viernes, 26 de abril de 2013

Hora Santa para Adoradores en reparación por los pecados de los cristianos



        


        Inicio: ingresamos en el Oratorio; hacemos silencio interior y exterior, puesto que nos encontramos ante la Presencia del Dios de inmensa majestad, Jesús Eucaristía. Venimos a ofrecer el homenaje de nuestra humilde adoración, en reparación por los pecados de los cristianos. Si el mundo ofende a Dios con su obrar contrario a sus mandatos, muchos cristianos -entre los cuales nos encontramos también nosotros- ofenden a Cristo Eucaristía con su obrar contrario a su condición de cristianos. Pedimos la asistencia de nuestra Madre del cielo, María Santísima, y la de nuestros ángeles custodios, de San Miguel Arcángel, y de todos los ángeles y santos del cielo, para que nuestra oración suba hasta el trono de Dios como incienso de suave fragancia.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo; te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         Canto de entrada: “Sagrado Corazón eterna alianza”.

         Meditación

         Jesús, venimos a postrarnos ante tu Presencia sacramental, en donde te encuentras en la más triste soledad, abandonado por todos, pero de modo especial, abandonado por los cristianos. Tu Voz rebota en los corazones endurecidos, reacios a tu Presencia, cerrados para recibir tu gracia, pero abiertos para los amores terrenos. Esos amores espúreos que entrando por las sensaciones y por las pasiones desordenadas, proporcionan una aparente felicidad, la cual luego de poco tiempo se convierte en dolor y en dolorosa cicatriz. Jesús Eucaristía, te ofrecemos reparación por los cristianos que se dejan atrapar por las seducciones del mundo –muchas veces nosotros mismos caemos en sus redes- y te suplicamos nos concedas la gracia de adherir nuestros corazones a Ti, Sagrado Corazón, y desapegarlos de las vanas atracciones mundanas. Haz que podamos decirte muchos “Te amo”, en reparación por tantas conversaciones cargadas de vanidades, de celos, de rencores, que escuchas a menudo de los mismos cristianos.

         Silencio para meditar.

         Jesús Eucaristía, nos postramos ante Ti, adorándote como Nuestro Señor; te glorificamos como nuestro Dios y te tributamos todo el honor y la gloria que mereces, y te agradecemos por estar en la Eucaristía, maravillosísima Presencia sacramental a través de la cual cumples tu promesa de “estar con nosotros todos los días” hasta el fin del mundo. Te pedimos perdón y queremos reparar por la ultrajante indiferencia que para contigo manifiestan muchos cristianos, que ignorantes culpablemente de tu Presencia en la Eucaristía, o sabiéndolo pero aún así te tratan con desdén, te dejan solo en el sagrario, eligiendo a las más viles ocupaciones terrenas, dando lugar a tus amargas quejas: “Me abandonaron a Mí, que soy la fuente de aguas vivas, para cavarse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua”. No se puede entender el misterio de iniquidad que anida en el corazón humano, que por un espejismo pasajero –música, cine, espectáculos, deportes, diversiones- Te abandonan a Ti, que eres el Dios del Amor, que desde el Pan Vivo derramas torrentes inagotables de gracias. Apiádate de estos cristianos, niños, jóvenes, adultos, ancianos, que insensata y neciamente prefieren morir de sed, bebiendo de las pútridas aguas del mundo, antes que saciar la sed del alma con el agua fresca y cristalina de tu Amor.

Silencio para meditar.

Jesús Eucaristía, que en el sagrario derramas tu amor sobre las almas, así como el sol en el firmamento derrama su luz sobre la tierra; Te pedimos perdón y te ofrecemos reparación por las almas que comulgan en pecado mortal. Son como otros tantos cadáveres que, no reparando en el estado calamitoso de sus almas, te hacen entrar en sus corazones que hieden por la descomposición, a causa del mal que en ellos anida. El pecado mortal es la negación del Amor divino, y por lo tanto significa odio a Dios, y es un contrasentido que un alma que odia a Dios haga entrar en su corazón al Dios de Amor infinito; el pecado mortal es sinónimo de muerte y desolación, y por eso no puede ingresar en un corazón en ese estado, el Dios que es la Vida Increada y al Autor de toda vida creada; el pecado mortal es descomposición espiritual del alma, que así despide olores nauseabundos y putrefactos, y por este motivo no puede entrar en un alma en ese estado Jesús Eucaristía, el Dios que es Espíritu Puro y que posee un Cuerpo glorificado. Te ofrecemos reparación y te pedimos perdón por las almas que comulgan sin las debidas disposiciones, y que permiten que tu Cuerpo glorificado y sacramentado sea depositado en un corazón indigno y lleno de impurezas. Deseamos, oh Jesús Eucaristía, llevarnos el sufrimiento que te causan las almas que se acercan para comer tu Cuerpo y beber tu Sangre en pecado mortal.

Silencio para meditar.

Jesús Eucaristía, que eres la Pureza Increada, cuyo candor arrebata en éxtasis de amor a los ángeles y santos del cielo; Tú, en quien no existe la más pequeñísima sombra de imperfección, te pedimos perdón y reparamos por las hijas tuyas que se acercan a recibirte bajo las especies sacramentales, vestidas indecentemente. Estas almas no han entendido que a la Eucaristía se viene con los mejores trajes, porque es estar ante el Dios verdadero, que se da como alimento a la humanidad. Reparamos oh Jesús, por muchas de tus hijas que exhiben sus cuerpos como ganado en exposición; hijas que llegan al Templo vestidas indecorosamente; hijas que despiertan la tentación y el apetito carnal dentro de la Casa de Dios por no vestirse adecuadamente; hijas que tendrán que comparecer ante el Tribunal Divino por no haber usado vestidos modestos para la celebración del Santo Sacrificio de la Misa. Te suplicamos, oh Jesús Eucaristía, que tu mirada virginal las encamine al pudor y les haga sentir la hermosura de la pureza en sus corazones.

Silencio para meditar.

Jesús Eucaristía, te ofrecemos reparación por las ofensas que recibes diariamente en tu Tabernáculo de Amor: muchísimas almas te ultrajan por su indiferencia, sosteniendo que eres sólo un símbolo, pero que de ninguna manera estás realmente Presente con tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Te ofrecemos reparación por quienes no creen que estés vivo en la Hostia Santa, para te reconozcan y sientan la necesidad de comer el Pan de Vida eterna, para que despierten del sueño en el que viven, para que despierten su fe, para que abran los ojos del alma, iluminados por la fe, a la extasiante realidad sobrenatural de tu Presencia Eucarística, para que se suelten de los sutiles engaños de Satanás que les hace creer que eres solo un pan bendecido y nada más.

Silencio para meditar.

Jesús Eucaristía, te ofrecemos reparación por las almas que roban tu Cuerpo Santísimo para profanarlo, para pisotear tu Divinidad presente en este manjar del cielo, para martirizarte y ultrajarte en ritos satánicos, para rebajarte a la nada. Estas almas renuevan los golpes, los insultos, las blasfemias, que recibiste a lo largo del Via Crucis, y así tu Sagrado Cuerpo es azotado y flagelado por las profanaciones al Misterio Eucarístico y tu Sangre es desperdiciada y pisoteada. Te ofrecemos nuestros cuerpos y nuestras almas y todo nuestro ser, para ponernos en lugar tuyo, y así detener tan aberrantes e insensatos actos de maldad. Te pedimos perdón por quienes responden con odio al Misterio de Amor que es tu Presencia eucarística, Misterio que es triturado y masacrado. Te suplicamos que conmuevas a estos corazones, por la gran Misericordia que brota de tu Ser divino, para que acudan prontamente al Sacramento de la Confesión, para que así sean liberados de las garras de Satanás, porque están en alto riesgo de condenación; son almas que están inmersas en el mundo de las tinieblas y, si no se convierten de corazón, padecerán atroces dolores en la otra vida, para siempre. Apiádate de estos profanadores del Augusto Sacramento, para que no mueran sin arrepentirse, para que no sean arrojados al lago de fuego, del cual jamás podrán salir.

Silencio para meditar.

         Meditación final

         Jesús amado, hemos escuchado tus lamentos y por eso hemos venido aquí, ante vuestra Presencia sacramental, para pedirte perdón de nuestros pecados y los de nuestros hermanos, sobre todo por aquellos que te olvidan, te menosprecian, te son indiferentes, e incluso llegan a cambiarte por un ser de oscuridad, el Ángel caído. Postrados ante tu Presencia, reparamos por estas almas, muchas de las cuales han perdido por completo el sentido de lo sagrado, almas que no ven las consecuencias devastadoras de sus actos, almas que se han pasado al bando de los malos, almas a las que les espera el llanto y rechinar de dientes. Estamos aquí para reparar por las injurias, abominaciones y sacrilegios que se cometen contra vuestro Corazón Eucarístico, Corazón que sólo sabe amar y perdonar, Corazón que sobreabunda en Misericordia para con el pecador. Perdónalos, Jesús, porque no saben lo que hacen; ten misericordia de ellos y también de nosotros. Que María Santísima nos acompañe y que llevándonos en su Inmaculado Corazón, haga de nuestras vidas un continuo acto de amor a Ti.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo; te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         Canto de salida: “El trece de mayo”.
         

martes, 16 de abril de 2013

Hora Santa en reparación y desagravio por los sacrilegios e indiferencias con los cuales son ofendidos los Sacratísimos Corazones de Jesús y de María



Inicio: Ofrecemos esta Hora Santa en acción de gracias al Sagrado Corazón por tanto amor manifestado en la Pasión y en la Cruz, y renovado cada vez en el Santo Sacrificio del altar, al donarse a sí mismo en cada Eucaristía. También ofrecemos esta Hora Santa en reparación por tantos ultrajes, indiferencias, sacrilegios, cometidos por la humanidad hacia el Amor divino, pero sobre todo por los cristianos, quienes deberían acudir en masa a los templos de adoración para adorar al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, pero en cambio corren a postrarse ante los ídolos del mundo. Nos encomendamos a María Santísima, por cuyo Inmaculado Corazón ofrecemos también esta Hora Santa, y pedimos el auxilio de nuestros santos Ángeles custodios, para que nuestra oración suba más alto que los cielos eternos, al Corazón de Jesús.

Canto de entrada: “Sagrado Corazón, eterna alianza”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo; te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

Meditación

Oh Jesús Eucaristía, Tú te revelaste a Santa Margarita de Alacquoque y le mostraste tu Sagrado Corazón palpitante de Amor, y le manifestaste los abismos insondables del Amor con el que amaste a los hombres: “Mira este corazón que tanto ha amado a los hombres”.
Fue el Amor, y no otra causa, el que te llevó a encarnarte en el seno virgen de María, para que Ella te revistiera a Ti, Dios Invisible, con su carne y su sangre, y así fueras visible al tener un Cuerpo, el cual luego habrías de ofrecerlo en sacrificio en la Cruz.
Fue el Amor insondable de la Trinidad el que te llevó a padecer la más amarga agonía en el Huerto de los Olivos, llevando sobre Ti los pecados de todos los hombres, también los pecados míos, pecados que te horrorizaron al contemplar su fealdad y malicia extrema, que ofenden la majestad, la belleza y la santidad divinas.
Fue el Amor el que te llevó a soportar la triste y amarga traición de tus discípulos, a quienes habías llamado “amigos” en la Última Cena: Judas Iscariote primero y Pedro después, y aunque este último se arrepintió y luego dio su vida por ti, no sucedió lo mismo con Judas, por quien suplicaste hasta el último momento que no se fuera al infierno. Quien se condena lo hace libremente, por despreciar las ardientes llamas de tu Sagrado Corazón, como Judas Iscariote, que por despreciarlas en esta vida, ahora arde con dolor extremo y sin consuelo en el infierno.
Fue el Amor quien te llevó a sufrir una agonía más dura que la misma muerte, y a derramar gruesas gotas de sangre en el Huerto de los Olivos, al contemplar cuántas almas habrían de despreciarte, manifestándote indiferencia en vez de amor, corriendo enceguecidas hacia la eterna perdición.
Fue el Amor el que te llevó al sacrificio de la Cruz y a dar tu vida para nuestra salvación, en medio de los dolores más lancinantes y profundos que jamás nadie pueda soportar, porque querías con este sacrificio de tu Cuerpo y de tu Sangre quitarnos nuestros pecados, concedernos la filiación divina, y quedarte con nosotros “hasta el fin de los tiempos”, dejándonos como consuelo celestial tu Presencia Eucarística, a través de la cual continúas derramando torrentes inagotables de Amor infinito.
¡Oh Jesús Eucaristía, es en agradecimiento a este insondable Amor, cuyas profundidades y abismos infinitos no podremos jamás, ni siquiera en toda la eternidad, comprender en su majestuosa grandeza, al cual queremos rendir homenaje de adoración en esta Hora Santa, pidiéndote nos alcances al menos una pequeñísima llama de las que envuelven tu Sagrado Corazón, para que nuestros pobres corazones puedan amarte con tu mismo Amor!
Silencio para meditar.
Jesús Eucaristía, al revelarte a Santa Margarita, le hiciste saber que cada latido de tu Sagrado Corazón manifiesta al mundo la potencia infinita del Amor de Dios, pero le hiciste saber también que en cada latido tuyo, tu Corazón se estremecía de dolor, causado por las espinas que a su alrededor habían colocado los hombres con sus pecados y con sus maldades, principalmente sus indiferencias, sacrilegios e ingratitudes hacia tu Presencia Eucarística.
Dichos hombres harían vano tu sacrificio en Cruz, despreciando el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa, negándose a alimentarse de las llamas de Amor que envuelven tu Sagrado Corazón Eucarístico. Es esto lo que quisiste decir, cuando dijiste a Santa Margarita: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y que no ha ahorrado nada hasta el extremo de agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. Y, en compensación, sólo recibe, de la mayoría de ellos, ingratitudes por medio de sus irreverencias y sacrilegios, así como por las frialdades y menosprecios que tienen para conmigo en este Sacramento de amor”.
Estas ingratitudes e indiferencias, sacrilegios e irreverencias, que fue lo que más dolor te causó, lo tendrías en nada si al menos los hombres, dejando de lado el mundo y sus vanas –y muchas veces perversas- atracciones, correspondieran aunque sea mínimamente a tu amor: “Eso fue lo que más me dolió de todo cuanto sufrí en mi Pasión, mientras que si me correspondiesen con algo de amor, tendría por poco todo lo que hice por ellos y, de poder ser, aún habría querido hacer más. Mas sólo frialdades y desaires tienen para todo mi afán en procurarles el bien”.
Los pecados de los hombres –entre los cuales están los míos- no pasan desapercibidos a la Justicia Divina, y aun cuando los hombres piensen que nadie los ve ni se entera porque los cometan en la noche, aprovechando las tinieblas, sus consecuencias se hacen sentir en su Santísimo Cuerpo. Es esto lo que le mostraste a Santa Margarita cuando una vez te presentaste delante de ella cargando con la Cruz, cubierto de llagas y de sangre y le dijiste con voz dolorosamente triste: “¿No habrá quien tenga piedad de mí y quiera compartir y tener parte en mi dolor en el lastimoso estado en que me ponen las pecadores sobre todo en este tiempo?”.
Ante tanta maldad del corazón humano, que descarga sobre ti los golpes más duros e inmisericordiosos con los pecados de sus corazones, dame la gracia de comprender cómo son mis pecados los que te reducen a un estado penoso al golpearte sin piedad y provocarte heridas de las cuales brota tu Preciosísima Sangre; dame esta gracia, así si al menos las penas del infierno no me detienen para cometer pecados, sí me detengan las heridas que impiadoso te provoco con esos mismos pecados.

Silencio para meditar.

Meditación final:

¡Oh Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, ten piedad de mí, y concédeme la gracia de amarte por lo que eres, Dios de infinita majestad y de Amor eterno, y no por lo que das! ¡Enciende, con las llamas que abrasan tu Sagrado Corazón, mi pobre corazón, para que pueda amarte con tu mismo Amor,  y así reparar por las faltas, agravios, indiferencias, sacrilegios, profanaciones, con los cuales los hombres continuamente Te ofendemos! ¡Haz que te ame a Ti y solo a Ti, y que por Amor a Ti evite el pecado y viva la vida de la gracia, la vida que brota de tu Corazón traspasado! ¡Dame tu Cruz, colócala sobre mis débiles hombros, concédeme reparar, dentro de mis posibilidades, las ingratitudes, indiferencias y sacrilegios que los hombres sin piedad te infligimos. María, Madre mía, que acompañaste a tu Hijo a lo largo del Camino Real de la Cruz y permaneciste a su lado hasta su muerte, intercede por mí, para que cargando mi cruz de todos los días, siga a tu Hijo hasta la cima del Monte Calvario. Dame tus ojos para ver a Jesús; dame tus lágrimas para llorar mis pecados; dame tu Corazón para amar a Jesús con el mismo Amor con el que tú lo amas. Amén”.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo; te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

Canto de salida: “El trece de mayo”.

viernes, 12 de abril de 2013

Hora Santa en reparación por nuestros pecados y los del mundo entero




         Inicio: ingresamos en el oratorio, nos ponemos en presencia de Cristo Dios, Presente en Persona en la Eucaristía, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Jesús en la Eucaristía es el mismo Jesús glorioso, el Cordero de Dios, que es adorado y alabado en la eternidad por ángeles y santos; desde la tierra, nos unimos a la adoración de los bienaventurados habitantes del cielo, postrándonos en adoración ante su Presencia sacramental. No lo vemos con los ojos del cuerpo, pero la luz de la fe nos ilumina y nos dice que en la Eucaristía está el Dios omnipotente, Tres veces santo, de infinita majestad y misericordia, y en su honor ofrecemos el humilde homenaje de nuestra adoración. Pedimos a María Santísima, Madre de Jesús Eucaristía, quien adoró la Eucaristía en el tiempo que duró su vida terrena, hasta su gloriosa Asunción, que tome posesión de nuestros pobres corazones para que, desde el interior de su Inmaculado Corazón, nos unamos a su misma adoración a Jesús. Que San Miguel Arcángel, nuestros ángeles custodios, y los nueve coros angélicos que se extasían de gozo adorando al Cordero, nos acompañen también en esta Hora Santa. Ofrecemos esta Hora Santa en reparación por nuestros pecados y por los de todo el mundo.

         Canto de entrada: “Te adoramos, Hostia divina”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo; te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

Meditación

Jesús Eucaristía, que padeciste en el Huerto de los Olivos una amarga agonía, al sufrir en tu Humanidad santísima los castigos merecidos por los pecados de los hombres de todos los tiempos, lo cual te hizo sudar sangre a causa de la angustia de muerte que te invadió. En ese estado, recibiste el consuelo de las almas que negándose a sí mismas, te seguirían por el Camino de la Cruz, cargando su cruz de cada día, y así llegarían a salvarse. Pero también tus penas y tus dolores se vieron aumentados al infinito al comprobar cuántas almas se perderían en el infierno, al negarse a reconocerte como Salvador. Por estas almas, sufriste en el Huerto de Getsemaní incluso hasta las penas y dolores que experimentarían en el infierno. Te suplicamos, oh Buen Jesús, que aceptes nuestra humilde reparación, para aliviarte aunque sea en algo las amarguras de tu Sagrado Corazón, y no permitas jamás que nos apartemos de Ti, y que jamás hagamos vano tu sacrificio por nosotros.

Meditación en silencio.

Jesús, en el Huerto de Getsemaní confiaste a tus discípulos que sentías “una tristeza de muerte” y les pediste que “estuvieran despiertos e hicieran oración, para no caer en tentación” y alejándote de ellos, comenzaste a orar (cfr. Mt 26, 37-45) pensando que las oraciones de tus amigos te confortarían y consolarían en las amarguísimas tres horas de agonía. Sin embargo, tus discípulos, Pedro, Santiago y Juan, a quienes habías amado con amor de predilección por sobre todos los demás, vencidos por la tibieza, el desánimo, la pusilanimidad, y agobiados por el desamor a Ti, se durmieron y te dejaron solo en tu agonía. Jesús, en estos discípulos tan amados por Ti, a quienes tantas muestras de amor diste, pero que se mostraron pusilánimes, tibios, faltos de fe, perezosos, insensibles a tu sufrimiento y a tu amor, sordos a tus pedido de vigilancia y oración, nos reconocemos nosotros mismos, porque también a nosotros nos has amado hasta el extremo, pero a tu Amor santo correspondemos con frialdades e indiferencias, y con amores no santos, profanos, impuros; también a nosotros nos pides que oremos, pero a tus amorosos pedidos respondemos con acidia, tedio, fastidio, eligiendo otras ocupaciones en vez de hacer oración; también a nosotros nos pides que estemos “vigilantes y alertas”, pero como los discípulos en el Huerto, nos dejamos adormecer por los atractivos del mundo, nos sumergimos en las brumas de las pasiones y abrimos los sentidos y las puertas de la mente y del corazón a la tentación, permitiendo que el enemigo de las almas entre y haga destrozos en nosotros, llamados a ser templos vivientes de tu Espíritu Santo.

Meditación en silencio.

Jesús, en las tres horas de amarga agonía en el Huerto, sufriste las penas, los dolores, las muertes, de todos y cada uno de todos los hombres de todos los tiempos. Movido por la inmensidad incomprensible de tu Amor eterno, sufriste mis penas, mis dolores, mi muerte, para destruirlos y para donarme tu alegría, tu felicidad y tu vida. Concédeme la gracia, Jesús Agonizante, de comprender y amar, con luz sobrenatural, la inmensidad de este misterio, inmensidad que no es posible de alcanzar con mi pobre mente humana. Ilumíname con la luz del Espíritu Santo, para que yo pueda apreciar la enormidad de tus sufrimientos por mí, para que esté dispuesto a morir antes que pecar mortal o venialmente de forma deliberada. Por las angustias y dolores de tu Madre, acepta mis reparaciones por los pecados de mi vida pasada, cuando al cometerlos no tuve en cuenta ni el inmenso dolor que te provocaba, ni el infinito Amor con el que sufrías por mí; acepta también esta reparación por mis hermanos, que al igual que yo mismo, te ofenden con sus pecados, y perdónalos, porque “no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).

Meditación en silencio.

Jesús, que ante la vista de nuestros horribles pecados sudaste “gotas de sangre que caían hasta el suelo” (Lc 22, 44), te ofrecemos en reparación estas mismas gotas de sangre, y todos tus pensamientos, y todos los latidos de tu Sagrado Corazón, pidiéndote perdón y con la intención de reparar por todos los pecados de la humanidad, reticente a tu Amor. Nos postramos ante Ti, adorándote en el Santísimo Sacramento del altar, el Sacramento que es invención de tu Amor, con el cual no nos dejas solos sino que te quedas con nosotros “hasta el fin de los tiempos” (Mt 28, 20). Queremos así tomar en nuestros corazones tu dolor, para darte al menos un poco de descanso en tu terrible y mortal tristeza. Danos la gracia de beber del cáliz de tus amarguras y de sentir tus mismas penas, para que nuestra oración suba ante el trono de Dios Padre como incienso de suave fragancia. La visión de todos los pecados de la humanidad –asesinatos, mentiras, fraudes, estafas, violencias, traiciones, ira, codicia, venganza, lujuria, lascivia, orgullo, avaricia, pereza, acidia, idolatría- en su horrible y espantosa realidad, fue lo que te hizo entrar en agonía de muerte y sudar sangre. Jesús, por esta sangre derramada en el Huerto de los Olivos, concédenos la gracia de experimentar la náusea y el horror del pecado, para que nunca nos apartemos de Ti y vivamos siempre en Tu Presencia, de día y de noche.

Meditación en silencio.

Jesús, que al finalizar las tres Horas de amarga agonía en el Huerto, sufriste un nuevo dolor que desgarró tu Corazón, y fue la traición de Judas Iscariote, a quien habías colmado de tus dones y gracias, ordenándolo sacerdote y llamándolo “amigo” (cfr. Jn 15, 15) en la Última Cena. Su traición fue para Ti causa de dolores inenarrables, porque sus repetidos rechazos a tu Amor lo llevó a preferir escuchar el tintineo metálico de las monedas de plata, antes que los latidos de tu Sagrado Corazón; su dureza de corazón lo llevó a comulgar con Satanás, quien “entró en él” cuando Tú “le diste el bocado” (cfr. Jn 13, 21-38) en la Última Cena, saliendo del Cenáculo y de tu Presencia para ser engullido por las tinieblas del infierno; su frialdad e indiferencia por los pobres y por el sufrimiento de sus hermanos, lo llevó a amar “el dinero de la bolsa” y no a tu Sagrado Corazón, convirtiéndose en ladrón impenitente; su soberbia le impidió adorarte con el perfume de la oración y de las buenas obras, como lo hizo María Magdalena al ungir tus pies con un costoso perfume (cfr. Lc 7, 36-50), símbolo de la piedad y de la misericordia, fingiendo una falsa pobreza y una cínica preocupación por los pobres, porque en realidad, como Tú lo dijiste, “era ladrón” y amaba el dinero; su cinismo e hipocresía lo llevó a entregarte a tus enemigos con el símbolo de la amistad, el beso, pervirtiéndolo, y convirtiéndose en figura de los cristianos que, a lo largo de la historia, traicionarían a sus hermanos valiéndose de su condición de cristianos. Jesús, que no le reprochaste a Judas su traición, sino más bien sufriste en silencio su dureza de corazón y no dejaste, hasta el último momento, de elevar súplicas por su salvación, aun cuando tenía ya un pie en el infierno, Te suplicamos que aceptes nuestra reparación por nuestros pecados, por las veces que nos hemos comportado como otros tantos judas iscariotes, y te ofrecemos reparación por todos los judas iscariotes de todos los tiempos, pero te pedimos también, por los dolores de María Santísima que, ante la vista de nuestra traición a Ti, nos concedas la gracia de la contrición perfecta del corazón, como se la concediste a Pedro, quien movido por Ti se arrepintió de haberte traicionado, y hagas que las lágrimas de dolor y arrepentimiento sean nuestro pan de cada día.

Meditación final:

Jesús, que en las Horas penosísimas de la Agonía en el Huerto fuiste confortado por un “ángel del cielo” (cfr. Lc 22, 43) quien, según la Beata Ana Catalina Emmerich, te dio “un alimento de color rojo” del tamaño similar a una Hostia. Este alimento del cielo, más el cáliz de la amargura que te dio a beber el Padre, fueron tu sostén en el Getsemaní. Concédenos, por tu agonía y por las penas, tristezas y amargura de tu Madre, participar de tu Pasión en cuerpo y alma, y así como el ángel te dio un alimento de color rojizo, haz que la Virgen nos alimente con la Eucaristía, que es blanca como el pan y roja como la Carne Santa de tu Sagrado Corazón, y así como bebiste hasta las heces del cáliz que te preparó el Padre, cáliz de amargura y dolor, haz que la misma Virgen sacie nuestra sed de Ti dándonos de beber del cáliz de tus amarguras, para que uniéndonos a Ti y a tu Pasión ofrezcamos nuestras vidas como holocausto para la salvación de nuestros seres queridos y de toda la humanidad. Haz que, alimentados por la Virgen con la Eucaristía y bebiendo del cáliz de tus amarguras, se imprima en nosotros tu Pasión y así alcancemos la gloria en la vida eterna. Amén.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo; te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

Canto de salida: “El trece de mayo”.
A tres pastorcitos la Madre de Dios,
descubre el misterio de su corazón.
Ave, ave, ave María. Ave, ave, ave María.
Haced penitencia, haced oración,
por los pecadores implorad perdón.
Ave, ave, ave María. Ave, ave, ave María.
Las modas arrastran al fuego infernal,
vestid con decencia si os queréis salvar.
Ave, ave, ave María. Ave, ave, ave María.
El Santo Rosario constantes rezad,
y la paz del mundo el Señor os dará.
Ave, ave, ave María. Ave, ave, ave María.
¡Qué pura y qué bella se muestra María,
qué llena de gracia en Cova de Iria!
Ave, ave, ave Maria. Ave, ave, ave Maria.


viernes, 5 de abril de 2013

Hora Santa a la Divina Misericordia



Inicio: ingresamos al Oratorio. Hacemos silencio de palabras y silencio interior, acallando todas las voces que se interponen entre nosotros y Dios, cuya Voz “habla en el silencio”, como dice el Santo Padre Benedicto XVI. Ofrecemos esta Hora Santa pidiendo a Jesús Misericordioso por el mundo entero, y le traemos a Jesús Eucaristía todos los grupos de almas que Él pidió que introdujéramos en su Divina Misericordia al rezar la Novena. Nos encontramos delante de Jesús Misericordioso, el mismo Jesús que se le apareció a Sor Faustina y aunque no lo vemos con los ojos del cuerpo, sí lo vemos con los ojos de la fe. No estamos en un convento, como Sor Faustina, pero estamos delante de Jesús Misericordioso, oculto tras los velos del sacramento de la Eucaristía. Jesús en la Eucaristía es el mismo y único Jesús de Nazareth, Dios misericordioso, y ante su Divina Presencia Sacramentada nos postramos, implorando misericordia para nosotros y para el mundo entero. Pedimos la asistencia de María Santísima y la de nuestros ángeles custodios, para que nuestra oración se eleve prontamente y llegue al trono de Jesús Misericordioso.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo; te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

Canto de entrada: “Sagrado Corazón eterna alianza”.

Meditación

Jesús Misericordioso, Presente en la Eucaristía, te suplicamos por toda la humanidad y especialmente por los pecadores. Mira a la humanidad de todos los tiempos, mírala cómo ha caído por culpa del pecado original de los primeros padres, Adán y Eva. Apiádate de la humanidad, que sin ti se dirige enceguecida al abismo de la perdición; ten misericordia de los pecadores, sobre todo los más empedernidos, y para que no se pierdan en el abismo del fuego eterno, te los traemos para sumergirlos en el abismo de tu misericordia, que es un mar infinito, mar que es como un océano sin playas, interminable e inagotable. Queremos así consolarte por la amarga tristeza en que te sume la pérdida de almas. Que tu infinita misericordia no permita que ningún alma, por más pecadora que sea, se pierda, para que así toda la humanidad, absolutamente toda, sin que falte ningún hombre creado por Ti, pueda ensalzarte por los siglos infinitos. Amén.

Meditación en silencio.

Jesús Misericordioso, Sumo y Eterno Sacerdote, Pontífice Eterno, Sumo Pastor de las ovejas, te traemos a las almas de los sacerdotes y los religiosos, aquellos a quienes Tú elegiste para que sean pastores de tu rebaño. Los sumergimos en tu Corazón Eucarístico, mar infinito de misericordia insondable. Ellos fueron quienes te dieron fortaleza para soportar tu amarga Pasión. A través de los sacerdotes y religiosos fluye hacia la humanidad tu insondable misericordia, porque por ellos se confeccionan los sacramentos, fuentes inagotables de gracia divina, y por ellos la Iglesia ora en tu Presencia noche y día, implorando tu misericordia. Apiádate de ellos, porque a causa de su humana debilidad, muchas veces te ofenden, porque muchas veces no corresponden a su llamado y no son imágenes vivientes tuyas; muchos se dejan atraer por las cosas del mundo y esto es en sí ya una grave falta, porque dejarte a Ti por los atractivos del mundo, es el colmo de la ceguera y de la necedad. Apiádate de ellos y dales de tu luz y de tu Amor para que así no puedan nunca rehusarte ni desconocerte y, convertidos en una imagen viviente de tu misericordia, puedan guiar a las almas a ellos encomendadas en el camino de la salvación y luego, junto con el rebaño, ya a salvo de los lobos, los ángeles caídos, canten tus alabanzas por los siglos sin fin. Amén.

         Meditación en silencio.

         Jesús Misericordioso, Modelo de piedad y de Amor al Padre en toda tu vida, pero especialmente en las amargas horas de la Pasión, en el Huerto de Getsemaní, en donde pediste que se hiciera la Voluntad del Padre y no la tuya, a pesar de que el Padre quería que murieras crucificado por nuestra salvación; Jesús, modelo también de amor y piedad en la Cruz, cuando dijiste al Padre, “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, dándonos ejemplo de cómo debemos abandonarnos a Ti en los momentos de prueba, te traemos a todas las almas devotas y fieles, a todos aquellos que, por la acción de tu gracia en sus corazones, te son fieles y te aman, ofreciéndote el homenaje de sus vidas por medio de la oración y la misericordia; las sumergimos en el mar de tu misericordia, para que les concedas tus gracias en abundancia, para que estas almas, que consolándote a lo largo del Via Crucis, fueron una gota de consuelo en medio de un mar de amargura, vivan siempre en tu Sagrado Corazón y no los dejes nunca escapar de él. Padre Eterno, te suplicamos que mires con misericordia a estas almas fieles, que son el dulce fruto de la amarga Pasión de Jesús, y por sus méritos, les concedas que no pierdan jamás el amor y el tesoro de la santa fe, sino que con toda la legión de los ángeles y los santos, canten eternamente a la Divina Misericordia. Amén.

         Meditación en silencio.

Jesús Misericordioso, te traemos ahora a aquellos que no creen en Dios y aquellos que todavía no te conocen y los sumergimos en el mar de tu misericordia; míralos Jesús, son todos los ateos, los agnósticos y los paganos de todos los tiempos, también los de nuestros tiempos, algunos de los cuales son nuestros seres queridos. Míralos, Jesús, y ten compasión, porque por ellos sufriste amargamente en tu Pasión, pero también su conversión futura –que Tú viste en tu omnisciencia, porque eres Dios- dio consuelo a tu Corazón y así se alivió en algo tu amargura. Jesús Compasivísimo, que eres la Luz del mundo entero, haz que ingresen en la morada de tu Piadosísimo Corazón las almas de aquellos que obstinadamente no quieren creer en Dios, a pesar de las infinitas pruebas de su amorosa existencia que ofrece el mundo creado. Te pedimos también por aquellos que, por propia decisión, o porque no oyeron hablar de Ti, todavía no te conocen, y te pedimos también por quienes se han internado en las oscuras sendas del paganismo. Que los rayos de tu gracia que brotan de tu Corazón traspasado iluminen las tinieblas en las que se encuentran, para que también ellos, unidos a nosotros, ensalcen tu misericordia admirable. Padre Eterno, te pedimos por las almas de aquellos que no creen en ti y de los que todavía no te conocen, a las cuales hemos encerrado, por la oración, en el Compasivísimo Corazón de Jesús. Haz que el Corazón de tu Hijo los atraiga hacia ti, conmueve sus mentes y sus corazones con la fuerza de tu Amor, haz que te vean en cada creatura, haz que te descubran en el Evangelio y puedan alegrarse verdaderamente, porque sus vidas son tristes al desconocer la gran felicidad que es amarte. Concédeles a estas almas que te conozcan para que conociéndote te aman y amándote se salven, y así puedan ensalzar tu infinita misericordia por los siglos de los siglos. Amén.

         Meditación en silencio.

Jesús Misericordioso, te traemos a las almas de quienes llamamos “hermanos separados” y las sumergimos en el mar de tu misericordia. Estas almas te desgarraron en tu amarga Pasión, lacerando con su división y con su pretensión de creer en su propio Evangelio, tu Cuerpo y tu Corazón, es decir, tu Iglesia. Las sumergimos en tu misericordia infinita para que regresen pronto a la Iglesia y así curen tus heridas y alivien tu Pasión. Jesús Misericordiosísimo, que eres la Bondad Misma, tú no niegas la luz de la Verdad, que eres Tú mismo, a quienes te la piden; recibe en la morada de tu Compasivísimo Corazón a las almas de nuestros hermanos separados, mira el celo con el que hablan de Ti y condúcelas, por la luz de la Verdad a la unidad con la Iglesia y no las dejes escapar de la morada de tu Sagrado Corazón. Jesús, Tú que dijiste en el Evangelio: “Yo Soy la luz del mundo”, concédeles un rayo de luz de tu Sagrado Corazón, para que se disipen las tinieblas del orgullo y del error y el espíritu de división y de confusión sea alejado de ellas, para que así liberadas de las tinieblas del error, también ellas glorifiquen con nosotros tu insondable misericordia. Padre Eterno, mira con misericordia a las almas de nuestros hermanos separados, especialmente a aquellos que han persistido tenazmente en sus errores, desperdiciando así tus bendiciones y gracias. No mires sus errores, sino el amor de tu Hijo y su amarga Pasión que sufrió por ellos, ya que también ellos están encerrados en el Compasivísimo Corazón de Jesús. Ilumínalos con la luz de tu Verdad, tu Hijo Jesús, y haz que también ellos glorifiquen tu gran misericordia por los siglos de los siglos. Amén.

         Meditación en silencio.

Jesús Misericordioso, te traemos a las almas mansas y humildes y las almas de los niños pequeños y las sumergimos en tu misericordia. Son las almas que más se asemejan a tu Corazón, porque tu Corazón es “manso y humilde”, y Tú mismo eres un Dios con corazón de Niño, al punto de venir a nuestro mundo como un Niño en Belén. Tú las veías como ángeles terrestres que velarían al pie de tus altares, y así fueron tu consuelo en tu Pasión. Continúa siempre derramando sobre ellas torrentes enteros de gracias, porque solamente el alma humilde es capaz de recibir tu gracia; haz que nunca pierdan la inocencia dada por la gracia. Jesús Eucaristía, haz que estas almas, que son las preferidas del Padre Celestial, sean siempre protegidas por Ti, para que sean siempre como un ramillete perfumado ante el trono de Dios, de cuyo perfume se deleita Dios mismo. Estas almas tienen una morada permanente en tu Compasivísimo Corazón y cantan sin cesar un himno de amor y misericordia por la eternidad; no permitas que la soberbia, el orgullo y las atracciones del mundo mancillen sus almas, que agradan a Dios Padre porque se parecen a Ti. Padre Eterno, mira con misericordia a las almas de los niños pequeños que están encerradas en el Compasivísimo Corazón de Jesús; son las que más se parecen a tu Hijo, que por nosotros nació como Niño en Belén. Su fragancia asciende desde la tierra y alcanza tu trono. Padre de misericordia y de toda bondad, te suplicamos por el amor que tienes por estas almas y el gozo que te proporcionan, que bendigas al mundo entero para que todas las almas canten juntas las alabanzas de tu misericordia por los siglos de los siglos. Amén.

         Meditación en silencio.

Jesús Misericordioso, te traemos a las almas que veneran y glorifican tu misericordia de modo especial y las sumergimos en tu misericordia. Son las que más lamentaron tu Pasión, a ejemplo de las santas mujeres de Jerusalén, que se compadecieron de Ti al verte malherido en el Camino del Calvario. Estas almas son las que penetraron más profundamente en tu Espíritu, siendo un reflejo viviente de tu Corazón compasivo. Ellas resplandecerán con una luz especial en la vida futura; ninguna de ellas irá al fuego del infierno, y serán defendidas de modo especial por Ti en la hora de la muerte. Jesús Misericordiosísimo, cuyo Corazón es el Amor mismo, recibe en la morada de tu Compasivísimo Corazón a las almas que veneran y ensalzan de modo particular la grandeza de tu misericordia, y no cejan de hacerlo, aun en medio de toda clase de tribulaciones. Padre Eterno, mira con misericordia a aquellas almas que glorifican tu misericordia insondable y que están encerradas en el compasivísimo Corazón de Jesús. Estas almas son un Evangelio viviente, sus manos están llenas de obras de misericordia y sus corazones desbordantes de gozo cantan a ti, oh Altísimo, un canto de misericordia. A ellas, que obraron la misericordia para con sus prójimos más necesitados, Tú les dirás en el Día del Juicio Final: “Venid, benditos de mi Padre, al Reino de los cielos, porque tuve hambre y me disteis de comer; enfermo y preso y me visitasteis”. Te suplicamos, oh Dios, que se cumpla en ellas la promesa de Jesús quien les dijo que: “A las almas que veneren esta infinita misericordia mía, yo Mismo las defenderé como mi gloria durante sus vidas y especialmente en la hora de la muerte”. Amén.

         Meditación en silencio.

Jesús Misericordioso, te traemos a las almas que sufren en el Purgatorio y las sumergimos en el abismo de tu misericordia, para que los torrentes de tu Sangre, que brotan de tus heridas abiertas en la Cruz, las refresquen del ardor del Purgatorio. Son todas almas muy amadas por Ti, y cumplen con el justo castigo que se debe a tu Justicia, para poder presentarse luego, purificadas en el Amor, a tu infinita misericordia. Te traemos estas almas benditas, oh Jesús misericordioso, como una limosna espiritual, para saldar las deudas que mantienen con tu Justicia y así sus tormentos sean aliviados. Jesús Misericordiosísimo, tú mismo has dicho que deseas la misericordia, y por eso introducimos en la morada de tu Compasivísimo Corazón a las almas del Purgatorio, almas que te son muy queridas, pero que deben pagar su culpa adecuada a tu Justicia. Que los torrentes de Sangre y Agua que brotaron de tu Corazón Eucarístico, apaguen el fuego del Purgatorio para que también allí sea glorificado el poder de tu misericordia. Padre Eterno, mira con misericordia a las almas que sufren en el Purgatorio y que están encerradas en el Compasivísimo Corazón de Jesús. Te suplicamos por la dolorosa Pasión de Jesús, tu Hijo, y por toda la amargura con la cual su Sacratísima Alma fue inundada, muestra tu misericordia a las benditas almas del Purgatorio, que están bajo tu justo escrutinio, por no haber amado con más intensidad en esta tierra los bienes del cielo, y haberse dejado confundir por las cosas de la tierra. No las mires sino a través de las heridas de Jesús, tu amadísimo Hijo, ya que creemos que tu bondad y tu compasión no tienen límites. Amén.

         Meditación en silencio.

Jesús Misericordioso, Tú en el Apocalipsis dices: “Porque no eres ni frío ni caliente, sino tibio, te vomitaré de mi boca” (3, 16); te traemos a las almas tibias y las sumergimos en el abismo de tu misericordia, para que no sean rechazadas por Ti. Son las almas indiferentes a tu Amor; son las almas que, conociéndote, no se acercan a Ti por el fastidio que les da la oración, y porque se sienten más a gusto con las atracciones del mundo. Las almas tibias son aquellas que prefieren ver televisión u ocuparse en sus asuntos, en vez de asistir a Misa o acudir al sagrario a hacer oración; son las que todos los días hablan horas y horas de sus problemas y de sus ocupaciones con las creaturas, pero no son capaces de dedicar veinte minutos al día para rezar el Rosario, diálogo de amor entre el alma y la Virgen María y, a través de Ella, contigo. Estas almas son las que más dolorosamente hieren tu Corazón y son las que más rechazo te causan. A causa de ellas, tu alma experimentó la más intensa repugnancia en el Huerto de los Olivos, repugnancia que te hizo decir: “Padre, aleja de mí este Cáliz, si es tu voluntad” (Lc 22, 39-46). Para ellas, la última tabla de salvación consiste en recurrir a Tu misericordia. Jesús Misericordiosísimo, que eres la compasión misma, te traemos a las almas tibias a la morada de tu Piadosísimo Corazón, que arde en las llamas del Amor divino; haz que estas almas heladas que se parecen a cadáveres y te llenan de gran repugnancia se calienten con el fuego de tu Amor puro. Padre Eterno, mira con misericordia a las almas tibias que, sin embargo, están encerradas en el Piadosísimo Corazón de Jesús. Padre de la Misericordia, te suplicamos, por la amarga Pasión de tu Hijo y por su agonía de tres horas en la cruz, haz que sus corazones, al contacto con las llamas del Corazón de Jesús, se enciendan en el fuego del Amor divino, de modo que también ellas glorifiquen el abismo de tu misericordia. Amén.

         Meditación en silencio.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo; te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         Canto de salida: “El trece de mayo”.