jueves, 31 de marzo de 2011

Hora Santa para Niños y Adolescentes para Cuaresma



Entramos respetuosamente en el Oratorio. Jesús está en la Hostia, escondido, y desde allí me ve, me oye, y lee todos mis pensamientos. Sabe qué pienso, qué quiero, qué voy a decir, qué voy a hacer. Jesús es Dios, y está en la Eucaristía por amor a mí. Nos arrodillamos ante Su Presencia, con el deseo de adorarlo y amarlo cada vez más. Nos persignamos y hacemos la señal de la cruz: “Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios Nuestro. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén”.
Estamos en Cuaresma, y nos acordamos de los cuarenta días que Jesús estuvo en el desierto, sin comer nada, y rezando a Dios Padre. También nosotros vamos a rezar junto con Jesús, y vamos a hacer ayuno, sobre todo de las obras malas. La Cuaresma es tiempo de ayuno y de oración, y es el tiempo de cambiar el corazón, para que el corazón se vuelva cada vez más parecido al Corazón de Jesús, manso y humilde.
-INICIO: Canto de entrada: Oh Víctima Inmolada.
-Oración de NACER: “Dios mío, Yo creo, espero, Te adoro y Te amo, Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni Te aman” (Tres veces).
-Oración para comenzar la adoración: “Querido Jesús Eucaristía, venimos a visitarte en tu Oratorio, para decirte que te queremos mucho. Queremos estar junto a Ti, porque estar contigo es más lindo que estar en el cielo. Ahora que comenzamos la Cuaresma, venimos a decirte que queremos preparar nuestro corazón por el ayuno y la oración, para recibir tu gracia y así cambiar el corazón. Te prometemos el ayuno, sobre todo de las obras malas: queremos portarnos bien, ser buenos con todos, especialmente con los papás, los hermanos y los seres queridos. Te prometemos que no vamos a pelear con nadie, y que vamos a pedir perdón si hemos faltado el respeto a alguien, y vamos a perdonar a quien nos haya ofendido. Queremos, en esta Cuaresma, rechazar todo mal pensamiento, todo mal deseo, toda mirada mala, y tener los mismos pensamientos que tenías Vos cuando estabas en el desierto.
-Silencio de tres minutos. En este momento de oración en silencio, aprovechamos para hablarle a Jesús no con los labios, sino con el corazón. Le podemos decir que lo queremos mucho, y que queremos estar en el cielo con Él para siempre.
-Canto eucarístico. Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar.
-Oración intermedia: “Querido Jesús Eucaristía, Tú eres un horno ardiente de caridad. Nuestros corazones son como carbones, negros, secos, duros. Te pedimos que tomes nuestros corazones y los introduzcas en ese horno ardiente de Amor que es Tu Corazón, para que ellostambién se incendien en el fuego del Espíritu Santo. Sé bueno con nosotros, danos un poquito de Tu Amor, y así nosotros podremos ser cada día más buenos. Te damos gracias porque pasaste cuarenta días en el desierto rezando por nosotros, aguantando el calor del sol durante el día, y el frío de hielo por las noches. Te damos gracias, Jesús, porque estás en la Eucaristía por amor a nosotros. Te damos gracias porque Tú eres un mar infinito de Amor eterno, y todo ese amor nos lo das en la cruz y en la Eucaristía”.
-Silencio de tres minutos. Rezamos con el corazón, en silencio. Le pedimos por nuestros seres queridos, y también por aquellos a los que no queremos tanto. Que todos conozcan y amen a Jesús Eucaristía.
-Oración de despedida: “Querido Jesús, en este rato de oración, nos pareció estar en algo más lindo que el cielo, porque estuvimos en Tu Corazón. Volvemos al mundo, que es muy oscuro cuando Tú no lo alumbras. Ilumina nuestros corazones, para que nosotros podamos iluminar a nuestros padres, a nuestros hermanos, y a todo el mundo, con la luz de Tu Amor.
-Oración de NACER: “Dios mío, yo creo, espero, Te adoro y Te amo, Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni Te adoran, ni Te aman” (tres veces).
-Oración final: “Querido Jesús Eucaristía. Ya es hora de retirarnos. Debemos regresar a nuestros hogares y a nuestra tarea cotidiana. Nos vamos, y nos despedimos de Ti, pero aunque nos vayamos con el cuerpo, dejamos nuestros corazones a los pies de Tu altar, para que estén siempre delante de ti. Tú dijiste en el Evangelio que donde estuviera nuestro tesoro, allí estaría nuestro corazón. Nuestro tesoro eres Tú en la Eucaristía, y por eso los dejamos a tus pies. No dejes que nunca nos apartemos de Ti”.
-Canto de despedida. Canción de los pastorcitos de Fátima.

viernes, 25 de marzo de 2011

Hora Santa pidiendo por la paz en las familias, en la Patria, en el mundo


«La Paz os dejo, mi paz os doy; no la doy como la da el mundo»

(Jn 14,27)

La paz es uno de los deseos más profundos del ser humano: la paz que brota de aceptarse a sí mismo, de aceptar a los demás, de estar reconciliado con el pasado, de haber sanado viejas heridas, de vivir en un entorno de buena convivencia y entendimiento con las personas que a uno le rodean: familia, amigos, vecinos, compañeros de trabajo o estudios… Es bueno y necesario ese deseo ¡honesto! Pero basta cualquier pequeño sufrimiento, conflicto, contrariedad, desengaño, soledad, fracaso… y se rompe esa paz psicológica o social.

Paz honda

Cualquier persona quiere una paz más honda, más estable, más arraigada en el hondón del alma, que nadie te pueda arrebatar. Esa paz existe. Es la paz que nace de lo alto, que trae el Príncipe de la Paz: Jesucristo. Él, Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, nos ha traído, con su muerte en cruz, una triple reconciliación: con Dios, con los demás y con uno mismo. Es la paz que nadie te puede arrebatar si vives arraigado y edificado en Cristo… si vives firme en la fe.

La paz es uno de los frutos del Espíritu Santo. Es la paz del anuncio del ejército celestial a los pastores en la noche de Belén: «Gloria a Dios en el cielo; y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2,14); esa alabanza de los ángeles también se ha traducido así: «y en la tierra paz a los hombres que Dios ama».

Silencio meditativo

La paz: don y tarea

Las dos maneras de expresar la alabanza de los ángeles se complementan y se iluminan: la paz como don de Dios, fruto de los que se dejan amar por el Padre e «invadir» por el Espíritu Santo; y la paz como tarea de los hombres, fruto de los hombres de buena voluntad que trabajan por la reconciliación de los pueblos, las familias y las personas, en cualquier ámbito o situación.

La paz: don y tarea. Quienes se dejan bendecir por el amor de Dios y se ponen a trabajar en favor de la paz son dichosos: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,10).

Hoy, delante de Jesús Eucaristía, Príncipe de la Paz, «Primogénito de toda criatura» (Col 1,15), adorándole como pobres de espíritu, le pedimos la paz para tantos cristianos que están siendo perseguidos a causa de su fe.

ORACIÓN:

Creo, Señor Jesús, que tú eres el Príncipe de la Paz,

que tú has derribado el odio que separaba judíos de paganos,

libres de esclavos, creyentes de no creyentes.

Tú eres quien ha derribado el muro de separación, el muro que enfrentaba

a los pueblos, razas, lenguas, culturas y religiones.

Tú eres quien nos ha reconciliado con el Padre y entre nosotros,

como hermanos, destruyendo el poder del pecado: odio, rivalidad, venganza, ira…

Tú has dado muerte a la muerte, resucitando a la Vida nueva, Vida Eterna.

¡¡Gracias, Jesucristo!! Tú has sembrado en cada uno de nosotros,

los que creemos en Ti, semillas de eternidad.

Tú nos llamas a participar de tu Eternidad, de la Eterna Bienaventuranza en el cielo,

donde la paz será duradera para siempre.

Pero, mientras peregrinamos por la tierra,

nos anticipas tu Vida divina en la Eucaristía

y en el perdón de los pecados por tu misericordia. ¡Gracias!

PALABRA DE DIOS

• «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde» (Jn 14,27).

• «Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: Maravilla de consejero, Dios fuerte, Padre de eternidad, Príncipe de la paz. Para dilatar el principado con una paz sin límites» (Is 9,5-6).

• «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia» (Jn 15, 18-19).

Silencio meditativo

ESCUCHEMOS A BENEDICTO XVI

«La violencia no se vence con la violencia. Que nuestro grito de dolor vaya siempre acompañado por la fe, la esperanza y el testimonio del amor de Dios. El mundo tiene necesidad de Dios. Tiene necesidad de valores éticos y espirituales, universales y compartidos, y la religión puede contribuir de manera preciosa a su búsqueda, para la construcción de un orden social justo y pacífico, a nivel nacional e internacional.

La paz es un don de Dios y, al mismo tiempo, un proyecto que realizar, pero que nunca se cumplirá totalmente. Una sociedad reconciliada con Dios está más cerca de la paz, que no es la simple ausencia de la guerra. La paz, por el contrario, es el resultado de un proceso de purificación y elevación cultural, moral y espiritual de cada persona y cada pueblo, en el que la dignidad humana es respetada plenamente» (Mensaje para la Jornada mundial de la Paz).

ESCUCHEMOS AL BEATO MANUEL GONZÁLEZ

«Se ha hablado mucho, y nunca lo bastante, del primer milagro de la vida pública de Jesús y se habla poco de la primera palabra de su vida de resucitado. Si los muertos hablaran, ¿cuál debería ser la primera palabra que pronunciara el que hubiera pasado por las ignominias, bajeza y dolores de una pasión y muerte como la de Jesús?

Estoy cierto de que a ninguno, por sabio y generoso que fuera, se le hubiera ocurrido proferir la palabra con que Jesús, recién salido del sepulcro, empieza a hablar de nuevo a los hombres: ¡Paz! ¿Verdad que hace falta ser más que hombre para volver a hablar con los hombres con esa palabra?» (Nuestro barro: OO.CC. II, 3049)

Silencio meditativo

PRECES:

Oremos a Dios Padre, que ha enviado a su Hijo como Primogénito de toda la creación, el arquetipo del hombre, el Hombre Perfecto, imagen del Dios invisible, para que se extienda por toda la humanidad el don de la paz:

R/: Dios de Amor, trae la paz y la reconciliación entre todos los pueblos.

· Padre Eterno, que nos has mostrado tu Amor en la presencia real y sacramental de tu Hijo en la Eucaristía, haz que quienes participamos de este Sacramento experimentemos que de ahí brota la fuente de la paz, que nos hace instrumentos tuyos de pacificación y fraternidad.R/.

· Padre de Misericordia, que en la Cruz de tu Hijo has reconciliado a la humanidad contigo por la ofrenda de tu Siervo, llénanos de tu infinito perdón, para que seamos misericordiosos como tú lo eres con nosotros. R/.

· Padre de Bondad, que en tu Hijo has roto la distancia entre los divino y lo humano, haciéndolo en todo igual a nosotros excepto en el pecado, conviértenos en mensajeros del Evangelio, Buena Noticia de Salvación, para que sean muchos los que se vean libres del odio, la violencia y la opresión. Tráenos tu paz. R/.

· Padre Santo, que has hecho a tu Hijo “Portador de la Paz”, para extender sin límites tu Reino de justicia y amor, esperanza y luz, sobre toda la tierra, haznos humildes para que reinemos con Jesús dentro de su Iglesia, para que todos encuentren en ella un lugar de consuelo, acogida, escucha y verdadera fraternidad. R/.

ORACIÓN FINAL:

Creo, Señor Jesús, que sólo Tú traes la paz, que Tú me has hecho experimentar la verdadera alegría en cada acontecimiento:

– la paz de mi corazón colmado de tu infinito amor;

– la paz cuando te recibo en cada Comunión eucarística;

– la paz cuando me perdonas mis pecados;

– la paz cuando me das la gracia para perdonar a otros;

– la paz cuando tu Espíritu me mueve a pedir perdón;

– la paz cuando sé que alguien me busca como hermano;

– la paz cuando tu amor me empuja al servicio de los pobres;

– la paz cuando me conduces a mayor intimidad contigo;

– la paz cuando me abandono, como tú, en las manos del Padre;

– la paz cuando tu Presencia eucarística me lleva a adorarte;

– la paz cuando tu amor llena todas mis expectativas;

– la paz cuando me muestras lo bueno y bello de las personas;

– la paz cuando me regalas, en el sufrimiento, el consuelo de tu Espíritu;

– la paz cuando me llevas a la contemplación gozosa de todo lo creado;

– la paz cuando me concedes contemplarte en la bondad de los buenos.

¡Gracias, Jesucristo, por el don infinito de la Paz!

Miguel Ángel Arribas, Pbro.

(Extraído de eucaristia.wordpress.com)

domingo, 13 de marzo de 2011

Via Crucis Eucarístico de San Pedro Julián Eymard


Primera Estación
Jesús, Condenado a Muerte

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Jesús es condenado por los suyos, por aquellos mismos a quienes ha colmado de favores. Condénasele cual si fuera un sedicioso, a El, que es la bondad misma; como blasfemo, siendo así que es la misma santidad; como ambicioso, cuando se hizo el último de todos. Como si fuera el último de los esclavos, es condenado a la muerte de cruz.

Como vino a este mundo para sufrir y morir y para enseñarnos a hacer ambas cosas, Jesús acepta con amor la inicua sentencia de muerte.

También en la Eucaristía es Jesús condenado a muerte. Condenado en sus gracias, que no se quieren; en su amor, que se desconoce; en su estado sacramental, en que es negado por el incrédulo y profanado por horribles sacrilegios. Por una comunión indigna vende a Jesucristo un mal cristiano al demonio, entrégalo a las pasiones, lo pone a los pies de Satanás, rey de su corazón; le crucifica en su cuerpo de pecado.

Los malos cristianos maltratan a Jesús más que los mismos judíos, por cuanto en Jerusalén fue condenado una sola vez, en tanto que en el Santísimo Sacramento es condenado todos los días y en infinidad de lugares y por un número espantoso de inicuos jueces.

Y a pesar de todo, Jesús se deja insultar, despreciar, condenar; y sigue viviendo en el Sacramento, para demostrarnos que su amor hacia nosotros es sin condiciones ni reservas y excede a nuestra ingratitud.

¡Perdón, oh Jesús, y mil veces perdón, por todos los sacrilegios! Si me acontece cometer uno sólo, he de pasar toda la vida reparándolo. Quiero amaros y honraros por todos los que os desprecian. Dadme la gracia de morir con Vos.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria


Segunda Estación
Jesús, cargado con la Cruz

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

En Jerusalén, los judíos imponen a Jesús una pesada e ignominiosa cruz, que era considerada entonces como el instrumento de suplicio propio del último de los hombres. Jesús recibe con gozo esta cruz abrumadora; apresúrase a recibirla, la abraza con amor y la lleva con dulzura.

Así nos quiere suavizarla, aliviarla y deificarla en su sangre.

En el Santísimo Sacramento del altar los malos cristianos imponen a Jesús una cruz mucho más pesada e ignominiosa para su Corazón. Constitúyenla las irreverencias de tantos en el santo lugar; su espíritu, tan poco recogido; su corazón, tan frío en la presencia del Señor, y su tan tibia devoción. ¡Qué cruz más humillante para Jesús tener hijos tan poco respetuosos y discípulos tan miserables!

Aun ahora Jesús lleva mis cruces en su Sacramento, pónelas en su Corazón para santificarlas y las cubre con su amor y besos, para que me sean amables; mas quiere que las lleve también yo por Él y se las ofrezca; se allana a recibir los desahogos de mi dolor y sufre que yo llore mis cruces y le pida consuelo y auxilio.

¡Cuán ligera se vuelve la cruz que pasa por la Eucaristía! ¡Cuán bella y radiante sale del Corazón de Jesús! ¡Da gusto recibirla de sus manos y besarla tras Él! A la Eucaristía iré, por tanto, para refugiarme en las penas, para consolarme y fortalecerme. En la Eucaristía aprenderé a sufrir y a morir.

¡Perdón, Señor, perdón por todos los que os tratan con irreverencia en vuestro sacramento de amor! ¡Perdón por mis indiferencias y olvidos en vuestra presencia! ¡Quiero amaros; os amo con todo mi corazón!

Padrenuestro, Avemaría, Gloria


Tercera Estación
Jesús Cae por Primera Vez

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Tan agotado de sangre se vio Jesús después de tres horas de agonía y de los golpes de la flagelación, tan debilitado por la terrible noche que pasó bajo la guardia de sus enemigos, que, tras algunos momentos de marcha, cae abrumado bajo el peso de la cruz.

¡Cuántas veces cae Jesús sacramentado por tierra en las santas partículas sin que nadie se dé cuenta!

Mas lo que le hace caer de dolor es la vista del primer pecado mortal que mancilló mi alma.

¡Cuánto más dolorosa no es la caída de Jesús en el corazón de un joven que le recibe indignamente en el día de su primera Comunión!

Cae en un corazón helado, que el fuego de su amor no puede derretir; en un espíritu orgulloso y fingido, sin poder conmoverlo; en un cuerpo que no es más que sepulcro lleno de podredumbre. ¿Así por ventura hemos de tratar a Jesús la primera vez que se nos viene tan lleno de amor? ¡Oh Dios! ¡Tan joven y ya tan culpable! ¡Comenzar tan pronto a ser un judas! ¡Cuán sensible es al Corazón de Jesús una primera Comunión sacrílega!

¡Gracias, oh Jesús mío, por el amor que me mostrasteis en mi Primera Comunión! Nunca lo he de olvidar. Vuestro soy, del mismo modo que Vos sois mío; haced de mí lo que os plazca.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.


Cuarta Estación
Jesús encuentra a su Santísima Madre

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

María acompaña a Jesús en el camino del Calvario sufriendo un verdadero martirio en su alma; porque cuando se ama se quiere compadecer.

Hoy en el Corazón Eucarístico de Jesús encuentra en el camino de sus dolores, entre sus enemigos, hijos de su amor, esposas de su Corazón, ministros de sus gracias, que, lejos de consolarle como María, se juntan a sus verdugos para humillarle y blasfemar y renegar de Él. ¡Cuántos renegados y apóstatas abandonan el servicio y el amor de la Eucaristía tan pronto como este servicio requiere un sacrificio o un acto de fe práctica!

¡Oh Jesús mío, quiero seguiros con María, mi madre, por más que os vea humillado, insultado y maltratado, y deseo desagraviaros con mi amor!

Padrenuestro, Avemaría, Gloria


Quinta Estación
El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la Cruz.

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Jesús aparecía cada vez más rendido bajo su peso. Los judíos, que querían que muriese en la cruz, para poner el colmo a sus humillaciones, pidieron a Simón el Cirineo que tomase el madero. Negóse él, y menester fue obligarle para que tomara este instrumento que tan ignominioso le parecía. Mas aceptó al fin y mereció que Jesús le tocara el corazón y lo convirtiera.

En su Sacramento Jesús llama a los hombres y casi nadie acude a sus invitaciones. Convídales al banquete eucarístico y se echa mano de pretextos mil para desoír su llamamiento. El alma ingrata e infiel se niega a la gracia de Jesucristo, el don más excelente de su amor; y Jesús se queda solo, abandonado, con las manos llenas de gracias que no se quieren: ¡Se tiene miedo a su amor!

En lugar del respeto que le es debido, Jesús no recibe, las más de las veces, más que irreverencias.. Ruborízase uno de encontrarlo en las calles y se huye de Él así que se le divisa. No se atreve uno a darle señales exteriores de la propia fe.

¿Será posible, divino Salvador mío? Demasiado cierto es, no puedo menos de sentir los reproches que me dirige mi conciencia. Sí, he desoído muchas veces vuestro amoroso llamamiento, aferrado como estaba a lo que me agradaba; me he negado cuando tanto me honrabais invitándome a vuestra mesa, movido por vuestro amor. Pésame de lo más hondo de mi corazón. Comprendo que vale mucho más dejarlo todo que omitir por mi culpa una comunión, que es la mayor y más amable de vuestras gracias. Olvidad, buen Salvador mío, mi pasado y acoged y guardad vos mismo mis resoluciones para el porvenir.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria


Sexta Estación
Una piadosa Mujer enjuga el Rostro de Jesús

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

El Salvador ya no tiene rostro humano; los verdugos se lo han cubierto de sangre, de lodo y de esputos. El esplendor de Dios se encuentra en tal estado, por lo cubierto de manchas, que no se le puede reconocer. La piadosa Verónica afronta los soldados; bajo las salivas ha reconocido a su salvador y Dios, y movida de compasión enjuga su augusta faz. Jesús la recompensa imprimiendo sus facciones en el lienzo con que ella enjuga su cara adorable.

Divino Jesús mío, bien ultrajado, insultado y profanado sois en vuestro adorable Sacramento. Y ¿dónde están las verónicas compasivas que reparen esas abominaciones? ¡Ah! ¡Es para entristecerse y aterrarse que con tanta facilidad se cometan tantos sacrilegios contra el augusto Sacramento! ¡Diríase que Jesucristo no es entre nosotros sino un extranjero que a nadie interesa y hasta merece desprecio!

Verdad es que oculta su rostro bajo la nube de especies bien débiles y humildes; pero es para que nuestro amor descubra en ellas por la fe sus divinas facciones. Señor, creo que sois el Cristo, Hijo de Dios vivo, y adoro bajo el velo eucarístico vuestra faz adorable, llena de gloria y de majestad; dignaos, Señor, imprimir vuestras facciones en mi corazón, para que a todas partes lleve conmigo a Jesús, y a Jesús sacramentado.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria


Séptima Estación
Jesús Cae por Segunda vez

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

A pesar de la ayuda de Simón, Jesús sucumbe por segunda vez a causa de su debilidad, y esto le depara una ocasión para nuevos sufrimientos. Sus rodillas y manos son desgarradas por estas caídas en camino tan difícil, y los verdugos redoblan de rabia sus malos tratos.

¡Oh, cuán nulo es el socorro del hombre sin el de Jesucristo! ¡Cuántas caídas se prepara el que se apoya en los hombres!

¡Cuántas veces cae por la Comunión hoy el Dios de la Eucaristía, en corazones cobardes y tibios, que le reciben sin preparación, le guardan sin piedad y le dejan marcharse sin un acto de amor y de agradecimiento! Por nuestra tibieza es Jesús estéril en nosotros.

¿Quién se atrevería a recibir a un grande de la tierra con tan poco cuidado como se recibe todos los días al Rey del Cielo?

Divino Salvador mío, ofrézcoos un acto de desagravio por todas las comuniones hechas con tibieza y sin devoción. ¡Cuántas veces habéis venido a mi pecho! ¡Gracias por ello! ¡Quiero seros fiel en adelante! ¡Dadme vuestro amor, que él me basta!

Padrenuestro, Avemaría, Gloria


Octava Estación
Jesús consuela a las Afligidas Mujeres Piadosas

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Consolar a los afligidos y perseguidos era la misión del Salvador en los días de su vida mortal, misión a la que quiere ser fiel en el momento mismo de sus mayores sufrimientos. Olvidándose de sí, enjuga las lágrimas de las piadosas mujeres que lloraban por sus dolores y por su Pasión, ¡Qué bondad!

En su Santísimo Sacramento, Jesús no cuenta con casi nadie que le consuele del abandono de los suyos, de los crímenes de que es objeto. Día y noche se encuentra solo. ¡Ah, si pudieran llorar sus ojos, cuántas lágrimas no derramarían por la ingratitud y el abandono de los suyos! Si su Corazón pudiera sufrir, ¡qué tormentos padecería al verse desdeñado hasta por sus mismos amigos!

Y aun siendo esto así, tan pronto como venimos hacia Él, nos acoge con bondad, escucha nuestras quejas y el relato con frecuencia bien largo y harto egoísta de nuestras miserias, y olvidándose de sí nos consuela y reanima. ¿Por qué habré yo, Divino Salvador mío, recurrido a los hombres para hallar consuelo, en lugar de dirigirme a Vos? Ya veo que esto hiere a vuestro corazón, celoso del mío. Sen en la Eucaristía mi único consuelo, mi único confidente: con una palabra, con una mirada de vuestra bondad me basta. ¡Ameos yo de todo corazón y haced lo que os plazca!

Padrenuestro, Avemaría, Gloria


Novena Estación
Jesús cae por Tercera vez

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

¡Cuántos sufrimientos en esta tercera caída! Jesús cae abrumado bajo el peso de la cruz y apenas si a fuerza de malos tratos logran los verdugos levantarle.

Jesús cae por tercera vez antes de ser levantado en cruz como para atestiguar que le pesa el no poder dar la vuelta al mundo cargado con su cruz.

Jesús vendrá a mí por última vez en viático antes de que salga también yo de este valle de destierro. ¡Ah, Señor, concededme esta gracia, la más preciosa de todas y complemento de cuantas he recibido en mi vida!

¡Pero que reciba bien esta última comunión, tan llena de amor!

¡Qué caída más espantosa la de Jesús, que entra por última vez en el corazón de un moribundo, que a todos sus pecados pasados añade el crimen de sacrilegio y recibe indignamente al mismo que ha de juzgarle, profanando así el viático de su salvación!

¡En qué estado más doloroso no se ha de ver Jesús en un corazón que le detesta, en un espíritu que le desprecia, en un cuerpo de pecado entregado al demonio! ¡Es el infierno de Jesús en tierra!

¿Y cuál será el juicio de esos desdichados? Sólo pensarlo causa temblor. ¡Perdón, Señor, perdón por ellos! Os ruego por todos los moribundos. Concededles la gracia de morir en vuestros brazos después de haberos recibido bien en viático.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria


Décima Estación
Jesús es Despojado de sus Vestiduras

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

¡Cuánto no debió sufrir en este cruel e inhumano despojamiento!

¡Arráncasele los vestidos pegados a las llagas, las cuales vuelven a abrirse y desgarrarse!

¡Cuánto no debió sufrir en su modestia viéndose tratado como se tendría vergüenza de tratar a un miserable y a un esclavo, que al menos muere en el sudario en el que ha de ser sepultado!

Jesús es despojado aún hoy de sus vestiduras en el estado sacramental. No contentándose con verle despojado, por amor hacia nosotros, de la gloria de su divinidad y de la hermosura de su humanidad, sus enemigos le despojan del honor del culto, saquean sus iglesias, profanan los vasos sagrados y los sagrarios, le echan por tierra. Es puesto a merced del sacrilegio, Él, rey y Salvador de los hombres, como en el día de la crucifixión.

Lo que Jesús se propone al dejarse despojar en la Eucaristía es reducirnos a nosotros al estado de pobres voluntarios, que no tienen apego a nada, y así revestirnos de su vida y virtudes. ¡Oh Jesús sacramentado, sed mi único bien!

Padrenuestro, Avemaría, Gloria


Undécima Estación
Jesús es Clavado en la Cruz.

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

¡Qué tormentos los que sufrió Jesús cuando le crucificaron! Sin un milagro de su poder no le hubiera sido posible soportarlos sin morir.

Con todo, en el calvario Jesús es clavado a un madero inocente y puro, mientras que en una comunión indigna el pecador crucifica a Jesús en su cuerpo de pecado, cual si se atara un cuerpo vivo a un cadáver en descomposición.

En el calvario fue crucificado por enemigos declarados, mientras que aquí son sus propios hijos los que le crucifican con la hipocresía de su falsa devoción.

En el calvario solo una vez fue crucificado, mientras aquí lo es todos los días y por millares de cristianos.

¡Oh divino Salvador mío, os pido perdón por la inmortificación de mis sentidos, que ha costado expiación tan cruel!

Por vuestra Eucaristía, queréis crucificar mi naturaleza e inmolar al hombre viejo, uniéndome a vuestra vida crucificada y resucitada. Haced, Señor, que me entregue a vos del todo, sin condición ni reserva.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria


Duodécima Estación
Jesús Expira en la Cruz

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Jesús muere para rescatarnos; la última gracia es el perdón concedido a los verdugos; el último don de su amor, su divina Madre; la sed de sufrir, su último deseo; y el abandono de su alma y de su vida en manos de su Padre, el último acto.

En la Sagrada Eucaristía continúa el amor que nos mostró Jesús al morir; todas las mañanas se inmola en el santo sacrificio y va los que le reciben a perder su existencia sacramental. Muere en el corazón del pecador para su condenación.

Desde la Sagrada Hostia me ofrece las gracias de mi redención y el precio de mi salvación. Pero para poderlas recibir, muera yo junto a Él y para Él, según es su voluntad.

Dadme, Dios mío, la gracia de morir al pecado y a mí mismo, gracia de no vivir más que para amaros en vuestra Eucaristía.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria


Decimotercera Estación
Jesús es entregado a su Madre

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Jesús es bajado de la cruz y entregado a su divina Madre, quien le recibe entre sus brazos y contra su corazón, ofreciéndolo a Dios como víctima de nuestra salvación.

A nosotros nos toca ahora ofrecer a Jesús como víctima en el altar y en nuestros corazones para nosotros y para los nuestros. Nuestro es, pues Dios Padre nos le ha dado y El mismo se nos da también para que hagamos uso de Él.

¡Qué desdicha el que este precio infinito quede infructuoso entre nuestras manos, a causa de nuestra indiferencia!

Ofrezcámoslo en unión con María y pidamos a esta buena Madre que lo ofrezca por nosotros.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria


Decimocuarta Estación
Jesús es depositado en el Sepulcro

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Jesús quiere sufrir la humillación del sepulcro; es abandonado a la guarda de sus enemigos, haciéndose prisionero suyo.

Mas en la Eucaristía aparece Jesús sepultado con toda verdad, y, en lugar de tres días, queda siempre, invitándonos a nosotros a que le hagamos guardia; es nuestro prisionero de amor.

Los corporales le envuelven como un sudario; arde la lámpara delante de su altar lo mismo que delante de las tumbas; en torno suyo, reina silencio de muerte.

Al venir a nuestro corazón por la comunión, Jesús quiere sepultarse en nosotros; preparémosle un sepulcro honroso, nuevo, blanco, que no esté ocupado por afectos terrenales; embalsamémosle con el perfume de nuestras virtudes.

Vengamos, por todos los que no vienen, a honrarle, adorarle en su sagrario, consolarle en su prisión, y pidámosle la gracia del recogimiento y de la muerte al mundo, para llevar una vida oculta en la Eucaristía.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria

(Tomado de corazones.org)

jueves, 10 de marzo de 2011

Hora Santa pidiendo por los jóvenes de nuestra Patria y del mundo entero


“Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (cf. Col 2,7)

(Miguel Ángel Arribas, Pbro.)

Monición de entrada:

Con fuerza señala el Papa Benedicto XVI la importancia de la preparación espiritual para el encuentro con Cristo: «la calidad de nuestro encuentro dependerá, sobre todo, de la preparación espiritual, de la oración, de la escucha en común de la Palabra de Dios y del apoyo recíproco». Y la adoración Eucarística es la preparación espiritual por antonomasia, porque nos encontramos delante de la Fuente de la Vida eterna.

En esta adoración pongamos a los pies de Jesús Eucaristía a los millones de jóvenes de todo el mundo, tanto a aquellos que conocen a Jesucristo, como a aquellos que no lo conocen, para todos tengan la experiencia del encuentro personal con Él: la experiencia del Señor resucitado y vivo, y de su amor por cada uno de los hombres.

Nuestro tiempo de adoración, ungido por el Espíritu, guiado por la Verdad de la Palabra, nos conduce a contemplar inseparablemente a Cristo resucitado en su Presencia eucarística y a los miles de jóvenes que «manifiestan la aspiración de construir relaciones auténticas de amistad, de conocer el verdadero amor, de fundar una familia unida, de adquirir una estabilidad personal y una seguridad real, que puedan garantizar un futuro sereno y feliz».

Sí, hay jóvenes que sienten un profundo deseo de relaciones interpersonales vividas en la verdad y en la solidaridad. Hay muchos jóvenes limpios de corazón, buscadores de la verdad, solidarios con los pobres, honrados en su trabajo, esforzados en sus estudios, generosos en su familia, colaboradores en parroquias y movimientos, abiertos a la vida, capaces de luchar por una humanidad nueva en Cristo. ¡Los hay!

Por ellos hemos de orar. También por aquellos que quieren salir de la esclavitud de la bebida, el sexo, la droga, el dinero o el mal uso de los medios de comunicación. Ciertamente no lo tienen fácil. Porque «se constata una especie de “eclipse de Dios”, una cierta amnesia, más aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación del tesoro de la fe recibida, con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza» ¡Qué bien describe Benedicto XVI la cultura actual, cultura de muerte!

Pero se nos invita a creer en Dios, a buscarle cada día con más hondura y belleza, a entregarle todo nuestro ser, a amarle con todo el corazón, con toda el alma y con todas la fuerzas. Este tiempo de adoración es tiempo de dejarse amar por él, para que nos posea por completo. Así, nuestro testimonio cristiano, testimonio de «almas enamoradas de Cristo», será interrogante, aliciente y estímulo para los jóvenes que buscan la Verdad.

Canto: Sois la semilla…

Oración inicial:

Oh, Dios, que has enviado a tu Hijo al mundo para salvarlo, abre la mente, el corazón y el alma de los jóvenes que buscan la amistad verdadera y el amor sincero al encuentro con Jesucristo, para que experimenten que eres Tú la fuente de la vida y de la plenitud humana. PNSJ.

Palabra de Dios:

«Este misterio es Cristo, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y del conocer. Os digo esto para que nadie es desoriente con discursos capciosos, pues aunque corporalmente estoy ausente, mi espíritu está con vosotros, alegrándome de veros en vuestro puesto y de la firmeza de vuestra fe en Cristo» (Col 2,3-5).

«Por tanto, ya que habéis aceptado a Cristo Jesús, el Señor, proceded según Él. Arraigados en Él, dejaos construir y afianzar en la fe que os enseñaron, y rebosad agradecimiento» (Col 2,6-7).

Silencio meditativo

Testimonio de Benedicto XVI:

«Al recordar mi juventud, veo que, en realidad, la estabilidad y la seguridad no son cuestiones que más ocupan la mente de los jóvenes. Sí, la cuestión del lugar de trabajo, y con ello la de tener un porvenir asegurado, es un problema grande y apremiante, pero al mismo tiempo la juventud sigue siendo la edad en la que se busca la vida más grande».

«Al pensar en mis años de entonces, sencillamente, no queríamos perdernos en la mediocridad de la vida aburguesada. Queríamos lo que es grande, nuevo. Queríamos encontrar la vida misma en su inmensidad y belleza. Ciertamente, eso dependía también de nuestra situación. Durante la dictadura nacionalista y la guerra, estuvimos, por así decir, “encerrados” por el poder dominante. Por ello, queríamos salir fuera para entrar en la abundancia de las posibilidades de ser hombre. Pero creo que, en cierto sentido, este impulso de ir más allá de lo habitual está en cada generación. Desear algo más que la cotidianidad de un empleo seguro y sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven».

Silencio meditativo

Canto: No adoréis a nadie más que a Él

Escuchemos alBeato Manuel González:

«¡Cuántas veces en mis ratos perdidos de seminarista, me echaba a soñar viéndome cura de uno de esos pueblecitos; querido de mis sencillos feligreses y poniendo yo al servicio de ellos mi alma y mi vida, mirándome y tratándome ellos como padre y desviviéndome yo por ellos como hijos míos!».

«Y ¡cómo en esos sueños amenizaba yo mi catecismo enseñándoles a los chicuelos nuevos juegos y estimulándolos con nuevos premios! Cómo creaba instituciones económicas a favor de mis labriegos para que nunca los visitara la usura, ni el hambre. Cómo echaba mis buenos ratos con los abuelitos y achacosos que no podrían salir a trabajar. Cómo formaba con la gente moza grupos de gimnasta y las fiestas que yo compondría con ellos. Y cómo gozaría cuando los viera a todos reunidos en el templo, que ya parecía reducido… ¡Y qué Comuniones y qué antesala del Paraíso todo aquello!» (Aunque todos… yo no: OO. I).

Preces:

Arraigados y edificados en Cristo, oremos a Dios Padre guiados por el Espíritu Santo:

R/. Bendícenos, Padre, para que crezcamos en la fe y en el amor.

– Padre Eterno, Dios de la misericordia, derrama tu Espíritu de Amor sobre Europa, para que vuelva a encontrar en sus raíces cristianas la esencia de su identidad: la lucha por la justicia, la convivencia fraterna entre los países, el valor inmenso de la familia, la educación de niños y jóvenes en los valores del Evangelio.R/.

– Padre Santo, Dios de la plenitud humana, acrecienta en los jóvenes cristianos el deseo de intensificar el camino de la fe en Cristo, su adhesión incondicional a la Iglesia y el testimonio a otros jóvenes y a su familia.R/.

– Padre Creador, Dios de la Verdad, siembra en al corazón de los jóvenes alejados de la fe la búsqueda de lo bello, lo bueno y lo verdadero que hay en su alma, para que descubran que su interior está inquieto hasta que descanse en Ti. R/.

– Padre bueno, que quieres que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, da luz a los políticos, gobernantes, empresarios, sindicalistas, profesores, periodistas, médicos y cuantos influyen en la sociedad, para romper con la cultura del relativismo, donde todo da la mismo y no exige ninguna verdad, para que sólo busquen y propongan la Verdad. R/.

Padre Nuestro…

Oración final:

«Oh Dios, Creador de todas la cosas, que en tu Hijo Jesucristo nos has abierto las puertas del paraíso, escucha nuestras oraciones para que cada ser humano sienta que está creado a imagen y semejanza tuya y aspira a la plenitud en el amor, la alegría y la paz».

miércoles, 2 de marzo de 2011

Hora Santa pidiendo por la unidad de los cristianos

Hora santa

«TODOS HEMOS SIDO BAUTIZADOS EN UN MISMO ESPÍRITU» (1Cor 12,13)

Miguel Ángel Arribas, Pbro.

Monición de entrada:
La unidad de los cristianos es una dimensión de la vida de la Iglesia de urgente actualidad y de reto constante para los pastores de las distintas Iglesias y Confesiones cristianas. El fin esencial es orar por la unidad de todos los cristianos. El llamado de Jesús en la Última Cena, en la «Oración Sacerdotal», sigue siendo de plena actualidad: «Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21).
El mundo creerá en Jesucristo si estamos unidos quienes nos llamamos cristianos. El mundo creerá en el Salvador si nos amamos unos a otros como Él nos ha amado. El mundo creerá en el Hijo de Dios si testimoniamos que nos amamos hasta llegar a ser «Uno» en la unidad trinitaria del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
En este tiempo de adoración eucarística presentamos al Señor esta inquietud: el anhelo por la unidad. La oración ha de tener prioridad en este camino que estamos recorriendo juntos los cristianos de distintas Iglesias y Confesiones. La oración eucarística de hoy nos hará vivir en esperanza: la esperanza que el Espíritu Santo activa y actualiza.
Esperanza que nos conduce, con fuerza y lucidez, a dar los pasos necesarios para el diálogo ecuménico: el diálogo como conocimiento mutuo; como examen de conciencia de lo que se hizo mal y del pecado de cada uno; como acercamiento de posturas teológicas; como medicina para sanar viejas heridas, rivalidades y desconfianzas; como instrumento para resolver las divergen- cias; como búsqueda sincera de los misterios divinos; como posibilidad para un trabajo en común en lo pastoral y en la solidaridad.
Delante de Jesús Eucaristía, adorémosle por su Presencia permanente entre nosotros y pidámosle que se disuelvan las divisiones y desconfianzas que existen todavía hoy entre los cristianos. Porque Cristo llama a todos los bautizados a la unidad: «Padre, que sean uno, como nosotros somos uno» (Jn 17,22).
Canto: Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo
Palabra de Dios:
«Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu» (1Cor 11,12-13).
Silencio meditativo
«Así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros y no desempeñan todos los miembros la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros» (Rm 12,4-5).
Silencio meditativo
«Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: Manteneos unánimes y concordes, con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad el interés de los demás» (Flp 2,1-4).
Silencio meditativo
Canto: A elección
Nos habla el Concilio Vaticano II:
«El Señor de los tiempos, que continúa sabia y pacientemente el propósito de su gracia para con nosotros pecadores, últimamente ha comenzado a infundir con mayor abundancia en los cristianos separados entre sí el arrepentimiento y el deseo de la unión.
Muchísimos hombres, en todo el mundo, han sido movidos por esta gracia, y también entre nuestros hermanos separados ha surgido un movimiento cada vez más amplio, con ayuda de la gracia del Espíritu Santo, para restaurar la unidad de los cristianos.
Participan en este movimiento de unidad, llamado ecuménico, los que invocan a Dios Trino y confiesan a Jesús como Señor y Salvador, y no sólo individualmente, sino también reunidos en grupos, en los que han oído el Evangelio y a los que consideran como su Iglesia y de Dios.
No obstante, casi todos, aunque de manera diferente, aspiran a una Iglesia de Dios única y visible, que sea verdaderamente universal y enviada a todo el mundo, a fin de que el mundo se convierta al Evangelio y así se salve para gloria de Dios» (Decreto Unitatis redintegratio, 1).
Silencio meditativo
Canto: A elección
Nos dice el Bto. Manuel González:
«La Misa propiamente dicha es la realización del gran deseo de Jesús y de la gran petición a su Padre celestial: “Que sean uno”. Que seamos una sola cosa con Él, como ÉL lo es con el Padre. ¡Él y nosotros, una sola víctima de un solo sacrificio!
Purificados por la contrición y la humildad, iluminados por la fe y la oración, y unidos a Jesús y a nuestros hermanos por el amor más grande, o sea, el amor llevado hasta el sacrificio. Así nos ponen nuestras Misas si nos empeñamos en vivirlas» (¡Si viviéramos nuestras misas!: OO.CC. III, 5291).
«La liturgia es en Cristo, por Cristo y con Cristo, la grande obrera de la predestinación de los elegidos, trabajando por conformarlos y unirlos a Él y hacerlos crecer en Él. Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, es el arquitecto que, por los medios que la liturgia aplica, obtiene la realización de su oración sacerdotal: Que sean uno» (El abandono de los Sagrarios acompañados: OO.CC. I, 176).

Oramos juntos: Padrenuestro
Oración final:
«Oh Dios, uno y trino, unidad perfectísima, comunión de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que nos llamáis a todos los cristianos a trabajar por la unidad de tu Pueblo peregrino, derrama incesantemente tu Espíritu Santo para que, orando juntos y dando continuidad al diálogo teológico, podamos llegar a ser, verdaderamente, un solo corazón y una sola alma, como lo eran los primeros cristianos». P.J.N.S.

HORA SANTA Diciembre 2008

“HA APARECIDO LA BONDAD DE DIOS NUESTRO SALVADORY SU AMOR A LOS HOMBRES” (Tt 3,4)

Miguel Angel Arribas