sábado, 26 de marzo de 2016

Hora Santa y rezo del Santo Rosario meditado en reparación por los ultrajes contra la Eucaristía en Madrid, España




         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la profanación eucarística ocurrida en Madrid el pasado 19 de marzo de 2016. La noticia de tan lamentable hecho se encuentra en el siguiente sitio, cuya dirección electrónica es: http://www.alfayomega.es/60441/sacaron-el-sagrario-lo-descuartizaron-y-profanaron-el-santisimo. De esta manera, nos unimos a la Misa de desagravio celebrada por el Arzobispo de Madrid, Carlos Osoro y concelebrada por el párroco de la iglesia parroquial atacada, P. Antonio del Amo. Además de reparar, pedimos perdón por nuestras propias ofensas y descuidos hacia el Santísimo Sacramento del Altar, al tiempo que imploramos la conversión de quienes cometieron tan condenable sacrilegio contra la Presencia Real, Verdadera y Substancial de Nuestro Dios y Señor Jesucristo, en la Eucaristía.

         Canto inicial: “Postrado a vuestros pies humildemente”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.

         Meditación. 

La Eucaristía no es un pan bendecido en una ceremonia religiosa; no es un mero recuerdo de la Última Cena; no es una presencia simbólica de Jesús y la presencia de Jesús en la Eucaristía no depende de la fe de la asamblea. La Eucaristía es Dios Hijo, encarnado en el seno purísimo de la Madre de Dios, que prolonga su Encarnación en el sacramento del altar; la Eucaristía es Jesús, la Persona Segunda de la Trinidad, el Hijo Unigénito de Dios, engendrado desde la eternidad, que se encarnó en el seno de la Madre de Dios, fue crucificado en el Calvario, sepultado bajo tierra y luego de resucitar de entre los muertos, subió a los cielos, lleno de poder y de gloria divina y que ya resucitado, envió el Espíritu Santo, junto al Padre en Pentecostés; ese mismo y único Jesucristo es el que, al mismo tiempo que subió a los cielos, se quedó en la tierra, en la Hostia consagrada, para permanecer entre nosotros “hasta el fin de los tiempos” (cfr. Mt 28, 20), para concedernos su Sagrado Corazón Eucarístico y con él, el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, y es por esto que cada comunión eucarística se convierte en un nuevo y personal Pentecostés, al ser derramado en el alma el Amor de Dios, la Persona Tercera de la Trinidad.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Eucaristía tiene apariencia de pan porque tiene el sabor, el peso, y todas las características físicas externas del pan sin levadura, pero no es pan, sino que aparece a los sentidos como si fuera pan, pero no lo es, porque el pan terreno es pan sin vida, inerte y por el contrario, la Eucaristía es un Pan Vivo, que concede la vida eterna a quien lo consume en gracia, con fe y con amor (cfr. Jn 6, 51). La Eucaristía es el Pan de Vida eterna (Jn 6, 35), el Verdadero Maná bajado del cielo (cfr. Jn 6, 50), el Maná super-substancial que nos alimenta con la substancia divina del Hijo de Dios; es el Maná que el Amor de Dios Padre hace caer del cielo para que, quienes transitamos en el desierto de la vida hacia la Jerusalén celestial, no solo no desfallezcamos en el intento y ante las tribulaciones sino que, alimentados con el Amor de Dios contenido en este Pan celestial, lleguemos, al final de nuestra peregrinación terrena, al Reino de los cielos. La Eucaristía es Pan de Vida eterna, que concede la vida misma de Dios, la vida eterna, a quien consume este Pan celestial con fe y con amor; la Eucaristía es Jesús que, golpeando a las puertas de nuestros corazones, entra para cenar con nosotros y para que nosotros cenemos con Él (cfr. Ap 3, 20), y el manjar con el que nos alimenta es su substancia humana glorificada -su Cuerpo y su Sangre- y su substancia divina, fuente de vida, de luz y de gloria celestial, por las cuales nos hace participar, ya desde la tierra y en medio de las penurias, persecuciones y tribulaciones que sufre la Iglesia, del gozo celestial que por su Misericordia habremos de disfrutar en los cielos eternos, el Amor de su Sagrado Corazón.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Eucaristía es un sacramento, pero no es un sacramento más: es la Fuente y el Origen de todos los sacramentos y hacia el cual convergen todos los sacramentos, porque todos los sacramentos de la Iglesia Católica son por y para la Eucaristía. La Eucaristía es el Santo Sacramento del Altar porque es un sacramento que se confecciona en el altar: la materia es el pan y el vino y la forma, las palabras de la consagración, pronunciadas por el Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo, a través de las palabras y la voz humana del sacerdote ministerial: “Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”. La Eucaristía es el Santo Sacramento del Altar que obtiene toda su virtud divina del Santo Sacrificio de la Cruz: en el Calvario, la materia del sacrificio es el Cuerpo y la Sangre de Jesús; en el altar eucarístico, son el pan y el vino, que por el poder del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. En la Cruz, el Altar fue el mismo Jesucristo; en la Misa, la Eucaristía se confecciona sobre el Altar Eucarístico, símbolo y representación de Nuestro Señor. En la Cruz, Jesús ofreció su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad en inmolación cruenta para aplacar la ira de Dios Padre, encendida por nuestros pecados, para implorar perdón y obtenernos su Divina Misericordia, y para adorar a Dios Uno y Trino con la ofrenda de su Humanidad Purísima y de su Divina Persona; en la Eucaristía y por la Santa Misa, renovación del Santo Sacrificio de la Cruz Jesús ofrece, de modo incruento y sacramental, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, para adorar a Dios Trino, para darle gracias por su infinito Amor hacia nosotros, para pedir perdón por nuestros pecados y para implorar la Misericordia de Dios para toda la humanidad.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Eucaristía es Jesús, el Cordero de Dios, el Cordero sin mancha, sin culpa, sin pecado, que subió a la cruz libre y voluntariamente, cumpliendo así la Voluntad del Padre de morir inmolado en el ara santa de la cruz por la salvación de los hombres. La Eucaristía es Jesús, el Cordero de Dios “como degollado” (cfr. Ap 5, 6), que en su trono del cielo recibe la adoración de los ángeles y santos, pero que en su trono en la tierra, el sagrario, recibe solo ultrajes, menosprecios e indiferencias por parte de los hombres, sobre todo de los consagrados por el bautismo, porque la mínima falta de amor de estos, hace sufrir al Sagrado Corazón más que todas las faltas juntas de los no cristianos. La Eucaristía es el Cordero Inmaculado que se encarnó en el seno purísimo de María Santísima para que, siendo Él Dios Invisible, adquiriera un alma y un cuerpo que pudiera ser visto y ofrecido en el Altar Santo de la Cruz como Víctima Purísima y Perfectísima; la Eucaristía es ese mismo Cordero que prolonga su Encarnación en el seno purísimo de la Iglesia Santa, el Altar Eucarístico, para que, siendo Dios Espíritu Puro, pueda donarse al alma con su Ser trinitario divino y con su substancia divina bajo apariencia de pan. La Eucaristía es el Cordero que se inmoló al atardecer del Viernes Santo; fue sepultado en la roca permaneciendo allí el Sábado Santo sin experimentar la corrupción, y resucitó al tercer día, el Domingo de Resurrección, iluminando las tinieblas del hombre con la luz santa de su gloria divina, luz que brota de sus heridas gloriosas y con la cual continúa iluminando al mundo desde el sagrario; la Eucaristía es el Cordero Inmaculado que resucitó de entre los muertos para dar la vida divina al hombre que yacía en las “tinieblas y sombras de muerte” (cfr. Lc 1, 28) y que volvió del sepulcro para conducir al hombre redimido al precio de su Sangre a la “luz inaccesible” (cfr. 1 Tim 6, 16) en la que Él habita, junto al Padre y el Espíritu Santo, desde toda la eternidad. 

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Eucaristía es Jesús, el Hijo de Dios, que nos dona el Amor infinito y eterno del Padre y del Hijo en cada comunión, el Espíritu Santo, que inhabita en su Sagrado Corazón Eucarístico y es por esto que la Comunión Eucarística es un don incomparablemente más grande que todas las apariciones del Sagrado Corazón: si a Santa Margarita Jesús le pidió su corazón para introducirlo en el suyo y devolvérsele en forma de llamas de fuego, en la Comunión Eucarística Jesús no nos pide nuestro corazón, sino que nos da para comulgar su Sagrado Corazón Eucarístico, envuelto en las llamas del Divino Amor, para incendiar nuestras almas en el Fuego Santo del Amor de Dios. Así, el corazón del hombre, que sin el Amor de Dios es como el carbón -oscuro, frío y endurecido-, al ser penetrado por el Fuego del Divino Amor por la Comunión Eucarística se vuelve una brasa incandescente, luminosa y ardiente, convirtiéndose en imagen y copia viviente del Sagrado Corazón de Jesús. Además, por la Comunión Eucarística viene a nuestras almas, más que el Reino de los cielos, el Rey del cielo en Persona, Cristo Jesús, que quiere ser entronizado en nuestros corazones para recibir allí las alabanzas, el amor y la adoración que se merece. Y para que esto pueda ser posible, es que el Espíritu Santo quiere convertir previamente a nuestros cuerpos y almas en templos suyos, de su propiedad, para que así embellecidos interiormente por la gracia santificante, nuestros corazones sean otros tantos altares y sagrarios en donde Jesús Eucaristía sea adorado, bendecido, exaltado y ensalzado, en el tiempo que nos queda de vida terrena, para luego seguir adorándolo, bendiciéndolo, exaltándolo y ensalzándolo por los siglos sin fin en el Reino de los cielos.

Un Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las indulgencias del Santo Rosario.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.

jueves, 17 de marzo de 2016

Hora Santa y rezo del Rosario en reparación por los ultrajes a Nuestra Señora de los Dolores en Pamplona


Imagen de Nuestra Señora de los Dolores, 
ultrajada por los insultos en ocasión de una
procesión en Pamplona, España,
a inicios del mes de marzo de 2016.

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por los insultos sufridos por la Virgen, ocurridos en Pamplona a inicios del mes de marzo de 2016. La noticia acerca de este nuevo ultraje a la Madre de Dios, que salía en procesión por las calles de Pamplona bajo la advocación de Nuestra Señora de los Dolores, puede consultarse en el siguiente sitio electrónico: http://www.infovaticana.com/2016/03/14/insultan-a-la-virgen-en-pamplona-durante-una-procesion/; Por medio de la Hora Santa y el Rosario meditado, queremos ofrecer reparación al Inmaculado Corazón de María, al tiempo que pedimos por nuestra conversión y la de nuestros prójimos, los que la ofendieron con sus insultos.

Canto inicial: “Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Oh Virgen Santísima, Madre Inmaculada, Nuestra Señora de los Dolores, que estás de pie, al lado de la cruz, llorando por la agonía y muerte de tu amadísimo Hijo Jesús; es aquí, en la cima del Monte Calvario, en donde la profecía del anciano Simeón –“una espada de dolor te atravesará el corazón” (Lc 2, 35)- alcanza su más doloroso cumplimiento, porque ver a tu Hijo agonizar y morir en medio de los más terribles dolores que jamás nadie pueda siquiera imaginar, tritura de angustia, pena y dolor a tu Inmaculado Corazón, y así crees desfallecer por la inmensidad del dolor que te invade, y de hecho habrías muerto ya hace tiempo, agobiada por el dolor, si no te sostuvieran el Divino Amor y la misma fortaleza de Dios Padre. De rodillas ante tu Hijo que muere por mí en la cruz, beso sus pies heridos y sangrantes, y te pido que intercedas, Madre Mía, para que por la Sangre de ellos derramada y por el dolor sufrido en sus pies clavados al madero, nunca dirija mis pies por el camino del pecado, sino que mis pasos se encaminen siempre hacia el Calvario. Amén.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         María Santísima, Nuestra Señora de los Dolores, en la cima del Monte Calvario derramas amargas lágrimas de dolor por la muerte del Hijo de tu Amor. Son nuestros pecados -los pecados de todos los hombres de todos los tiempos-, los que han llevado a la cruz al Dios del infinito y eterno Amor. Son los pecados de toda la humanidad: los pecados de pensamiento, las palabras obscenas, los sentimientos lascivos, las concupiscencias, las maldades de toda clase, los que crucifican al Hijo de tu Corazón y lo atenazan con duros clavos de hierro. Son los pecados de impureza, de lujuria, pero también los pecados de soberbia, de vanagloria, de vanidad, de envidia, de ira, de pereza, de gula, los que flagelan, coronan de espinas y finalmente clavan a tu Hijo al madero, haciéndolo morir con dolorosísima agonía. Y Tú, al compartir espiritual y místicamente los dolores físicos y espirituales de tu Hijo, te sientes morir en vida, porque la agonía de Jesús es tu agonía, sus dolores son tus dolores, su muerte es tu muerte, porque Él es la Vida de tu alma purísima y si muere Jesús, muere la Vida de tu alma dejándote sin vida y así tú sientes que mueres de dolor, aun estando viva. Oh María Santísima, Nuestra Señora de los Dolores, por la dolorosísima agonía de Jesús y por los acerbos dolores de tu Inmaculado Corazón, intercede ante Jesús para que nuestros corazones, oscuros, fríos, endurecidos por el desamor y el pecado, “fuente y origen de toda clase de cosas malas” (Mt 15, 19), sean convertidos, por la gracia santificante que brota con la Sangre del Corazón traspasado de Jesús, en copias vivas de tu Inmaculado Corazón y del Corazón de Jesús; te suplicamos, oh Madre de Dios, que intercedas para que, por la gracia santificante, nuestros corazones sean cándidos, puros, inocentes, cristalinos como el agua, diáfanos como la luz del día, transparentes y puros como el agua de un límpido manantial. Danos, oh Madre amantísima, la virtud del candor, que concede pureza e inocencia a los corazones, para que no solo jamás alberguemos sentimientos y pensamientos malos, sino para que nuestros sentimientos y pensamientos sean los de tu Corazón Purísimo y los del Sagrado Corazón de Jesús. Madre de la Divina Gracia, Medianera de todas las gracias, intercede ante tu Hijo Jesús para que, acudiendo a los Ríos de la Gracia del Sacramento de la Penitencia, penetren en nuestros corazones los manantiales de agua purísima que brotan del Corazón traspasado de Jesús, manantiales de gracia que limpien toda impureza y suciedad del pecado y los conviertan en luminosas imágenes vivientes de tu Corazón y el de tu Hijo. Amén.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Oh María Santísima, Nuestra Señora de los Dolores, que sufres el Viernes Santo por tu Hijo que muere en la cruz, pero sufres también por los hombres, a quienes adoptaste como hijos por pedido de Jesús; intercede para que la epidemia del pecado mortal, que azota al mundo entero y que da muerte al alma apartándola de la comunión de vida y de amor con Dios, sumergiéndola en las más densas tinieblas y encaminándola hacia el Abismo de la eterna perdición, desaparezca del corazón de los hombres por la Sangre del Cordero “como degollado” (Ap 5, 6). Atrae hacia el Calvario, Nuestra Señora de los Dolores, con el dulce amor de tu Inmaculado Corazón, a todos los hombres, para que participen de la muerte en cruz de Jesús del Viernes Santo, única forma de morir al hombre viejo, el hombre que sucumbe a las tentaciones del demonio y a las seducciones del mundo, huyendo de la Santa Cruz, para deleitarse con los placeres terrenos. Oh María, Nuestra Señora de los Dolores, haz que los hombres, atraídos por la fuerza del Amor del Corazón traspasado de Jesús, sean capaces de apreciar los Sacramentos, fuentes de Gracias y que los aprecien como momentos de gracia salvífica y no como falsamente los interpreta el mundo, como meros símbolos vacíos, carentes de significación para la salvación. Oh María Santísima, Nuestra Señora de los Dolores, puesto que tu Hijo Jesús nos redime a través de su Pasión, Muerte en cruz y Resurrección y cuya gracia salvífica nos llega por los Sacramentos: intercede que por los cruentos dolores que sufrió en el Calvario el Viernes Santo, los hombres reciban la luz del Espíritu Santo, luz celestial que ilumine sus mentes y corazones, a fin de que puedan distinguir lo Divino y Sagrado de la Iglesia, sobre todo los Sacramentos, y entre estos, aquellos más habituales, la Sagrada Eucaristía y la Penitencia: hoy son decenas de miles quienes piensan que los sacramentos son meras convenciones sociales y culturales, y es así como privan a los niños del Bautismo, de la Comunión y de la Confirmación, y ellos mismos se privan, guiados por este oscuro pensamiento, del Santísimo Sacramento del Altar, la Divina Eucaristía. Madre de Dios, ruega a tu Hijo Jesús para que envíe el Espíritu Santo sobre el mundo entero, sobre todas las almas, para que todos sean capaces de contemplar, con la luz de la gracia, la inefable luz celestial que irradia Jesús desde la Eucaristía y su Amor misericordioso que se derrama sobre las almas por el Sacramento de la Penitencia.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Oh Virgen Santísima, Nuestra Señora de los Dolores, que sientes tu Inmaculado Corazón aplastado y estrujado por el dolor de ver a tu Hijo agonizar y morir, desangrado y en medio de dolores inenarrables, sobre el ara santa de la cruz; por los dolores que experimentó el Sagrado Corazón y por la Sangre que derramó por nuestra salvación, tú que lograste que tu Hijo realizara el primer milagro público en Caná de Galilea, ruega por nosotros, para que bañados en la Sangre que brota a raudales de su Corazón traspasado, convirtamos nuestros duros y fríos corazones, cerrados al Amor de Dios, en corazones inhabitados por el Divino Amor en donde Dios Trino sea amado, bendecido y adorardo. Que nuestros corazones, que sin la gracia de Dios están volcados hacia las cosas bajas de la tierra -tal como hace el girasol durante la noche-, por la gracia de la cual tú eres, oh Madre nuestra del cielo, su Celestial Mediadora, sean capaces de despegarse de las cosas del mundo y, también como hace el girasol al amanecer, que ya ante la presencia de la Estrella de la Aurora comienza a erguirse para centrarse en el sol y seguirlo en su recorrido por el firmamento, también nuestros pobres corazones, ante tu presencia, Estrella de la Mañana que anuncias el Nuevo Día -el día de la gracia, el día de los hijos de la luz, el día de los hijos de Dios-, desapegados de las falsas y vanas atracciones mundanas, se eleven hacia la Eucaristía, Sol de justicia que ilumina las almas con la Luz eterna del Ser divino. Y así, apartados de todo lo mundano, nuestros corazones se conviertan a tu Hijo Presente en la Eucaristía, para que reciban la radiante luz celestial que da la Vida eterna y vivifica con la vida misma de Dios Trino a quien ilumina.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Oh Madre Santísima, Nuestra Señora de los Dolores, que viertes amargas lágrimas al pie de la cruz porque a causa de nuestros pecados, muere de dolorosa muerte tu Hijo Jesús. Oh Madre nuestra, que en el Calvario ves cumplida, con creces, la profecía que te hiciera Simeón: “Una espada de dolor te atravesará el Corazón” (Lc 2, 33-35); te suplicamos, Madre Amantísima, que intercedas ante tu Hijo para que despertemos del letargo espiritual y así iniciemos, con la gracia del Espíritu Santo, la conversión del corazón por medio de una contrición perfecta y comencemos a vivir la vida de los hijos de Dios, la vida de la gracia, vida que anticipa la vida de la gloria en el Reino de los cielos. Pero solo seremos capaces de convertirnos si la Sangre Preciosísima de tu Hijo cae sobre nuestras almas, sobre nuestros corazones; sólo si somos bañados por la Sangre y el Agua que brotaron del Corazón traspasado de Jesús (cfr. Jn 19, 34), nuestros corazones serán lavados y purificados de su malicia y quedarán inmaculados, límpidos, traslúcidos, más blancos que la nieve, porque solo su Sangre “quita los pecados del mundo” (cfr. Jn 1, 29) y concede, al mismo tiempo, la Vida misma de Dios, la vida de la gracia, la participación en la vida divina de Dios Uno y Trino.

         Meditación final.

Oh María, Nuestra Señora de los Dolores, que lloras por la muerte de tu Hijo en la cruz, pero lloras también por la muerte de tus hijos por nacer en el vientre materno, víctimas del aborto, te pedimos especialmente por estos niños –y también por sus madres-, para que por tu intercesión, sean llevados ante la Presencia de Cordero, que derramó su Sangre por ellos, para que se alegren por su contemplación y lo adoren por los siglos sin fin.

Un Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las indulgencias del Santo Rosario.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.


Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.

sábado, 12 de marzo de 2016

Hora Santa y rezo del Santo Rosario meditado en honor y adoración a la Santísima Trinidad


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en honor a la Santísima Trinidad.
Oración inicial: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Oh Dios, Único y Verdadero, que eres un solo Dios en Tres Personas, iguales y distintas, te adoramos, te bendecimos, te exaltamos, te damos gracias y te glorificamos; Tú eres, con tu Ser divino trinitario, el Ser Supremo, perfectísimo, Espíritu purísimo; en Ti no hay sombra alguna de imperfección; en Ti resplandecen la Misericordia y la Justicia, la Bondad infinita y la santidad; Tú eres el Creador del universo visible e invisible, porque eres Dios Omnipotente; todo lo conoces, porque eres Dios Omnisciente: conoces mis pensamientos, desde antes que empezara a pensar y conoces todo lo que pensaré hasta el último día de mi vida; Tú solo eres el único Dios, infinitamente bueno, justo, santo, porque eres el Amor Increado; Tú eres el Principio y el Fin de las cosas y sin Ti nada de lo que existe podría existir; Tú eres el Dios de los Patriarcas, el Dios de los Profetas, el Dios de los mártires, el Dios de los santos, el Dios de las vírgenes, el Dios de todos los santos, porque Tú eres la Santidad Increada y fuente de toda santidad participada a las creaturas; sin Ti, nada hay santo y bueno en el hombre ni en el universo; Tú eres, Dios Uno y Trino, el Único Dios verdadero, el Único que merece ser adorado, bendecido, exaltado y amado por sobre todas las cosas, por ser Quien eres, Dios de majestad infinita; Tú eres Dios, desde siempre, desde toda la eternidad y no hay otro Dios, sino Tú, desde siempre y para siempre y por eso te adoramos, te bendecimos, te damos gracias, imploramos tu perdón, tu auxilio y tu misericordia y por eso nosotros, indignos pecadores, nos postramos ante tu augustísima Presencia y te damos gracias por habernos revelado Quién eres en tu misterio trinitario, por medio de Nuestro Señor Jesucristo, porque si no hubiera sido revelado, nunca podríamos haberte conocido como Dios Uno y Trino y si te has revelado en Cristo, es para que conociéndote te amemos y amándote en la unidad de tu naturaleza y en la Trinidad de Personas, vivamos en tu Amor, en el tiempo y luego por la eternidad.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Oh Dios Padre, Persona Primera de la Santísima Trinidad, que no procedes de ninguna persona y de quien proceden el Hijo y el Espíritu Santo. Conocemos de Ti porque nos lo ha revelado Jesucristo, Tu Hijo Unigénito, engendrado por Ti como Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero y que da a conocer al Padre a quien Él así lo desea (cfr. Mt 11, 27). A través de Nuestro Señor Jesucristo, conocemos tu omnipotencia, tu voluntad –y tu voluntad es que todos nos salvemos (Mt 18, 14)-, tu providencia, tu justicia, tu santidad, tu misericordia, tu inmensa ternura, tu fidelidad. A través de Jesucristo sabemos que Tú, Dios Padre, eres nuestro Padre del cielo (Mt 23, 9), que en Cristo has abierto las puertas del cielo para quienes cumplan tu voluntad (Mt 7, 21), que es vivir en tu Amor, reflejado en los Mandamientos y en las Bienaventuranzas; que debemos “adorarte en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23); que conoces lo que necesitamos (Mt 6, 7-8); que “darás el Espíritu Santo” (Lc 11, 5-13) a quien lo pida “en nombre de Jesús” (Jn 14, 13); que nos has adoptado como hijos y que quieres que “seamos perfectos” en el amor, el perdón y la misericordia, “como Tú eres perfecto” (Mt 5, 48). Por todo esto, oh Dios, Padre nuestro, te adoramos, te damos gracias, te exaltamos y te bendecimos, pero sobre todo, por habernos enviado, por medio de tu Amor, el Espíritu Santo, a tu Hijo Jesús, para que se encarnara en el seno de María Santísima y cumpliera su sacrificio en cruz, para que nos salvara de la eterna perdición y nos condujera al cielo, en donde Tú nos esperas, para hacernos participar de tu Amor y de tu Reino celestial (Lc 11, 23).
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Oh Dios Hijo, Persona Segunda de la Santísima Trinidad, Palabra eternamente pronunciada por el Padre, que expresas a la perfección su poder, sabiduría, bondad y misericordia. Por Ti fueron hechas todas las cosas y nada fue hecho sin Ti, oh Sabiduría eterna del Padre, y por esto eres el único y verdadero Señor del universo para la gloria del Padre. Por Ti, por tu sacrificio en cruz, renovado cada vez en la Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa, fuimos salvados de la eterna condenación; el enemigo de nuestras almas, el Demonio, fue derrotado para siempre; nuestros pecados fueron quitados de nuestras almas por tu Sangre derramada en el Calvario; la muerte fue destruida con tu propia muerte en la cruz; nos concediste la filiación divina, nos abriste las puertas del cielo y por tu cruz quieres a todos conducirnos a la Jerusalén celestial, para gozar para siempre de la contemplación de la Trinidad; por esto, eres nuestro único Salvador, el Salvador de todos los hombres y “no hay otro nombre”, oh Jesús, Dios Hijo Encarnado, “dado sobre la tierra para la salvación” (Hch 4, 12). Tú eres el Verbo contemplado por Juan, que “existía desde el principio, que estaba junto a Dios y era Dios”, y eres también el Verbo que Juan contempla una vez encarnado: “Y el Verbo se encarnó y habitó entre nosotros”; siendo Dios invisible, te hiciste visible, encarnándote en una naturaleza humana, para poder tener un cuerpo para ofrecer en sacrificio en el ara santa de la cruz, para entregar ese Cuerpo, glorificado y resucitado, en la Eucaristía, para alimentarnos con tu substancia divina; Tú te encarnaste para que nadie dijera: “No sé dónde está Dios”, porque Tú estás en la cruz y estás en la Eucaristía, con tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, para darnos tu Amor, tu fortaleza, tu paz y tu alegría, acompañándonos en las tribulaciones de la vida para que, cargando nuestra cruz y caminando en pos de Ti por el Via Crucis, muramos al hombre viejo y podamos nacer al hombre nuevo, el hombre que vive la vida de la gracia, la que brota de tu Corazón traspasado en la cruz. Por la Encarnación, tú eres Verdadero Dios y verdadero Hombre, porque asumiste nuestra naturaleza humana –en todo, menos en el pecado-, sin dejar de ser Dios; eres verdadero Dios, igual al Padre y al Espíritu Santo y eres verdadero Hombre, perfecto, inmaculado, sin mancha, sin pecado y por eso eres también el Cordero Inmaculado que quita los pecados del mundo. Oh Jesús, Tú eres el Verbo de Dios encarnado, nuestro Redentor, eres el Camino, la Verdad y la Vida: Tú eres el único Camino que debemos recorrer para llegar al cielo; Tú eres la única Verdad celestial manifestada a los hombres, que nos revela los misterios divinos y nos iluminas sobre el sentido y el fin de la existencia terrena, que no es otro que evitar la condenación en el Infierno y salvar nuestras almas, para gozar de tu contemplación en el Reino celestial; Tú eres la única Vida divina, de quien recibimos la vida de la gracia, que nos hace participar en tu vida divina y eterna (Jn 14, 6); Tú solo tienes “palabras de vida eterna” (Jn 6, 68) y en la imitación de la mansedumbre y humildad de tu Sagrado Corazón y en el cumplimiento de tus mandamientos, está nuestra única felicidad. Tú, oh Jesús, Dios bendito por los siglos, en el exceso de amor de tu Sagrado Corazón, te entregas en cada Eucaristía, para donarnos tu amor sin medida, y por todo esto, oh Cordero de Dios, que quitas nuestros pecados lavándolos con tu Sangre Preciosísima derramada en la cruz, te adoramos, te bendecimos, te damos gracias, en el tiempo y en la eternidad. Amén.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Oh Dios Espíritu Santo, Persona Tercera de la Santísima Trinidad, que procedes del Padre y del Hijo y que con el Padre y el Hijo eres un solo Dios verdadero; Tú eres el Don de dones; Tú eres la Causa de la Encarnación del Verbo y eres también el premio inimaginable para quienes sean fieles al Cordero, siguiéndolo “donde Él va” (cfr. Ap 14, 4), por el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis. Tú eres el Amor de Dios, que une al Padre y al Hijo en el Fuego del Divino Amor, desde la eternidad, y que quieres encender nuestros corazones con este mismo Fuego Santo, que eres Tú en Persona, para que amemos a Dios Trino en la tierra y luego lo sigamos amando por los siglos sin fin en los cielos. Tú eres el Amor de Dios prometido por Jesús, que sería enviado en Pentecostés por el Padre y el Hijo luego de la Resurrección y Ascensión a los cielos de Jesús, y así también eres enviado por Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, en cada Santa Misa, a través de las palabras de la consagración, para convertir el pan y el vino en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, la Divina Eucaristía; por Ti, oh Santo Espíritu de Dios, Fuego de Amor Divino, nos unimos en tu Amor al Padre y al Hijo, ya desde esta vida, por la Comunión con el Cuerpo Eucarístico de Cristo; Cristo al cual somos unidos por Ti, oh Espíritu de Dios, en la otra vida, por la gloria recibida en cuerpo y alma para quienes mueran en estado de gracia santificante. Oh Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, eres el Alma de la Iglesia y el Alma de nuestras almas, que nos unes a nosotros, los hombres, en el Amor de Cristo, a Dios, y una vez unidos en Cristo, unes a todos los hombres entre sí, formando la Comunión de los Santos y el Pueblo de la Nueva Alianza, los bautizados en la Iglesia Católica. Oh Santo Espíritu de Dios, ven, baja desde el cielo, desgarra las nubes y baja a nuestras almas, danos tus dones divinos, pero sobre todo, danos a Ti mismo, Don de dones y enciende nuestros corazones -oscuros, fríos y endurecidos como un carbón-, con el Fuego de tu Divino Amor y conviértelos en brasas incandescentes, que ardan el Amor de Dios, para que amemos, en Ti, a Dios Uno y Trino, en el tiempo y en la eternidad. Amén.
  Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Oh Santísima y beatísima Trinidad, que eres un solo Dios en Tres Personas; Trinidad a quien adoramos en la Unidad de un solo Dios, sin confundir a las Personas, porque una es la Persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo, poseyendo las Tres Divinas Personas un mismo y único Ser trinitario, una misma y única esencia divina y una misma y única y substancia divina, siendo por lo tanto, las Tres Divinas Personas, iguales en gloria y en eterna majestad. Te adoramos, oh Dios Uno y Trino, en tu Unidad de naturaleza y en tu Triunidad de Personas, inseparables en el Acto de Ser trinitario e inseparables también en el obrar, aunque en la única operación divina cada una manifiesta lo que es propio en la Trinidad: el Padre, la Creación del universo visible e invisible; el Hijo, la Redención de los hombres; el Espíritu Santo, la Santificación de las almas (cfr. Catecismo, nn. 261-267). Por ser quien eres, oh Dios Uno y Trino, Dios de majestad infinita, te adoramos, te alabamos, te bendecimos y te damos gracias, pero como somos demasiado pequeños y además pecadores, como para que nuestra oración sea de tu agrado y suba hasta el trono de tu majestad en los cielos, te ofrecemos, en señal de adoración, de amor y de agradecimiento, por medio de las manos de María Santísima, la ofrenda más digna para tu majestad infinita y la más grata, la Eucaristía, en donde late el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, inflamado en el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo, y para suplir nuestra falta de amor y para reparar por las ofensas que recibes de los hombres ingratos -incluidos nosotros-, te ofrecemos además el Inmaculado Corazón de María, con todos los actos de amor hacia Ti en él contenidos. Amén.

         Un Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las indulgencias del Santo Rosario.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.