miércoles, 29 de mayo de 2013

Hora Santa pidiendo por la Nación Argentina


         Inicio: ingresamos en el oratorio. Nos ponemos en presencia de Dios, y para ello hacemos silencio tanto exterior como interiormente. “Dios habla en el silencio”, dice Su Santidad el Papa Benedicto XVI; por lo tanto, la ausencia de silencio dificulta e imposibilita escuchar la Palabra de Dios. Para esta Hora Santa, pedimos la asistencia de María Santísima y de nuestros ángeles custodios, para que nuestra pobre oración sea llevada por los ángeles al Corazón Inmaculado de María, y desde allí, al Sagrado Corazón de Jesús. Que la Virgen supla, con su amor sin límites a su Hijo Jesús, todas las deficiencias de nuestra oración. Ofrecemos esta Hora Santa pidiendo por la Nación Argentina, suplicando para ella y para sus habitantes el mayor de los bienes posibles, el bien de la gracia santificante de Nuestro Señor Jesucristo, que brota de su Sagrado Corazón Eucarístico como de una fuente inagotable.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         Canto de entrada: “Dios de los corazones”.

         Meditación

         Jesús, Dios de los corazones, Rey de Nuestra Patria Argentina, te damos gracias por nuestra Patria, porque viene de tus manos amorosas. Todo en su origen nos hace ver Tu Presencia y Tu designio; todo en el origen de nuestra Patria nos hace ver que desde siempre la elegiste para que te sirviera, te amara y te adorara; todo en el origen de nuestra Patria, nos hace ver que la quisiste como Hija tuya predilecta entre las naciones mundo, quisiste desde siempre que fuera una nación católica. No fue por casualidad que los bueyes, que llevaban la preciosísima carga de la imagen de Nuestra Señora de Luján, se hayan detenido y no haya sido posible moverlos hasta que descargaran el baúl que la portaba, como clarísima señal del cielo que indicaba que la Madre de Dios quería quedarse en nuestras pampas, para siempre, para que sus hijos argentinos, a medida que nacían al pie de la Cruz, fueran cubiertos por su Manto celeste y blanco. No fue casualidad que nuestro prócer, el General Belgrano, diera a la Bandera Nacional, enseña de la nueva Nación, los colores del Manto de Nuestra Señora de Luján, los colores celeste y blanco, colores de los cielos eternos, porque son los colores de la Inmaculada Concepción. Respondiendo a un impulso y a una moción del Espíritu Santo, el General Manuel Belgrano creó la Bandera Nacional dotándola de los colores de la Inmaculada de Luján, como modo de honrar a su Purísima Concepción, realizando no un acto creador más, sino un acto de devoción mariana, que como todo acto de amor a la Virgen, está inspirado por el Amor de Dios. Te damos gracias, oh Jesús, Rey de nuestra Patria Argentina, por habernos dado a María de Luján como Madre, Dueña, Patrona y Protectora de Nuestra Patria, y por habernos dado su Manto celeste y blanco como nuestra Insignia Nacional. Te damos gracias, Jesús, por el Sol en el Escudo Nacional –el mismo que se encuentra en el escudo del actual Papa Francisco-, porque no se refiere al astro sol, sino que es una representación de Ti, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Sol que nace de lo alto (Lc 1, 78), porque con sus 32 rayos -10 Sefiroth que asisten al trono del Altísimo, más las 22 letras del alfabeto hebreo- simboliza la Sabiduría de Dios, “por quien han sido hechas todas las cosas”, y sin esta Sabiduría, que eres Tú, oh Jesús, “no ha sido hecha cosa alguna” (Jn 1-3).

Silencio para meditar.

         Jesús, Rey de nuestra Patria, de nuestras familias y de nuestros corazones, te damos gracias por los patriotas de Mayo de 1810 y los de Julio de 1816, y por la obra de la Independencia, independencia de la Madre Patria España que fue solo política pero nunca cultural ni religiosa, porque los patriotas nunca renunciaron a sus orígenes ni a la religión católica, y por eso nuestra Patria nació hispana y católica. Jesús, Te damos gracias por los buenos sentimientos de piedad y de amor patriota que concediste a los patriotas, sentimientos que nos condujeron a la independencia guiados por Ti, porque según el Padre Fray de Paula Castañeda, testigo presencial de esos hechos, nuestra independencia no fue obra nuestra, de los argentinos, sino obra tuya, obra de Dios, y por ese motivo decía el Padre Castañeda que cada 25 de Mayo -y también cada 9 de Julio- debía amanecer como “un día solemne, sagrado, augusto y patrio”, al cual debíamos agradecer “postrándonos ante los altares por tan grande misericordia” confesando Tu autoría de este día, y que ese día debía ser siempre un día “memorable y santo”, por el cual debía “amanecer cada año para perpetuar nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades”.

Silencio para meditar.

Jesús, Rey crucificado, que reinas majestuoso desde la Cruz, con una corona más valiosa que el oro, la corona de espinas; Rey cuyo cetro es el leño de madero; Rey cuyas vestimentas regias, más preciosas que la seda, están formadas por tu Sangre preciosísima; Rey de los hombres, que vienes a llevarnos al Reino de los cielos como herederos y dueños del Reino; Rey que en la Cruz derramas tu Sangre, recogida en el cáliz de la Santa Misa, para donarnos tu perdón, tu paz, tu Vida y tu Amor, te damos gracias porque en el glorioso nacimiento de nuestra Patria estuviste Presente en el crucifijo, porque tu crucifijo presidió las reuniones y asambleas en las que se decidió nuestro nacimiento como Nación. Te damos gracias por la Presencia del crucifijo, porque esto indicaba visiblemente y por un signo Tu Presencia espiritual invisible -y también la de Tu Madre y nuestra, porque donde está el Hijo está la Madre-, en las sesiones del Cabildo de Mayo en Buenos Aires y en las de la Casa Histórica de Tucumán, señal inequívoca de que la Patria naciente había sido concebida y engendrada en tus entrañas de misericordia, y que desde el primer día de su nacimiento, era bañada con tu Sangre, la Sangre del Cordero, y era envuelta y arropada en el Manto celeste y blanco de tu Madre, la Inmaculada de Luján, como signo de predilección entre las naciones del mundo. Un signo de Tu Presencia y la de María Santísima en los albores de la Patria, fue que a pesar de ser llamada “Revolución de Mayo”, no hubo por parte de los patriotas ni derramamiento de sangre, ni traiciones, ni codicias mundanas, ni soberbias ni apostasías, todo lo cual abunda en las revoluciones mundanas; por el contrario, en todos ellos hubo nobleza cristiana, nobleza que transmitieron al acto mismo de la Independencia, porque como dice el Padre Castañeda, el 25 de Mayo es, al mismo tiempo, “el padrón y monumento eterno de nuestra heroica fidelidad a Fernando VII”, como “también el origen el principio de nuestra absoluta independencia política” y “el fin de nuestra servidumbre”. Por todo esto, siempre según el Padre Castañeda, el 25 de Mayo “es y será siempre un día memorable y santo, que ha de amanecer cada año para perpetuar nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades”, y todo esto te lo debemos a Ti, Rey de nuestra Patria, y por eso Te adoramos y te ofrecemos esta Hora Santa en acción de gracias.

         Silencio para meditar.

         Jesús, Rey de reyes y Señor de señores, Rey de las mentes y los corazones, Te damos gracias por la presencia amorosísima de tu Madre, quien a través de un milagro, el milagro de la carreta y los bueyes, indicó cuál era el deseo de su Inmaculado Corazón, el quedarse en nuestras tierras para asistir al nacimiento de Nuestra Patria Argentina, para que inmediatamente nacida, fuera bañada en la Sangre del Cordero y fuera envuelta y arropada con su Manto celeste y blanca. Te damos gracias, oh Jesús, por los numerosísimos templos y advocaciones marianas que se encuentran a lo largo y ancho del país, y te pedimos que nos concedas a los argentinos la gracia de comprender que esas advocaciones marianas no se deben a la casualidad, sino a la presencia viva de tu Madre Santísima entre nosotros, presencia que no solo nos protege del mal sino que derrama sobre nosotros toda clase de bienes celestiales. Te damos gracias también por la presencia de María Santísima en las mentes y corazones de quienes fundaron nuestra Patria, presencia reflejada en sus vidas heroicas de pioneros y también en los nombres marianos con los que dotaron a provincias, ciudades, pueblos, parajes, montes, islas, de nuestra Patria medio, nombres con los cuales quisieron reflejar la gratitud que embargaba sus corazones por tener como Protectora, Dueña, Patrona y Señora a una Madre tan amorosa como la Virgen. Te pedimos, Jesús, que así como María Santísima estuvo en las mentes y corazones de los primeros habitantes de nuestra Nación Argentina, custodiándolos y guiándolos en sus trabajos y quehaceres de todos los días, para guiarlos a la Patria celestial, así también la misa Virgen María esté en las mentes y corazones de todos tus hijos argentinos, sin excluir a nadie, para que todos, convertidos por su mediación amorosa a Ti, único Dios y Redentor, vivamos en una Patria en la que la santidad, el amor y la fraternidad entre los argentinos, sea el anticipo de la alegría eterna que por tu misericordia habremos de vivir en la eternidad. Que por intercesión de María de Luján, nuestra Patria sea un anticipo de la Patria celestial.

         Silencio para meditar.

         Te damos gracias, oh Jesús Eucaristía, por tantas y tantas intervenciones a lo largo de nuestra historia como país, pero sobre todo, te damos gracias por el Congreso Eucarístico de 1934 que, en dichos del entonces cardenal Pacelli, luego Papa Pío XII, fue como si “el cielo hubiera descendido a la tierra”, y así fue, porque era Tu Presencia Eucarística la que lo embelesaba, Presencia que es infinitamente más grande y maravillosa que todo el cielo, con sus ángeles y santos juntos. Te damos gracias, porque ese Congreso fue como una postal de lo que Tú quieres para nuestra Patria y para todos y cada uno de los argentinos: que la Eucaristía sea el centro de nuestras vidas. Te pedimos, Jesús, que como argentinos, podamos revivir las grandezas de nuestros antepasados, grandezas que no radican ni en los apellidos, ni en la sangre, ni en el dinero, ni en las grandes hazañas, sino en el amor a Ti, Presente en la Eucaristía. Te damos gracias también, Jesús, por nuestros ancestros, para que quienes todavía no están en el cielo, lo estén prontamente por tu misericordia, y te damos gracias por muchos de ellos que ya están en los altares o en camino de subir a los altares, lo cual es signo de la Presencia de tu gracia santificante que actúa en los corazones de los más humildes, concediendo la gracia de la conversión para que, de pecadores, se conviertan en santos y así, como santos, ingresen en el Reino de los cielos para adorarte por siglos sin fin. Te suplicamos, Jesús, que al igual que iluminaste a nuestros antepasados con la luz de la fe y de la gracia, así también nos ilumines a nosotros, para que al final de nuestro peregrinar por la tierra, nos reencontremos, en Ti, con nuestros seres queridos y con todos nuestros compatriotas, en la Patria definitiva, la Jerusalén celestial, para ya nunca más separarnos y vivir en la eterna alegría que es contemplar tu hermosísimo rostro, radiante de gloria divina.

         Silencio para meditar.

        Te damos gracias, oh Jesús, por el Santo Padre Francisco, primer Papa argentino, porque Tú lo elegiste con tu Espíritu de Amor, y Te suplicamos que seamos dignos ante esta muestra de tu Amor de predilección; Te damos gracias por el Papa Francisco, un Papa mariano, cuyo primer acto público fue acudir a homenajear y dar gracias a tu Madre, María Santísima; Te damos gracias por el Papa Francisco, un Papa devoto de la Eucaristía y amante de la pobreza evangélica, la pobreza de la Cruz, la única pobreza que conduce al cielo, pobreza de la Cruz que debe ser vivida por los ricos, para desapegarse de los bienes terrenos, y pobreza de la Cruz que debe ser vivida por los pobres, para adquirir los tesoros del cielo; concédenos, a todos los argentinos, la gracia de la contrición del corazón, contrición que nos mueva a amarte y adorarte con todas nuestras fuerzas, con toda nuestra mente, con todo nuestro corazón, con todo nuestro ser; por la intercesión de María Santísima, envía tu Espíritu Santo a los corazones de todos los argentinos, y concédenos una Presencia tan viva e intensa de tu Amor, que ninguno de nosotros pueda resistirse y, extasiados por la belleza del Ser divino trinitario, nos postremos en tu adoración; te suplicamos que, por intercesión de María Santísima conmuevas los corazones de los argentinos, y soples sobre ellos el Espíritu Santo para que, iluminadas nuestras mentes y encendidos nuestros corazones en este Amor santo, Te amemos y adoremos en la Eucaristía, en el tiempo que resta de nuestra vida terrena, para que continuemos amándote y adorándote en la eternidad, en el Reino de los cielos.

         Silencio para meditar.

         Meditación final

         Jesús, Tú que lloraste por Jerusalén, tu Patria, porque veías cómo rechazaba su salvación al condenarte a muerte en juicio inicuo y al crucificarte en el Monte Calvario, y sin embargo, tu Amor por tu Patria te llevó a dar la vida por ella y por todo el mundo en la Cruz; haz que también nosotros, a imitación tuya, sepamos inmolarnos día a día, en el cumplimiento de tu Ley de Amor, por nuestra Patria y por nuestros compatriotas, para que todos juntos edifiquemos una Patria santa, una Patria en donde todos seamos hermanos en Ti, oh Cristo, Dios de los corazones.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).


         Canto de salida: “Tu pueblo argentino de largos caminos”.

viernes, 24 de mayo de 2013

Hora Santa en reparación por los que practican el neo-paganismo de la Nueva Era



         Inicio: entramos en el oratorio. Nos postramos ante la Presencia de Jesús sacramentado, Dios de infinita majestad. Desde la tierra y en el tiempo, nos unimos a la adoración perpetua que la Virgen María, los ángeles y los santos realizan en el cielo por la eternidad. Pedimos la asistencia de María Santísima para que nuestra humilde y pobre oración sea llevada por nuestros ángeles a su Corazón Inmaculado, para que desde allí se eleve, en canto de alabanza, de adoración y de acción de gracias, a Dios Nuestro Señor Jesús, Presente en el Santísimo Sacramento del altar. Ofrecemos esta Hora Santa en acción de gracias por su infinita bondad, por su misericordia divina, por su eterno amor, derramado en la Sangre de Jesús en la Cruz y donado a las almas sin reservas en cada eucaristía. Ofrecemos también en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales su Presencia eucarística es ofendida continuamente, principalmente por aquellos que se profesan seguidores de la secta luciferina “Nueva Era”, “New Age” o “Conspiración de Acuario”, y pedimos y suplicamos su conversión y la nuestra propia, a fin de que reconociendo en Cristo Jesús a Dios Hijo encarnado, Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía, lo adoren y lo amen y así, adorándolo y amándolo, salven sus almas.

         Canto de entrada: “Sagrado Corazón eterna alianza”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         Meditación

         Jesús Eucaristía, Tú eres el Dios que nos redime; sólo Tú, Presente en Persona en la Eucaristía, eres la Gracia Increada a partir de la cual nos comunicas la gracia santificante que nos salva. De Ti depende toda gracia, de Ti depende todo pensamiento bueno, todo deseo bueno, toda obra buena. Nada somos sin Ti, de Ti hemos venido, de tus manos creadoras, y en las heridas de tus manos sangrientas, clavadas en la Cruz, nos introducimos, para así entrar en el Reino de los cielos. Te pedimos perdón y reparamos por el principal error de la Nueva Era, el gnosticismo, error que consiste en creer que no es necesaria tu gracia para salvarnos; error que otorga una falsa seguridad en la propia razón; error que conduce a la negación de la Verdad revelada por Ti y custodiada e interpretada por el Magisterio de la Iglesia Católica; error que al mismo tiempo que Te desplaza a Ti, Jesús Eucaristía, del corazón del hombre, entroniza al hombre en su propio corazón, llevándolo a la adoración de sí mismo. Jesús Eucaristía, te pedimos perdón por los gnósticos y por todos los que difunden su errónea doctrina, y te pedimos también perdón por las veces en que nos hemos comportado como gnósticos, para que conociéndote a Ti, única Verdad absoluta de Dios, te adoren en la Eucaristía y salven sus almas. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús Eucaristía, Tú eres el Rey del universo visible e invisible; Tú eres el Rey de los ángeles y de los hombres; Tú eres el Rey de reyes y Señor de señores, ante quien se postran en adoración los espíritus bienaventurados; a Ti te adoran, en alabanza perpetua, los miembros de la Iglesia Triunfante, los ángeles y santos en el cielo; a Ti te adoran, en el tiempo y en el espacio, esperando continuar luego la adoración en la eternidad y en los cielos, los miembros de la Iglesia Peregrina, que movidos por tu gracia se postran ante tu Presencia sacramental; a Ti te aman y te adoran, esperando hacerlo plenamente una vez que se cumpla su purificación, los miembros de la Iglesia Purgante. Oh Jesús, Tú que reinas desde el madero; Tú que reinas desde la Eucaristía, así como reinas en los cielos; oh Jesús, Rey victorioso y triunfante, que en la Cruz derrotaste para siempre a los tres grandes enemigos de los hombres: el demonio, la muerte y el pecado; oh Jesús, Tú que reinas coronado de espinas y que nos haces partícipes de tu corona de espinas en la tierra para luego darnos tu corona de luz en el cielo; a Ti debe consagrarse, por medio del Corazón Inmaculado de María Santísima, toda la humanidad, porque toda la humanidad ha salido de tus manos creadoras y por tus manos perforadas por los clavos y bañadas en sangre debe volver al seno del Padre. Jesús Eucaristía, Rey de reyes y Señor de señores, te pedimos perdón por quienes, en la Nueva Era y a través de sus errores, buscan la iniciación luciferina planetaria para, una vez conseguida esta, se consagre la humanidad entera a Lucifer, según las declaraciones públicas de sus propios mentores, ideólogos y propulsores. Apiádate de ellos, Jesús, pues no saben lo que hacen; envíales al Espíritu Santo para que ilumine sus mentes y corazones y así, desde lo más profundo de sus almas, te conozcan, para que conociéndote te amen, amándote te adoren, y adorándote en la Eucaristía, salven sus almas y continúen adorándote por la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús Eucaristía, postrados ante Ti, nos unimos a la adoración y alabanza que a Tu infinita Misericordia entonan los ángeles del cielo, para reparar por los desvaríos de los hombres, desvaríos que se convierten en verdadera locura mental y espiritual cuando Te sustituyen a Ti, Dios Tres veces santo, posponiéndote por el Ángel caído. Te pedimos perdón por los satanistas y brujos, por los ocultistas y los hechiceros, por los espiritistas, adivinos, magos y nigromantes, en quienes se ha desplegado, con particular fuerza, el “misterio de iniquidad” que anida en el corazón del hombre; estos hijos tuyos, oh Jesús, han cometido la peor de las abominaciones y se han internado en el más negro de los abismos, abismos en donde habitan las tenebrosas sombras vivientes, los seres que rechazaron servirte, amarte y adorarte. Engañados por los ángeles de la oscuridad, estos hijos tuyos han extraviado el camino quemando incienso y cantando alabanzas a quien no deberían, poniéndose de esta manera en estado de condenación. Apiádate de estos hijos tuyos, Jesús, porque han sido engañados por los falsos dioses, surgidos desde los más profundos abismos del Averno; dioses que solo traen confusión, caos, dolor, discordia, angustia y muerte; dioses que se presentan disfrazados de ángeles de luz, pero en realidad son ángeles de la oscuridad, portadores de destrucción y de odio. Apiádate de ellos, Jesús, y concédeles la gracia de la conversión, para que se den cuenta del grave error en el que se encuentran y puedan corregirse y enmendarse a tiempo, para que salgan de su ceguera espiritual y Te adoren solo a Ti, único Dios verdadero, Tres veces santo, el único que mereces ser adorado por los siglos sin fin. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús Eucaristía, Tú eres la Gracia Increada, la Fuente Inagotable de aguas vivas, de aguas que saltan hasta la vida eterna. Tu gracia es para el alma fuente de vida, de amor, de paz, de luz y de alegría. Quien vive en gracia, vive en tu Amor, de tu Amor, para tu Amor. Quien vive en gracia sacia la sed del Amor de Dios que se encuentra en lo más profundo de todo ser humano. Vivir en gracia quiere decir no pasar jamás sed; quiere decir aplacar la sed ardiente con el agua más fresca, pura, cristalina y exquisita que pueda existir, porque la gracia nos hace partícipes de tu Ser divino y de tu Naturaleza divina, y así nos infunde nueva vida en el alma, una vida que no es la nuestra sino la tuya, una vida que es Vida eterna, Vida eterna que eres Tú mismo, Dios eterno. Quien bebe de la fuente inagotable de gracia que es tu Corazón traspasado, jamás muere de sed en esta vida y jamás morirá de sed en la otra, porque será saciado en su sed de Amor por la contemplación de tu rostro radiante y glorioso. Jesús, que eres la “Fuente de aguas vivas”, te pedimos perdón por quienes te abandonan para cavarse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua, cisternas que no sacian la sed, porque no contienen el agua viva que es tu gracia; cisternas agrietadas que contienen otras aguas, aguas inmundas, pútridas, aguas servidas, que son las alabanzas dirigidas al ángel caído; aguas pútridas que habrán de beber forzadamente por la eternidad quien no se arrepienta de esta iniquidad; aguas infectas que envenenan al alma en esta vida sembrando en los corazones discordia, rencor, maledicencias, peleas, mentiras, engaños, todos anticipos del odio sin fin que vivirán en el infierno quienes se nieguen obstinadamente en esta vida a amar y adorar al único Dios verdadero, Jesús Eucaristía. Te pedimos, oh Jesús, por estos hijos tuyos, que erróneamente sacian su sed en las aguas pútridas de la Nueva Era; que tu Madre Santísima interceda para que les concedas la gracia de la conversión en el tiempo y la salvación en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, cuando te apareciste a Santa Margarita María, le mostraste tu Corazón envuelto en llamas y coronado de espinas, y le hiciste saber cuánta amargura te causaban los hombres ingratos, al despreciar el Amor de tu Sagrado Corazón. Esta ingratitud fue lo que más dolor te provocó en el Huerto de Getsemaní, porque veías que muchos se condenarían al imitar al ángel caído en su soberbia y en el rechazo de tu Amor y servicio, despreciando tu sacrificio en Cruz y el don de tu Vida por su salvación. Jesús, no adorarte es ultrajarte; adorar a quien no se debe, es injuriarte; entonar alabanzas a un ser pervertido y pervertidor es cometer sacrilegio; te pedimos perdón y reparamos por quienes, movidos por una inconcebible ceguera, se convierten en seguidores de la Nueva Era en sus múltiples vertientes neo-paganas –reiki, yoga, espiritismo, tarot, wicca, brujería, ocultismo, angeleología nueva era, budismo, religiones orientales, gnosticismo, etc.-, encaminándose en un camino radicalmente opuesto y contrario al camino del Calvario, camino áspero y difícil pero en cuyo final te encuentras Tú, para dirigirse por un camino ancho y fácil de andar, pero camino en bajada que finaliza en un abismo en donde habita el ángel de la oscuridad. Jesús, te suplicamos por los hermanos nuestros que se han dejado engañar por la Nueva Era, para que les concedas la gracia del arrepentimiento perfecto y así, con el corazón contrito y humillado, retornen a la Iglesia, a su Magisterio y a sus sacramentos, de los cuales nunca debieron separarse. Amén.

         Silencio para meditar.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

Canto final: “Los cielos, la tierra y el mismo Señor Dios”.
         

miércoles, 15 de mayo de 2013

Hora Santa en reparación por los pecados contra la fe en la Presencia real de Jesús en la Eucaristía




Inicio: ingresamos en el Oratorio. Hacemos una genuflexión, acompañada por un acto interior de amor y adoración a Jesús Sacramentado. Nos encontramos ante la Presencia del Rey de los cielos, que se ha quedado en la Eucaristía en cumplimiento de su palabra de que “no nos dejaría solos” y que se quedará con nosotros “hasta el fin del mundo”. Jesús en la Eucaristía es el “Emmanuel”, el Dios con nosotros, y venimos a adorar su Presencia sacramental en acción de gracias por su infinito amor. Nos unimos a la adoración de María Santísima y de los bienaventurados habitantes del cielo, pidiendo su intercesión para que nuestra pobre y humilde adoración suba hasta el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. En el Año de la Fe, ofrecemos esta adoración también en reparación por las faltas contra la fe –cometidas por nosotros y por nuestros hermanos- en la Presencia real de Jesús en la Eucaristía.

         Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         Canto inicial: “Oh buen Jesús”.

         Meditación

         Jesús Eucaristía, Tú eres el Dios tres veces santo, por quien todo fue hecho; a Ti te adoran, en éxtasis de amor continuo, miríadas y miríadas de ángeles en el cielo, extasiados por la majestuosa hermosura de tu Ser divino. Tú, con el Padre y el Espíritu Santo, eres el único Dios verdadero, “en quien vivimos, nos movemos y somos”. Por Ti hemos sido creados, y hacia Ti nos dirigimos cada día de nuestras vidas, y cada segundo de nuestra existencia, y cada respiración nuestra, depende de Ti, oh Dios de majestad soberana. Sin embargo, a pesar de tu inconmensurable amor, que nos mantiene en el ser a cada instante, muchísimos hombres, entre ellos muchos cristianos, profesan voluntariamente el ateísmo, que ofende tu condición de Dios Creador, Redentor y Santificador. Te pedimos perdón y reparamos por quienes se profesan ateos, y te suplicamos les concedas la gracia de creer en Ti, único Dios verdadero.

         Silencio para meditar.

         Jesús Eucaristía, te pedimos perdón y reparamos por los agnósticos, es decir, por quienes creen vagamente en Dios, pero sostienen que no se involucra en los asuntos terrenos ni en las vidas de los hombres, con lo cual cometen un grave ultraje contra tu Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección, porque Tú sufriste la muerte en Cruz por amor a toda la humanidad, pero hubieras padecido con el mismo amor aún si se tratara de un alma sola, porque amas con la misma intensidad tanto a un alma sola, como a toda la humanidad.

         Silencio para meditar.

         Jesús Eucaristía, te pedimos perdón y reparamos por los que sostienen el error del relativismo, según lo ha denunciado recientemente el Papa Francisco, error por el cual “cada uno tiene su verdad”, al tiempo que “no hay una verdad definitiva”, porque la verdad “se construye con el consenso”, con lo cual Te ultrajan una vez más a Ti, que además de ser “el Camino y la Vida”, eres “la Verdad”, la Verdad absoluta, sobrenatural, celestial, acerca de Dios Uno y Trino, que con tu misterio pascual de Muerte y Resurrección se ha empeñado con todo lo que es, para salvarnos. Jesús Eucaristía, Tú eres, como dice el Papa Francisco, “la Verdad hecha carne” y por esto pedimos la luz del Espíritu Santo, que es quien nos permite reconocerte y confesarte como nuestro Señor.

Silencio para meditar.

Jesús Eucaristía, te pedimos perdón por aquellos hermanos nuestros que, habiendo recibido el don de la fe en el Bautismo, y habiendo conocido la Verdad de tu Revelación por el Catecismo de Primera Comunión y por la Confirmación, han sin embargo rechazado esta fe, cometiendo el pecado de la apostasía. Te suplicamos, Jesús Misericordioso, que te apiades de estos hermanos nuestros, y que los ilumines con la luz del Espíritu Santo, para que regresen al único redil que salva, la Iglesia.

         Silencio para meditar.

         Jesús, que te has quedado en el sagrario, llamado “Cárcel de Amor”, para “estar con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo”, cumpliendo así tu promesa de que “no nos dejarías solos”, te pedimos perdón por los que, imitando a tus discípulos en el Huerto, que no pudieron “hacer oración ni siquiera una hora” a causa de la tibieza, la pereza y la indiferencia, Te suplicamos por los cristianos –entre los cuales muchas veces nos encontramos nosotros- que son indiferentes e incrédulos ante tu Presencia eucarística, y te dejan solo, abandonado, desperdiciando de esta manera los torrentes inagotables de tu Amor misericordioso, que derramas sin medida en los corazones de quienes se acercan hasta Tu morada terrena, el sagrario. Despiértalos, Jesús, de su sueño letargo, y concédeles la gracia de alegrarse en la contemplación de tu Presencia eucarística.

Silencio para meditar.

         Jesús, Te pedimos perdón por quienes cometen el pecado de la credulidad o superstición, construyéndose “cisternas agrietadas, que no retienen el agua”, y Te abandonan a Ti, que en la Eucaristía eres “la fuente de aguas vivas”. Apiádate de quienes se construyen ídolos mundanos –“santos” paganos, estrellas del cine, de la música, de la televisión, del fútbol, de la política, etc.-, y Te dejan solo en el sagrario, despreciando Tu amorosísima Presencia. ¡Cuánto lo lamentarán, cuando se den cuenta de Quién eres Tú, pero para muchos será tarde! Te suplicamos que no permitas que eso suceda, y acepta nuestra pobre y humilde adoración, en reparación por los pecados de credulidad y superstición.

         Silencio para meditar.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         Canto de salida: “El trece de mayo”.

La alegría del adorador se origina en la fe en Cristo resucitado y glorioso en la Eucaristía



Hay una frase de Jesús, pronunciada por Él en la Última Cena, que puede decirse que resume la vida del adorador eucarístico en esta tierra: “Vuestra tristeza se convertirá en gozo” (Jn 16, 16-20). Antes de subir a la Cruz para ofrecer su vida en sacrificio por la salvación de todos los hombres, Jesús se despide de sus apóstoles y amigos, anunciándoles su próxima muerte: “Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver (…) En verdad, en verdad os digo, que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo”. Ya el solo hecho de anunciarles su inminente Pasión y Muerte provoca tristeza a los discípulos, y esta tristeza se incrementará hasta el llanto y el lamento, cuando “no lo vean”, es decir, cuando muera y sea sepultado: “Dentro de poco ya no me veréis (…) lloraréis y os lamentaréis”. Jesús les dice cuándo será que sus discípulos se entristecerán hasta las lágrimas y el lamento: “Dentro de poco”, lo cual, según San Agustín, es el tiempo que se extiende hasta su muerte en Cruz. Será la ausencia corporal física y la consiguiente ausencia de visión sensible de Jesús, lo que provocará la tristeza de los discípulos. Su Cuerpo, una vez muerto Jesús, será ocultado a sus ojos corporales al ser sepultado, y esto les provocará tristeza: “Dentro de poco ya no me veréis (…) lloraréis y os lamentaréis”. Sin embargo, esta tristeza no será definitiva, porque pasará otro “poco de tiempo” y lo “volverán a ver”, y “se alegrarán”, y “nadie les podrá quitar esa alegría”, que durará para siempre. Siempre según San Agustín, este otro “poco de tiempo”, es el tiempo que media entre la muerte en Cruz el Viernes Santo y su Resurrección el Domingo de gloria y posterior Ascensión. Cuando lo vean nuevamente, ya resucitado y glorioso, y comprendan que no volverá nunca más a morir, “se alegrarán” porque su tristeza habrá desaparecido, para dar paso a  una alegría que no finalizará nunca más.
         Podemos decir que el “poco de tiempo” que provoca tristeza a los discípulos, es esta vida terrena, en el sentido de que no vemos a Jesús sensiblemente, con los ojos del cuerpo –a menos que, por decisión divina, Jesús se aparezca visiblemente, como sucede con los santos, pero no es lo habitual-, y esta “ausencia de visión” produce una cierta “tristeza” en el cristiano. Sin embargo, podemos decir –también con San Agustín y Santo Tomás- que, gracias a la fe, esta vida presente también es el “otro poco de tiempo” por el cual los discípulos “se alegran” porque “vuelven a ver” a Jesús, porque no vemos a Jesús con los ojos del cuerpo, pero sí lo vemos con los ojos de la fe, resucitado, glorioso, vivo para siempre, en la Eucaristía y esta visión de la fe nos causa una alegría “que nadie puede quitar”, y hace que la tristeza del mundo presente desaparezca, para dar paso a la alegría, una alegría que no se basa en motivos mundanos, pasajeros, sino en la resurrección gloriosa de Cristo y en su Presencia sacramental en la Eucaristía con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Es en la adoración eucarística, en donde el adorador contempla, con la fe de Pedro –“Tú eres el Mesías”- y con la fe de la Iglesia -el Credo- a Cristo glorioso y resucitado. Y esta visión le produce alegría, una alegría que nadie le puede quitar; una alegría que es anticipo en el tiempo de la alegría eterna que experimentará en la Bienaventuranza. Es en la adoración eucarística en donde el adorador comprende el sentido de las palabras de Jesús: “Vuestra tristeza se convertirá en gozo”. 

jueves, 9 de mayo de 2013

Hora Santa en reparación por los que promueven leyes contrarias a la Ley de Dios




         Inicio: ingresamos en el Oratorio, acallamos toda voz exterior e interior, hacemos oídos sordos al bullicio del mundo, nos postramos ante la Presencia sacramental de Jesús en la Eucaristía, elevamos nuestras mentes y nuestros corazones ante el trono de la majestad de Dios, la custodia del Santísimo. Nos humillamos exterior e interiormente ante Jesús Sacramentado, Dios de inmensa majestad, ante cuya Presencia los ángeles se estremecen de alegría, de temor santo y de amor incontenible. Pedimos la asistencia de María Santísima, Ella, que adoró la Eucaristía, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, desde el momento mismo de la Encarnación. Pedimos también la asistencia de nuestros ángeles custodios, que adoran en los cielos a Dios Trino, para que nuestra humilde adoración se una a la suya. Ofrecemos esta Hora Santa en reparación por todos aquellos que legislan en contra de la Ley de Dios.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         Canto de entrada: “La Virgen María nos reúne”.

         Meditación

         Jesús Eucaristía, Tú eres el Dios Vivo y la Vida Increada en sí misma; Tú eres el Creador de toda vida y de todo ser viviente; por Ti todo fue hecho; de Ti recibe vida quien vive en este mundo, y todo ser humano vive porque Tú, en concurso con el Padre y el Espíritu Santo, lo creas y le das vida. Tú, con el Padre y el Espíritu Santo, utilizando al máximo la Sabiduría divina, el Amor divino y la Omnipotencia divina, creaste al hombre como imagen y semejanza de Dios vivo, y al encarnarte, te convertiste Tú en nuestro modelo y fuente de vida natural y sobrenatural; por Ti vivimos, por Ti existimos, por Ti somos; en Ti nos movemos y hacia Ti nos dirigimos. Todo ser humano viene de tus manos, porque Tú con el Padre y el Espíritu Santo lo creaste, y todo ser humano refleja la bondad, la sabiduría y la omnipotencia de Dios Trinidad. Cada ser humano, cada cigoto, cada embrión, cada niño por nacer, es una muestra viviente de la Sabiduría celestial, el Amor eterno y la Omnipotencia creadora de Dios Uno y Trino. Sin embargo, a pesar de que cada cigoto, cada embrión, cada niño por nacer, es algo más valioso que todo el universo porque es una imagen y semejanza de Dios Trino, los hombres nos empeñamos por destruir la obra de tus manos, legislando leyes perversas que buscan terminar con la vida humana que apenas se inicia. Jesús, Tú también fuiste cigoto, embrión, niño por nacer, y comprendes cuán indefensos se encuentran estos niños que quedan, gracias a estas leyes inicuas, a merced de lobos disfrazados de ovejas, y por eso Te pedimos que recibas en tu Corazón traspasado a todos aquellos niños que morirán, hoy y en el futuro, por causa de estas leyes inicuas, la primera de todas, la ley del aborto. Venimos a ofrecerte nuestra humilde adoración y reparación, pidiéndote perdón por todos aquellos que pergeñan leyes contra los niños por nacer, aprobando por decreto humano la destrucción y muerte de la vida salida de tus manos, buscando destruir, de todas las maneras posibles, la obra maestra de la Trinidad. ¡Oh Jesús, no les tengas en cuenta estos pecados abominables! ¡Sopla sobre sus mentes entenebrecidas, tu Espíritu Santo, para que el resplandor de su Amor los ilumine, y así se arrepientan y salven sus almas!

         Silencio para meditar

         Jesús Eucaristía, Tú sufriste la agonía en el Huerto de los Olivos, y luego la sufriste por segunda vez en la Cruz. Al sufrir nuestra muerte, mataste con tu muerte nuestra propia muerte, para darnos la Vida eterna. Con tu agonía, en el Huerto y en la Cruz, nos enseñaste y diste ejemplo de cómo nuestra muerte, unida a tu muerte en la Cruz, deja de ser castigo por el pecado, para convertirse en sacrificio agradable a Dios. Unida a tu muerte en la Cruz, la muerte de todo ser humano adquiere un valor infinito, incalculable, inapreciable, porque se convierte, de muerte que era, en fuente de vida, y de vida eterna, para quien une su muerte a tu muerte en la Cruz, y para todos sus seres queridos. Morir unidos a Ti en la Cruz, es morir para vivir, es vivir la muerte y es morir a la vida terrena, para nacer y comenzar a vivir la vida eterna, la vida que triunfa sobre la muerte, la vida perfecta de Dios Trino, la vida que es amor, paz, alegría de Dios, sin fin, para siempre. Sólo en Ti, Dios crucificado y resucitado, que das la vida eterna a quien cree en Ti y recibe con amor y fe en la comunión eucarística, la muerte del hombre se convierte y adquiere todo sentido. Te pedimos perdón, oh Jesús, Dios Vivo y Autor de toda vida, por aquellos que legislan contra los enfermos terminales, propiciándoles una muerte indigna, llamándola “muerte digna”; te pedimos perdón por quienes están a favor de la eutanasia, falsamente llamada “buena muerte”, porque es una muerte que no conduce a Ti, que no es querida ni santificada por tu Cruz. Te pedimos perdón, porque quienes están a favor de la eutanasia, no saben lo que hacen, porque no han comprendido que la agonía y la muerte del hombre, unidas a tu Agonía y Muerte en la Cruz, se convierten en vida y fuente de vida eterna. ¡Apiádate, Jesús, de quienes asesinan a sus hermanos, privándolos, con las leyes inicuas de la eutanasia, de la alimentación y de la hidratación, provocándoles la muerte más dolorosa que pueda haber, la muerte por hambre y por sed! ¡Concédeles, oh Buen Jesús, la gracia de adorarte en la Cruz, para que iluminados por Ti, sean capaces de apreciar la buena y santa muerte, la muerte que en Ti se convierte en vida eterna!

         Silencio para meditar.

         Jesús, Tú que con el Padre y el Espíritu Santo, creaste al hombre varón y mujer, para que en la diferencia encuentren la felicidad; Jesús, Tú que siendo la Sabiduría divina quisiste que el varón encontrara el amor en la mujer, y la mujer en el varón; Tú que creaste a la mujer del costado de Adán, para que en la unión con él se convirtieran ambos en fuente de vida; Tú que pensaste al matrimonio entre el varón y la mujer como la sociedad humana perfecta en la que esposos, padres e hijos encontraran su más perfecta realización; Tú que quisiste que los hijos fueran el fruto del amor esponsal, del amor de los esposos varón y mujer, te pedimos perdón y reparamos por aquellos que legislan contra la ley natural, permitiendo falsamente uniones que jamás lograrán dar la felicidad a los hombres, uniones que sólo traerán dolor y amargura, uniones que contrarían tu designio divino y por eso están condenadas al más completo fracaso desde el inicio. Te pedimos perdón también por quienes legislan favoreciendo nacimientos de niños por fuera del acto sexual esponsal, único lugar digno para la concepción de un ser humano, porque es la expresión del amor de los esposos, y no puede nunca ser reemplazado por una fría manipulación de laboratorio. Te pedimos, Jesús, que te apiades de quienes a sabiendas legislan contra la ley natural, y concédeles la gracia de poder apreciar el misterio insondable que se esconde y revela en el amor esponsal del varón y la mujer.

         Silencio para meditar.

         Jesús Eucaristía, te pedimos perdón y ofrecemos reparación por todos aquellos que, para justificar el pecado, inventan sus propios códigos morales, tratando vanamente de mostrar como “normal” lo que es debilidad humana y aberración antinatural. Te pedimos perdón porque el hombre se ha erigido en su propio dios, desplazándote a Ti, único Dios verdadero. El hombre se adora a sí mismo, y ha dejado de adorarte a Ti, Dios del sagrario, y enceguecido por esta falsa adoración de sí, ha llegado al colmo de la inmoralidad, del descaro, de la soberbia y de la crueldad. Te pedimos, Jesús, por quienes propician leyes inhumanas, anti-cristianas, anti-naturales, que bajo un falso barniz de “derechos humanos”, lo único que traen consigo es dolor, tristeza, amargura, llanto, en esta vida y, lamentablemente, para muchos, también en la otra vida. Apiádate de ellos, Jesús, porque para muchos, estas leyes, aprobadas con el aplauso y la gloria de los hombres, se convierten en puerta abierta que conduce a las profundidades del infierno, en donde la vanidad humana se convierte en dolor que no tiene fin ni consuelo. Te suplicamos, Jesús, que abras los ojos de estos hijos tuyos, ciegos espirituales, para que descubran la hermosura y perfección de la ley natural y de la ley divina y, dejando de lado las aberraciones contra la naturaleza y contra Dios, legislen a favor de los hombres, según tu Sabiduría y tu Amor.

         Silencio para meditar.

         Meditación final

Jesús Eucaristía, en tu infinito Amor por nosotros, nos dejaste en la Cruz a tu Madre como Madre nuestra, para que nos cobijara bajo su manto y para que cuidara de nosotros con amor maternal. Te rogamos por aquellos hijos tuyos que promueven y practican leyes contrarias a tu designio y a tu querer divino; leyes falsas que sólo procuran amargura y dolor a los hombres; leyes que justifican las peores aberraciones morales; leyes que sólo son expresión de los más profundos trastornos, debilidades y maldades del corazón humano; leyes que apartan radicalmente del Amor divino, al tiempo que abren las puertas de las almas a la tenebrosa oscuridad del mal; leyes que surgidas del odio angélico, se dirigen contra el Orden, la Belleza y el Bien que Tú imprimiste en la naturaleza humana, y buscan su inversión y perversión para lograr finalmente su destrucción. Te suplicamos, Jesús, que hieras sus corazones con el fuego de tu Amor, para que se conviertan y, así convertidos, abandonen las leyes de la perversión y se encomienden a María, Abogada y Defensora de los pecadores.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         Canto de salida: “El trece de mayo”.

viernes, 3 de mayo de 2013

Retiro para Adoradores



         Meditación
         “Dios es Amor”, dice el evangelista Juan (1 Jn 4, 8). ¿Con qué figura podemos graficar a este “Dios Amor”? Una figura bíblica es el fuego, porque como “lenguas de fuego” se aparece en Pentecostés (cfr. Hch 2, 1-11). En sus apariciones como el Sagrado Corazón, Jesús muestra a Santa Margarita María su Corazón envuelto en llamas, representativas del Amor divino. A su vez, para Santa Teresa de Ávila, el símbolo del Amor divino es un brasero encendido: “Estaba pensando ahora si sería que en este fuego del brasero encendido, que es mi Dios (…)”.
El Amor de Dios es entonces “como fuego”, pero no como el fuego terreno, que provoca dolor y destruye aquello que toca. El Amor divino provoca ardor, sí, pero gozoso, como lo relatan los discípulos de Emaús: “¿No ardía acaso nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24, 13-35). Y no solo no destruye, como el fuego de la tierra, sino que concede nueva vida, la vida misma de Dios, que es Amor. Lejos de provocar ardor y destruir, Dios, que es Amor, concede al alma un gozo inimaginable, inexplicable, no comparable a ninguna experiencia creatural, ni angélica ni humana. Mientras el fuego terreno provoca rechazo, ya que quien lo experimenta se aleja de él con todas sus fuerzas, el Amor que es Dios, por el contrario, cuando se lo experimenta, hace que se lo desee más, y cuanto más se lo experimenta, más se lo desea. Así lo dice Santa Teresa de Ávila: “Estaba pensando ahora si sería que en este fuego del brasero encendido, que es mi Dios saltaba alguna centella y daba en el alma, de manera que se dejaba sentir aquel encendido fuego, y como no era bastante para quemarla, y él es tan deleitoso, queda con aquella pena, y al tocar hace aquella operación, y paréceme es la mejor comparación que he acertado a decir… [porque] muérese la centella y queda con deseo de tornar a padecer aquel dolor amoroso que le causa (Las moradas, VI, 2)”.
Santa Teresa dice que el Amor de Dios causa un “dolor amoroso”, pero no porque produzca dolor en el sentido físico o moral, según el dolor que experimenta el hombre, sino que es un dolor en sentido figurado, como una “pena” que queda en el alma cuando la “centella”, esa chispa de amor que saltó del brasero encendido y dio en el alma, “se apaga”, es decir, cuando Dios se retira del alma luego de haberle hecho experimentar su amorosa Presencia.
Al retirarse Dios con su Amor, el alma queda apenada porque ya no experimenta “aquel encendido fuego que la quema”, y por eso suspira por su Amor.
Dios es Amor, es Amor que es Fuego, es Fuego que enciende al alma en el mismo Amor divino. Y ese Dios está en la Eucaristía, porque la Eucaristía es el Dios del Amor.
Regresando a la figura del brasero encendido, vemos que Santa Teresa aplica esta figura a Dios, y dice que una “centella” o chispa de ese brasero incandescente, salta hacia el alma y la enciende toda en el Amor divino. En contraste, podemos decir que el corazón del hombre es como un carbón apagado: ennegrecido por el pecado, endurecido por la falta de amor al prójimo, frío a causa de su falta de Amor a Dios. Usando la figura de Santa Teresa, podemos decir que así como Dios es “como un brasero encendido”, así también el corazón humano, que ha sido alcanzado por una chispa, aunque sea pequeñísima, de ese Amor divino, se enciende en este Amor y se torna incandescente, es decir, se convierte en brasa ardiente. Un ejemplo de cómo esto puede ser posible, lo tenemos en los carbones que se usan para quemar el incienso: basta una chispa que salte sobre ellos, para que se enciendan. Basta una infinitésima chispa del Amor inmensamente infinito que es Dios, para que el alma se encienda en el más profundo amor hacia Él -tal como lo testimonian los grandes místicos de la Iglesia-, convirtiéndose el alma en algo así como una tea encendida que resplandece por la intensidad de sus llamas, o como un negro y frío carbón que al ser penetrado por las llamas se torna de color blanco incandescente mientras que su frialdad se cambia en un intenso ardor.
El corazón humano es, entonces, al contacto con el Fuego del Amor de Dios, como un carbón encendido, y es Dios quien con su Fuego divino lo ha convertido y lo ha cambiado totalmente, convirtiéndolo de carbón en brasa encendida: la negrura se ha convertido en incandescencia; la frialdad en calor; la dureza de piedra en corazón de carne, es decir, la dureza del corazón en compasión.
Ahora bien, el carbón convertido en brasa ardiente, por acción de la llama sobre él, puede retornar nuevamente a su estado original si no se aviva el fuego que hay en él. ¿Cómo se aviva el fuego de una brasa? Soplando viento sobre ella, y es esto lo que hace Jesús Eucaristía. Desde la Eucaristía, Jesús sopla sobre nosotros el Viento del Espíritu Santo; Él junto al Padre espira el Espíritu Santo, Fuego de Amor divino, para encender con este soplo los corazones con su Amor. Cada comunión, cada acto de fe, representa un soplo del Espíritu sobre el corazón humano, que si responde a la gracia, aumenta cada vez más su incandescencia, es decir, su grado de Amor hacia Dios. De parte de Dios, entonces, el Amor siempre estará en aumento, y esto sucede cada vez que adoramos a Jesús Eucaristía y cada vez que comulgamos con fe y con amor. Los Padres de la Iglesia utilizaban la figura del carbón encendido, incandescente, para graficar a Cristo: el carbón es su humanidad santísima, y el fuego que lo vuelve incandescente es la divinidad que surge de su Ser divino. Este Carbón Incandescente que es Jesús, está oculto en la Eucaristía y a su contacto inflama e incendia en el Amor divino al alma dispuesta. Es por eso que en la oración hay que pedir que el corazón de piedra se transforme en un corazón de hierba seca, para que se inflame y se consuma en el Amor divino en la adoración y en la comunión.
Pero si de parte de Dios está todo el empeño por encendernos en su Amor y en avivar y reavivar continuamente este Amor con continuas infusiones del Espíritu, que son para nosotros y que las tenemos a disposición nuestra, con solo desear adorar su Presencia Eucarística y acudir al horario de adoración -y, también, en el momento de la comunión-, de parte nuestra sucede lo contrario: continuamente tenemos tendencia a apagar este Amor, así como se apaga un brasero o un carbón encendido, arrojando sobre él cenizas o agua, que son los atractivos del mundo. Cuando preferimos estar en las cosas del mundo, antes que permanecer una hora –a la semana- con Jesús Sacramentado, arrojamos cenizas sobre el carbón encendido, que Dios ha encendido con sus llamas; cuando en vez de cumplir la hora de adoración venimos y nos quedamos menos tiempo que lo establecido, arrojamos agua sobre la brasa encendida; cuando estamos mirando el reloj para ver cuánto falta, estamos apagando el brasero; cuando nos ponemos a pensar en las cosas del mundo, estando frente al Santísimo, apagamos el fuego del Amor de Dios.
Si verdaderamente estuviéramos en adoración contemplativa frente a Jesús Eucaristía; si tomáramos conciencia que la adoración es una ocupación de ángeles; si fuéramos capaces de comprender que en la adoración eucarística nos encontramos frente al Dios Amor; si al menos fuéramos capaces de aprovechar la más pequeñísima centella o chispa de Amor divino que continuamente salen de ese inmenso brasero encendido que es Jesús Eucaristía, el alma se inflamaría de ardor santo y consideraría este mundo, con sus atractivos, con sus preocupaciones, con sus quehaceres, como menos que nada, y desearía cuanto antes pasar de esta vida al cielo, sólo para gozar de modo ininterrumpido, por toda la eternidad, de ese Amor en el que se ha encendido. Y lo más importante de todo, buscaría de todas las maneras posibles –humillándose, pidiendo perdón, perdonando, obrando la misericordia, siendo compasivo con el más necesitado- comunicar de ese Amor que la enardece, a todo prójimo con el que se encuentre.
         Este desamor, con el cual correspondemos ingratamente a Jesús Eucaristía, está reflejado en la amarga queja que Dios expresa en la Escritura: “Porque dos males ha hecho mi Pueblo: me han abandonado a Mí, que soy la fuente de aguas vivas y se han cavado cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua” (Jer 2, 13).
         A través del profeta Jeremías, Jesús Eucaristía nos hace ver dos errores que cometemos en la adoración: “Porque dos males ha hecho mi Pueblo”. El  primero de los males, es faltar a la hora de adoración semanal; hacer menos tiempo de adoración que los sesenta minutos establecidos; firmar la planilla y ausentarse, son todas faltas al Amor de Dios, que hieren al Amor divino, ante cuyos ojos no pasan desapercibidas nuestras acciones, ni las exteriores –abandonar la adoración- y mucho menos las interiores –el apego desordenado a un objeto, asunto o persona- que me llevan a salir del oratorio. Este apego al mundo, que me aparta de Jesús Eucaristía, está expresado en la primera parte de la oración: “me han abandonado a Mí, que soy la fuente de aguas vivas”.
         Si el primero de los males es el abandonar la Hora de Adoración, es decir, es abandonar a Jesús Eucaristía, Fuente de aguas vivas, porque de su Sagrado Corazón Eucarístico brota inagotable el agua cristalina de la gracia santificante, agua que baña y refresca y apaga la sed del Amor divino que toda alma posee, el segundo de los males es el construir “cisternas agrietadas que no retienen el agua”, y estas “cisternas agrietadas” que dejan escapar el agua, son los asuntos –cualquiera que estos sean- que me llevan o a abandonar la adoración antes de tiempo, o a firmar y salir, sin quedarme a hacer adoración, o directamente a faltar. Estas dos acciones me privan del Amor divino y de la saciedad de la sed de Amor de Dios que hay en mi alma: no bebo de la fuente de Agua viva, y por otro lado me construyo una cisterna –una creatura- que deja escapar el agua. Así, no es de extrañar que padezca de sed e incluso que muera de sed.
         ¿Qué diríamos de un hombre que, caminando por el desierto, a punto de desfallecer de sed, se encuentra repentinamente con un oasis de aguas cristalinas y frescas, pero en vez de saciar su sed, desprecia esta agua? ¿Y si este mismo hombre, habiendo despreciado la fuente que le salvaría la vida, se interna nuevamente en el desierto para perecer de sed? Consideraríamos que ha perdido la cabeza, que el sol ha dañado su capacidad de razonar, y que esto le ha hecho perder la oportunidad de salvar su vida. Esta es la imagen de un adorador que falta a la adoración, o que se retira antes, o que firma la planilla y se va inmediatamente.
Un pasaje del Evangelio que es útil para meditar para el adorador, es la oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní. Luego de pedirles que hagan oración, Jesús se retira Él a orar “a un tiro de piedra” (cfr. Lc 22, 41-46). Jesús piensa que sus amigos lo acompañan con sus oraciones, pero lejos de hacerlo, sus amigos se duermen, y esto motiva el triste reproche de Jesús: “¿No habéis podido orar una hora?” (Mt 26, 40).
Representan a la pereza, corporal y espiritual. Representan la acidia o pereza espiritual, es decir, el tedio y el fastidio por las cosas de Dios. Esos discípulos dormidos somos nosotros, adormilados en la oración y adoración eucarística. Somos nosotros, toda vez que si estamos frente a una pantalla de televisión, de computadora, o de cine, o frente a algo que proporcione imágenes coloridas, sonido, movimiento, nos sentimos atraídos y mantenemos todos los sentidos alertas, mientras que frente a la Hostia Santa, que está inmóvil, parece un poco de pan blanco y no se escucha ninguna voz que salga de ella, nos “aburrimos” –como si fuéramos a buscar diversión en la adoración, y no el Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús-, nos aletargamos y, si no nos dormimos, descubrimos que tenemos “cosas más importantes para hacer”, y nos retiramos de la adoración.
“Vino entonces a los discípulos y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Conque no pudisteis velar una hora conmigo?”. Mientras Jesús ora y agoniza en el Huerto, los discípulos, vencidos por el desamor y la pereza, duermen. Pero no resulta indiferente que los discípulos no oren; las consecuencias de esta frialdad e indiferencia de los Apóstoles se hacen sentir muy pronto: los enemigos cercan a Jesús.
En el relato de los hechos de la Pasión, aparece con fuerza el contraste entre la pereza de los discípulos, por un lado, y la diligencia de Judas Iscariote y de los enemigos de Jesús, por otro. Mientras los Apóstoles, a quienes los mueve –o al menos los debería mover- el Amor a Jesús, se quedan dormidos, Judas y a los enemigos de Jesús, que están movidos por el odio a Jesús y el amor al dinero, se muestran, por el contrario, muy diligentes y activos. Su esmero, esfuerzo y diligencia contrasta con la pereza de los Apóstoles. Jesús les dice: “Esta es vuestra hora, la hora de las tinieblas” (cfr. Lc 22, 53). El adorador que se duerme en la adoración, que falta sin motivo grave, que no deja reemplazo cuando no puede ir, que no quiere ir porque tiene “cosas más importantes y urgentes” que hacer, que firma la planilla y se va, se asocia a las tinieblas, porque falta al Amor de Dios, y el que falta al Amor de Dios, se asocia, aunque no sea consciente de ello, al odio del ángel caído. Contribuye, de esa manera, a que las tinieblas del infierno lo cubran todo; contribuye a que esas tinieblas sean cada vez espesas y oscuras y asfixien y den muerte –espiritual y corporal- a los hombres.
Como adoradores, ¿de qué lado queremos estar? ¿Del lado de las tinieblas, del lado de los enemigos de Jesús, que están movidos por el amor al dinero y el odio a Jesús? Es obvio que no queremos estar de este lado siniestro, sino de lado de Jesús, que es “luz del mundo”. Sin embargo, el deseo de estar con Jesús no puede quedar en meras intenciones, sino que debe concretarse; el adorador debe dejar sus ocupaciones diarias, una vez a la semana, para acudir corporalmente al templo y pedir la gracia y la asistencia divina para acompañar a Jesús que, en el misterio de los tiempos, continúa su agonía, porque si bien está glorioso y resucitado en la Eucaristía, en la misma Eucaristía sufre no físicamente, pero sí moralmente –como un padre que ve a su hijo que camina por el filo del abismo-, al comprobar cómo la humanidad se dirige al abismo de la perdición eterna, mientras sus discípulos amados, a quienes ha dado el don de la filiación divina y el don de la fe, imitando a los discípulos en el Huerto de Getsemaní, se duermen en vez de orar.
“Dios se ha enamorado de ustedes”, dice Moisés al Pueblo Elegido, mientras peregrina por el desierto en dirección a la Tierra Prometida, la ciudad de Jerusalén. Para nosotros, que somos el Nuevo Pueblo Elegido, que peregrinamos por el desierto de la vida hacia la Jerusalén Celestial, ese Dios enamorado es Cristo Jesús en la Eucaristía. No se trata de una expresión poética; tampoco es el invento de un escritor de la antigüedad: es la realidad, y esto lo podemos comprobar en las apariciones de Jesús como el Sagrado Corazón. En la primera revelación, el 27 de diciembre de 1673, Jesús le dice a Santa Margarita María de Alacquoque: “Mi Divino Corazón está tan apasionado de Amor por los hombres (…) que, no pudiendo ya contener en Sí Mismo las Llamas de Su Ardiente Caridad, le es preciso comunicarlas (…) y manifestarse a todos para enriquecerlos con los preciosos Tesoros que (…) contienen las Gracias santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición. Te he elegido como un abismo de indignidad y de ignorancia, a fin de que sea todo Obra Mía”.
         Le revela que su Corazón está “apasionado de Amor por los hombres”, y que quiere “comunicar y manifestar” las “Llamas de Ardiente Caridad” que “contienen gracias santificantes” que “los separarán del abismo de perdición”. Un corazón que ama, es un corazón “apasionado de Amor”, y es esto lo que expresa el Sagrado Corazón. Jesús nos ama con un amor que no es meramente humano, sino que nos ama con el Amor de Dios Trinidad, el Espíritu Santo.
Ahora bien, ese Amor con el que nos ama Jesús, no es un amor platónico, del tipo que existe sólo en la fantasía de alguien enamoradizo; es un Amor real, substancial, que se dona a sí mismo por medio de la comunión eucarística: “Tengo sed, pero una sed tan ardiente de ser amado por los hombres en el Santísimo Sacramento, que esta sed Me consume y no hallo a nadie que se esfuerce según Mi Deseo en apagármela, correspondiendo de alguna manera a Mi Amor”.
El alma que recibe al Sagrado Corazón Eucarístico con fe y con amor, se esfuerza por saciar la sed de Amor que consume al Sagrado Corazón. Y el alma que adora –como tiene que adorar, no restando minutos, ni distrayéndose, ni saliendo del oratorio antes de tiempo-, también se esfuerza por amar al Sagrado Corazón como desea ser amado.
Otro pasaje evangélico con el cual podemos meditar es el siguiente: “Donde esté tu tesoro, ahí estará tu corazón” (Mt 6, 21). De acuerdo a esta frase de Jesús, sabremos dónde está nuestro corazón, cuando sepamos dónde está nuestro tesoro. ¿Está en Dios o en el mundo? ¿Está en la Eucaristía o en los ídolos mundanos? ¿Mi corazón palpita de amor por Jesús, o por mí mismo, por mis intereses y mis egoísmos? ¿Cómo saber dónde está nuestro tesoro?
Para responder a estas preguntas y saber dónde está nuestro tesoro –y, en consecuencia, para saber dónde está nuestro corazón, imaginemos la siguiente situación: una empresa multinacional, cuyas ganancias son astronómicas, está a la búsqueda de empleados para su filial en Argentina; todavía más, está buscando gente capacitada en Tucumán y, más específicamente, esa empresa ha hecho un estudio de mercado en toda la provincia, y ha llegado a la conclusión de que la gente más capacitada para el trabajo que busca está en Yerba Buena. Todavía más, esa empresa multinacional, multimillonaria, revisando los legajos de los candidatos, encuentra que mi perfil es el adecuado para ese trabajo. Es un trabajo que consiste solamente en hablar con una persona, durante una hora a la semana. Debido a que el magnate multimillonario dueño de la empresa multinacional quiere conseguir empleados altamente cualificados, no escatima recursos y es muy generoso a la hora de pagar los sueldos. Tanto es así, que por hacer este trabajo –una hora a la semana, hablar con una persona-, el sueldo de base es de ¡500.000 u$s! ¡Medio millón de dólares por semana, sólo por solo hablar con una persona! No me exigen ni estudios, ni doctorados, ni licenciaturas, ni hablar idiomas, ni hablar en lenguas, ni cursos de capacitación. Me emplean y me contratan así como soy, con lo que tengo y con lo que no tengo. Si esto fuera así, ¿pondría yo, como adorador de Jesús Eucaristía, todos los pretextos que pongo para no hacer adoración? O si hago adoración, ¿vendría sólo a firmar el libro de asistencias, sabiendo que si no cumplo con la hora que me pide la empresa, no tendré la paga? Tomemos otro ejemplo: pensemos en algún personaje famoso, ya sea del mundo del espectáculo, del cine, del fútbol, de la política. Si ese personaje me concediera una entrevista exclusiva, y todas las televisiones del mundo registraran el hecho, ¿me distraería tanto, o hablaría con tanta frialdad e indiferencia como cuando hago la adoración? ¿Estaría viendo el reloj para ver cuánto falta para que termine mi turno?