viernes, 30 de agosto de 2013

Hora Santa en reparación por los ultrajes cometidos contra el Inmaculado Corazón de María


          Inicio: Ingresamos al Oratorio, hacemos una genuflexión ante el Santísimo Sacramento del altar, como señal exterior de la adoración interior que tributamos en nuestros corazones al Dios de la Eucaristía. Nos postramos interiormente y nos humillamos ante la Presencia sacramental de Cristo Jesús. Hacemos silencio, tanto exterior como interiormente, porque es imposible escuchar la Voz de Dios, que nos habla desde la Eucaristía, en medio del bullicio y del estrépito. El silencio es un bien preciado, porque nos facilita el escuchar al Cordero de Dios que desde la Eucaristía nos habla con suave susurro al corazón. Escuchando al Dios de la Eucaristía, podremos luego escuchar a nuestro prójimo en su pedido de auxilio. Pedimos a María Santísima que sea Ella quien dirija nuestra oración, para que suba ante el trono de la majestad de Dios Uno y Trino, como suave perfume de agradable aroma. Pedimos también la asistencia de nuestros ángeles custodios, para que nuestra oración sea agradable a nuestro Rey y Señor, Jesús Eucaristía. Ofrecemos esta Hora Santa en reparación por los ultrajes y ofensas cometidos contra el Inmaculado Corazón de María.
          Oración inicial: "Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman" (tres veces).
          Canto de entrada: "Sagrado Corazón, eterna alianza".
          Meditación
          Jesús Eucaristía, te ofrecemos esta Hora Santa en reparación por aquellos hermanos nuestros que blasfeman contra tu Madre Amantísima, María. ¡No les tengas en cuenta este horrible pecado! Mira más bien aquello que te ofrecemos en reparación, tu mismo Corazón traspasado, y el Corazón Inmaculado de María Santísima, y por estos dones de valor inestimable que te ofrecemos, no les tengas en cuenta los horribles ultrajes que estos hermanos nuestros cometen contra tu Madre, sin darse cuenta de lo que hacen. Si supieran que María Santísima es la Flor de los cielos, que enamora al mismísimo Dios Uno y Trino, jamás osarían ultrajar su nombre. Si supieran que María Santísima es el Sagrario Viviente, elegido desde la eternidad por la Trinidad, a causa de su Pureza Inmaculada y su Belleza sin par, para alojar a Aquel a quien los cielos no pueden contener, y ante cuyo esplendor el astro sol no es más que una oscura sombra, nunca osarían profanar el santísimo nombre de María. ¡Apiádate de nuestros hermanos, extraviados a causa de las tinieblas que envuelven sus mentes y corazones, y a través de tu Madre conmueve sus corazones para que nunca jamás te ofendan y comiencen a alabarte en el tiempo y continúen haciéndolo por la eternidad!
          Silencio para meditar.
          Jesús Eucaristía, acepta la ofrenda de nuestros corazones contritos y humillados, tu mismo Corazón y el Corazón Inmaculado de María, en reparación por aquellos que niegan la virginidad de María Santísima, provocándote acerbos dolores y enormes penas. Queremos reparar el dolor que te producen las almas que blasfeman en contra de la virginidad de Madre Amantísima. En reparación por estas ofensas, renovamos pública y firmemente nuestra fe en la virginidad de María antes, durante y después del parto. Creemos firmemente que María fue concebida Pura y Limpidísima, sin la oscura mancha del pecado, y que esa Pureza Inmaculada de su Concepción hizo de Ella la Única creatura digna de recibirTe a Ti, Palabra del Padre, primero en su mente y en su Corazón, y luego en su Cuerpo virginal, convirtiéndose así en el Sagrario Viviente que deslumbra a los ángeles y hasta al mismo Dios a causa de su hermosura. Creemos firmemente que María Virgen jamás perdió su virginidad; que fue Virgen antes del parto, durante el parto y después del parto, y que permanece y permanecerá siempre Virgen por los siglos infinitos. Creemos que María Virgen fue en la Concepción y en el Parto como un diamante purísimo, y que así como este atrapa a la luz del sol y la encierra en sí mismo para luego irradiarla, asombrando a todos por el resplandor que emite, así la Virgen Santísima encerró en su Cuerpo Inmaculado, en su Útero virginal, a la Luz Eterna, Dios Hijo, y luego de revestirla con su propia carne y alimentarla con su propia sangre, como hace toda madre con su hijo, dio luego a luz a esta Palabra encarnada, que estando Ella arrodillada, salió de su vientre virginal así como un rayo de luz atraviesa un cristal, y así como el rayo de sol, cuando atraviesa el cristal, lo deja intacto, del mismo modo la Virgen, luego del Nacimiento virginal permaneció Virgen como antes del parto, y permanece y permanecerá Virgen por los siglos infinitos, como asombroso testimonio eterno del Amor trinitario. ¡Apiádate, oh Buen Jesús, de quienes niegan la virginidad de tu Madre, porque no saben lo que dicen!
          Silencio para meditar.
          Jesús Eucaristía, queremos reparar y pedirte perdón por aquellos que niegan en María Santísima su condición de ser Madre de Dios. No comprenden que Tú eres Dios Hijo, engendrado eternamente por el Padre y que te encarnaste en el seno de María Virgen sin dejar de ser Dios, para nacer virginalmente de Ella en el tiempo, como Hombre-Dios, como Dios Verdadero de Dios Verdadero, engendrado en la eternidad por el Padre y, como Hombre Perfecto, nacido en el tiempo de María Virgen. Ten piedad de nuestros hermanos, que no pueden apreciar la inmensidad del Amor trinitario, que para atraer a los hombres a sí mismo quiso manifestarse no en el esplendor de su poder y majestad, sino como un pequeño y desvalido Niño en brazos de su Madre. Ten compasión de quienes no aceptan ni honran a María como a tu Madre, como la Madre de Dios, porque al negarla como Madre tuya, oscurecen para sí mismos el misterio que asombra a los ángeles en el cielo, que el Amor de Dios Trino se manifieste a los hombres a través de una Madre Virgen, la Madre de Dios.
          Silencio para meditar.
          Jesús Eucaristía, Dios del sagrario, te pedimos perdón y reparamos por aquellos que niegan en María Santísima su condición de ser Mediadora de todas las gracias, con lo cual cierran para sí mismos la oportunidad de su propia salvación, porque fuiste Tú quien constituiste a tu Madre como celestial Dispensadora de tus dones. Apiádate de estos hermanos nuestros, Jesús, porque al negar a tu Madre como Medianera de todas las gracias, se comportan como sedientos que se niegan a beber de una fuente de agua pura y cristalina; al rechazar la Mediación de María, son como hambrientos que se niegan a servirse de un banquete suculento y substancioso, exponiéndose a una muerte segura. ¡Acepta, oh Jesús, nuestra humilde reparación y recibe como ofrenda tu propio Corazón y el Corazón Inmaculado de María, y haz que nuestros hermanos conozcan y amen a tu Madre y de Ella reciban todas las gracias necesarias para la eterna salvación!
          Silencio para meditar.
          Jesús Eucaristía, te pedimos perdón y reparamos por aquellos de nuestros hermanos que niegan en María Santísima su condición de ser Corredentora. Ten piedad de su ceguera, que les impide ver que Ella no solo te acompañó a lo largo del Via Crucis, sino que participó con su Corazón Inmaculado de todas tus penas y de todos tus dolores, convirtiéndose, por Ti y junto contigo, en Corredentora de los hombres, y de manera tal que nadie puede salvarse si no acude a Ti como Redentor y a tu Madre como Corredentora. Ten piedad, Jesús, de nuestros hermanos, que al negar a tu Madre niegan al mismo tiempo la salvación que viene de Ti, porque así como nadie puede salvarse fuera de la Iglesia, así tampoco nadie puede salvarse sin Ti, y nadie puede llegar a Ti si no es llevado en los amorosos brazos de tu Madre, la Virgen María.
          Silencio para meditar.
          Meditación final
          Jesús Eucaristía, debemos ya retirarnos, para continuar con los deberes de cada día. Nos vamos, pero dejamos en las manos purísimas de María nuestros pobres corazones, a fin de que Ella los custodie en su Inmaculado Corazón y los presente ante Ti, para que estén siempre ante tu Presencia. Ten piedad de nosotros y de nuestros hermanos, por quienes hemos ofrecido esta Hora Santa. Por el Inmaculado Corazón de María y por tu Sacratísimo Corazón Eucarístico, no mires nuestros pecados ni los de nuestros hermanos que, a causa de sus pecados, están envueltos en las tinieblas; compadécete, por tu gran misericordia, por tu infinita Bondad, por tu Eterno Amor, y concédenos, a ellos y a nosotros, que conozcamos y amemos cada vez más a tu Madre Amantísima, de modo que alcancemos de Ella las gracias que provienen de Ti, necesarias para la eterna salvación, para que podamos algún día, todos juntos, cantar tus alabanzas en tu Presencia, por toda la eternidad. Amén.
          Oración final: "Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman" (tres veces).

          Canto de salida: "Un día al cielo iré y la contemplaré ".

miércoles, 14 de agosto de 2013

La fuente de la fortaleza de los mártires


Cuando se contempla la vida de los mártires y, sobre todo, su muerte cruenta -que es lo que los ubica entre los mártires-, surge la pregunta de cómo es posible tanta fortaleza ante tanta adversidad. Efectivamente, cuando se considera que los mártires, con su muerte martirial, no solo pierden absolutamente todo lo que tenían en esta vida –desde lo menos valioso, hasta lo más valioso: bienes materiales, amigos, familia-, sino que pierden hasta la propia vida, sumado al hecho de que lo hacen en medio de las más terribles torturas y los más dolorosos tormentos que puedan imaginarse, se puede caer en la tentación de creer que son seres desafortunados, abrumados por la desgracia y la adversidad. Sin embargo, nada de esto es verdad. Los mártires, iluminados y movidos por el Espíritu Santo, dan el supremo testimonio de Cristo, Rey de los mártires, y esto los convierte en los seres más afortunados de entre los afortunados, porque el martirio les abre las puertas del Reino de los cielos y les granjea el paso hacia una eternidad de felicidad.
El hecho de “perderlo todo” –bienes materiales, amigos, familia-, lejos de constituir una pérdida –valga la redundancia-, significa una ganancia enorme, incalculable, inimaginable, porque Cristo Jesús devuelve el “ciento por uno y la vida eterna” al que “pierda la vida por Él” (cfr. Mt 10, 37-39). De esto se ve, entonces, que el martirio, lejos de ser una desgracia, es una gracia de valor inestimable, porque por él se adquiere la vida eterna.
Llegados a este punto, regresamos a la pregunta inicial: ¿cómo es posible tanta fortaleza ante tanta adversidad? La respuesta es una sola: porque los mártires reciben la fuerza no de la naturaleza humana, sino de la Naturaleza divina del Hombre-Dios Jesucristo, quien les comunica la gracia y, por ella, la vida divina.
Podemos entonces preguntarnos: ¿dónde puede el cristiano obtener fuerzas, frente a las adversidades de la vida? El ejemplo de los mártires nos lo dice: de Cristo Jesús, que para nosotros, se ha quedado en el Santísimo Sacramento del Altar, la Eucaristía.

Hora Santa en reparación por los pecados de la humanidad


         Inicio: ingresamos en el Oratorio, dejamos en la puerta de entrada toda preocupación mundana. Preparamos nuestro espíritu, acallando las voces exteriores, pero ante todo acallando nuestra propia voz interior. El silencio, tanto exterior como interior, es muy importante para escuchar la voz de Dios, que pasa “como un susurro”, porque “no está ni en el huracán, ni el temblor de tierra, ni en el fuego”, sino “en el susurro de una brisa suave”, como dice el profeta Elías en el monte Horeb (cfr. 1 Re 9.11-13). Buscamos recoger los sentidos y acallar los pensamientos de la mente, al tiempo que ofrecemos nuestro corazón contrito y humillado a los pies de Jesús Sacramentado, implorando a María Santísima que sea Ella quien lleve nuestras oraciones hasta el Corazón de Jesús. También pedimos ayuda a nuestros ángeles custodios, para que la oración sea agradable a nuestro Dios, el Dios de la Eucaristía. Ofrecemos esta Hora Santa en reparación por los pecados de la humanidad.
         Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo; te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
         Canto inicial: “Sagrado Corazón eterna Alianza”.
         Meditación
         Jesús Eucaristía, Divino Redentor, siendo Dios te hiciste hombre, sin dejar de ser Dios, para salvar a la humanidad por medio de la Cruz. Jesús, entregaste tu vida al Padre para que los hombres todos, desde Adán y Eva, hasta el último hombre, pudiéramos entrar en el Reino de los cielos. Tu amarga Pasión y tu dolorosa muerte en Cruz abrió para nosotros las puertas del Reino de los cielos; Tú te entregaste por todos, para que todos sin excepción fuéramos salvados de la eterna condenación. Y sin embargo, la inmensa mayoría de los hombres de hoy desconocen, por libre voluntad, tu vida y tu Pasión salvadora; la inmensa mayoría de los hombres de hoy quieren vivir no según los dictados de tu Sagrado Corazón, sino según los dictados del pecado y de la concupiscencia. La humanidad elige vivir según su pecado y no según tu gracia y esa es la razón por la que ha construido una civilización egoísta, hedonista, materialista y vacía de todo amor y valor. ¡Apiádate, oh Jesús, de la humanidad a la que Tú redimiste con tu Sangre! ¡Que la Sangre que brota de tu Sagrado Corazón traspasado, la inunde en el Amor de Dios!
         Silencio para meditar.
         Jesús Eucaristía, Tú diste tu vida en la Cruz, y entregaste tu Cuerpo y derramaste tu Sangre para que la humanidad se viera libre del pecado y del vicio; Tú permitiste que te acusaran injustamente, que te condenaran a muerte, que te golpearan, flagelaran, coronaran de espinas y te crucificaran, para que la humanidad se liberara de sus pasiones desordenadas, de sus apegos a todo aquello que le hace daño; Tú diste tu vida en la Cruz para que el hombre fuera libre y feliz en el cumplimiento de tu Voluntad, manifestada en los Diez Mandamientos. Sin embargo, los hombres de hoy no solo no quieren vivir según la virtud, sino que enarbolan los vicios y pecados como si fueran “derechos humanos”, como si fueran conquistas de la dignidad humana, y así dejan de lado tu Ley de Amor y pisotean tu Pasión y hacen vano tu sacrificio redentor. La humanidad prefiere vivir según los Mandamientos del Príncipe de las tinieblas, y así es como muchos se encaminan aceleradamente hacia la eterna condenación. ¡Jesús, Rey de Amor, te ofrecemos, por las manos de tu Madre amantísima, María, tu mismo Corazón, en reparación por los hombres que han hecho del pecado su ley!
         Silencio para meditar.
         Jesús Eucaristía, Tú que en cuanto Dios, eres Ser de infinita pureza, y en cuanto Hombre, posees en Ti mismo la misma infinita pureza del Ser divino; Tú, que eres llamado “Lirio de los cielos”, ante cuya hermosura y pureza los ángeles de luz palidecen y se postran en adoración; Tú, que al venir a este mundo quisiste nacer en un seno purísimo, que poseyera la misma pureza del seno del Padre en los cielos eternos, y para eso creaste para Ti a tu Madre Santísima, la Virgen María, Única digna de contener a quien los cielos no pueden contener; Tú, que derramaste tu Sangre en tu cruenta Pasión, para expiar por los pecados de impureza de los hombres y para concederles de tu misma gracia, para así hacerlos puros e inmaculados como Tú, de modo que pudieran presentarse ante el Padre como ofrendas agradables, ten piedad y apiádate de la humanidad, que ha hecho del vicio y de la impureza su modo de ser y de vivir; ten piedad de los hombres, que exaltan los vicios contra-natura y los celebran como verdaderas conquistas humanas; ten piedad de la humanidad que hoy legitima las leyes contrarias a la naturaleza humana, rindiendo así culto a Asmodeo, el demonio de la impureza, profanando sus cuerpos con toda clase de perversiones y convirtiendo sus corazones en nidos de demonios. ¡Oh Jesús Eucaristía, ten piedad de nosotros y del mundo entero, no mires nuestros pecados, sino el Corazón Inmaculado de María Santísima, triturado por nuestra malicia, y perdónanos!
         Silencio para meditar.
         Jesús Eucaristía, Tú eres la Vida Increada; de Ti procede toda vida; Tú, con el Padre y el Espíritu Santo, das vida a todo lo creado. Sin Ti, nada puede ser ni existir. La maravillosa vida de las creaturas irracionales, admirable en sí misma por haber salido de tus manos, es solo una pequeña muestra de tu divino poder. Sin embargo, en donde puede apreciarse la inmensidad de tu omnipotencia, la inconmensurabilidad de tu Sabiduría infinita y la ternura incomprensible de tu Amor eterno, es en tu Creación más preciada, la vida humana. En el hombre has puesto las delicias de tu Corazón, y lo amas tanto, que lo has creado a tu “imagen y semejanza”. La vida humana es imagen tuya; es tu semejanza; cuando ves al hombre, te ves a ti en cierto modo, porque en su Creación pusiste en acción todos los atributos de tu excelsa divinidad. Sin embargo, la humanidad, enceguecida, no puede ni quiere ver tu imagen y semejanza en sí misma, y es así que busca, movida por el “misterio de iniquidad”, su auto-destrucción, aprobando leyes inicuas que destruyen la más preciada obra de tus manos, el ser humano, ya desde el momento mismo de la concepción, aunque también busca eliminar esta vida en sus etapas finales y terminales. Los hombres de hoy destruyen la vida humana naciente por medio del aborto, y aniquilan la vida humana que está en sus períodos finales, por medio de la eutanasia, ofendiéndote a Ti, Dios de la Vida y Autor de toda vida creada, rindiendo así tributo y homenaje luciferino a Moloch, demonio destructor. ¡Apiádate, oh Jesús, de quienes, enceguecidos, no pueden ni quieren ver que la vida humana te pertenece a Ti porque eres su Creador, y que en cada aborto y en cada eutanasia, es a Ti a quien buscan, ciegamente, destruir, al destruir tu imagen! ¡Apiádate, oh Jesús, por tu infinito Amor y Misericordia, y acepta el perdón y la reparación que por nuestros hermanos extraviados te ofrecemos!
         Silencio para meditar.
          Jesús Eucaristía, Tú derramaste tu Sangre y diste tu vida en la Cruz y renuevas cada vez en la Santa Misa tu Santo Sacrificio redentor, para que el hombre fuera santificado por su gracia y así, con su mente iluminada y con su corazón purificado por Ti, amara y adorara al Único Dios verdadero, Dios Uno y Trino, y en este amor y adoración, fuera feliz en esta vida y en la otra, para siempre. Jesús Eucaristía, Tú te quedaste en la Hostia consagrada para que el hombre pudiera visitarte en tu prisión de Amor, el sagrario, y así pudiera amarte y adorarte, como anticipo del amor y adoración que ha de tributarte en la eternidad quien, por tu Misericordia, se salve. Sin embargo, repitiendo el error del Pueblo Elegido que, en vez de adorar al Dios Verdadero se construyó un ídolo, el becerro de oro, y le erigió un altar para adorarlo idolátricamente, así la humanidad de hoy, en vez de adorarte a Ti en la Eucaristía, ha erigido una multitud de altares a ídolos falsos –el poder, el placer, el dinero, la música indecente, como la cumbia y el rock- y se postra ante los dioses del moderno neo-paganismo de la Nueva Era –ocultismo, orientalismo, esoterismo, religión wicca, satanismo-, sin advertir que además de ofenderte a Ti, que por los hombres derramaste tu Sangre en la Cruz, se dirigen por propia voluntad al Abismo del cual no se regresa. ¡Oh Jesús Eucaristía, te pedimos perdón y te ofrecemos reparación por tantos ultrajes y sacrilegios que se llevan a cabo continuamente a tu Sacratísimo Corazón, y también al Inmaculado Corazón de María!
         Silencio para meditar.
         Meditación final
         Jesús Eucaristía, debemos ya retirarnos, para regresar a nuestras diarias ocupaciones, pero dejamos a tus pies, nuestros corazones, para que permanezcan en tu Presencia en todo tiempo, noche y día, y le pedimos al Inmaculado Corazón de María que la adoración que realizamos en el tiempo sea un anticipo de la adoración eterna que, por tu Misericordia, esperamos tributarte por la eternidad en los cielos, junto a nuestros hermanos. Amén.
         Oración de salida: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo; te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         Canto final: “Los cielos, la tierra”.