandes y maravillosos de Dios, esto es, la conversión del pan y del vino en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad[1]. Por el sacerdocio ministerial, Dios Trino obedece al hombre, por así decirlo, para para traerlo al altar y a sus manos; por la Santa Misa y por la fórmula de la consagración, al pronunciar las palabras de la Transubstanciación, la Trinidad misma obedece al sacerdote ministerial, con lo cual se puede decir, con los santos, que el sacerdote ministerial “tiene poder sobre el mismo Dios”[2]: Dios Padre envía a su Hijo Dios a la Eucaristía, llevado por Dios Espíritu Santo, el Amor de Dios.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación

Por el Sacramento de la Penitencia, el hombre recibe el perdón divino que borra el pecado de su alma, al tiempo que le es concedida una nueva vida, la vida de la gracia. El Sacramento de la Penitencia no solo libera al alma de la muerte espiritual en la que cae por causa del pecado, sobre todo el mortal, sino que le infunde la vida divina, la participación en la vida trinitaria, porque se le aplican al alma los méritos de la Pasión y Muerte en cruz de Jesús. El pecado, que es para el alma “tinieblas y sombra de muerte” (cfr. Lc 1, 79), aparta al hombre de la comunión de vida y amor con Dios, quitándole su vida, su amistad y su Amor y así el hombre, apartado del Divino Amor, queda separado de Quien es su fuente de luz y de vida, en modo análogo a como el sarmiento seco que, desgajado de la vid, se seca y agosta al interrumpirse el flujo de la savia vital. Por el sacramento de la Penitencia, el hombre adquiere una nueva vida, haciéndose partícipe de la vida divina trinitaria y recuperando su filiación divina. En el tribunal de la Penitencia el hombre, de hijo pródigo que dilapida la fortuna de gracia, se convierte en el hijo amado del Padre que “estaba muerto y ha vuelto a la vida” (cfr. Lc 15, 24), porque ahora participa de la comunión de vida y amor con Dios Trino. El sacramento de la Penitencia convierte al sacerdote en instrumento de la misericordia del Padre que, lleno de gozo, sale al encuentro de su hijo pródigo y, como el padre de la parábola, que “hace fiesta” para celebrar el retorno de su hijo, derrama sobre el pecador la riqueza inestimable de su gracia y los tesoros inagotables del Amor Divino, vertido con la Sangre del Cordero traspasado y derramado como bálsamo sobre el pecador en el momento de la absolución sacramental.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Por el sacerdocio ministerial, el hombre que se encuentra agobiado por una grave enfermedad corporal y por las tribulaciones que esta conlleva, recibe la Unción de los enfermos, sacramento por el cual atrae sobre sí la salud del alma, del espíritu y del cuerpo, si esa es la Divina Voluntad, al tiempo que le concede al cristiano la gracia de unirse a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, con lo cual adquiere una fortaleza sobrenatural, la misma fortaleza de Jesucristo, que no solo le permite sobrellevar la tribulación de la enfermedad, sino que la convierte a ésta, por la unión con la Pasión de Jesús, en fuente de santificación personal para el enfermo, para sus seres queridos y para los pecadores. Por el sacramento de la Unción de los enfermos, el cristiano prepara además su alma para iniciar el tránsito hacia la Casa del Padre, al atravesar el umbral de la muerte fortalecido por la gracia de Jesucristo, recibiendo esta fortaleza sobrenatural en el momento más importante para la vida del hombre, que es el paso a la vida eterna. Así, gracias al sacerdocio ministerial, el hombre, al nacer en el tiempo, comienza a participar de la vida de la gracia, por el Bautismo sacramental, y al momento de morir, aunque muera terrenalmente, recibe el perdón de los pecados -en ausencia de la confesión sacramental- y la participación en la vida divina, la vida misma de Dios Trino, comunicada por la gracia sacramental.
Por el sacerdocio ministerial, el varón y la mujer consagran su amor esponsal al ser unidos al matrimonio místico entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, recibiendo no solo la gracia santificante necesaria para sobrellevar las tribulaciones de la vida matrimonial, sino para formar un santo matrimonio, al ser constituidos en prolongaciones e imágenes vivientes, el esposo terreno, de Cristo Esposo, y la esposa terrena, de la Iglesia Esposa. Por el sacramento del matrimonio, la unión esponsal de los esposos terrenos se injerta en la unión esponsal mística entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, comenzando a participar de esta unión esponsal y recibiendo de la misma sus características, que por ser celestiales y sobrenaturales, son inmodificables por el hombre: unidad (uno con una), indisolubilidad (para siempre), fecundidad (el matrimonio es para procrear). Estas características reflejan la santidad y se derivan del matrimonio místico entre Cristo y la Iglesia y esta es la razón por la cual no se puede atentar contra las mismas, sin atentar contra Cristo y la Iglesia.

         Meditación final.

         El sacerdote ministerial, “levantado del polvo y el estiércol”[3], recibe del Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo, la participación en su poder sacerdotal, poder mediante el cual, por las palabras de la consagración, realiza el milagro de la Transubstanciación en la Santa Misa, milagro por el cual el mismo Dios Hijo en Persona, por voluntad del Padre y por Amor del Espíritu Santo, desciende a las manos de un hombre, en donde es adorado por los ángeles, así como lo adoran en el cielo y así como lo adoraron en los brazos de María Santísima. El sacerdote ministerial es levantado así, a pesar de su indignidad, “por encima de los príncipes de su pueblo, siendo capaz de hacer lo que ellos no pueden”[4] y “teniendo poder sobre el mismo Dios”[5], reconociendo los ángeles del cielo “esta ventaja a los hombres de la tierra ordenados en sacerdotes; y confiesan que ellos, con ser más altos en naturaleza, y bienaventurados con la vista de Dios, no tienen poder para consagrar a Dios, como el pobre sacerdote lo tiene”[6].

Un Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las indulgencias del Santo Rosario.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.





[1] San Juan de Ávila, Tratado del Sacerdocio.

[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. ibidem.

sábado, 14 de mayo de 2016

Hora Santa y rezo del Santo Rosario meditado pidiendo por la Patria Argentina


Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario pidiendo por nuestra Patria Argentina.

Canto inicial: “Cristo Jesús, en ti la Patria espera”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).

Primer Misterio.

Meditación.

Por un divino designio nuestra Patria nació bajo el signo de la Santa Cruz y fue arropada, desde sus primerísimos inicios, con el manto de María Santísima. Numerosos hechos sobrenaturales indican que, desde sus inicios, la Patria Argentina estuvo consagrada a la Inmaculada Concepción de María y protegida por la Sangre Preciosísima del Cordero: fue deseo del cielo que la Inmaculada Concepción de la Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora de Luján, se quedara entre nosotros, para adoptar como hijos de Dios a los nacidos en estas tierras y para constituirse en Patrona y Dueña de la Argentina; fue por un designio divino, y no por obra de nuestras manos, como lo sostienen los patriotas de la época[1], que se alcanzó la independencia el 25 de Mayo; fue por un designio divino que el Acta de los Congresales se firmó a los pies del Cristo de los Congresales; fue por un designio divino que nuestro emblema nacional ostenta los colores celeste y blanco de la Inmaculada de Luján. Es por esto que, en estos tiempos de tanta oscuridad espiritual, imploramos a Nuestro Señor Jesucristo, Dador de la paz de Dios, que por intermedio de su Madre, María Santísima, infunda su divina paz en los corazones de todos los argentinos –indios, criollos, hispanos, y de toda raza y condición-, para que en nuestra Patria Argentina resplandezcan la concordia, la armonía y la caridad fraterna, y además imploramos a Nuestro Señor que por María de Luján ilumine las mentes y corazones de los gobernantes, para que en todo sean guiados según la Ley de Dios.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Con su Sangre derramada en la cruz, Jesús, el Cordero de Dios, adquirió para Dios Padre las almas de los habitantes de este suelo bendito, sin distinción alguna de razas ni de condiciones sociales; para nuestros compatriotas es que imploramos, oh Jesús, Dueño y Señor de Nuestra Patria Argentina, que intervengas en nuestros tiempos, tiempos oscuros y sembrados de confusión; tiempos en los que la gran mayoría de los argentinos parece haber olvidado que Tú eres Nuestro Dueño y Señor y que Nuestra Señora de Luján es la Dueña y Protectora de la Nación Argentina y que por lo tanto ambos deben ser honrados y venerados como tales. Hoy, en nuestra Patria, reinan por doquier –y sobre todo en sus leyes- la ausencia de valores, el olvido de los Mandamientos de Dios, la enemistad entre los argentinos, la falsedad, la hipocresía, el cinismo; el robo generalizado y el enfrentamiento entre hermanos. Sólo Tú, oh Jesucristo, puedes dar a los argentinos la verdadera paz, la paz del corazón, la paz de Dios, la paz que, viniendo de lo alto, inunda al corazón del hombre y luego se extiende a toda la sociedad. ¡Ven, Señor Jesús, Dueño y Señor de la Patria Argentina; infunde tu Santo Espíritu e inunda con tu amor, tu luz y tu paz, las mentes y corazones de los argentinos, para que todos, unidos en un mismo espíritu, reconociéndote como nuestro Dios y Señor, ensalcemos tu Santa Cruz y en tu Santo Nombre construyamos una Patria de hermanos, anticipo de la Patria celestial!

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Desde el trono real de la Cruz, el Cristo de los Congresales, Jesús, el Hombre-Dios, dio a nuestra Patria la gracia de ser un verdadero y auténtico crisol de razas, porque con su Cuerpo crucificado derriba “el muro de odio que separa a los hombres” (cfr. Ef 2, 14), al tiempo que concede a las almas la paz de Dios. El deseo de Nuestro Señor Jesucristo, al presidir la Jura de la Independencia desde la Cruz, fue el unir en su Cuerpo, por la efusión de su Sangre Preciosísima, en un mismo Espíritu, a todo hombre nacido en estas tierras. Unidos en el Cuerpo de Cristo, por el Espíritu, los argentinos estamos llamados a dejar atrás los enfrentamientos, las diferencias, los rencores, para vivir en la paz de Dios, la verdadera y única paz, la paz que nos da Cristo Jesús, la paz que “no es del mundo” (cfr. Jn 14, 27), porque viene de lo alto, del seno mismo de Dios. Por haber sido elegidos para vivir en su paz y amor, los mandamientos de Nuestro Señor Jesucristo deberían estar grabados a fuego en la mente y en los corazones de los argentinos y todos deberíamos postrarnos ante tan augusto Señor, dando gracias al cielo por tantos signos de predilección para con nuestra Patria. Sin embargo, el Dios de la Eucaristía, Cristo Jesús, está ausente de nuestros corazones, de nuestras leyes, de nuestras vidas, y es así como el materialismo y el consumismo, frutos del ateísmo, de la indiferencia y de la ignorancia religiosa culpable, dominan, con excepciones, las mentes y corazones de los argentinos, llegando hasta el extremo de la malicia de considerar al aborto como un derecho humano. Postrados ante Ti, oh Cristo de los Congresales, te suplicamos la gracia de entronizarte a Ti, Jesús Crucificado, en todos los ámbitos de la Nación –casas, escuelas, hospitales, edificios de gobierno, para que ninguna otra vida de un argentino por nacer sea suprimida en el vientre de su madre-, pero, sobre todo, danos la gracia de amarte con todas las fuerzas de las que seamos capaces, para entronizarte en nuestros corazones, para que allí seas adorado, bendecido, exaltado y ensalzado, en el tiempo y en la eternidad.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación

Jesús Eucaristía, Tú eres el Hombre-Dios, Tú, en concurso con el Padre y el Espíritu Santo, eres el Creador de cielos y tierra, del universo visible e invisible; sin Ti nada fue hecho y nada subsiste sin tu divina potestad y tu divino Querer: te damos gracias por habernos dado, como muestra del Amor de tu Sagrado Corazón, a nuestra Patria Argentina; te suplicamos que envíes al Ángel Custodio de la Patria Argentina para que, bajo tus órdenes y en cumplimiento de tu santa Voluntad, nos ayude a los argentinos a hacer de esta Patria que es tu don, una Patria de hermanos, en donde la Ley Nueva de la caridad sea nuestra guía que nos conduzca a la Patria celestial. Oh Jesús, Rey de los Ángeles, que has dispuesto que no solo los hombres, sino también las naciones, tengan para su protección un Ángel Custodio, te pedimos por el Ángel Custodio de Argentina, para que bajo tus órdenes y bajo las órdenes de San Miguel Arcángel, Jefe de la Milicia celestial, proteja a nuestra amada Patria Argentina de las acechanzas del Demonio y de todos sus enemigos, internos y externos. Que el Ángel Custodio de Argentina, bajo las órdenes de San Miguel Arcángel, que expulsó del cielo con tu poder a la Serpiente Antigua, luego de que esta, en su osadía diabólica, pretendió igualarse soberbiamente a Dios, Jesús, nos proteja de todo mal, para que reinando en nuestra Patria tu gracia, tu paz y tu amor, todos los argentinos, sin distinción alguna de raza o de condición social, seamos reunidos ante tu Presencia en la Patria celestial, para adorarte por los siglos sin fin.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Cuando el General Manuel Belgrano creó la Bandera Nacional, en un acto de devoción mariana, quiso que nuestra enseña patria llevara los colores celeste y blanco del manto de la Virgen de Luján, de la cual era ferviente devoto. De esta manera, nuestra Patria Argentina tiene el honor inmerecido de que su Bandera Nacional sea como una prolongación del Manto de la Inmaculada Virgen de Luján, lo cual constituye otra muestra más, de las innumerables muestras de amor, con las que Dios ha querido agraciar a nuestra Patria. Entonces, que así como la Virgen es Madre de Dios y de todos los hombres, porque nos adoptó a todos al pie de la cruz, por pedido de Jesús, y nos congrega a todos sus hijos al pie de la cruz, que así también los argentinos, congregados bajo el Manto celeste y blanco de nuestra Bandera Nacional, enarbolemos el estandarte ensangrentado de la Santa Cruz, para que Cristo Rey sea entronizado en los corazones de los argentinos y en las familias argentinas, para que nuestra Patria honre y adore, bajo el Manto celeste y blanco de la Virgen Luján, al Dueño, Patrón y Señor de la Patria Argentina, Jesucristo, el Hombre-Dios y así vivamos en su paz, en su alegría y en su amor divino.

Un Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las indulgencias del Santo Rosario.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Himno a Nuestra Señora de Luján”.






[1] Cfr. Fray Francisco de Paula Castañeda.