sábado, 26 de febrero de 2011

Adoracion Eucarística de Juan Pablo II

Adoración Eucarística de Juan Pablo II

Señor Jesús:

Nos presentamos ante ti sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos.

"Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Hijo de Dios" (Jn. 6,69).

Tu presencia en la Eucaristía ha comenzado con el sacrificio de la última cena y continúa como comunión y donación de todo lo que eres.
Aumenta nuestra FE.

Por medio de ti y en el Espíritu Santo que nos comunicas, queremos llegar al Padre para decirle nuestro SÍ unido al tuyo.

Contigo ya podemos decir: Padre nuestro.

Siguiéndote a ti, "camino, verdad y vida", queremos penetrar en el aparente "silencio" y "ausencia" de Dios, rasgando la nube del Tabor para escuchar la voz del Padre que nos dice: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia: Escuchadlo" (Mt. 17,5).

Con esta FE, hecha de escucha contemplativa, sabremos iluminar nuestras situaciones personales, así como los diversos sectores de la vida familiar y social.

Tú eres nuestra ESPERANZA, nuestra paz, nuestro mediador, hermano y amigo.

Nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza al saber que vives "siempre intercediendo por nosotros" (Heb. 7,25).

Nuestra esperanza se traduce en confianza, gozo de Pascua y camino apresurado contigo hacia el Padre.

Queremos sentir como tú y valorar las cosas como las valoras tú. Porque tú eres el centro, el principio y el fin de todo.

Apoyados en esta ESPERANZA, queremos infundir en el mundo esta escala de valores evangélicos por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer lugar en el corazón y en las actitudes de la vida concreta.

Queremos AMAR COMO TÚ, que das la vida y te comunicas con todo lo que eres.

Quisiéramos decir como San Pablo: "Mi vida es Cristo" (Flp. 1,21).

Nuestra vida no tiene sentido sin ti.

Queremos aprender a "estar con quien sabemos nos ama", porque "con tan buen amigo presente todo se puede sufrir". En ti aprenderemos a unirnos a la voluntad del Padre, porque en la oración "el amor es el que habla" (Sta. Teresa).

Entrando en tu intimidad, queremos adoptar determinaciones y actitudes básicas, decisiones duraderas, opciones fundamentales según nuestra propia vocación cristiana.

CREYENDO, ESPERANDO Y AMANDO, TE ADORAMOS con una actitud sencilla de presencia, silencio y espera, que quiere ser también reparación, como respuesta a tus palabras: "Quedaos aquí y velad conmigo" (Mt. 26,38).

Tú superas la pobreza de nuestros pensamientos, sentimientos y palabras; por eso queremos aprender a adorar admirando el misterio, amándolo tal como es, y callando con un silencio de amigo y con una presencia de donación.

El Espíritu Santo que has infundido en nuestros corazones nos ayuda a decir esos "gemidos inenarrables" (Rom. 8,26) que se traducen en actitud agradecida y sencilla, y en el gesto filial de quien ya se contenta con sola tu presencia, tu amor y tu palabra.

En nuestras noches físicas y morales, si tú estás presente, y nos amas, y nos hablas, ya nos basta, aunque muchas veces no sentiremos la consolación.

Aprendiendo este más allá de la ADORACIÓN, estaremos en tu intimidad o "misterio".

Entonces nuestra oración se convertirá en respeto hacia el "misterio" de cada hermano y de cada acontecimiento para insertarnos en nuestro ambiente familiar y social y construir la historia con este silencio activo y fecundo que nace de la contemplación.

Gracias a ti, nuestra capacidad de silencio y de adoración se convertirá en capacidad de AMAR y de SERVIR.

Nos has dado a tu Madre como nuestra para que nos enseñe a meditar y adorar en el corazón. Ella, recibiendo la Palabra y poniéndola en práctica, se hizo la más perfecta Madre.

Ayúdanos a ser tu Iglesia misionera, que sabe meditar adorando y amando tu Palabra, para transformarla en vida y comunicarla a todos los hermanos.
Amén.

Juan Pablo II

INTRODUCCIÓN:

Hemos celebrado la Cena del Señor en la que hemos recordado la Institución de la Eucaristía y del Sacerdocio, y el Señor nos ha dado como testamento el mandamiento nuevo del amor.

Ahora, otra vez reunidos junto al altar, queremos prolongar en meditación contemplativa y en oración lo que hemos celebrado esta tarde. Renovemos delante del Señor Sacramentado el memorial de su misterio de amor. Escuchemos sus palabras pronunciadas en el Cenáculo junto con sus discípulos. Sus palabras son su testamento.

Esta noche santa se respira silencio contemplativo, misterio y amor de un Dios-con-nosotros, el Emmanuel. Queremos dedicar este tiempo a estar junto a él para escucharle, orar con él al Padre y darle gracias por el gran misterio de su Pascua.

ORACIÓN INICIAL:

Aclamaciones Eucarísticas:

Jueves Santo es uno de los días más hermosos y más intensos del año litúrgico. La hermosura de las palabras y los gestos. La intensidad de las palabras y los sentimientos. Lo expresaba el mismo Jesús cuando se reunió aquella tarde con sus discípulos: “Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros”.

En aquella cena Jesús de algún modo se rompe, se desborda en palabras, gestos y sentimientos. Los vamos a recordar. Los vamos a celebrar. Los queremos vivir.

1. Memoria de la Última Cena:

LECTURA: Lc 22, 14-20

«Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: “Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios.”

Y recibiendo una copa, dadas las gracias, dijo: “Tomad esto y repartidlo entre vosotros; porque os digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios.”

Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío.” De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: “Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros”.

REFLEXIÓN:

El discurso de Jesús en la última cena fue una conversación en un clima de amistad, de confianza, y a la vez, el último adiós, que él nos da abriendo su corazón. ¡Cómo debió de esperar Jesús esta hora! Era la hora para la cual había venido, la hora de darse a los discípulos, a la humanidad, a la Iglesia. Lo que Jesús hizo aquél día, en aquella hora, es lo que él todavía, aquí presente, hace para nosotros.

Por eso no dudamos en sentirnos de verdad en aquella única hora en la que Jesús se entregó a sí mismo por todos, como don y testimonio del amor del Padre. Fue precisamente durante esa cena cuando el Señor Jesús instituyó la Eucaristía, y con ello nos ha dejado como don toda su vida, desde el primer instante de la encarnación hasta el último momento, con todo lo que concretamente había llenado dicha vida: silencio, sudores, fatigas, oración, luchas, humillaciones… Toda su vida fue expresión de aquél Amor hasta el extremo.

Vive este momento y preparar tu corazón para que el paso de Jesús no te sea indiferente. Descubre su verdadero amor que no deja de hacerse presente ante ti, ante tu corazón que lo siente de manera especial en esta noche.

SILENCIO

CANTO:

Es un día para sentarte tú también con Jesús en la mesa… para escucharle, mirarle a los ojos, ponerte en su situación… ¿cómo imaginas que se sentiría por dentro? ¿qué te gustaría decirle después de escucharle? ¿qué sientes? … ¿Quieres hacer “eso mismo” en memoria suya? Es lo que dice el sacerdote en cada Eucaristía repitiendo las palabras de Jesús: haced esto en memoria mía, es decir, ser vosotros Cristo para los demás. ¿¿Cómo??

Entregando vuestra vida como se entrega el pan y el vino… La Eucaristía, es el pan de vida que está vivo en sí mismo y por eso, verdaderamente, viven aquellos que lo reciben. Jesús en la Eucaristía nos transforma y nos hace semejantes a él.

“Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”. ¡Qué misterio! Jesús nos une a él en la acción más sublime y santa de la historia.

CANTO:

Ora en silencio ante este sacramento admirable que contemplamos.

Déjate inundar de su amor y acompáñale con fe y amor inquebrantable, dando gracias por su entrega.

SILENCIO

Nos preguntamos: ¿Qué es lo más grande que alguien ha hecho por ti?

¿Alguien se ha hecho pan y vino para que tú sigas caminando, para que tú sigas viviendo y dando vida, para que no desfallezcas, sin fuerzas?

Jesús de Nazaret Él quiso quedarse siempre contigo en forma de pan y de vino.

Quiso que su Cuerpo y su Sangre fueran cuerpo y sangre tuyos. Quiso ser tu alimento, tu fuerza, tu Luz. Y sólo porque te quiere. Sólo por amor.

¿Qué te alimenta a ti en la vida? ¿Qué te da fuerza?

Jueves Santo, Jueves de Pan y entrega, Jueves de mesa compartida hasta el fin del mundo. Así es el Dios en quien creemos. Sólo tienes que acercarte a Su Mesa y querer recibirle.

PRECES:

La Eucaristía es también oración de alabanza y acción de gracias. Demos gracias al Señor por el misterio de la Eucaristía que en esta noche Santa nos ha sido dada y por su presencia permanente a partir de entonces en medio de nosotros. Respondamos:

Eucaristía, milagro de amor, Eucaristía, presencia del Señor.

· Gracias, Señor, por el misterio pascual de tu muerte y tu resurrección. R

· Gracias, Señor, por haber instituido la Eucaristía antes de padecer tu muerte. R

· Gracias, Señor, por haberte quedado sacramentalmente entre nosotros. R

· Gracias, Señor, por habernos invitado a celebrar la Eucaristía, sacrificio perenne de salvación. R

· Gracias, Señor, por darnos tu Cuerpo y Sangre como alimento. R

· Gracias, Señor, por este tiempo que nos has concedido para adorarte y venerarte en el sacramento. R

· Gracias, Señor, por todos los beneficios que nos concedes. R

2. El gesto humilde del Lavatorio de los pies

LECTURA: Jn 13, 1ss

“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

REFLEXIÓN:

Nosotros, por consiguiente, debemos aprender de Jesús, que nos dice:

“Os he dado ejemplo….”

En el lavatorio de los pies Jesús ha querido resumir todo el sentido de su vida, para que quedara bien grabado en la memoria de sus discípulos, que este lavatorio, desde el principio, fue un servir a los hombres hasta el final.

El gesto del Lavatorio de los pies tiene como finalidad recordarnos que el mandamiento del Señor debe llevarse a la práctica en el día a día: servirnos mutuamente con humildad.

Jesús nos da ejemplo de una vida gastada por los demás. La caridad no es un sentimiento vago, no es una experiencia de la que podemos esperar gratificaciones simplemente humanas, sino que es la voluntad de sacrificarse a sí mismo con Cristo por los demás, sin cálculos. El amor verdadero siempre es gratuito y siempre está disponible: se da pronta y totalmente.

Por eso, el Jueves Santo celebramos el día del amor fraterno. El lavatorio de los pies nos introduce en esta dinámica. En recuerdo de lo que hizo Jesús, quiere enseñarnos a servir con humildad y de corazón a los demás. Este es el mejor camino para seguir a Jesús y para demostrarle nuestra fe en él.

Tenemos que aprender a dejarnos “lavar”. Jesús le da un significado muy fuerte, es una condición necesaria para estar con él.

Necesitamos que él lave nuestra mente y corazón:

· que nos limpie de toda soberbia y nos regale su humildad

· que nos limpie de toda codicia y nos regale generosidad

· que nos limpie de toda violencia y nos regale mansedumbre

· que nos limpie de todos los apegos y nos regale libertad

· que nos limpie de todo pecado y nos regale pureza

· que nos limpie de todo hasta que lleguemos a ser limpios de corazón…

CANTO:

Aprende también a lavar los pies. Os he dado ejemplo para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. Es un deseo, un imperativo de Jesús, que corresponde al: Haced esto en memoria mía. Así, para poder comulgar plenamente con Cristo, tenemos que estar dispuestos para lavarnos mutuamente los pies.

Debemos aprender de él a decir siempre “gracias” y a celebrar la Eucaristía en la vida entrando en la dinámica de su amor que se ofrece y sacrifica a sí mismo para darme vida a mí, para que viva su vida verdadera.

3. Llegada la Hora

Jesús después de celebrar con sus discípulos la Última Cena se dirigió hasta el monte de los Olivos para orar.

LECTURA: Lc 22, 40-46

Salió y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos, y los discípulos le siguieron. Llegado al lugar les dijo: “Pedid que no caigáis en tentación.” Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo:

“Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” Entonces, se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba.

Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra. Levantándose de la oración, vino donde los discípulos y los encontró dormidos por la tristeza; y les dijo: “¿Cómo es que estáis dormidos? Levantaos y orad para que no caigáis en tentación.” Todavía estaba hablando, cuando se presentó un grupo; el llamado Judas, uno de los Doce, iba el primero, y se acercó a Jesús para darle un beso. Jesús le dijo:

“¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre!”.

REFLEXIÓN:

Cuando se ora ante el altar de la Reserva, nos damos cuenta de cómo estamos unidos a Jesús en el sufrimiento del huerto de Getsemaní.

Recordemos este momento en que Jesús se separa de sus discípulos, la angustia de su alma al rogar que el cáliz se apartara de él, la amorosa respuesta del Padre que envía un ángel para sostenerle, la soledad del Maestro que tres veces encuentra a sus discípulos dormidos en lugar de orar con él, el valor expresado en la resolución final de ir al encuentro del traidor: esta combinación de dolor humano, apoyo divino y ofrecimiento solitario son la clave para acompañar a Jesús en su agonía. Nosotros queremos velar junto a él…

La Hora esperada y temida ha llegado.

Jesús ora: A Jesús se le hace presente todo el sufrimiento de la crucifixión.

De esto se trata. De amar a pesar de los pesares. Y viene la angustia, el desasosiego, las lágrimas, el desaliento. Experimenta los efectos del pecado en su alma, especialmente la separación del Padre. Ha comenzado la Pasión. Pero no cede, sigue rezando, sigue amando la voluntad del Padre que también es la suya, y ama a los todos hombres a pesar de su pecado, que lo ha conducido a la muerte más cruel y dolorosa.

Es el misterio de la noche, de la debilidad, de la tentación. Noche de sufrimiento. Jesús no lo rechaza, sino que lo asume y así lo redime. Vence al sufrimiento, sufriéndolo Él. Esta es la respuesta de Dios a todas las angustias del hombre.

Entonces, podemos preguntarnos: ¿Cuáles son nuestros sufrimientos?

¿Qué llena de impotencia, de dolor, de tristeza y de desesperanza nuestra vida?

SILENCIO

Jesús, de Getsemaní, se levantó para seguir el camino hacia el Calvario, camino de entrega, de abandono confiado a la voluntad del Padre. Camino de amor sin límites.

Los invitamos a rezar la oración de abandono al Padre

ACTO DE ABANDONO AL PADRE (oramos juntos)

Padre, me pongo en tus manos,

haz de mi lo que quieras,

sea lo que sea te doy gracias.

Estoy dispuesto a todo,

con tal que tu voluntad se cumpla

en mí y en todas tus criaturas.

No deseo nada más;

te confío mi alma;

te la doy con todo el amor

del que soy capaz,

porque te amo y necesito darme,

ponerme en tus manos sin medida,

con infinita confianza

porque tu eres mi Padre.

CANTO:

PRECES:

En este día de tanto amor, abramos nuestro corazón a Dios y a todos los hombres, nuestros hermanos y pidamos:

Respondemos: “CONCÉDENOS, SEÑOR, TU AMOR”.

· Para que toda la Iglesia viva fielmente el mandamiento del amor y sea así testigo del amor que Dios nos tiene. Oremos.

· Para que cada uno de nosotros nos esforcemos por vivir la comprensión. Oremos.

y el amor mutuo que Jesús nos mandó. Oremos.

· Para que descubramos que mediante nuestra propia conversión será posible la construcción de un mundo mejor. Oremos.

· Para que nuestra vida familiar sea signo claro de lo que ha de ser la gran familia cristiana. Oremos.

ORACIÓN FINAL:

Gracias, Señor, por tu entrega generosa. Concédenos que nuestra vida sea siempre sincera acción de gracias por todo lo que has hecho por nosotros. Y que el ejemplo de tu amor nos lleve a amar de verdad a los que nos necesitan y a los que están a nuestro lado. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén

PADRE NUESTRO

OREMOS A MARÍA: Dios te salve…

Sacado de la página http://eucaristia.wordpres

viernes, 25 de febrero de 2011

Los ángeles y la adoración eucarística

Los ángeles son seres espirituales puros creados por Dios con una naturaleza superior a la humana, que habitan en el mundo de los espíritus bienaventurados, y viven en un tiempo llamado “aevum”, intermedio entre la eternidad de Dios y el tiempo de los hombres. Les llamamos custodios porque realmente nos protegen y nos ayudan: nos protegen de peligros, sean espirituales o materiales, y nos ayudan, tanto para las tareas de todos los días como para conservar y acrecentar nuestra fe en Cristo.

Su funcion es la de ayudarnos en la vida cotidiana, pero sobre todo, su funcion principal, es la de iluminarnos respecto de las verdades de fe, iluminarnos respecto de la Presencia de Cristo en la Eucaristía y enseñarnos a adorarlo.

Son superiores a nosotros, y sin embargo nosotros, por la encarnación del Verbo, por la gracia santificante que nos concede Cristo a través de los sacramentos, somos puestos en una situación mucho más alta que la que nos corresponde por nuestra naturaleza humana. Por la gracia santificante que emana de Cristo y de sus sacramentos, somos hechos con ellos una sola familia, a pesar de ser nosotros inferiores, y somos capacitados para compartir con ellos la adoración y la contemplación del Hombre-Dios Cristo: ellos, viendolo cara a cara, nosotros, por la fe, en su Iglesia.

Los ángeles custodios no están flotando en las nubes: están delante del trono de Dios, alegrándose con una alegría infinita y eterna por el hecho de gozar de la visión de Dios Trino; adoran a Cristo, la Lámpara de la Jerusalén Celeste que ilumina con su luz a los espíritus bienaventurados.

Los ángeles custodios adoran en la eternidad al Cordero Inmaculado, el Hijo de Dios, Presente en el seno del Padre, Presente en los cielos eternos y Presente en la Eucaristía.

Antes de cada misa, mi ángel custodio se prepara para adorar a su Señor que se hará Presente bajo las especies eucarísticas. A él debo pedirle, porque para eso Dios me ha confiado a su cuidado, que me ilumine para reconocer y adorar a Jesús en el misterio de la Presencia Eucarística. A él debo pedirle que me enseñe y me ayude a adorar a Cristo Presente con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, en la Eucaristía, para luego adorarlo en mi alma, cuando venga por la comunión, como anticipo de la adoración eterna en los cielos.

miércoles, 23 de febrero de 2011

El Cristo Sangrante del Oratorio


La adoración eucarística es una experiencia de oración que no se puede comparar a ninguna otra: hacer adoración eucarística es un anticipo del cielo, porque es contemplar, por la fe, desde aquí, en la tierra, al Dios de los cielos, a quien contemplaremos, adoraremos y amaremos por la eternidad. La adoración es un anticipo del cielo, es un vivir en anticipación la felicidad de la bienaventuranza; la adoración es experimentar, en nuestro tiempo y en nuestros días, la eterna unión en el amor y en la vida divina con las Tres Divinas Personas.

Esto, y mucho más, es lo que se vive en el Templo de Adoración Eucarística Perpetua “Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús”.

Sin embargo, este año, por misericordia de Dios, quienes adoramos al Señor Jesucristo en la Eucaristía, fuimos testigos de un prodigio asombroso. Este año, Nuestro Señor quiso conmover nuestros corazones y encender nuestra fe en su amor -y la fe y el amor de muchos- con un hecho que no podemos calificar de otra manera que como venido del cielo.

Este año, más precisamente, en el día de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, a las 12.30 hs., sucedió un hecho extraordinario: sangró la Cabeza de Nuestro Señor Jesucristo, en la imagen de la Última Cena que se encuentra bajo la Custodia del Santísimo.

Particularmente, y de modo personal, me considero un testigo privilegiado –un privilegio totalmente inmerecido, gratuito-, porque fui, al menos de entre los sacerdotes, el primero en acudir al oratorio a constatar el hecho.

Ese día, el 11 de junio –quedará en mi memoria como uno de los días más memorables de mi vida, junto al día de la ordenación y al día de mi Primera Misa-, Solemnidad del Sagrado Corazón, a eso de las 14.30 hs., una de las Capitanas del Oratorio acudió a la Capilla San Antonio de Padua, en busca de los sacerdotes, para dar cuenta del suceso, del cual ya se habían percatado los adoradores del turno correspondiente.

Nos dijo que habían notado que, en la imagen de Nuestro Señor, había una “mancha roja”, y venían a buscarnos para que, como sacerdotes, diéramos nuestro parecer.

El Párroco, el P. Jorge Gandur, me dijo que fuera hasta el Oratorio para que viera de qué se trataba, lo cual hice inmediatamente. Al llegar al Oratorio, me arrodillé ante la imagen de Nuestro Señor, y pude constatar que la “mancha roja” de la cual nos hablaban los adoradores, era en realidad sangre fresca. No podía creer lo que estaba viendo y experimentando: en toda mi vida sacerdotal, siempre me habían atraído de modo particular los milagros eucarísticos, y cada vez que podía, predicaba acerca de ellos, y ahora, me parecía estar delante de un gran prodigio. Con profunda reverencia y respeto, junto a los otros adoradores, que también se encontraban profundamente conmovidos –algunos incluso lloraban-, veneramos el prodigio y, luego de hacer un rato de oración, nos abocamos, por indicación del P. Gandur, a la tarea de determinar si lo que pensábamos que era sangre, era realmente sangre, y si era sangre, si era humana.

Además, otro paso más que debíamos dar en la investigación del fenómeno, era entrevistar a los testigos oculares, tarea a la cual nos dedicamos desde el primer día del suceso.

Hacia el caer de la tarde, pudimos contactar a la Policía Científica, por medio del P. Horacio Gómez, Capellán de la Policía de Tucumán, y es así como se apersonó en el lugar una unidad, con un médico y un técnico, quienes tomaron muestras de la mancha, a la altura de la frente de Nuestro Señor. Además, sacaron numerosas fotos. Los análisis hechos por la Policía dieron, de modo inmediato, resultado positivo para sangre humana. Una primera parte de la investigación estaba concluida: la “mancha roja” observada por los adoradores, era sangre, y sangre humana. Ahora, debíamos avanzar en otra etapa de la investigación: debíamos entrevistar a los testigos oculares, para descartar cualquier factor humano. Eso fue lo que hicimos en los días posteriores, entrevistando, el P. Gandur y yo, a todos los que presenciaron y/o se percataron del sangrado en sus primeros momentos.

Como resultado de los análisis de la Policía Científica, y con el testimonio de los testigos presenciales de primera hora, llegamos a una conclusión: era posible descartar, con certeza, la intervención humana. Y descartada la intervención humana, sólo cabía una intervención divina, que es lo que creímos desde un primer momento.

Ahora bien, cabe preguntarnos: ¿cuál sería el motivo por el cual nuestro Dios haría un prodigio semejante, el día del Sagrado Corazón, en el oratorio del Sagrado Corazón Eucarístico, en una imagen de la Última Cena, que conmemora el don de su Amor, la entrega de su Corazón en la Eucaristía?

La respuesta la podemos obtener a partir del fenómeno mismo, observando –más bien, contemplando, con los ojos del alma iluminados por la luz de la fe- la sangre y el recorrido de la sangre, desde la Cabeza de Nuestro Señor, hasta sus Manos. La sangre comienza en el cuero cabelludo, en su mitad izquierda, un poco más arriba de la región frontal de la cabeza de Jesús. Desde ahí, se desliza por todo su rostro, recorriendo la frente, el ojo, la mejilla, la nariz, se agolpa en una de las fosas nasales y en los labios, sigue luego por el mentón, y termina por caer, de a gotas, en su mano izquierda, la cual está apoyada en su Corazón. El recorrido de la sangre lleva a que esta caiga, por inercia, en el cáliz que se encuentra inmediatamente debajo de su mano.

¿Qué significa esto? Nos recuerda, inmediatamente, a su Pasión, y sobre todo, a su Coronación de espinas, ya que el recorrido de la sangre comienza en un lugar que corresponde perfectamente a la herida provocada por una de las espinas de su Corona de espinas. Notemos que la sangre comienza en la Cabeza, y recorre todos los sentidos, y esto nos hace ver que la sangre de Nuestro Señor recorre su Humanidad Santísima para que no solo seamos purificados de todo pensamiento y de toda sensación mala, sino para que nuestros pensamientos y nuestros sentimientos y sensaciones, sean santos y puros como los de Jesús.

La sangre que comienza y recorre la cabeza de Jesús, producto de la herida causada por una de las espinas de su corona, es para que nuestros pensamientos –la cabeza es la sede de los pensamientos- sean santos puros; la sangre que se desliza por su ojo, es para que veamos a Cristo en la Eucaristía y en el prójimo; la sangre de la nariz y la que recorre la piel, representan a los sentidos en general, para que los sentidos sólo sientan y experimenten lo que Nuestro Señor siente y experimenta en su Pasión; la sangre en los labios de Jesús, es para que nuestra boca se abra sólo para alabar y adorar y dar gracias al Hombre- Dios Jesucristo, por su Pasión de Amor; la sangre que cae en su mano, es para que nuestras manos se eleven hacia el cielo, en alabanzas a la Dios Trino, y se extiendan, abiertas, en ayuda y auxilio de nuestro prójimo más necesitado; la sangre que cae en el cáliz, es para que la bebamos toda, hasta la última gota, porque es la Sangre de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre del Cordero, que se derrama por nuestra salvación, para el perdón de nuestros pecados, y para comunicarnos la filiación divina y el Amor de Dios, el Espíritu Santo.

La Adoración Eucarística es, como decíamos al principio, un adelante del cielo, porque es contemplar, por la fe, al Dios de inmensa majestad, Jesús Sacramentado, y es experimentar su amor, el mismo Amor que se nos comunicará sin medida en la eternidad. El prodigio del Cristo Sangrante del Oratorio es un motivo más para adorar a Jesús Sacramentado, porque nos hace recordar su Pasión, y su Pasión no tuvo otro motivo ni otra causa que su infinito y eterno Amor Misericordioso.